Me resulta
difícil escribirte. No lo digo en sentido figurado ni como recurso literario, me
avalan todas las cartas que han muerto entre las hojas de viejos cuadernos y la
docena de borradores que he desechado ya de este texto. Y algo me dice que
escriba lo que escriba ninguna de las dos quedará satisfecha: que no tendrás de
mí las palabras que tú quieres y que no habré conseguido yo de mi maraña de
emociones extraer el te quiero
rotundo que busco y mereces.
Pero me he
empeñado. Llevo empeñándome meses con la intención de regalártelo por tu
cumpleaños, aunque muchas semanas hayan pasado ya de tu día y mis dedos no dejen
de avanzar dudosos sobre el teclado.
Y es que podría
escribirte una carta diferente cada vez. En todo este tiempo me he dado cuenta
que contigo tengo cien pareceres, cien sentimientos, cien narradoras dentro. A
veces el reproche te escribe un párrafo, otras soy la niña que espera que aún
le apartes del camino las ramas caídas; en ocasiones soy tu madre y te
reprendo; tu consejera y me atrevo a insinuarte soluciones y deberías. Mi amor por ti depende de mi
ánimo, de tu ánimo y de la última conversación; de tu prisa, de mi pausa, de nuestra
exigencia… qué volátil soy contigo. Como si aún me alimentara el cordón
umbilical que nos mantuvo unidas, sigo reaccionando en automático a tus
estímulos. Yo que en la intimidad alardeo de vista periférica, contigo no sé
qué es el amor porque el tuyo todo lo inunda. Amor que desborda… y boqueo a tu
lado tratando de no ahogarme en este océano que emanas para distinguir mi amor
por ti y sentirlo puro como tú lo sientes, pero no me sale. Me porto con tu
amor como una niña caprichosa hastiada de juguetes.
Tan sabia a
veces, tan ingenua otras, tan verdadera siempre. Eres la ecuación que no
resuelvo, fuente inagotable de enseñanzas. Cuento los años en los surcos de tu
cara, presencio tu vida como un transcurrir de eras, aprendo de ti lo que el
tiempo significa. ¿Recuerdas que te dije que este verano visité mis primeros
instantes de vida? No te lo conté todo. En el fundido en blanco de mi recuerdo,
no me preguntes por qué, ya sabía que eras tú quien me acunaba y reconocía en
tu voz el canal de amor que me alimentaría de por vida. Pero me desgarraba al
mismo tiempo la orden de alejamiento impresa en mis genes, el albor del
sentimiento que me une y me separa de ti. Mi empresa cada día es mantenerlo a
raya y poder alzar el vuelo sin soltarme del todo. Sin hacernos daño.
Como el artista
ante su obra, ladeo mi cabeza frente a nosotras tratando a averiguar qué clase
de madre e hija somos. Tú te empeñas en buscar la niña que fui y pataleas como niña
cuando no la encuentras; yo insisto en encontrar la madre confidente que
siempre me dé la razón; tú procuras ser fiel a tu ideal de madre, yo no dejo de
indagar en quién soy; vas señalizando el camino un metro justo delante de mis
pies, yo no hago otra cosa que asomarme a los senderos paralelos… - Qué
aburrido sería si fuéramos iguales-, te dije en broma. - O no-, me respondiste
justo antes de colgar.
Pero en el roce
de nuestro engranaje, sospecho que ya nos entendemos. Y que no hay unión más
poderosa que nuestra voluntad por reconocernos a cada instante. Por eso hace
tiempo que no nos pedimos tanto y que seguimos perfeccionando ese lenguaje tan
tuyo y mío con el que cada día nos decimos te quiero.
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