viernes, 18 de abril de 2014

Desde la Luna

¿Te vienes conmigo a la Luna?.
Tranqui, que no te lo digo en plan canción-súper-romántica-de-amor-desgarrado. Te lo digo para que tomemos perspectiva.
Si sigues leyendo, no te dejaré opción. Luego dirás que no te he avisado.
Bueno, que te vienes, ¿no?. Pues andando.
Ir a la luna no es difícil. Ponte de puntillas y cierra los ojos. Dame la mano por si no te lo crees y mientras nos elevamos y llegamos te explico por qué necesito perspectiva.
Necesito perspectiva porque quiero agrupar una serie de pensamientos que me rondan y que luego te contaré. Lo que ocurre es que aquí no hay claridad. Por eso lo de volar alto.
No sé si a la vuelta habremos arreglado algo, pero estoy segura que al menos el cambio de aires nos vendrá bien a los dos.
Ahora ya puedes abrir los ojos. ¿No ves?, ha sido rápido. Y como estamos en mi imaginación no necesitamos escafandra y podemos hinchar nuestros pulmones con este raro aire lunar.
Nos vamos a sentar en ese cráter, cual Principitos. Yo creo que optaré por posicionarme a lo yogui, algo impensable para mí hace unos años. Más aún que estar sentada al lado de este cráter de la Luna.
Y ahora te invito a que sin perder de tu campo visual la Tierra, mires a tu derecha, hacia Venus… ¿lo notas?. El movimiento, claro. Cambiando el punto de referencia te das cuenta que no estás quieto, que el suelo que pisas se mueve y también notarás cómo se mueve la Tierra. Pero ten cuidado y siéntate, porque te puede entrar vértigo. Es como si estuvieras montado en una atracción de feria que gira, ¿verdad?, ¡qué flojedad en las piernas!.
Siéntate si quieres, sólo quería que notaras que nada de lo que ves por aquí está quieto.
Ahora lleva la vista a la Tierra. Es impresionante desde este mirador tan privilegiado. Y respira, sí, porque, qué pequeños son nuestros problemas vistos desde aquí.
Pero no va esto de problemas, quiero que mires las nubes. Mira qué rápido viajan. Mira cómo se crean y se difuminan las tormentas. No pierdas de vista aquellas masas nubosas que a veces nos aterran aunque desde aquí parecen de juguete. Cómo todo pierde intensidad cuando, con perspectiva, descubres su pequeñez.
¿Qué más podemos observar?. Bueno, si nos quedáramos aquí sentados miles de años podríamos apreciar cómo van evolucionando los continentes pero ahora no tenemos mucho tiempo y aunque en mi imaginación puedo dilatar nuestro tiempo de vida, no hemos venido para eso. No quiero que te impacientes.
Vamos a fijarnos ahora en otras cosas que se mueven. Afina un poco la vista, traspasa las nubes, ponte las gafas de cambio de escala y podrás ver a las aves migrando.
Ahora echa un ojo al agua. Si, ya se que me fijo mucho en ella y que parezco Bruce Lee. Llámalo defecto profesional. Qué le vamos a hacer. Piensa lo que quieras pero mira los ríos. Mira el agua moviéndose. Mira el Amazonas, mira en Nilo, mira a ratos el Tirteafuera. Movimiento, transcurrir.
¿Qué impulso hace que se mueva todo?. Temperatura, pendiente, atracción, gradiente… impulsos naturales. Impulsos verdaderos de esta Tierra.
No me mires con esa cara, retén un poco más el bostezo. Pronto estamos de vuelta.
Quería decirte todo eso para que ahora te fijaras en esas masas grisáceas al sol y luminosas en la noche que son las ciudades, los asentamientos humanos. También aquí veo movimiento, si. Pero es más un movimiento interno dentro de la ciudad. También hay movimiento humano de ciudad en ciudad, pero déjame que te diga, volviendo al agua, que veo que se trata de algo parecido al movimiento de los elementos de una charca. Movimientos dentro de la estanqueidad. Y los viajeros, como renacuajos saltando de charca en charca.
¿Qué impulsa el movimiento dentro de la charca?. ¿Interés económico, interés personal, poder?. Que no digo que esté mal. Es así. Así es cómo funcionan las cosas en los lugares estancos como las charcas. Impulsos menos universales que los otros. Más corrompidos. Como el agua de la charca.
Es que a veces me pregunto si no sería mejor que los humanos nos moviéramos por nuestros impulsos naturales y así, siguiéramos siendo nómadas y supiéramos leer las nubes, reconocer las plantas, saber cuáles curan, cuáles alimentan… Desplazarnos cuando el clima no acompañara y así conocer la Tierra de verdad y ser parte de ella.
En la charca, algo me dice que no tenemos perspectiva y que todo lo pequeño se engrandece. Es difícil que la charca sea prístina. ¿Donde se ha visto un agua estancada pero clara?.
Con esto te digo, amigo mío, que a veces creo que parte de nuestras enfermedades, de nuestros problemas, de nuestras obsesiones, vienen de no mover nuestras aguas, de no seguir nuestro impulso salvaje. De vivir de esta forma que veo, cada día, más antinatural.
¿Acaso no será una quimera querer estar completos, ser felices, estar completamente sanos cuando nuestra forma de vida no sigue las leyes de nuestro instinto?. ¿Seremos nosotros como esos perritos de patitas finas, creados en laboratorio que no aguantarían ni dos días si los dejas en el campo silvestres?. Algunos ni dos horas.
Bueno, compañero de viaje, como ya te anunciaba, no vamos a llegar a ninguna conclusión. Solo se trata de preguntas y más preguntas que ni siquiera son nuevas.
Si quieres volvemos a nuestra charca.
Si quieres, antes dejamos un par de huellas en este suelo cenizo. Dos tuyas. Dos mías. Y que le den a Amstrong.
Dame la mano y vuelve a cerrar los ojos.
Mientras volvemos te confieso que esto de mirar en perspectiva es un juego tramposo con el que solo pretendía confirmar conclusiones que ya tenía. Es engañoso y tramposo porque siguen siendo mis mismos ojos los que miran.
En el próximo viaje, no necesitaremos ir a Marte.
En el próximo viaje necesitaré la perspectiva de algún habitante de otro universo.
Tú, por ejemplo.

