Fui a los bosques porque quería vivir
deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver
si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando
estuviera por morir descubriera que no había vivido. […] Vivir de manera tan
dura y espartana como para apartar todo lo que no fuera la vida, surcar una
divisoria y llevar la vida hasta un rincón y reducirla a sus elementos básicos
y, si resultaba mezquina, obtener entonces toda su genuina mezquindad y hacerla
pública al mundo.
Henry
David Thoreau, Walden
Cuando unos días
después leí este fragmento de Walden, le dí un beso al libro pues tocó la
médula de la causa invisible que me llevó de nuevo a retirarme, de una forma
muy modesta, a pocos kilómetros de donde vivo. Una causa que es prima hermana
de la tendencia a crear espacios vacíos que me persigue desde hace tiempo. Pero
yo no llegué a tanto como Thoreau y si me ciño a lo concreto, mi pretensión
esta semana santa era dedicarme al no
hacer o, mejor dicho, a no tener ninguna obligación. Ver qué ocurre conmigo
cuando llevo mi libertad a una expresión más radical que la experimentada a
diario.
Surgió todo de
sopetón. Un plan A, familiar, que se torció y un pensamiento: “Si me soy sincera, me iría al campo, sola,
sin hacer nada y para no hacer nada, como mucho leer, escribir, caminar…” A
continuación, la duda: “Anda, pues para
eso me quedo en mi casa”. Y luego la valentía: “¿Y por qué no al campo de verdad?” Y una llamada: “No, Laura, lo tengo todo ocupado, pero
espera que llame a un amigo que…”. Y otra llamada: “que dice mi amigo que sí, que si quieres tienes la casa para ti sola”.
Y entonces, el apuro: “Mujer, si él no
suele alquilarla me da cosica”. Y por fin, la coherencia: “¿Pero no es lo que buscabas? Pues vamos allá”.
Si quería no
hacer nada allí, en aquel pueblo de cien habitantes en temporada alta, antes
tenía que hacerlo todo, o casi todo, incluidas las comidas. Unas lentejas para
dos días, un bizcocho casero, un sofrito de champiñones y remolacha al que
añadiría un arroz que cocería, eso sí, en pleno retiro, una tarta de verduras… Y
también, preparar lo que podría llenar mi tiempo: la
esterilla de yoga y unos manuales por si me daba por ensayar unos talleres
pendientes; y si me apeteciera leer, Walden1, que siempre viene
conmigo cuando me da la vena ermitaña, Un Mundo Feliz, uno de Thich Nhat Han y mis inseparables libros chinos de los que tengo en mente explicar por aquí unas
cuantas cosas. Muchas letras para un lector al uso y sólo una semana santa, la
dosis normal si eres, como yo, una lectora picoteadora. También vino el ordenador a cumplir dos funciones básicas: la de máquina de escribir escritos
atascados y la de reproductor de música por si se me antojara bailar hasta
descoyuntarme o cantar mantras de una forma muy devota.
En efecto,
llevaba el maletero demasiado lleno para una intención de no hacer nada, pero
es que no sabía cómo iba a ser yo en aquel contexto. Además, y por supuesto, mantenía
muy presente la posibilidad de no tocar nada de lo acarreado y dedicarme a todo
lo no tenido en cuenta.
¿Pero, vas sola? ¿Estás bien Laura? Podríamos ir a verte, dar un paseo, tomar un
café… Parecidos a éstos me llegaron varios mensajes y, aparte de que no
fueron posibles las visitas, a todos respondí que sí, sí, todo bien, porque, ¿cómo trato de explicarte que aunque
viva sola yo también necesito estar sola? Y no es la soledad por la soledad: es
salir de mi estructura, del camino marcado por mis horarios fijos, por mis acostumbrados
ademanes, mis pensamientos recurrentes, mis coletillas al hablar… Quedarme pelada
y mondada. Sin guión ni argumento. Ser y conocer a lo más parecido a mi yo absoluto y alejarme de mi yo relativo. Una completa ilusión pues
siempre somos en relación a algo o a
alguien y en este caso sería yo manejándome
en relación a un pueblo pequeño; o yo
en relación a una casa vacía con partes de ella sin amueblar y sin rematar…
Pero ya te digo que esto lo pienso ahora, inspirada por las palabras de Thoreau.
Insisto en que yo lo que quería era irme a no hacer nada, ni siquiera el
esfuerzo por convivir con mi camada; responder sólo a mis impulsos primitivos:
comer cuando tuviera hambre, dormir cuando me entrara el sueño, despertarme,
esperaba, con la luz de la mañana y, eso sí, darme al lujo de uno de mis
máximos placeres: volver a la cama después de desayunar temprano. Eso sí lo tenía
planeado.
