Un poco raro,
esto de escribirte una carta. Aunque, no mientas, lo llevas haciendo tanto
tiempo… Desde tu primera escritura original en el diario que te regalaron el
día de la comunión de tus hermanos o cuando ese mismo diario, con letra ya diestra,
empezó a recibir tus historias de adolescente. Eran simples relatos de tus
días cargados con la emoción de las primeras veces; si ahora lo abrieras
seguro que se escucharían risitas incontenibles en esas páginas teñidas con el
color de nuestro rubor.
La transición a
tu otro diario, el que tu hermana no llegó a utilizar, fue más oscura: párrafos
en los que comenzaron a aparecer los primeros porqués. No recuerdo si
terminaste ese segundo diario, pero sí sé que ya no hubo un tercero. Ya no tenías
tanto tiempo y sí mucho que estudiar. Además, lo del diario era algo tan
infantil… A nuestra escritura nunca le dimos demasiada importancia pero tampoco
en esa época faltaban hojas sueltas que rellenar ni márgenes de apuntes en los
que dejar que el bolígrafo trazara curvas con despecho frente a la rigidez de tantas
ecuaciones, teoremas y gráficos. Los tiraste todos no hace tanto, solo se salvó
la bolsa en la que guardabas las hojas sueltas en donde tu bolígrafo voló,
diferenciando, ahora sí, lo que era realmente importante de lo que no.
Las hojas
sueltas dieron paso a cuadernos que, destinados a los cursos que apoyaban los
primeros compases laborales, terminaban siendo testigos de aquello que sentías,
de aquello que atenazaba y frustraba. Encontrar hoy el orden cronológico de
tantos escritos ocultos sería tarea propia de arqueólogos.
Poco después te
volviste ordenada y la escritura medicinal comenzó a rellenar archivos de word
con fecha incrustada. Todavía se trataba de escritura clandestina que
atesorabas con celo, centinela de tus desdichas. Inocente o soberbia, decídelo
tú, te creías única depositaria de tanta negrura, y había días en los que
corrías a casa con el único objetivo de desahogarte sobre el ordenador. Comer,
dormir y escribir eran tus funciones vitales.
Un día te
descubriste con sorpresa poniendo flores a una de aquellas reflexiones. Al cabo
te provocó una risotada la ocurrencia que había salido de tus propias teclas…
Lo que antes atenazaba, ahora se transformaba en risa tras traducirse a letras…
Y decidiste compartirlo y llamarlo Escritura Curativa. Muchos se sorprendieron
de que escribieras, tú misma te excusabas y hasta creías tus propios sonidos al
afirmar que llevabas practicando poco tiempo, que eso no era escribir… escribir era una palabra muy seria de la
que sólo eran dignos unos cuantos.
Poco tardaste en
sentir que tu escritura expuesta se había transformado en tu revolución. Mostrarte
te hacía más fuerte a la vez que se llevaba por delante caparazones de supuesta
perfección y exigencia. Te sentías a gusto en medio de la vulnerabilidad de
juicios que nunca llegaron.
Y así hasta hoy.
Ya no niegas la importancia que tienen las palabras para ti. Ni la eternidad
que acompaña al momento en que ruedan sin obstáculo desde algún lugar
incomprensible hasta la pantalla en la que las vas leyendo. Ahora simplemente
escribes porque es inevitable. Porque, haciéndolo, sabes que eres libre.
Me despido ya hasta
la próxima historia. No sé si será un cuento, una reflexión u otra carta. En
cualquier caso, directa o indirectamente hablaremos de nosotras. La escritura siempre
ha sido la vía en la que tú y yo nos encontramos.
Con infinito
amor,
Laura
Este escrito es el resultado de un nuevo ejercicio propuesto por Un Cuarto Propio en su Laboratorio Clandestino.
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