domingo, 13 de abril de 2014

Sin salir por la puerta se conoce el mundo

Sin salir por la puerta
se conoce el mundo.
Sin mirar por la ventana
se ve el camino del cielo.
Cuanto más lejos se va,
menos se aprende.
Así, el sabio,
no da un paso y llega,
no mira y conoce,
no actúa y cumple*.

 Playa Sa Roquetas. Formentera. Mayo de 2013

Laguna Blanca. Argamasilla de Calatrava. Abril de 2014

Viaja, experimenta, vive, contrasta.
Aléjate para acercarte.
Todos los viajes te llevan a ti.

Que no lo digo yo. Lo dijo un señor sabio hace 2500 años.


*Poema 47 del Tao Te King.

viernes, 11 de abril de 2014

La plancha y la epifanía

Sin premeditación alguna, me he dado cuenta que las epifanías suelen pillarme en medio de operaciones intrascendentes.
Tampoco sé exactamente si esas ideas que de repente pasan a formar parte de mi genoma y le dan a la realidad visibilidad más clara, son epifanías. Quizá lo que pasa es que me gusta bastante la palabra.
La última (¿la última de verdad o esto te viene bien para el escrito?)… una de ellas me pilló planchando.
Tampoco es que lleve la cuenta de las ideas lúcidas que me asaltan, ni mucho menos; ni que las tenga clasificadas por temas, que va. Sólo que me pregunto si realmente irán haciendo poso en mi conciencia o donde quiera que vayan las epifanías… ¿terminan a la larga por ir impregnando mis actos?… qué se yo.
Como no sé a ciencia cierta cual es el mecanismo de actuación de las epifanías, sigo con la que estaba.
Aquella tarde, como decía, me pilló planchando; seguramente con la radio puesta; seguramente en viernes, que es una de las dos tardes libres que tengo a la semana laboral; seguramente con la Cadena Ser, porque en esa franja horaria no me gustan mucho los programas de Radio 3; seguramente un poco cabreada porque no entiendo por qué a Carlos Boyero se le trata como a un semidios… Y en esto que me da por fijarme en la mano que coge la plancha y, como si tuviera ojos con mirada microscópica, soy capaz de acceder a la conciencia de las células de mi mano y descifrar su lenguaje. Para mi suerte, hablan castellano.
Sacudo un poco la cabeza y cambia la escala. De nuevo sólo veo mi mano, pero mi mano también tiene su propia conciencia, que además y gracias a Dios, también entiendo.
Escucho a mi mano que, en su conciencia, no entiende cuál es el sentido de su vida. Atónita, la siento perdida, preguntándose qué es lo que hace aquí. Me conmueve su tristeza pero como no sé cómo comunicarme con ella, no le puedo decir que forma parte de MÍ que, de hecho, es YO y que ahora está planchando. Que YO sé cuál es el “sentido de su vida”: servirme, aunque suene feo. Hacer lo que yo ordeno sin palabras, pero es que… para eso está aquí: es mano, no podría hacer otra cosa más que ser mano. Si se empeñara, cabezota, en ser pecho, aparte de no tener la verdadera capacidad de dar leche en caso hipotético, seríamos (sería yo, que cargaría con las consecuencias de su capricho) una aberración, un fenómeno, un ser enfermo y anómalo.
Por suerte, y aunque no haya podido comunicarme con mi mano, he podido terminar de planchar los pantalones de yoga. Mi rostro no refleja emoción alguna: esto es sólo cosa mía y de mis multidimensiones. Mía y de mis innumerables “yos”.
Impertérrita, y ajenos mis actos al angustioso debate interno, abordo una falda. Mi conmocionada mano se ayuda de su gemela para alisar la tela sobre la mesa y, resignada, vuelve a empuñar la plancha. Mi campo visual, por su parte, se bifurca permitiéndome acceder a los entresijos de esta mano misteriosa y así, de nuevo, vuelvo a habitar la dimensión donde sus células, que son las mías, hablan. En ese ¿lugar?, asisto perpleja a dantesco espectáculo de desasosiego pues, a su vez, les ha poseído un extraño sentimiento de individualidad, de nacionalismo de mí (que es de sí) y así las hallo, al igual que la mano a la que dan soporte, descontentas con su quehacer. Enfurruñadas. Lamentándose de su, para ellas, desconocido destino. Anhelando otro diferente para sí.
