viernes, 29 de abril de 2016

Semana Santa 2016 (Parte II). Una compañía indeseable.

La vida va demasiado deprisa
para mi ritmo de escritura
L.S.

Si a mi me dicen que alguien se va a una casita tranquilamente a pasar unos días a un entorno idílico acompañado por sus libros y por las ganas justas de darle a las teclas del ordenador, lanzaría un suspiro anhelante diciendo para mis adentros ¡me lo pido! Y me pondría a soñar con una escena en la que el ser en cuestión yacería en un sofá con manta de cuadros encima, iluminado a medias por el resplandor de la chimenea y por la luz bajita de una lámpara de mesa, leyendo muy concentrado mientras el canto de los grillos compitiera afuera con el crepitar del fuego adentro…
Cuando el transcurrir de los acontecimientos conducía de forma inexorable hacia la materialización de esa imagen conmigo en el papel protagonista, me veía así, en posición horizontal sobre un sofá ajeno, degustando libro, café calentito y calor de lumbre, sin más incomodidad que la que me provocaran de vez en cuando mis esfínteres… Pero lo que no preví fue que esa escena sólo se habría dado en el caso hipotético de estar sola de verdad y es que, optimista de mí, por un momento olvidé que no soy una sino habitáculo de entidades de personalidad libre y máxima inoportunidad a las que les encanta complicar la belleza de lo simple. He aquí la narración de los hechos que me llevaron a descubrir al indeseable polizón que quiso perturbar mis santos días.
Todo comenzó en ese momento, ya con el maletero cargado, en el que hice una parada técnica en el centro comercial justo antes de enfilar la carretera. Enganché un par de paquetes de pan, una caja de leche y vuelta al coche. Al sentarme frente al volante algo no encajaba, me sentía incómoda. Sin ser yo la princesa del guisante, noté que algo pasaba bajo mis nalgas, ¿se habría desajustado el asiento? ¿Qué extraña perturbación, escurridiza a mis ojos, se había materializado en el otrora mullido relleno? ¿Acaso tratábase de un kleenex tamaño foulard olvidado en los bolsillos del pantalón? Una escueta palpación de mi culo fue suficiente para echar al traste esta hipótesis con lo que archivé momentáneamente el caso y arranqué el coche.
A los pocos minutos el paisaje tornaba casi sin transiciones a un verde brillante. Mi corazón hizo inocentes amagos de regocijarse pero algo contundente e invisible se lo impedía. Continué con la estrategia de hacer caso semi-omiso a este otro raro acontecer pero, al mismo tiempo, en mi cabeza comenzaban a resonar ecos de un disco muy antiguo, de ritmo pegadizo y letra cambiante según fase vital. El hit actual sonaba tal que así:
Vamos que irte sola en semana santa… Todo el mundo deseando juntarse con los suyos, ¿y tú? Si al menos estuvieras haciendo algo más acorde a tu edad…criando hijos, por ejemplo.
Maldita sea, no puede ser. Subí la radio, que ya empezaba a dar visos de pérdida de señal, y traté de engañarme a mi misma desviando la atención hacia pequeños regalos para la vista que me iba ofreciendo el paisaje, como la composición de ocres de aquellas rocas en la ladera del bajo monte, o esa otra planicie que siempre me sobrecoge y me transporta a muchos, muchos kilómetros de aquí, o de repente, ese río de caudal inaudito para lo que llueve por esta tierra, o las encinas esparcidas a muy pocos metros de donde ya me tocaba aparcar.
Mi benefactora y su marido se acercaron sonrientes cuando me vieron salir del coche. Yo tardé en reconocerlos, aturdida como iba por las curvas y el regomello que ya llevaba encima. Me dieron las llaves, las últimas indicaciones y se despidieron, pues ellos tampoco se quedarían en el pueblo. Es decir que iba a estar sola, sola. O eso creía yo…
Mientras me instalaba e intercambiaba mensajes de visita finalmente frustrada con mis amigas, el zumbido interno continuaba, ahora ya con evidente persistencia: Cuando termines, ¿qué vas a hacer? Deberías salir a dar un paseo un rato. No te irás a quedar aquí dentro con el día que hace…
Claro, es verdad, tenía que salir sin demora. Mira qué tarde tan buena. Comí las lentejas casi sin darme cuenta, movida por la prisa del tamborileo mental y salí presto a satisfacer sus órdenes esperando que la naturaleza ayudara a que el vacío fuera encontrando hueco en mí. Contraída y contrariada por el inesperado runrún, fue el miedo el que finalmente encontró la vía libre: ¿y si me sale un perrazo de la nada y me devora? ¿Y si me pica algún bicho venenoso y me quedo aquí tirada en el camino? No me he traído el DNI, ¿cómo van a identificarme (y cuándo) los lugareños? ¿Se habrá desintegrado mucho mi cuerpo hasta que mi familia pueda venir al levantamiento del cadáver? Al menos terminaré mis días en un lugar bonito…
Pero la principal fuente de parloteo seguía inasequible al desaliento. ¿Hasta cuándo piensas estar andando? ¿No deberías ya estar de vuelta para ponerte a hacer un poco de yoga?
Se jodió el paseo...
Se jodió el paseo...

