domingo, 25 de octubre de 2015

Rechazo y Abandono


Fue hermoso ver cómo surgió el cuadro.
Lo digo sin vanidad pues, aunque detrás está escrito mi nombre al lado de una fecha que remite a otro septiembre, te aseguro que sólo fui una espectadora del baile que mis manos, ataviadas de pinturas pastel, representaron sobre aquel papel en blanco.
No estaba sola, había una voz suave que me guiaba y una melodía que acompañaba la danza. Primero fueron los carboncillos. Cuatro en cada mano, entre los dedos. - Agárralos todos y déjate llevar por la música- me dijo la voz, y la cartulina fue virando al negro porque mis manos se encapricharon de rellenarla con garabatos. Yo, respetando el ritmo, anhelaba que se cubriera entera pero no pudo ser pues fuimos invitadas a tiempo, mis manos y yo, a apartarnos de la pared y contemplar la maraña. Me encontraba exhausta, como habiendo salido de un trance.
Nunca había utilizado las pinturas pastel aunque todos los veranos de mi infancia me moría de envidia cuando observaba a los dibujantes de la playa retratando con esas barritas al turista de turno que se sentaba enfrente. Pero no era el motivo de mi envidia el saber dibujar: era el placer de tener entre mis dedos esa tiza y sentir cómo se agotaba sobre el papel rugoso. Un placer pequeño, tipo Amélie. Yo, con este cuadro, me estaba dando el gusto de experimentarlo.
La voz continuaba, -ahora vas a volver al papel, ¿qué puedes hacer con lo que has dibujado?- Miré incrédula mi amasijo de curvas y me quedé parada unos instantes sin saber por dónde empezar. Menos mal que mis manos enseguida tomaron la iniciativa: primero se dedicaron a repasar las líneas del contorno, y después, más resueltas, se atrevieron con el interior. Con esa misma técnica, repasando líneas al azar, me iba dando cuenta que me descubrían imágenes escondidas. Así, vi surgir al patito desvalido; después al otro, más gordo, separándose desdeñoso. A su lado, algo parecido a una bellota. Lo siguiente fue la extraña flor con su pétalo caído en forma de corazón. Los últimos, el astronauta y el río… Al final ya estaba cansada y aunque la voz me animaba a seguir difuminando y coloreando, sólo pude repasar en verde las ramas enredadas sobre las que camina el pato orgulloso.
Satisfecha y curiosa, pues seguro que el cuadro escondía más imágenes, me fui a casa con el papel enrollado bajo el brazo y con la sensación de haber vuelto de una ensoñación. De hecho, siempre me pareció que el dibujo tenía tintes oníricos. ¿Sería éste, como los sueños, un cuadro revelador? En cualquier caso, me gustó cómo había quedado la combinación de colores así que lo clavé en la pared para que me acompañara durante mis comidas y mis cenas.
Hace unos días me topé con él, justo en el lugar donde siempre se encuentra. Distraída, recogía la mesa y al levantar la mirada lo vi. No era la primera vez que el cuadro me hablaba: siempre, de una forma extraña, me he sentido identifica con el pequeño pato desvalido. Cuando me lo encontré esta vez, nos vi a ti y a mi con nuestras patitas flotando sobre ese río que mana del astronauta; con la amargura de sentirnos rechazados y abandonados por ese otro pato más grande y poderoso que se lleva nuestra alegría en forma de bellota; arrastrando tras de sí un corazón, el nuestro, que se desprende lánguido de una flor rara.
Pero, ¿sabes? No era eso lo que el cuatro quería decirme esta vez. Esta vez me dijo que tú y yo pisamos sobre agua y que el agua representa las emociones, pero también la vida. Yo me acordé de los dos, con los pies sumergidos en el agua fresca de una cascada auspiciosa. Sobre nuestras cabezas, millones de abejas salvajes transformaban el néctar en miel. ¿Representarían mis garabatos su revoloteo? Si hoy miro la flor extraña puedo ver ahí panales muy raros de encontrar.
El cuadro me sigue contando que mis desdichas, y acaso también las tuyas, tienen la poca solidez de los sueños. ¿O no ves que el pato grande, el que abandona, el que rechaza… no es real? Sólo tienes que fijarte en que su ala no es un ala: está al revés. Si eso no te vale, observa que frente a la fuente de vida que a ti y a mí nos sustenta, él pisa un suelo muy poco consistente. Ni siquiera es suelo: sus patas se enredan en la maraña de un matorral estéril. En la trayectoria invisible que pintan millones de abejas en el aire…
Todo eso es lo que esta vez, tras un par de años, muchas experiencias y crecimiento, me ha revelado mi cuadro. Aún no me lo ha contado todo, estoy segura. Sé que harán falta más años, más crecimiento, más experiencias…, dar quizá una nueva vuelta en mi samsara para poder llegar a entender qué pinta un astronauta en todo esto.

domingo, 11 de octubre de 2015

Al lado de Itaca

Si vas a emprender el viaje hacia Itaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencia, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones ni a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
...
Ten siempre a Itaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Itaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca.
Rico en saber y vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Itacas.

(Constantino Kavafis, 1863-1933, Poesías completas, XXXII)


Poco después de haber organizado el periplo del que hace unos días aterricé, alguien querido me hizo llegar este fragmento del poema que, aunque conocido, supuso para mí algo parecido a una oración en aquellos momentos en los que Lestrigones, Cíclopes y el fiero Poseidón se apoderaban de mis pensamientos.
Y sí, sé que haber ido tras de ella me ha traído un viaje hermoso. He atravesado caminos que por mi misma no hubiera transitado jamás; he llegado rica en experiencias nunca antes vividas; mis ojos se han llenado de paisajes inabarcables, de contrastes insostenibles, de belleza inaudita… Pero cuando llego aquí y camino por la calle sin alardes en la que se encuentra mi casa, descubro, porque no lo había hecho hasta ahora, que vivo al lado de Itaca.