Me extraño mucho. De nuevo trato de decirles que lo que están haciendo, lo están haciendo bien: que su trabajo es conformar una mano y eso es lo que hacen. Que si quisieran ser otra cosa, mutarían y las consecuencias probablemente serían,… serían…complicadas. ¡No se puede ser célula de pulmón si estás en la mano, chiquilla!.
Mis advertencias topan con las barreras dimensionales que nos separan a mis células y a mí y por más que grito (internamente, entiéndase) mis sonidos internos deben ser a ellas, como los silbatos de los perros al oído humano.
Abandono, pues, el ejercicio mental y vuelvo a mi habitación. La falda, por suerte, ya está planchada. Menos mal, insisto en vanagloriarme, que mis actos se vuelven autómatas en estos momentos de enajenación mental.
Mientras desdoblo la camiseta a la que ahora le toca el turno de adecentarse, me embarga cierta compasión por mi mano y por mis desquiciadas células. Y es que ellas carecen de mi privilegiada perspectiva.
Si por un segundo vinieran conmigo a planchar, mis manos y mis células comprobarían que están donde deben. Mi mano se calmaría y aceptaría su sino de servidumbre y, seguramente, habiendo comprendido, encontraría la calma necesaria para ser feliz con esa labor que le ha tocado. Y que le corresponde.
Lo mismo ocurriría con mis células, me digo: si durante un instante se posaran un poquito por encima de la mano que conforman, un microscopio descarado que se atreviera a cotillear a su altura solo hallaría armonía. Y aceptación, imagino.
Ya voy terminando, por mi parte, mi labor doméstica. Abro el armario y coloco en su sitio estas pocas prendas que en su día escaparon del apresurado alisado a mano. Y entrenada como estoy en aplicarme todo lo que me pasa por la cabeza, no me cuesta mucho llevar las conclusiones a mi misma, en este juego de escalas que, confieso, me obsesiona a menudo.
Dos conclusiones, de hecho.
La primera, para los momentos de desamparo vital, cuando me embargue el archifamoso: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?. Me diría, me digo: tranquila, pequeña célula, limítate a hacer lo que te corresponde hacer (que esto da para mil y un post) porque no tienes acceso al verdadero sentido de tus actos.

La segunda me explica el que haya hechos en los que siento que estoy haciendo algo que no me corresponde. Como si estuviera forzando algo. En resumidas cuentas, que pretendo ser pulmón cuando en realidad soy mano. Es en esos casos, lo tengo claro, cuando la vida, tranquilamente, me niega aquello en lo que me empeño y yo, en vez de lamentarme de mi suerte la próxima vez que esto suceda, giraré sobre mí misma cual brújula hasta dar con mi norte. Norte que probablemente se encuentre al final de mi brazo, donde está mi sitio. Y hallaré sosiego, por fin, siendo lo que soy: una hermosa mano.

viernes, 4 de abril de 2014

Cigarrillos electrónicos

Es la primera vez que lo veo sonreír, aunque bajo sus ojos se mantiene la sombra de preocupaciones pasadas pero recientes.
El escenario no ha cambiado mucho: la misma fachada, la misma luna que vivió despacito su particular tiempo de destape de anuncios de ofertas inmobiliarias, la misma pantalla de ordenador en la que, ansioso, lo veía clavar los ojos, seguramente en busca de presas en forma de casas vacías…
Me sorprende, eso sí, la nueva luz que le da al local la pintura clara de sus paredes y ese, para mi, desconocido desparpajo con que le estará explicando al primer cliente que he visto por allí en años en qué consiste eso del “vapeo”.

