Vete tú a saber por qué aparecimos
en la parte privilegiada del mundo, ésa que tiene el honor de cuestionarse su
propia existencia, la que ostenta la osadía de poder hablar de felicidad, de
prosperidad personal, de autocrecimiento, autonocimiento... A menos de una hora
de avión o quizá a pocos metros de nuestra casa se libran batallas para que
nosotros cada mañana miremos al horizonte con los ojos aguados y nos
preguntemos qué hacemos aquí.
No vengo a sembrar sentimientos de
culpa, intervine tan poco en la elección de mi destino como los que mueren
escapando del suyo en las aguas en las que me baño cada verano. Pero igualados
en inocencia, a nosotros, los ricos, nos toca hacernos responsables y
conscientes de nuestros privilegios, aunque sólo sea por contribuir un poco a la
justicia cósmica, si es que la hay.
Anhelar la felicidad es uno de esos
privilegios que personas como tú y yo, abastecidas, alimentadas cada día,
podemos permitirnos. Las luces o las sombras, estar tristes o alegres, es en
nuestro caso una elección y decantarte por lo luminoso, si así quieres hacerlo,
es cuestión de arte y de voluntad. Así de simple. Es cuestión de cada día, en
cada instante, agradecer lo obvio sólo por el hecho de que hay millones de
personas que no lo tienen. ¿Quieres ejemplos?
Sin salir de tu dormitorio, cada
mañana, agradece el techo que te ha protegido de la noche para guardarte el
sueño y el colchón viscoelástico sobre el que tendiste tus vértebras maltrechas.
Agradece que si alargas tu brazo alcanzarás a tocar la piel de alguien que ha
elegido estar a tu lado pase lo pase desde hace muchos años. Un ser humano, toda
una compleja y misteriosa creación que ha decidido voluntariamente caminar
contigo.
Incorpórate despacio y agradece que
puedes ver para contemplar el escenario cambiante que te ofrece tu ventana. Camina
unos pasos hacia el baño, abre el grifo y ¡AGUA! La sangre de la Tierra. El
motivo de futuras guerras que a nosotros nos llega sólo accionando un mando. Agradece
que nunca tienes sed, que puedes asearte tantas veces como quieras y lavar tu
ropa todos los días de tu vida.
Aún con sueño, acércate a la
despensa llena de alimento. Agradece las
manos que siembran las hortalizas que comes. Agradece que cuando se acaba, sólo
tienes que bajar hasta la tienda o arrancar el coche que por suerte tenéis
aparcado en el garaje para llevaros al supermercado. Agradece que puedes
caminar y circular en paz porque el país en el que vives no está en guerra. Agradécete
cómo gestionas tu dinero y cómo gracias a ello nunca, nunca te falta. Ni
tirándolo.
Agradece que respiras, que ves, que
oyes, que te puedes mover… porque hay gente que no puede hacerlo. Agradece que
sabes leer y que gracias a ello husmeas en vidas ajenas, en historias del
pasado, en viajes interminables.
Agradece tu posibilidad de dar vida,
que diste vida. Y agradece que la vida se manifestó como quiso, con sorpresas,
con situaciones inesperadas, algunas te gustan más y otras menos pero así es
ella, no como quisiéramos sino como es.
Y después de agradecer observa qué
ocurre con la retahíla de lamentos, con los disgustos que se parapetaron en tu
pecho; si los sigues escuchando es que aún no has agradecido lo suficiente.
Dime, si adquieres esta costumbre, si no vislumbras algo parecido a la alegría,
a una paz sin alharacas pero eterna.
Da gracias porque tienes el
privilegio de poder darlas. Da gracias y observa qué ocurre. Di gracias y que
pase lo que tenga que pasar.
(Y si por un casual esto no
funcionara, baila. Es insostenible la tristeza en un cuerpo danzante).
Qué suerte poder leerte. Otro motivo para estar agradecida.
ResponderEliminar¡¡¡Muchísimas gracias!!!
EliminarEstupendo Laura, Luisa
ResponderEliminar¡Gracias Luisa! ;)
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