Sirva pues ésta
mi experiencia para descargar de responsabilidad a todo aquel o aquella que
comparta paredes contigo y a quien en los momentos críticos culpas de tus
ataduras y desdichas. Mi experiencia es el caso vivo de que lo que perseguimos
cuando fantaseamos con una isla desierta es romper nuestra habitual forma, ésa
que, intuyo, hace que perdamos la brújula que nos lleva hasta nuestra esencia
verdadera.
Dos semanas mas
tarde, pues aparte de lectora picoteadora soy escritora pausada, aun paladeo
con regocijo las consecuencias sin nombre del hecho; las de los recuerdos de un paisaje
sencillo reventando de verde; las de la sensación del cansancio en mis piernas tras
largas caminatas sin brújula ni reloj; las del entrenamiento en la libertad basado
en la obediencia al primer impulso en cada pequeña decisión; las del avance de los
trámites de divorcio entre mis pensamientos y yo después de haber escuchado en
estéreo su absurdo ruido en un escenario tan mudo.
La dictadura de
mis biorritmos fue desarrollándose de tal manera que cualquier actividad
pensada de antemano terminó por parecerme una falta de respeto hacia mí, por
eso, al no sentir allí la escritura como una necesidad, decidí que nada
escribiría. La verdad de la naturaleza fue tan contagiosa que cualquier palabra
usada para describirla sólo serviría para mancillarla, así que tampoco
relataría nada en mis textos y la experiencia quedaría sólo para mí.
Pero ocurrió que
en mi último paseo, cuando fui a despedirme de los campos de cereal tierno y en
la casa ya me aguardaba el equipaje empaquetado, sentí que me acompañabas y la
tranquila alegría de los días anteriores se transformó en euforia cuando me imaginé mostrándote los lugares que había descubierto: la subida a la pequeña loma
desde la que se dominaban todas las encinas, el vuelo tan cercano de un sinfín
de cigüeñas, el bosque de alcornoques y romero, el mesto…
Por eso me he
animado a contarte algo de lo que allí viví. La alegría, ya se sabe, es más
intensa cuando se comparte. En cualquier caso no será mucho pues la nada es tan humilde que no requiere
protagonismo alguno, quizá un par de escritos más, no sé. Pero además es que
quería aprovechar para confesarte lo que descubrí de mí ya que, aunque como te
digo, no estaba entre mis planes el encontrarme a mi misma, cuando uno no busca
es cuando encuentra. No es que me sienta orgullosa pero allí observé atónita, desde
la distancia que otorga la sorpresa y en el transcurso de ese último paseo,
cómo el éxtasis se iba traduciendo a palabras malsonantes, tacos y expresiones
toscas cuando atravesaba mis cuerdas vocales. Así, entre los campos verdes,
miré a los ojos de la belleza con expresiones tales como “ost*a p*ta, pero qué
cosa más bonita” o “la m*dre que me p*rió, qué precioso es esto”. Incluso,
acaso bajo la influencia de los santos días que transcurrieron, osé dirigirme a
lo eterno en términos como: “J*der, Dios mío, cómo puedo agradecer yo todo
esto” y otras que no me atrevo ni a camuflar…
Es ésta, pues,
la verdadera y última razón de mi carta abierta, amiga, amigo, familiar, ser
querido en general. Ni entre tantas horas de yoga y meditación, ni entre los renglones
de tanta mística lectura pude nunca descubrir como aquí que quien soy
verdaderamente es una choni adolescente. Estoy aprendiendo a vivir con ello
pero aquí y así quería advertírtelo. Dejo pues en tus manos, y con razón, si quieres
que sigamos compartiendo nuestros caminos.
NOTA IMPORTANTE:
Aunque he dicho que seguiría contando en un par de posts cómo me fue por el
pueblo, no sé si intercalaré escritos diferentes o ni siquiera si llegaré a
escribirlos. Todo va a depender, concretamente, de lo que me salga del pot*rr*2.
1
Llevaba más de un año tonteando con Walden y más tiempo aún desde que lo compré. Lo volví a empezar en semana santa, al lado de la chimenea, pensado por lo
bajini lo pedante que me parecía Thoreau. A día de hoy me tiene enamorada.
2 Iba
incluso a escribir c*ñ*, pero dos semanas de pulido parece que van apaciguando
a la choni que llevo dentro. Disculpa la insolencia y la malsonancia.
Por supuesto q quiero seguir compartiendo nuestros caminos...me ha encantado el post..c*ñ* (ups) jejejeje.
ResponderEliminarMenos mal, j*der. Es que me había ac*jonao.
EliminarRequetemuas
Por fín hemos averiguado el lazo invisible pero elástico y ultrarresistente q nos une:tú eres una choni adolescente y yo d las 600...estaba escrito en las estrellas!Chicas de barrio forever!!
ResponderEliminarYa lo vaticinó aquel señoritingo en Málaga. Todo un visionario y nosotras sin creerle...
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