Uy sí, el yoga… Lo que podría haber sido un paseo placentero con margaritas, vacas y encinas por doquier, se transformó en un ansia por llegar a la casa. A ver si con el yoga encontraba la calma… Y me puse a ello. Y cuando más concentración necesitaba, el ente volvió con una nueva consigna: En lugar de esta serie deberías haber hecho una buena meditación, ahora que tienes tiempo…Y cuando me disponía a meditar… Además de la serie, ¿también vas a meditar? ¿No va a ser mucho tiempo ya? Deberías cenar, ¿no tienes hambre?
Parece fácil darse cuenta que uno está poseído por algo, pero no lo es. Además, la criatura ya había mermado mis energías lo suficiente como para ni siquiera sospechar de su compañía. Sólo me quedaba combustible para seguir obedeciendo los mandatos de mi verdugo: Deberías escribir un poco, que tienes muchos escritos retrasados. Deberías tener ya tu propia familia. Deberías acostarte, es muy tarde. Mañana deberías salir temprano a ver el mesto
Qué pesadilla, yo no había venido a esto. Qué lejos estaba la nada que yo buscaba. ¿Por qué teniéndolo todo a mi favor, no me sentía libre? ¿A qué se debía esa ansia inesperada por llenar todos los huecos? Harta, decidí aplicarme la medicina que últimamente utilizo cuando el mal mental tiende inexorablemente a lo terminal o a lo mortal: el bailoteo loco. Y cual yonqui, busqué entre mis carpetas la canción necesaria, la que se cuela por mis huesos sin permiso, la que me contorsiona sin importarle coordinación o estética motora, la que, eones atrás, escuché por primera vez de la mano de Priscila, reina del desierto:

Mucho más tranquila tras el frenesí, tocaba, por fín, ración de lectura. Retomaría Walden. Me cercioré de que el decorado estuviera a punto: la chimenea encendida y con suficientes troncos como para aguantar un buen rato, el sofá enfrente en perfecto ángulo, la mantita suave a mis pies, la cena en el estómago, la cocina recogida… Sólo faltaba la salida a escena de la protagonista, yo, para que empezara a proyectarse la película que había planeado semanas antes. Me tumbé, me tapé, abrí Walden y sin haber acabado la primera página…
- Deberías estar leyendo los libros chinos, mira qué buen momento
- Pero…
- …O a Thich Nhat Hanh, a ver si te enseña cosas de la nada
- No puede ser…
- O Un Mundo Feliz, anda que no te quedan clásicos por leer
- ¿Cómo no me había percatado antes?...
- Porque el Thoreau este te va a volver más ermitaña y lo que tú deberías hacer es ponerte a criar hijos ya mism…
- ¡DEBERÍA!, ¿QUÉ ESTÁS HACIENDO AQUÍ? ¡HAZ EL FAVOR DE SUBIR AL CONSCIENTE AHORA MISMO, QUE VAMOS A TENER UNA BUENA CONVERSACIÓN TÚ Y YO!
- ¡Ups!

