Anisha
despierta sabiendo que hoy es un día especial. Es temprano y sus hijos,
compañeros de cama, duermen todavía. Pocos días buenos ha habido desde que el
terremoto se entrometiera en las grietas de su casa hasta derrumbarla. Ahí
comenzó el periplo que finalmente les llevó hasta la pequeña habitación que
ahora es su hogar. Toca la frente sudada de Rajiv y se le eriza la piel cuando
piensa en lo cerca que estuvo de perderlo. A su lado, el sueño plácido dirige
el movimiento de la respiración de Sunita. Suerte que la niña mantuvo el
contacto con la española. Quién les hubiera dicho que aquel encuentro casual,
-unos turistas que paran a beber agua en casa de los abuelos-, sería hoy su
gran esperanza... Pero no hay tiempo que
perder y Anisha abandona sus pensamientos. Es hora de levantar a los niños,
adecentar la habitación y transformar en sofá su cama triple.
Ha llegado
el día. Elena no termina de creerse que esté nuevamente en Nepal. Varios meses
y un temblor de tierra separan la primera aventura caminando por tierras del
Himalaya del sendero incierto que ahora transitan. Casi todo es diferente desde
la primera vez y debe acostumbrarse cada día a la confusión del idioma, a la
cultura y a los ojos con los que ahora la mira Pablo. Si no hubiera sido por el
temblor todo habría acabado en el aeropuerto a la vuelta del primer viaje; si
la tierra no hubiera temblado nadie les habría empujado a golpe de donación a
reparar las fisuras que se abrieron entre sus conocidos nepalíes. Pero la
tierra tembló fuerte, muy fuerte… Las primeras luces del amanecer se cuelan en
la habitación triple que comparten dejándole ver la silueta de Pablo dormido.
Elena suspira mirando la cama vacía que les separa. Ni siquiera un terremoto
provoca abismos semejantes.
El cuarto
ya está listo. Los niños siguen en la escuela, vendrán un poco después de que
lleguen los forasteros. Llueve. Anisha sale al huerto presurosa para recolectar
las verduras con las que hoy comerán todos, la dueña de la casa se lo permite a
cambio de que le ayude a mantenerlo. Si hoy todo sale como espera, pronto
tendrán una casa con huerto para ellos solos y quién sabe si su marido ya no
tendrá que trabajar tan lejos para poder pagar el colegio y el alquiler. Con
las verduras bajo el brazo vuelve rápido hasta la habitación. Se sacude el
agua, se arrodilla y alcanza la cacerola y el hornillo de debajo de la cama
para preparar el dhalbat.
No para de
llover. Un taxi desvencijado les lleva hasta la dirección que Sunita le envió. Pablo
va delante entendiéndose a duras penas con el conductor; Elena, atrás, mastica
su impotencia. El muestrario de realidades diversas que han ido encontrando
desde que aterrizaron sólo le ha dejado preguntas: en la tierra de la
necesidad, ¿quién es quien más lo necesita?, ¿cuál es la verdadera ayuda?
Después de visitar el campo de refugiados esa impotencia es un peso extra sobre
su mochila… Mientras la carrera de gotas apenas le deja intuir los arrozales
tras la ventana, se arrepiente de haber dado falsas esperanzas a la niña, pero
aquellos días ella también corría, compitiendo con su anhelo por volver a
llamar a la puerta del corazón de Pablo… No sabe qué pasará hoy en la visita
pero será crucial para decidir qué hacer con las donaciones.
Es de
noche y a Anisha le resulta imposible que Sunita se tranquilice. La niña está
excitadísima con los regalos que les ha traído Elena. -¿Nos vamos a comprar una
casa nueva, mamá?-. Ella suspira, -no lo sé, hija-. La española estaba mucho
más delgada y aunque vengan de mundos distintos, aunque le resultaran
incomprensibles los sonidos que emitían entre ellos, hay un lenguaje universal
con el que es fácil adivinar la duda, el disimulo, el desamor o la tristeza. Es
tarde y mañana los niños tienen que volver a la escuela. Anisha retira el
mantel con el que hoy han cubierto su cama. Es hora de dormir.
Apenas han
hablado desde que el taxi les dejó en la puerta del hostal. Elena repasa una y
otra vez la alegría en los ojos de Sunita cuando se encontraron, la mirada
reprobatoria de Pablo cuando le dio los collares; también los silencios de Anisha
mientras comían, y su propia angustia cuando discutían si dejarles al menos lo
necesario para comprar unos ladrillos. –Elena, esta familia tiene un techo
donde dormir y pueden permitirse llevar a los niños al colegio, nada que ver
con los refugiados o con la gente atrapada en las montañas-. Y era verdad pero
se pregunta sin consuelo quién es ella para repartir justicia y oportunidades.
Mientras se coloca el pijama se topa de nuevo con la cama que les sobra y no
acierta a adivinar por qué le ha tocado vivir en la cara amable del planeta.
Namasté: Tú estás en mí |
En Un Cuarto Propio nos propusieron escribir un relato que girara en torno a la cama. Busqué entre mis camas conocidas y enseguida me asaltó la de una familia nepalí a la que no pudimos (o decidimos) no ayudar. De ahí surge esta semi-ficción que va dedicada a ellos, aunque no lo lean nunca. Es mi manera de homenajearles tanto tiempo después.
Estupendo Laura, luisa Pomar
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