- Vas a ser la
última en hablar-, me dijiste el otro día mientras comíamos. -Qué
responsabilidad- te contesté, sabiendo que a esas alturas sólo tenía sobre el
papel unas cuantas ideas sin hilar. Al mismo tiempo me preguntaba por qué me estaba
costando tanto si era tan fácil, sólo había que mirar tus ojos y conocer
siquiera de refilón la ilusión que llevas meses poniendo en este día para que
la inspiración arrancase a volar. No, no conectaba con ninguna emoción lo
suficientemente intensa como para encontrar la argamasa que uniera mis
pensamientos sueltos.
Pero ése era
precisamente el obstáculo: la búsqueda de emociones. ¡Mira que no haberme dado
cuenta! Las emociones, que nos ayudan a acercar lo lejano, a orientarnos en
nuestros caminos, a dar nuestros primeros pasos… ¿cómo iba yo a sentir una
emoción exaltada ante una presencia en mi vida tan constante y rotunda como la
tuya? Lo evidente, lo incuestionable, es tan humilde que no necesita de
alharacas para llamar la atención, simplemente, está.
Y es irónico
porque, ¿cómo le daría a la vida por unir a dos personas tan distintas como tú
y yo para que compartiéramos tanto? Compartimos familia, compartimos habitación
durante años y, si yo tenía miedo y tú me dejabas, compartíamos tu cama. Cuando
apagábamos la luz me compartías tus historias del colegio y después, las del
instituto. Yo escuchaba y me iba haciendo aliada de tus aliados y enemiga de
los que te ofendían. Eras mi referencia hasta que fui encontrando las mías
propias.
Somos creadoras de dos
mundos diferentes girando en un mismo espacio. Hemos aprendido a danzar en
nuestras órbitas sin colisionar, respetando cada una el universo de la otra.
Eres el cristal que me ofrece otras perspectivas, la ventana a lo que
desconozco. Tu mirada complementa la mía y no tengo más remedio que rendirme a
la evidencia de lo que veo a través de ti.
Desde mi propio
cristal te he visto crecer, te he visto luchar, te he visto reír y llorar… y
desde hace un tiempo te veo caminando a través de tus sueños, sintiendo que tu
vida se redondea, disfrutando de lo bonito que te tenía guardado. Yo me
complazco sentada en mi rincón, sintiéndote cada vez más fuerte y confiada, con
la valentía de ir apartando de tu lado lo que no te hace bien y quedándote sólo
con lo que florece.
Te quiero mucho, hermana. Gracias por ser mi espejo, gracias por tu ejemplo, tu afán de
superación, tu fuerza incansable, tu confianza al perseguir tus sueños, tu
sencillez, tus ganas de hacer felices a los demás, tu inocencia.
Me alegro
enormemente de que os encontrarais y que quisierais compartir vida. Os deseo todo el
amor del mundo, ese amor callado, silencioso, evidente, que no necesita de
alharacas para hacerse notar; pero al mismo tiempo os deseo la lucidez necesaria
para sentirlo y para maravillaros con ese universo frágil e insondable que podéis
descubrir, si os fijáis atentamente, tras la mirada de quien os toma de la mano
cada día.
FELIZ BODA, FELIZ VIDA.
Para mi hermana Ana.
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