lunes, 11 de abril de 2016

Semana Santa 2016 (Parte I). Carta abierta a cualquiera de mis seres queridos

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido. […] Vivir de manera tan dura y espartana como para apartar todo lo que no fuera la vida, surcar una divisoria y llevar la vida hasta un rincón y reducirla a sus elementos básicos y, si resultaba mezquina, obtener entonces toda su genuina mezquindad y hacerla pública al mundo.
Henry David Thoreau, Walden


Cuando unos días después leí este fragmento de Walden, le dí un beso al libro pues tocó la médula de la causa invisible que me llevó de nuevo a retirarme, de una forma muy modesta, a pocos kilómetros de donde vivo. Una causa que es prima hermana de la tendencia a crear espacios vacíos que me persigue desde hace tiempo. Pero yo no llegué a tanto como Thoreau y si me ciño a lo concreto, mi pretensión esta semana santa era dedicarme al no hacer o, mejor dicho, a no tener ninguna obligación. Ver qué ocurre conmigo cuando llevo mi libertad a una expresión más radical que la experimentada a diario.
Surgió todo de sopetón. Un plan A, familiar, que se torció y un pensamiento: “Si me soy sincera, me iría al campo, sola, sin hacer nada y para no hacer nada, como mucho leer, escribir, caminar…” A continuación, la duda: “Anda, pues para eso me quedo en mi casa”. Y luego la valentía: “¿Y por qué no al campo de verdad?” Y una llamada: “No, Laura, lo tengo todo ocupado, pero espera que llame a un amigo que…”. Y otra llamada: “que dice mi amigo que sí, que si quieres tienes la casa para ti sola”. Y entonces, el apuro: “Mujer, si él no suele alquilarla me da cosica”. Y por fin, la coherencia: “¿Pero no es lo que buscabas? Pues vamos allá”.
Si quería no hacer nada allí, en aquel pueblo de cien habitantes en temporada alta, antes tenía que hacerlo todo, o casi todo, incluidas las comidas. Unas lentejas para dos días, un bizcocho casero, un sofrito de champiñones y remolacha al que añadiría un arroz que cocería, eso sí, en pleno retiro, una tarta de verduras… Y también, preparar lo que podría llenar mi tiempo: la esterilla de yoga y unos manuales por si me daba por ensayar unos talleres pendientes; y si me apeteciera leer, Walden1, que siempre viene conmigo cuando me da la vena ermitaña, Un Mundo Feliz, uno de Thich Nhat Han y mis inseparables libros chinos de los que tengo en mente explicar por aquí unas cuantas cosas. Muchas letras para un lector al uso y sólo una semana santa, la dosis normal si eres, como yo, una lectora picoteadora. También vino el ordenador a cumplir dos funciones básicas: la de máquina de escribir escritos atascados y la de reproductor de música por si se me antojara bailar hasta descoyuntarme o cantar mantras de una forma muy devota.
En efecto, llevaba el maletero demasiado lleno para una intención de no hacer nada, pero es que no sabía cómo iba a ser yo en aquel contexto. Además, y por supuesto, mantenía muy presente la posibilidad de no tocar nada de lo acarreado y dedicarme a todo lo no tenido en cuenta.
¿Pero, vas sola? ¿Estás bien Laura? Podríamos ir a verte, dar un paseo, tomar un café… Parecidos a éstos me llegaron varios mensajes y, aparte de que no fueron posibles las visitas, a todos respondí que sí, sí, todo bien, porque, ¿cómo trato de explicarte que aunque viva sola yo también necesito estar sola? Y no es la soledad por la soledad: es salir de mi estructura, del camino marcado por mis horarios fijos, por mis acostumbrados ademanes, mis pensamientos recurrentes, mis coletillas al hablar… Quedarme pelada y mondada. Sin guión ni argumento. Ser y conocer a lo más parecido a mi yo absoluto y alejarme de mi yo relativo. Una completa ilusión pues siempre somos en relación a algo o a alguien y en este caso sería yo manejándome en relación a un pueblo pequeño; o yo en relación a una casa vacía con partes de ella sin amueblar y sin rematar… Pero ya te digo que esto lo pienso ahora, inspirada por las palabras de Thoreau. Insisto en que yo lo que quería era irme a no hacer nada, ni siquiera el esfuerzo por convivir con mi camada; responder sólo a mis impulsos primitivos: comer cuando tuviera hambre, dormir cuando me entrara el sueño, despertarme, esperaba, con la luz de la mañana y, eso sí, darme al lujo de uno de mis máximos placeres: volver a la cama después de desayunar temprano. Eso sí lo tenía planeado.
