Siempre me causó
extrañeza el resultado de aquella foto que me hizo nuestro padre. Incluso ahora. Una
foto que es ejemplo de la diferencia que existe entre lo que se ve desde fuera
y lo que se vive desde dentro.
Debía ser otoño,
lo digo por mi vestido rojo de punto finito que tanto me gustaba. Y por tus
pantalones de pana tan de moda en los ochenta. También por la luz rosada,
típica de nuestros Octubres. Aunque puede que ese color sólo venga del
revelado de la vieja cámara de papa… Cuando se colocó delante de nosotros y nos
invitó a posar, los niños más guapos del mundo nos levantamos del
batiente donde estábamos sentados, supongo que jugando o chinchándonos. Tú, decidido, estiraste los brazos, apretaste los
puños y soltaste un rugido. Eras La Masa, lo de Hulk llegaría lustros más
tarde. Aquellos días La Masa y Diego el Pelusa eran los protagonistas
indiscutibles de tus dibujos.
A un lado, me
fijaba muy atenta en tu pose, pendiente como siempre de lo que hacías,
aprendiendo de tus pasos más experimentados que los míos. Sabías tantas cosas…
Pero yo también hacía mis progresos: cada día me salía mejor mi propio dibujo
de La Masa y la imitación de vuestros gestos, vuestra forma de hablar, de
correr o incluso de dirigiros a nuestros padres ya me iba pareciendo pan
comido. Por cierto, ¿dónde estaba Ana el día de esta foto? Es raro que no
apareciera porque siempre andábamos juntos los tres, compartiendo aquellas
tardes en las que podían transcurrir cien vidas antes de que se pusiera el sol.
Vaya pandilla... Os recuerdo siempre enfurruñados, provocándoos quizá para
conquistar el territorio que el otro había ganado. Yo observaba desde la segura
distancia que da la retaguardia, temerosa porque en cualquier momento se podía
producir una explosión, cuidadosa para no activar ninguna mina enterrada. Me
gustaban las treguas porque así aprovechaba para jugar con los dos. A veces con
uno, a veces con el otro. A veces canicas, a veces muñecas. A veces futbolista
o tenista, a veces peluquera o actriz… Lo mejor era cuando jugábamos los tres
al escondite por toda la casa, así nos convertíamos en cómplices ante el
verdadero enemigo, ellos, nuestros padres. Lo peor era cuando os poníais los
dos en mi contra, cuando vuestro enemigo era yo. ¿De qué os reíais aquel día
debajo de la mesa? No podía soportarlo, no lo entendía. Y ¿qué podía hacer sin
armas ni aliados? Imagino que correr a llorar bajo las faldas de nuestra madre
tras haber probado una vez más el gusto amargo del rechazo. Nadie se cree ya
que la infancia sea la época más feliz.
- Venga Laura,
que ahora te toca a ti- me dijo papa. Era mi turno para la foto. Podría haber
elegido una sonrisa, o apoyar la pierna doblada en la pared como también hacían
los mayores. Pero en esos pocos pasitos que me separaban del tiro de la cámara
decidí demostrarte lo grande que ya era. Así que, tal y como te había visto
hacer, estiré mis brazos, apreté los puños y solté un rugido terrible, muy, muy
feroz… ¿Ves? No era tan difícil. Tu respeto estaba asegurado.
Pero papa debió
haber enfocado mal, o quizá fue que la luz rosada de nuestros otoños aportaba
matices extraños a mi personaje porque en esa foto mis garras sólo eran unos
pequeños puños hacia arriba, mi cuerpo verde y musculoso iba cubierto con un
vestidito rojo y zapatos con hebilla, mi terrorífica mirada sólo era una
sonrisa inocente buscando aprobación… Y por ningún lado aparecía la brutalidad
de La Masa ni el ímpetu de esa niña de dos o tres años que quería sentirse una
igual ante su hermano mayor.
Este escrito es el resultado de un ejercicio propuesto por Un Cuarto Propio en su Laboratorio de Escritura. Sesión I: La memoria y la Experiencia. No me resisto a ir colgando mis experimentos por aquí.
#Mencantatoloquepones, jajaja...te tengo dejá del tó...esa SuperHeroa wena, wena; un abrazo grande, pero flojico, que me das un poco de miedo...no explote esa fuerza brutal!! jajaja. Nos vemos...
ResponderEliminarJajaja, ¡haces bien en cuidarte de mi superfuerza! Gracias, guaper.
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