Una vez dentro
de mi casa sólo pienso lo normal: que me gustaría ser Juanjo Millás para poder
describir como él hace, la extrañeza de sentirme tan ajena al lugar que dejé
hace más de dos semanas.
De pequeña
también me gustaba esa sensación cuando volvíamos de las vacaciones de verano y
de repente me parecía que éramos intrusos explorando los rincones en los que se
desarrollaba nuestra vida.
Hoy, de nuevo,
invado mi territorio y me aprovecho de este punto de vista efímero para
comprobar que me gusta el tono fucsia que le dan a mi cuarto los mandalas y la
persiana que colgué no hace tanto. Me valgo de esta mirada de visitante y siento
mi casa acogedora.
La cocina resplandece
con esta luz de mañana fría y despejada que se cuela por el cristal de la
puerta que la separa del patio. Llegar hasta aquí bajo esta luz también ha sido
extraño. Normalmente a estas horas en un día laborable como lo es hoy, ando
enfrascada con el Excel o preparando disoluciones rodeada de matraces y
pipetas. Pero hoy no. Hoy he caminado con paso lento desde la estación de tren.
Recreándome en los colores de la mañana y teniendo cuidado de no resbalar en los
tramos congelados de la umbría. Aplicando la manera de caminar que he
desarrollado en las montañas: dejando caer todo mi peso en cada paso.
El trayecto
también ha tenido un punto inaudito: unos niños montados en los patinetes que
seguro ayer les dejaron los Reyes me preguntan que por qué voy así. Qué raro,
pienso. En las latitudes de las que vengo sí es normal que los niños se dirijan
a ti, que te agarren de la mano y quieran jugar. Que les llame la atención el
color de tu piel. Que te pregunten cuál era tu asignatura favorita o te pidan chocolates
pero ¿aquí? Quizá es que debo seguir desprendiendo algún tipo de halo atractivo
para ellos, pienso con vanidad propia del flautista de Hamelín. -¿Así cómo?- Le pregunto, una vez fuera de
mi reflexión, a la niña que me ha dirigido la palabra. - Pues así, con
pantalones de verano-.
Miro hacia abajo
y sonrío. Le cuento que llevo unas mallas debajo de tanto estampado vaporoso y
que por eso no tengo frío. No me pongo a explicarle que he dejado casi toda la
ropa que llevaba en ese país lejano del que vengo porque había que elegir entre
lo que llevé y lo que compré. Entre lo viejo y lo nuevo. Y que elegí darle paso
a lo nuevo en sentido literal y figurado.
En cualquier
caso, su apreciación me hace darme cuenta de que de esta guisa, mezclando lo
oriental con zapatillas de senderismo en una combinación que jamás llevaría en
mi vida habitual, me he paseado sin recato por dos continentes. Tres aviones se
han encargado de transportar mis huesos por escenarios de lujo cambiante. He
viajado en la burbuja espacio-temporal de un trasbordo de siete horas ocupando
con ello el tiempo más improductivo y legítimamente ocioso que recuerdo. Ni por
leer me ha dado. Si acaso un poco de escritura para seguir trazando el relato
de los días anteriores. Siquiera un esquema de los hechos. Siquiera un
esqueleto de índice sobre el que más tarde, me digo, seguir añadiendo
vivencias, pensamientos y emociones. Me he limitado a dejar pasar el tiempo y
el tiempo ha corrido rápido, compadeciéndose de mí.
Tan, tan raro
todo.
Me he caído de
sueño en el lujo de un asiento de cuero en el aeropuerto de Qatar, mecida por
el mantra recitado por la señorita de la megafonía. ¿Qué estaría diciendo con
aquella frase que para mí siempre terminaba en Qataría? Qataría, Qataría,
Qataría… Y mi cabeza oscilando de izquierda a derecha deseando que, tras
esta niebla, azafatos irreales nos indicaran amablemente el lugar de la puerta
de embarque, permitiendo que mi estómago desacompasado engullera sin criterio
horario el contenido de una sucesión de bandejitas que se colocaban por orden
incierto en el soporte de mi asiento.
Mis biorritmos andan locos y yo sólo
manifiesto gula y sueño.
Y ahora pienso
que no sé cuánto durará esta burbuja, pero siento que aquí dentro es donde debo
recomponerme. Mientras una realidad difuminada sigue su curso ahí afuera me
dedicaré a asimilar experiencias en mi imaginario. Como un feto en
autodesarrollo seleccionaré las enseñanzas que quiero que me acompañen de aquí
en adelante; incorporaré las emociones y vivencias descolocadas con las que
ahora comparto este raro líquido amniótico. Y desecharé por mi nuevo conducto
umbilical aquello que ya no quiero ser. Aquello que se quedó allí, lejos. Exorcizado
por la luz de diez velas a la orilla del lago Phewa, en Nepal.
El susodicho
Echaba ya de menos a esa Laura capaz de formular imágenes sorprendentes como "fetos en autodesarrollo". Y la sensación de llegar al paisaje donde se desarrolla una rutina igual de sorprendente, como si no conocieras de nada a la persona que la ha creado, me encanta.
ResponderEliminarLos niños no disimulan, y si les gustas será por algo.
Ya anda que no es raro que ahora resulta que estas cosas que escribo presentan algún tipo de característica como la que me dices.
EliminarMuchas gracias por mostrármelo.
Y gracias por el cariño que se entrevé entre tus líneas.
Besos mil!
Precioso Laura! Me alegro de que tu viaje haya sido regenerador! Viva el misterio!!! Angelica
ResponderEliminarGracias Angélica! Hay que seguir contándose! Muas
EliminarLo normal, Juanjo Millás. Me ha gustado esa observación, porque yo pienso algo parecido cada vez que lo leo. Pero, al menos por esta, creo que lo tuyo tiene más miga: burbujas, vivencias, exorcismos. Llegar con esas sensaciones a este lado del planeta en este momento, con tanto frío y el cercano terror de Francia, es impagable. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias Paseante.
EliminarLlegué el día de los atentados y las noticias, el miedo... permanecen de momento al otro lado de la burbuja que, por suerte, permanece.
Aprovecha niña que la burbuja, aunque una no quiera, al final termina reventando.
ResponderEliminarSalud, orujo y montañas que no falten nunca!!
Oh cielos, no! Me aferraré a mi burbujita pero con cuidado, no vaya a ser que la explote antes de tiempo.
EliminarSalud!
Precioso Laura! Me encanta el final...y como hace poco salía de mi algo tan hermoso y maravilloso y vi como le cortaban el cordón, pienso q es perfecto y precioso q tengas esas sensaciones.
ResponderEliminarGracias Francis! Ni de lejos serán las mismas sensaciones! Me alegro te haya gustado el símil.
EliminarBesos para ti y para esos niños tan maravillosos!