Segunda
noche consecutiva durmiendo como una lirona. Definitivamente podría dormir en
cualquier lugar. Ni miedos, ni reparos, ni extrañezas de colchón.
Hago mi
yoga diario, desayuno y recojo la casa. Me pongo la radio pero no se oye, no sé
por qué, y pienso que ¿no querías Nada?, pues
aquí tienes dos tazas. Tampoco me importa demasiado: tengo la aceptación
cerca de su cota más alta. Estoy de un flexible que da grima.
Lavar
platos aplicando la ingeniería del ahorro
de recursos hace que la acción sea más lenta pero más consciente. Me hace
ser más cuidadosa ante el hecho de que la más mínima gota se pierda para siempre
por el desagüe y cada gesto se convierte practicamente en una meditación.
Una vez
ordenado todo sin música ni nada, enciendo el ordenador, fiel compañero.
Sylvain tenía a sus perros y yo tengo este artilugio y unas ganas terribles de
escribir aunque sea tonterías, para poder disfrutar de este teclado tan
rápido.
Mobiliario del salón - área de descanso - escritorio
Quedo con mis amigas por el whatsapp para merendar. Este retiro empieza a ser un verdadero cach[…]deo. Por la noche, además, veré el fútbol con mi padre. En realidad voy a echar el rato con él; el fútbol en sí mismo ha perdido para mí toda la gracia desde hace mucho tiempo.
Tendría
que salir a comprar algo de fruta así que me visto y maqueo un poco. Es difícil sin espejo pero las ventanas dan reflejo suficiente como para que la raya
del ojo salga medio bien.
Compro
la fruta y unas galletas. De camino a casa de mis padres veo a lo lejos a uno
de sus (mis) vecinos. Me pregunto qué edad tendrá pues, aunque es muy mayor, lleva un ritmo extremadamente ágil. Llego a la puerta y mientras busco las llaves me abre
desde dentro. Me saluda como siempre muy cordial y yo le pregunto que qué tal está.
Me dice que bien y añade: -¿a que no sabes cuántos años cumpliré el seis de
Diciembre?-. -No sé…, noventa-, le digo. -¡Sí!, ¿es que lo sabías?- Qué va-, le
replico, y es verdad.
Nos
despedimos y yo me quedo perpleja ante la eficacia de la ley metafísica de la
atracción: pide y se te dará, dice
más o menos. Un minuto antes me preguntaba por su edad. Medio minuto después me
la dice él mismo. Lo agradezco, claro, pero me fastidia que la Magia de la Vida
se me presente con aconteceres tan intrascendentes y que, sin embargo, no opere
en cuestiones que tienen más interés para mí. Pero, quién soy yo para juzgar lo
que la Magia de la Vida quiera mostrarme, reflexiono, sumisa ante la vasteza
del Misterio.
Tras
breve parada en casa paterna, vuelvo al piso y me dispongo a comerme el
tabuleh. Al abrirlo observo que el moho se ha empezado a cebar con él. ¡Qué
rapidez! Dudo un poco, le quito la capa más superficial pero me da cosica. El riesgo
de sufrir diarrea en un lugar sin agua corriente me persuade lo suficiente como
para saltarme a la torera uno de mis pilares al respecto de la comida: no tirar
nada. Así que lo mando todo a la basura y me como la empanada que nos sobró
anoche, un plátano que compré esta mañana y además, me doy al deleite del café
con leche gourmet y medio paquete de galletas.
Friego
los platos y me echo un rato a la siesta. Al despertarme escribo un poco y
comparo mis escritos con los de Sylvain. Mis días sin sal en medio de un pueblo
manchego están dando más páginas que los que pasó Sylvain en Siberia
viéndoselas con el Baikal. Llámalo sacarle jugo a la vida, llámalo cansinismo.
Preparo
la clase de yoga y, mientras lo hago, en el whatsapp se termina de concretar el
plan para quedar con mis amigas. Por primera vez desde mi estancia en el piso
empiezo a experimentar mi ya familiar sensación de desasosiego y ganas de
rellenar los huecos. Una huída de esta soledad. Aquí estabas, emoción pendeja, pero como
coincide con la práctica del yoga, quedan amortiguados a tiempo sus efectos.
Rato
muy agradable con mis amigas. Momentos de humor muy absurdo y risa floja, como
nos sigue gustando después de tantos años y aunque ya haya bebés en el grupo. La
velada se alarga y sólo puedo ver con mi padre el momento en que el Barcelona
recoge la copa de la
Champions. No diré si me alegré o no para no ganarme o, acaso
perder, el afecto de quien quiera leer este diario.
Vuelvo
al piso y entro de nuevo como una ladrona con mi linterna. Me acuesto y leo un
rato. Trato de dormir pero esta vez, la primera vez, no soy capaz de hacerlo.
De repente los sonidos de la calle se han amplificado. Tengo calor y, si me
desarropo, frío. Me llega el rumor de la conversación de mis vecinos pero a mi
me parece que están hablando por megáfonos. Me entra hambre: malo, señal de que
llevo demasiado tiempo tratando de dormir. Bajo la luz de la linterna, me tomo
un vaso de leche con galletas sintiéndome muy absurda por estar aquí. Vuelvo a
la cama. Nada. Me incorporo en el colchón y revivo con arrepentimiento una y
otra vez el momento en que decidí comprarme este piso. Respiro, pero el
estómago se me empieza a contraer. Sé que son las emociones. Habéis tardado en llegar pero, finalmente, estáis aquí.
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