Quizá fui un
poco osada el otro día al darle categoría de teoría a esa idea extraña que me
abordó por la calle: la de que las vidas son gotas que transcurren a través del
tiempo. Si me ciño al método científico, debería rebajar la tal idea en el
escalafón, colocarla en el peldaño de las hipótesis y mantenerla ahí hasta que supere
arduas pruebas de ensayo-error-verificación. Me gusta que todas mis explicaciones
vitales, ya vengan de semi-iluminaciones o no, pasen por dicho proceso. En lo
que a ideas se refiere, soy ecuánime y demócrata. No admito ni privilegios ni
puertas giratorias.
Mis procesos de
ensayo-error-verificación suceden, al igual que los de semi-iluminación, de
forma automática, espontánea y siempre durante la ejecución de actividades de
índole cotidiana e insustancial, como tender la ropa o ir al supermercado.
Así, durante la pela
de unas zanahorias para elaborar un puré, aún afectada por el proceso
semi-iluminatorio en cuestión, trataba de profundizar en el cómo, dónde y
porqué de ese transcurso de las gotas de vida. Mi mente jugueteaba con una imagen en la que me mostraba que el movimiento de
la vida a través del tiempo sucedía hacia arriba. ¿Hacia arriba? ¿Pero eso qué es? La
mente es que es un animal de costumbres y no se aviene fácilmente a cambiar sus
estructuras. Seguía ella obcecada con que el tiempo fuera algo parecido a una
dirección, un camino preestablecido con principio y fin con las mismas
características que el espacio. Y no,
le dije con benevolencia, eso no me vale:
hay que cambiar el paradigma, chica.
Una vez
rehogadas las verduras y puestas a hervir, me dediqué a buscar por las redes un
par de vídeos sobre dimensiones que hace unos años, sin entenderlos ni siquiera
en un uno por ciento, me sulibellaron. Uno de ellos es gracioso, todo lo que
puede serlo dada la temática. En él un sabio señor en dibujos animados habla
con un ser plano de la segunda dimensión. Con una ficha del parchís, vamos:
Para que no te
entretengas demasiado con audiovisuales, te voy a explicar a mi manera esto de
los seres de la segunda dimensión. Me siento legitimada puesto que convivo
todos los veranos con un sinfín de ellos. Sí, con seres que no entienden el
concepto de volumen: las hormigas de mi cocina. Un día, harta de su incómoda
presencia, me puse a perseguir su recorrido con el fin de encontrar el
hormiguero y aniquilarlas. Fue entonces cuando me llamó la atención algo nada
novedoso: en su caminar no distinguen una pared de un suelo, ni un suelo de un
techo. Para ellas, todo es susceptible de ser andado. Si de repente el suelo se
vuelve vertical, no hay problema y siguen caminando como si tal cosa. Si la
encimera deviene en peligroso precipicio, no pasa nada: hacen un requiebro
cuerpo-abajo y descienden por el mueble donde guardo los detergentes… Para mis
hormigas, el mundo es una enorme planicie por recorrer. Pero, ¿por qué no se
caen de las paredes ni del techo? Pues porque la naturaleza, en su infinita
bondad, las ha dotado de una compleja estructura en las patitas para que su
ilusión bidimensional permanezca intacta. Y es que hay que entenderlas porque,
para su pequeña conciencia, sería un shock si alguien les dijera que el mundo
no es como se lo imaginan, sino que también existen el volumen y espacio. Es
aún muy pronto, evolutivamente hablando, para decírselo.
Mis hormigas me
ayudan a entender un poco mejor el
tiempo, esa dimensión a través de la cual la vida se mueve. Es por eso que,
mientras apartaba del fuego el puchero y trituraba el guiso con la batidora, inferí
que, del mismo modo que la providencia ha otorgado a mi hormigas
bidimensionales de una estructura especial en sus extremidades para poder
moverse por su mundo plano, ¿no estaremos nosotros dotados de alguna herramienta
que nos sirva para caminar a través del tiempo? ¿Nuestra mente quizá? ¿No será
ella la que nos ayuda a ordenar nuestras vivencias para darle una dirección con
principio y fin a nuestra vida? Y por tanto, ¿no será nuestra percepción incompleta
e ilusoria? ¿Es que acaso aún no estamos preparados para asimilar que el mundo
en que vivimos no es como nosotros pensamos?
Complejo todo
esto. De momento, pensaba mientras degustaba el tibio puré, había llegado a la
conclusión de que nuestra mente es el vehículo que nos permite viajar a través del tiempo. No sé
muy bien qué significa todo esto, por no hablar de su aplicación en mis asuntos cotidianos. El caso es que ya había durado demasiado la divagación, así que fui a cerrar el Youtube donde había dejado otro
incomprensible video a medias y fue entonces cuando me percaté de que a la
derecha de la pantalla aparecía, fastidioso, un video antiguo del programa
Redes titulado “El tiempo no existe”.
Varapalo a mis reflexiones.
Menos mal que el puré había salido rico porque, lo que es la hipótesis, se acababa de caer de su incipiente carrera a través del método científico.
Menos mal que el puré había salido rico porque, lo que es la hipótesis, se acababa de caer de su incipiente carrera a través del método científico.
Por si fuera poco, Machado también rebate mi hipótesis. Maldita sea.
Continuará (la amenaza sigue vigente)
NOTA: Este escrito fue rematado durante el recuento de la noche electoral. Puede, pues, justificarse así la enajenación mental.
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