Todo comenzó en una conversación tomando café hace menos de dos meses. Hablábamos de un sentimiento que nos embargaba a algunos de los que rodeábamos la mesa: dejar de hacer cosas, parar… añadiendo además el subtítulo de disfrutar con lo que tenemos y ya está.
De forma casual comenté que no trabajaba la primera
semana de Junio. Otros años en estas circunstancias ya tendría preparado el plan y
era el momento ideal para irme por tercera temporada consecutiva a mi isla azul. Pero
en esta ocasión y con el parar
adherido al ánimo: -Estoy incluso por
irme a mi pueblo y no hacer nada, a lo sumo, escribir-.
Interlocutor-Persona-Inspiradora-Siempre,
conocedor de mi historia con mi piso, replica: -Ya está, ¿y cómo no te vas a vivir a tu casa esos días?-. Algo en mi
ser se encoje de miedo y otro algo muy osado y creciente en los últimos años da
pequeños botes de alegría. Me entra un poco de nervio, señal inequívoca de que
lo voy a hacer. Aun así, refunfuño un poco: -Pero si ahí no hay nada. Ni agua, ni luz, ni cocina… NADA-. -Pues mejor, te llevas un hornillo, haces tu
propia comida… así no podrás decir nunca que no has vivido allí. Para eso te lo
compraste, ¿no?
Principios
de 2008. Tengo la Cuenta-Vivienda a punto de expirar. La burbuja inmobiliaria está en todo su apogeo. Llevo
muchos meses con el cuello cuasi-luxado de tanto mirar a los balcones en busca
de carteles de SE VENDE. Mi trabajo
parece que se consolida y por tanto el siguiente paso es comprarse un piso. Todo el mundo lo hace, eso es así. Es la
compra más importante que vas a hacer en toda tu vida, me dicen. Estoy
cagada pero… Es lo que toca, ¿no?, trato
de convencerme desde mi inmadurez. Además, ya tengo este dinero ahorrado, no
voy a perder los intereses ¿no? ¿NO? No te vas a permitir hacer eso, ¿no?, ¿NO?
Me está
costando madurar, esa es la verdad. Ser coherente con los pensamientos de una
no es fácil y más cuando vas comprobando que esos mismos pensamientos rebotan en muchos aspectos con la corriente mainstream
de la vida. Si eso es ahora, hace siete años mucho peor que además no conocía
el yoga ni los beneficios de la coherencia y la sinceridad propia.
La
desesperación se apoderaba de mí. Comprarme un piso quizá me acercaría a la
normalidad de la gente de mi edad, que ya se iban casando y, los más
adelantados, teniendo hijos. Habrase visto pensamiento más iluso. Pero, qué precios. Yo sola no me
puedo permitir comprarme un piso en Ciudad Real y mis honorarios y ahorros sólo
me dan para un zulo o para viviendas a punto de llevar al desgüace. Las casitas
con jardín ni me las planteo. De los tres dormitorios que pensaba en un
principio iba reduciendo la idea a medida que consultaba en inmobiliarias y particulares
hasta prácticamente quedarme en… asumir que la cosa me daba para aproximadamente
un pallet de ladrillos. Definitivamente en Ciudad Real era imposible.
Pero en
mi pueblo, a media hora de allí, la burbuja era más moderada. Se estaban
construyendo pisos y oye, eran accesibles. El final de la cuenta vivienda me
apremiaba así que, sin pensármelo mucho y más hastiada que convencida, decidí
llamar a una promotora. Al día siguiente ya tenía apalabrado el piso. El cuerpo
me temblaba pero se suponía que había hecho lo correcto, ¿no? ¿NO? Además todo
el mundo me decía que al final me iba a
alegrar. Al final… ¿Qué final? Si, claro, imagino que al morir a todos nos
entrará alivio.
Hasta
que me dan las llaves tomo la determinación de no hacer mucho caso al proceso,
como si no fuera conmigo. Soy plenamente consciente de que tengo ninguna ilusión en este proyecto. A
medida que pasan los meses más convencida estoy que no quiero vivir ahí pero
no puedo parar ni retractarme. Dejo que todo siga su curso. Firmo la hipoteca
con Caja Castilla-La Mancha justo un día después de que el estado la intervenga… Quién dijo miedo.
No sé
si tardé más de una semana en colgarle el cartel de Se Vende a ese piso tan poco
querido. Desde entonces, me he limitado a ir de vez en cuando a limpiarlo un
poco. He pasado de odiarlo mucho a la indiferencia y a pensar de forma medio
positiva que mientras tenga trabajo me puedo permitir sostenerlo y pagar el
alquiler del lugar donde sí vivo. No se me ocurre qué hacer con él aparte de
ponerlo en venta: no me apetece alquilarlo porque eso supone hacer una
inversión inicial que no me merece la pena por el momento. He colgado el
anuncio en páginas de venta de pisos. Al principio tuve posibles compradores
pero ahora, nada. Asumo que si lo vendo perderé mucho dinero pero eso ya
tampoco me importa.
Aplicando
un principio medio espiritual, medio metafísico, mi piso puede representar la
constatación física y evidente de otros posibles estancamientos vitales míos más
sutiles e invisibles y puesto que yo, que no tengo otra cosa que hacer, aspiro a
sentir la libertad plena o, al menos, a deshacer mis nudos, comprendo que para
reconciliarme con lo invisible primero tengo que hacer lo propio con lo
tangible.
Por esa
línea iba la propuesta de mi Interlocutor-Inspirador mientras tomábamos café
hace dos meses. Por eso mismo yo asumí el reto: para limar asperezas con este
espacio físico mío que he desdeñado desde sus inicios y por ende, para quizá
desbloquear los otros espacios más sutiles. Esta es la razón por la cual he decidido venirme a
vivir aquí, aunque sea cuatro días, aunque no tenga ni luz, ni agua ni sofá ni
cocina, a esta zona cero de mi desasosiego.
Consciente
soy que no cambiará mi vida tras estos días pero la aventura, por raruna, me tienta. Y además está lo tentador de la NADA : el no tener NADA que
hacer en un lugar que no tiene NADA. Sólo estar; a lo sumo, escribir, casi apenas leer.
Descansar, vaciarme o, vete tú a saber, lo que la vida me traiga… que muy
probablemente sea NADA.
Tan vecino y a la vez tan extremo: vivir la distopía de la burbuja que reventó. Y la personal de seguir lo que toca. Tu idea me encanta. Eso, y lo de la zona cero del desasosiego. Genia!
ResponderEliminarGracias por el apoyo al despropósito!
EliminarGenia, tú.
Besos!