Me llamas una y
otra vez a la quietud pero yo no me fío y mira: me pongo a volar buscando
satisfacciones efímeras. Apósitos que sólo tapan sin curar esta llaga infinita.
No me conforman
las maravillas que me regalas pero a veces, en medio de atisbos de lucidez
indecisa, sé que debería rendirme a tus pies.
Y dejarme quemar por
la luz del sol de invierno.
Consentir que el
viento me lleve donde quieras.
Calarme hasta
los huesos sin buscar refugio.
Pero no confío,
ésa es la verdad, por eso corro empeñándome en imponer mi
voluntad rebelde.
Tú me sigues
llamando, paciente... Y es justo cuando el desconsuelo se abre
paso que yo me abandono.
Entonces mis
oídos se vuelven sensibles a tus susurros.
Y dejar que el agua corra.... saludos desde el Duero
ResponderEliminarMás difícil de lo que parece, Angélica. Algunos diques los construimos sin darnos cuenta, ¿verdad? Abrazos!
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