Magdalena no
cree en el amor,
… tal y como se
lo contaron.
Magdalena hace
tiempo que sabe que el amor se siente de dentro hacia fuera y no al revés. Lo
practica a través del respeto hacia ella misma, hacia sus tiempos, sus ritmos,
sus inquietudes.
Si tengo que ser
algo más precisa, corregiría la frase primera y te diría que Magdalena no cree
en la pareja.
Menuda novedad.
Seguramente estés pensando que la tal Magdalena no va a descubrir la rueda.
Cualquiera al que no le vaya del todo bien con su pareja o que no termine de
encajar con otro, hace tiempo que habrá llegado a la misma conclusión. Tú, al
igual que Magdalena, ya te habrás dado cuenta que a veces nos embarcamos en
relaciones movidos por cualquier cosa que no sea la evidencia, sino la conveniencia.
O el miedo, o la comodidad, o la seguridad. Ella y tú sabéis que la pareja
puede ser ese tipo de cosas que no dan lo que prometen.
Magdalena intuye
que el fallo no está en la pareja en sí, sino en las falsas promesas. Deduce
que, movidos por las expectativas, caemos en convencionalismos. Como yo conozco
bien a Magdalena y sus tendencias políticas, me atrevo a afirmar que para ella
la pareja es un recurso más del capitalismo. Un objeto de consumo. Un debo tener. Así te lo digo.
Pero Magdalena no
es de piedra y sus ideas se desvanecen cuando, con la frecuencia de un cometa,
se topa de frente con…, ya sabes, esa fuerza magnética tan poderosa que le
acerca sin más alternativa hacia quien guarda el otro extremo del imán.
Hoy noto un poco
revuelta a Magdalena. Tiene una idea sin palabras a punto de eclosionar.
Mientras escribo se asoma por encima de mi hombro, observa la pantalla y menea
la cabeza diciéndome que no, que no es eso en lo que ella no cree. Me gustaría
que lo contara ahora, ya que tengo el ordenador encendido, pero me da que quiere
que le adivine el pensamiento.
Probaré de
nuevo: Magdalena no cree en el cómo,
en el modo. Eso es, el cómo. Después
de asumir que el amor parte de uno mismo y que es evidente que existe una
fuerza de atracción entre individuos, a Magdalena se le queda corto que la
única manera que haya inventado el hombre para responder a esa fuerza tan
poderosa se limite a un único modelo hombre-mujer. ¿Te parece bien esto,
Magdalena? No, por supuesto. Me corrige para que universalice lo anterior. Ella
quería decir a un único modelo
persona-persona, sean del sexo que sean.
Entonces,
Magdalena, ¿me hablas de poliamor? ¿Poligamia?
¿Y por qué darle
un nombre? (Ya le voy pillando). Tal vez aquello por lo que se revuelve sea el considerar
inexorable que cada vez que ese imán se manifieste, haya que involucrar a
alguien. A veces fantasea con que algo mucho más grande quiera comunicarse con
ella a través de esa fuerza y que los otros, los que aparentemente la provocan,
no sean más que simples intermediarios entre la fuerza y Magdalena.
Magdalena más
bien cree que la plena libertad consiste en ser honestos a la hora de expresar
esa fuerza, ese amor si lo llamamos por su nombre, y olvidarnos de
convencionalismos porque, si hay miles de millones de personas en el mundo,
todas creadoras, todas creativas, ¿por qué debe prevalecer un único modelo para
mostrarlo? ¿Y por qué entonces todos lo ansían? Ay Magdalena, que ya no me
parece tan disparatado que asocies pareja
y capitalismo…
Magdalena sí
cree en esa fuerza pero aún no tiene ni idea de cómo se manifiesta en ella. Por
eso todas las noches, duerma sola o acompañada, en camas ajenas o habitaciones
múltiples, se sienta en su terraza, mira al cielo estrellado y confía en, ese
día, haber hecho bien el amor.
Y aquí va una bonita tonada que acompaña al texto, un texto que sin pretenderse viene que ni pintado en la semana del World Pride.
El amor será libre o no será.
ResponderEliminarEl resto es pura semántica.
Saludos,
J.
José A. García dixit (y yo estoy de acuerdo).
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