Me río para mis adentros mientras continúo por mi acera, sin tener muy claro aun qué es exactamente lo que me hace gracia, pero algo que dice que tiene que ver con que, entre su antes y su después, no hay mucha diferencia.


jueves, 3 de abril de 2014

Calvas

- Anda hija, coge el peine y tápame un poco las calvas- me dice cansada, intentando atusarse con mano temblorosa la raquítica cabellera blanca a la que ya casi no se alcanza.
Yo me levanto de la silla en la que, diligentemente, cumplo mi rol de acompañante a turnos el tiempo que dure este nuevo ingreso.

Y mientras busco en su sencilla bolsa de aseo el peine de bebé que ahora usa, se me antoja que nunca esa palabra, en una frase, ha interpretado papel más digno.

miércoles, 2 de abril de 2014

Génesis

Definitivamente le había quedado grande. Demasiado grande. Desde el momento en que los árboles se secaban nada más hacerse de día; desde que esas criaturas novatas en el arte de la vida se escondían en sus madrigueras en cuanto asomaba el primer rayo de luz, estaba claro que el sol era desproporcionado.
Pero, ¿cómo hacerlo?. Seis días de creación eran muchos días. Había sido duro conseguir que todos los ciclos universales se engarzaran al milímetro como para tirarlo todo por la borda.
A ver, a ver, pensó en su infinita sabiduría, y recordó que el ciclo del agua le había quedado bastante bien…. bueno, quizá mejoraría un poco cuando consiguiera ajustar el sol, pues los océanos quedaban reducidos a charcos nada más despuntar el alba y los peces boqueaban clamando el respiro que les daba la noche. Pero sí, el ciclo del agua le gustaba: el agua pasa a nube, que guarda el agua y que la descarga cuando ya no la puede mantener más. Se sentía orgulloso de su ocurrencia, por qué no admitirlo.
A lo mejor se podría hacer algo parecido con la luz del sol, pero claro, la luz era taaan escurridiza que iba a necesitar algo más consistente que una nube para retenerla. Necesitaba algo con más…, con más cuerpo.
Todo esto iba pensando mientras sus divinos dedos jugueteaban descuidados en el lecho de lo que hasta hace un momento había sido un caudaloso río y, justo en el preciso instante en que su mente quedó en suspenso, saltó la chispa y… - ¡ya lo tengo!-. El movimiento descuidado empezó a cobrar intención y poco a poco de sus manos fue apareciendo lo que sería el albergue de un pedacito de luz…
Imagino que no hace falta que te diga lo que se puso a modelar con el barro del lecho, aunque sí te puedo desvelar que sus dedos, entrenados durante esos días en crear cientos de especies, prefirieron para su nueva obra copiarse de los árboles. Así, sin tener aún decidido cómo iba a llamar a lo que de sus manos salía, comenzó a darle forma a esas nuevas raíces desenterradas que serían las piernas: móviles como la luz viajera que acogerían; a un nuevo tronco recto pero flexible y a unas ramas que prefirió dejar caer a los lados para ayudar a que su nueva obra fuera elegante en su caminar.
Lo que más le costó fue la cabeza. Tenía claro que debía ser más compacta que las copas de los árboles para evitar que la luz se escapara fácilmente, pero al mismo tiempo tendría que tomar la precaución de dejar abiertas en ella al menos un par de ventanas para que pudieran escapar algunos rayos cuando la luz interior fuera demasiado intensa.
Un rato después se apartó ceñudo para mirar con otra perspectiva. Retocó un poco aquí y allá, y fue alisando el barro de su nueva creación.
Ya sólo quedaba poner dentro la luz así que moldeó con delicadeza un hueco en la parte central del pecho y mientras que con dos dedos de una mano lo mantenía abierto, alcanzó con la otra un trozo de sol, lo acomodó despacio en la abertura, volvió a cerrarla con barro y esperó a que se secara...

Lo que viene después es muy largo de contar. Tanto que en el camino se han perdido detalles de la historia… de una historia de la que muchos han sacado partido.
Ahora esa historia ya no cuenta que cada hombre hace que el sol se mantenga a raya.
Ni tampoco que cada hombre pone su grano de arena en el equilibrio del universo.
Ni que, mientras que el hombre es tierra, almacena un trozo de luz en el corazón, que a veces brilla tanto que tiene que reflejarla a través de los ojos para no fundirse.

Escrito para el curso de Escritura Creativa de Un Cuarto Propio en Marzo de 2013. Tuneado y actualizado en estos días.