En otra vida yo
andaba divagando sobre… ¿qué era? ¿Dimensiones? ¿Tiempo? Una temática, en
apariencia, muy poquito acorde con entrañables fechas navideñas.
Sólo por la
cuestión de justificarme, quizá no ando muy desencaminada pues, ¿no son acaso estas recientemente pasadas fechas, junto con la del cumpleaños de cada cual, aquellas en las que más interés le ponemos al tiempo y a su paso? ¿No es extraño que unos pocos días se
me antoje un abismo temporal desde que escribí la última entrada? ¿Por qué
carajo tenemos estas sensaciones? Ni idea, pero mucho me temo que la física y
las teorías basadas en nada que me precio a esparcir por aquí, tienen mucho que aportar
para que no se active en exceso el gen de la nostalgia.
Por si acabas de
llegar y no quieres leerte los dos post anteriores de esta miniserie, aquí van
las conclusiones de cada uno de ellos:
-
Finalmente, y negando la mayor de una forma muy
inoportuna, que el tiempo no existe (no es mío, es cosa de Punset)
Entonces ¿qué es
el tiempo? Me pregunto, entrando ya por fin en este post.
Inventándome la
definición, el tiempo podría ser ese contexto
en el cual ocurren situaciones que nuestra mente va ordenando de forma más o
menos lineal para darles un sentido.
El que ocurran
más o menos situaciones o el que nuestra mente se llene de pensamientos que nos
distraen de la situación que estemos viviendo, es lo que hace que tengamos una
percepción más rápida o más lenta de aquello que llamamos tiempo. Hay que aclarar, por tanto, que por un lado está ese tiempo o contexto y por
otro, la necesidad de medirlo de alguna manera.
Asistí en una
ocasión a unas charlas bien interesantes en las que nos hablaron de cómo se
empezó a medir el tiempo tal y como lo conocemos. Esto de fraccionar el tiempo
es un convenio que la mayoría de los humanos compartimos. Llamamos día a lo que tarda la tierra en dar una
vuelta sobre sí misma, que es un hecho real,
pero ¿quién se ha sacado lo de las veinticuatro horas? ¿Por qué no ocho
fracciones dentro del mismo día? ¿O siete? ¿O tres? Y en cuanto a los años, de
acuerdo con tomar como referencia una vuelta del planeta al sol pero ¿por qué
lo de dividirlos en doce partes? ¿Por qué no en las cuatro estaciones, por
ejemplo? Y eso contando que vivas en mi latitud, porque en el caribe o en Sebastopol
quizá habría que hacer otras divisiones diferentes según el tiempo atmosférico.
Para sincronizar
a tanto humano hubo, pues, que llegar a un acuerdo. Inventémonos
Colémonos en la hipotética mesa de negociación de los sabios de turno:
- Gente, esto es
un sindios. Así no hay forma de quedar. Podríamos empezar a fijarnos como
referencia en el momento en que el sol está en lo más alto, ¿qué os parece?
- No me parece
mal, señor, pero en la época de frío es más difícil encontrar ese punto y qué
decir de los días nublados
- ¿Encuentras
otra referencia mejor dadas nuestras actuales limitaciones tecnológicas?
- No.
- Pues hala,
vamos al punto siguiente.
Probablemente
fruto de esos convenios y de esas fracciones aleatorias, el ser humano comenzó
a observar el tiempo como algo que tiene una dirección: una sucesión de horas,
días, meses y años que se colocan uno detrás de otro dando sensación de
linealidad y que además tiene un principio y un final. Quizá fruto del
establecimiento de ese consenso el hombre empezó a juzgar su vida de acuerdo a
si obtenía más o menos posesiones materiales o inmateriales en un número
determinado de su recién estrenada escala de años. Quizá por someternos a un tiempo que tiene principio y final, comenzamos a quedarnos sin tiempo y a estresarnos por ello. Quizá por contar el tiempo y
enumerar las situaciones vividas, comenzamos a comparar y a aplicar a
nuestras vidas el término económico del valor…
¿Quién sabe? Sólo especulo.
Si nos aventuramos
a una alternativa a lo que tenemos, podemos encontramos actualmente ejemplos de
algunas tribus que no miden el tiempo. Si me dejo de datos objetivos y voy a
mis suposiciones podríamos, en lugar de contar las horas o lustros que vivimos,
observarnos como los seres cíclicos que somos: sometidos a los ciclos de la naturaleza, con una vivencia cíclica, que repiten actos como el comer, el dormir o el menstruar y que además, puede incluso que sus vidas estén plagadas de situaciones que se repiten ciclicamente con una frecuencia determinada... Entenderíamos así mismo que cada ser lleva un
ritmo exclusivo dentro de sus propios ciclos y que es muy personal el momento
en que cada uno está listo para encontrar un trabajo que le guste, o
enamorarse, o tener o no hijos… Volviendo al ejemplo inicial de las gotas del río, esto significa que las que están próximas al borde se mueven más
lentamente que las que van por el centro pero todas son necesarias para el
movimiento global de la Vida ,
perdón, de la corriente.
Muy bien todo
pero… esta perorata repartida en tres post, ¿para qué sirve? Buena pregunta que
me auto-formulo. A mí, en concreto me ha servido para entretenerme escribiendo
y entretejiendo conceptos salteados en mi cerebelo; para darme cuenta que corro
el riesgo de ser acusada de plagiar el programa de Punset, y sobre todo para
comprender que el transcurso de la vida no es más que una ilusión escondida
detrás del sinnúmero de situaciones, ordenadas cuidadosamente por la mente, que
nos corresponde vivir mientras tenemos cuerpo. Concluyo entonces que en la
vida, más importante que el ficticio tiempo medido de una forma tan aleatoria, lineal y perecedera,
son las situaciones que vivimos. Algunas de ellas, decididas, otras
sobrevenidas… qué más da. Todas ellas, vengan en el orden que vengan, nos darán
la cualidad de la experiencia y quién sabe si quizá un poquito de sabiduría.
Por un lado
va la evolución del cuerpo material (aquí, uno de ellos casi recién estrenado y
con poca experiencia vital). Por otro lado, las situaciones enfrentadas. Y por
último, la mente mezclándolo todo, interpretando y creando una historia.
Aunque parezca
tonto, esta divagación también me sirve para reconciarme con errores pasados, pues si lo que realmente importa son las situaciones vividas, comprendo que en
todos los casos se trató de hechos que decidí vivir de acuerdo a la
experiencia que en ese instante tenía. Una vez vividos me he sentido más
adulta. Para las situaciones venideras ocurre algo parecido: ante cualquier
decisión a tomar, cabe preguntarse: ¿qué
situación quiero vivir? Y casi siempre se puede elegir. Abrazar una experiencia
diferente puede ser arriesgado pero muy enriquecedor. Además las nuevas
situaciones tienen la cualidad de poder cambiar la percepción de nuestro
tiempo, acaso acelerándolo, creando un remolino para librarnos así de la
estanqueidad. Y recordando que, sea lo que sea lo que elijamos, estaremos
contribuyendo al movimiento global de la vida. Dicho así, parece que es
responsabilidad de todos que este río humano transcurra claro y limpio. Depende de nuestro albedrío.
Fin de
la serie (creo)
No sé si esta
canción de Izal es la que mejor cuadra aquí, pero me gusta.
Lo importante del tiempo y la vida es saber que hacer con el que disponemos.
ResponderEliminarBuen resumen... Pero sin estreses porque no hay tiempo, que es lo mismo que decir que disponemos de todo el tiempo del mundo. Bueno, que me lio otra vez.
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