El cuerpo me pide
NADA y la Vida, en su obediencia, se hace cómplice de mi deseo y me va
regalando pequeños detalles para no privarme de experimentarla.
Me regala un virus,
que no es que sea nada, sino que es algo aunque es tan pequeño que la
ciencia lo tiene asimilado únicamente a unas pocas hebras de ADN, que casi es nada. Paradójicamente, esa casi-nada provoca reacciones en cadena
en una entidad superior, que soy yo, creándole algo, el malestar, la fiebre, la congestión que, de nuevo
paradójicamente (no sé si dos paradojas seguidas se convierten en algo o quizá
ya no es nada), me crean un
sentimiento de nada: los sonidos
habituales se amortiguan y pasan a ser casi nada
pero es que además apenas se escuchan los ruidos de dentro, los pensamientos,
generando un placentero vacío que se aproxima, claro, a la nada.
En este estado
tampoco tengo ganas de nada y, si me pongo purista, realmente no hay nada que hacer. Sucumbo a la nada legítima que me corresponde y paso,
desde hace ya no sé cuánto tiempo, una tarde en la cama, en el vacío, en la
Nada.
Se suma la ausencia
de mi ordenador y con él casi toda posibilidad de escritura pues, a su vez,
está afectado por otro virus, informático el suyo. Y así estamos los dos,
convalecientes, pero él recibiendo su tratamiento en la tienda a la que lo
llevé ayer mientras que para mí decido que mi cuerpo se cure solo. No me trato.
Me dejo. No me doy nada. ¿Y si esta
fiebre sirviera, cual hoguera de San Juan, para quemar lo inservible? ¿Y si
este estado solo fuese un aliado más del plan de no hacer nada? En este delirio así lo creo y unas décimas no son suficientes
como para romper la racha de muchos meses sin medicamentos. Dejo a mi cuerpo,
pues, que se defienda sólo y yo me limitaré a vaciar el campo de su batalla con
infusiones de jengibre, miel, limón… para que no interfiera nada en mis defensas naturales.
Mi mente se llenó de
palabras, por eso ya casi tampoco leo. Las ganas de escribir, sin embargo,
persisten. Aunque sean incoherencias como esta; aunque no hable de nada. Imagino que la escritura se
convierte así en un canal para también dejarme vacía.
Nada. Crear espacios
para que toda posibilidad encuentre su hueco. No hacer planes, no huir.
Quedarme quieta, inmóvil, pero con los brazos abiertos para que no se me escape
nada de lo que la vida me quiera
traer. Pero no correr, no buscar. Al menos por un tiempo. Eso para mí es ahora
la Nada.
Aun así la tentación
es grande. Arrastro la inercia de un ansia de búsqueda que no ha parado de
moverme pero que ahora me hastía, en parte. La otra parte sigue con su prisa
por seguir llenando el hueco que yo quiero construir. Desconfiada ella.
Qué lucha. La batalla
vírica también se libra a nivel emocional pero sólo se alimenta si yo quiero
porque mi fuerza ahora, ya digo, se orienta hacia este agujero negro en el que
quiero convertirme. ¿Pero lo practico realmente? No mucho. No: nada. Máxime si
ahí en el fondo y si soy sincera, una sombra de expectativa corrompe esta
intención de vacío. Es difícil, por tanto, practicar la Nada. La duda se cuela
por las rendijas de este propósito tan primerizo y le inocula, como un virus,
adjetivos que lo acercan a la pasividad, al pasotismo, a la desgana.
Y
es que la Nada tal vez no sea tal pues lleva implícito el Todo, me retuerzo en
el culmen del desvarío, pero algo me dice que al menos por ahora, si me pongo
de su parte, estas ganas de nada me
ayudarán a ordenarme, a limpiarme, a ver más claro. Ya vendrán tiempos de
búsqueda activa y de nuevos emprendimientos. Tiempos en
los que el Todo volverá para reemplazar a la Nada.
No sabes como te entiendo.... Estoy en las mismas.... Suerte a ambas con nuestra nada, y sobretodo suerte con la cabecita que intenta llenar este silencio tan necesario. Besos
ResponderEliminarDebe estar en el ambiente jajaja.
EliminarPues lo mismo te digo, Laura, suerte con este no-emprendimiento. Seguro que posarán los conocimientos y experiencias adquiridas y, por supuesto, que hay que darle al cuerpo y al ánimo lo que pidan.
Besos!