Me pregunto qué ocurriría si me olvidara de
escribir sobre el hecho de que no escribo. No merece la pena hablar de ello. Es
como si hubiera escrito cada día. Como si no hubiera escrito hasta ahora. Me
sorprende que piense tanto en ello, pues en mi caso no escribir es lo más
parecido a escribir sobre todo aquello que conozco.
H.D. Thoreau a Blake en
Cartas a un buscador de
sí mismo
De vez en cuando
Silvia nos atemoriza a sus lectores con algún escrito en el que nos confiesa lo
difícil que le resulta encontrar algún tema de lo que escribir. Nadie lo diría:
su prosa fluye entre los resquicios de lo cotidiano con una facilidad lúbrica. El
mismo día Bubo hablaba de algo parecido.
Aunque suene
redundante, es así, cuando uno se pone a escribir necesita hablar sobre algo. Estamos acostumbrados a algos, a las cosas, a llenarnos de
emociones, a acumular experiencias, a almacenar anécdotas… Parece que sólo le
diéramos valor a la suma. En el caso del binomio escritura-lectura ocurre
igual: hace falta algo para que nazca
un escrito y qué poco nos atraería un escrito que no hablara de nada.
Precisamente me
hallaba yo estos días reflexionando sobre eso: ¿cómo hablar de la nada? O mejor dicho, ¿podría expresarse
la nada a través de la escritura? El
vacío me obsesiona de un tiempo a esta parte y ya es paradójico que la nada me provoque una emoción que
llena tanto.
¿De qué forma
expresar el vacío? Para qué especular si el Tao Te King habla de ello*:
Treinta radios convergen
En el centro de la rueda,
Pero es su vacío
El que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
Pero de su vacío
Depende el uso de la vasija.
Se abren puertas y ventanas
En los muros de una casa,
Y es el vacío
Lo que permite habitarla.
En el ser centramos nuestro interés,
Pero del no-ser depende la utilidad.
Haciendo caso
al sabio, para expresar la nada con la
escritura o con cualquier otro medio sólo podemos limitarnos a crear el
contexto que la permita.
¿Podría mi
escrito expresar la nada si cuento
dónde la encuentro? Probemos. Siento que el vacío está en la ausencia de
intervención, en el ahorro de estrategias; en un agradecido dejarse llevar; en
el no pretender nada para uno mismo –nada más y nada menos que lo que le corresponda
legítimamente-. La nada la imagino en
el agua que fluye sin descanso, inagotable. Sólo para físicos o químicos: en el
estado estacionario (me apetecería hablar de esto algún día aunque pierda un
alto porcentaje de lectores y el cariño de parte de mi familia, o toda). También
en el imperfecto silencio de las noches de verano. En el oscuro abismo de ese
mismo cielo. En el instante siguiente al paso de una estrella fugaz.
Siento que
manifiesto nada cuando me alío con el
silencio y camino sigilosa en mi propia casa, como si fuera a despertar a
alguien aunque sea de día; al adaptarme al hueco que exista y no empeñarme en abrir
a codazos para mí un espacio inexistente. Cuando me doy cuenta de mi propio cuerpo,
incluso si estoy hablando contigo. Cuando, desafiando el ansia por rellenar mi
tiempo, decido parar. Al imprimir deliberada parsimonia a cualquier actividad
que desarrollo. En los movimientos intencionadamente lentos, casi quietos,
incluidas las caricias.
La nada, tal y como yo la entiendo, es
permitir, no querer. No confundir con consentir.
La nada es rebelde, entonces. Anticapitalista,
también. La nada se opone al
discurrir del ego, que sólo quiere para sí. Se escapa de la sobrevalorada
persecución de los sueños, como dice mi amiga Mariana. La nada es orientarse hacia algo, pero no perseguirlo, sólo
esperarlo. Es deshacer lo que uno cree que es. Se acerca cuando nos atrevemos a
romper nuestra forma. Es potencial, es creatividad latente.
Pero por más que
trate de explicármela, sigo sin quedarme satisfecha, ¿ves?: pretender la nada crea un efecto llamada sobre el todo que no la sacia. Eso es lo que
significa: si lo quieres todo pon tu empeño en deshacerte de lo que tienes.
Coloca la intención en lo contrario de los deseos. Haz el vacío el la pajita
para beberte el zumo. Fabrica muros para ubicarte en el espacio que creas. Es
delirante.
Volviendo al
motivo de mis reflexiones, no es competencia del que escribe o del que crea
escribir sobre la nada, sino
provocarla y dejar después que todo ocurra. A un nivel práctico, actuar –escribir-
con aplastante sinceridad si quieres que llegue algo y si no llega nada, no es
el momento. No es buscar, es, como escuché hace poco, convertirse en canal.
Dejar que nos desborde lo que pugna por salir a través de nosotros ya seamos
escritores, cocineros, saltimbanquis, herreros, amos de nuestra casa…
Y de esta forma,
al crear vacíos, creamos y nos vaciamos. El vacío, paradójicamente, lo crea
para sí el que crea mientras crea. Y lo gestado en ese vacío, crea en el que
recibe lo creado.
Un delirio.
El secarral provoca agradecidos oasis y éstos, aguas que crean tramas |
Esta frase es de La Carretera, de Comac McCarthy: "Una persona que no tuviera a nadie haría bien en apañarse un fantasma más o menos pasable. Insuflarle vida y mimarlo con palabras de amor. Ofrecerle migas de fantasma y protegerlo con su propio cuerpo.
ResponderEliminarPor lo que a mi respecta mi única esperanza es la nada eterna y la deseo con toda mi alma."
Creo que es descorazonadora. La nada es la ausencia de todo. Y eso es mucho todo. Siempre hay algo. O al menos para mi... dudo que alguien conozca "la Nada".
Por cierto hay un relato de Stanislaw Lem, en relatos de robots, donde explica muy bien la nada.
Al final resultará que el verano nos deja tanto tiempo que hacemos cualquier cosa con tal de no aburrirnos.
Acabo de darme cuenta que en la otra entrada le conteste también con frases que no son mías.
Eliminar¡Que poco original soy!
No se apure, se dirige a alguien que lleva meses hablando por boca de Thoreau...
EliminarClaro, la Nada es imposible (o quizá, nada es imposible...) al menos en nuestro mundo de cosas, y según lo que entendamos como nada. He tratado de explicar lo que significa para mí pero me ha resultado imposible.
Discrepo en lo descorazonador de la frase, al menos en la segunda parte. No querer nada puede significar que renuncias a lo superfluo. O a todo, cuando te has dado cuenta que lo que hasta ahora querías, en realidad carece de valor. Soy más de regodearme en los abismos que en rellenar con apósitos (de un tiempo a esta parte).
Gracias por las aportaciones literarias!