El otro día estuve
a puntito de iluminarme.
Caminaba por una
calle concurrida del centro, adornada con las luces prematuras de la navidad. Salía
de mi compromiso semanal con la lengua inglesa: una hora destinada a devanarme
los sesos de una forma diferente a la habitual. Quizá fue ese el motivo por el
cual mi cerebro se encontraba cardado como un antiguo colchón de lana.
De repente los
ojos se me quedaron fijos mirando a la nada y en mi campo visual la gente
entraba y salía creando en su conjunto un movimiento, en apariencia, caótico. La Gente …
Si el conjunto humano fuese un elemento
de la Tierra como
lo es el agua, ¿cómo se movería? ¿Cuál sería su transcurrir? Mi cerebro recién
aireado estaba receptivo a la sabiduría flotante que, estoy segura, se mezcla
con el aire que respiramos y, como un fogonazo tan fugaz como la millonésima
parte de un suspiro, la imagen de un río fluyendo creó esta analogía:
Estoy sentada en
la orilla de un río joven de aguas claras y frescas. En un momento dado me meto
dentro, pero no con mi cuerpo sino con mi mente, para poder así acceder al
torrente a un nivel en el que soy capaz de diferenciar sus gotas. Ante esta
imagen, mi parte química se rebela: ¡pero
qué ambigua división es ésta, alma de cántaro!, ¿Gotas? ¿No habrías de
distinguir moléculas? Ni siquiera en visualizaciones de millonésimas de
segundos mi mente analítica es capaz de asumir algo tan poco preciso como una
gota de agua. Pierdo parte del microtiempo del fogonazo lúcido en apaciguar a
esta porción mental y convencerla para que espere un poco más: lo de las gotas tiene su razón de ser, ya
verás, le digo. Tras este micro-lapso, me entrego a la observación, decía, del
sinnúmero de gotas que componen el río joven de mi visualización para darme
cuenta de que todas ellas se desplazan en la dimensión espacio: vienen de un
lugar y van hacia otro lugar. Pedazo de
conclusión, podrá pensar cualquiera, y con razón, si no fuera porque esta
simpleza me permitió comprender de una forma más profunda una cuestión como lo
es la de las interacciones humanas.
Aquí, el río Gungur, a ochomil kilómetros, mezclando gotas a discreción
Mi cuestión
inicial ¿Cuál es el transcurrir de la
componente humana del mundo?, se respondió a medias, de ahí que la
iluminación no fuese completa. Sólo llegué a esto: El transcurrir humano sucede en el tiempo. De la misma forma que el
río transcurre por el espacio que
son los campos y parajes, el transcurrir de la humanidad sucede en el tiempo.
Que no, que no
inventaremos hoy la rueda…
Pero si lo
pienso un poco, la obviedad me abre la mente y me relaja. Necesito una vez más
a mis gotas para seguir estableciendo el símil y así, tras haberles concedido
ánima y personalidad por gracia y obra de mi imaginación, las observo provistas
de carita y manos cuando conforman la corriente de agua. Imagina una de ellas:
en su transcurrir habrá situaciones en las que le toque estar al fondo; otras,
aireada en la superficie o sorteando piedras y obstáculos, pero siempre
moviéndose: siempre transcurriendo en el espacio. Pienso también en su contacto
con otras gotas: en los tramos de saltos y de mezcla, estoy segura que contactará
con multitud y habrá otras zonas de remanso en los que, favorecido el flujo
laminar, le toque compartir largos trayectos con prácticamente las mismas gotas
alrededor.
Qué fácil llevar
así la analogía al transcurrir temporal humano. Si comparo el Agua con la Vida y a mí con una gota, qué
fácil es darse cuenta que somos pequeñas gotas de vida transcurriendo en la
dimensión tiempo. Qué fácil se me hace ahora comprender por qué a veces me
tocan situaciones más profundas y oscuras y otras más luminosas y oxigenadas.
Qué sencillo es ahora entender que hay que sortear situaciones difíciles, las
piedras de mi camino…
En cuanto a las
interacciones humanas… ahora ya sí veo por qué hay gente que entra y sale de mi
vida o por qué algunos se quedan conmigo largos periodos de tiempo; por qué hay
encuentros efímeros; por qué con otros nos ayudamos a sortear complicados
obstáculos; por qué hay gotas con las que no volvemos a coincidir nunca más… Y
es que todas tenemos una misión: la de transcurrir y conformar este gran río
que es la Vida.
Y ahora también
observo en imágenes lo perjudicial que es el empeño en tratar de aferrarnos a
otras gotas y querer transcurrir con ellas en más situaciones de las que nos
corresponden: si, obcecadas, nos diésemos nuestras manitas acuáticas, crearíamos
tal atasco que el flujo de la vida se volvería un peligroso remolino a nuestro
alrededor. Es preciso, pues, soltarnos de las manos y, en definitiva, permitir
que la Vida siga
transcurriendo a través de nosotros en la dimensión tiempo.
…
Continuará (amenazo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta algo si te apetece: