jueves, 25 de febrero de 2016

La llamada

Me llamas una y otra vez a la quietud pero yo no me fío y mira: me pongo a volar buscando satisfacciones efímeras. Apósitos que sólo tapan sin curar esta llaga infinita.
No me conforman las maravillas que me regalas pero a veces, en medio de atisbos de lucidez indecisa, sé que debería rendirme a tus pies.
Y dejarme quemar por la luz del sol de invierno.
Consentir que el viento me lleve donde quieras.
Calarme hasta los huesos sin buscar refugio.
Pero no confío, ésa es la verdad, por eso corro empeñándome en imponer mi voluntad rebelde.
Tú me sigues llamando, paciente... Y es justo cuando el desconsuelo se abre paso que yo me abandono.
Entonces mis oídos se vuelven sensibles a tus susurros.




2 comentarios:

  1. Y dejar que el agua corra.... saludos desde el Duero

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    1. Más difícil de lo que parece, Angélica. Algunos diques los construimos sin darnos cuenta, ¿verdad? Abrazos!

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