Sirva pues ésta mi experiencia para descargar de responsabilidad a todo aquel o aquella que comparta paredes contigo y a quien en los momentos críticos culpas de tus ataduras y desdichas. Mi experiencia es el caso vivo de que lo que perseguimos cuando fantaseamos con una isla desierta es romper nuestra habitual forma, ésa que, intuyo, hace que perdamos la brújula que nos lleva hasta nuestra esencia verdadera.
Dos semanas mas tarde, pues aparte de lectora picoteadora soy escritora pausada, aun paladeo con regocijo las consecuencias sin nombre del hecho; las de los recuerdos de un paisaje sencillo reventando de verde; las de la sensación del cansancio en mis piernas tras largas caminatas sin brújula ni reloj; las del entrenamiento en la libertad basado en la obediencia al primer impulso en cada pequeña decisión; las del avance de los trámites de divorcio entre mis pensamientos y yo después de haber escuchado en estéreo su absurdo ruido en un escenario tan mudo.
La dictadura de mis biorritmos fue desarrollándose de tal manera que cualquier actividad pensada de antemano terminó por parecerme una falta de respeto hacia mí, por eso, al no sentir allí la escritura como una necesidad, decidí que nada escribiría. La verdad de la naturaleza fue tan contagiosa que cualquier palabra usada para describirla sólo serviría para mancillarla, así que tampoco relataría nada en mis textos y la experiencia quedaría sólo para mí.
Pero ocurrió que en mi último paseo, cuando fui a despedirme de los campos de cereal tierno y en la casa ya me aguardaba el equipaje empaquetado, sentí que me acompañabas y la tranquila alegría de los días anteriores se transformó en euforia cuando me imaginé mostrándote los lugares que había descubierto: la subida a la pequeña loma desde la que se dominaban todas las encinas, el vuelo tan cercano de un sinfín de cigüeñas, el bosque de alcornoques y romero, el mesto…
Por eso me he animado a contarte algo de lo que allí viví. La alegría, ya se sabe, es más intensa cuando se comparte. En cualquier caso no será mucho pues la nada es tan humilde que no requiere protagonismo alguno, quizá un par de escritos más, no sé. Pero además es que quería aprovechar para confesarte lo que descubrí de mí ya que, aunque como te digo, no estaba entre mis planes el encontrarme a mi misma, cuando uno no busca es cuando encuentra. No es que me sienta orgullosa pero allí observé atónita, desde la distancia que otorga la sorpresa y en el transcurso de ese último paseo, cómo el éxtasis se iba traduciendo a palabras malsonantes, tacos y expresiones toscas cuando atravesaba mis cuerdas vocales. Así, entre los campos verdes, miré a los ojos de la belleza con expresiones tales como “ost*a p*ta, pero qué cosa más bonita” o “la m*dre que me p*rió, qué precioso es esto”. Incluso, acaso bajo la influencia de los santos días que transcurrieron, osé dirigirme a lo eterno en términos como: “J*der, Dios mío, cómo puedo agradecer yo todo esto” y otras que no me atrevo ni a camuflar…
Es ésta, pues, la verdadera y última razón de mi carta abierta, amiga, amigo, familiar, ser querido en general. Ni entre tantas horas de yoga y meditación, ni entre los renglones de tanta mística lectura pude nunca descubrir como aquí que quien soy verdaderamente es una choni adolescente. Estoy aprendiendo a vivir con ello pero aquí y así quería advertírtelo. Dejo pues en tus manos, y con razón, si quieres que sigamos compartiendo nuestros caminos.


NOTA IMPORTANTE: Aunque he dicho que seguiría contando en un par de posts cómo me fue por el pueblo, no sé si intercalaré escritos diferentes o ni siquiera si llegaré a escribirlos. Todo va a depender, concretamente, de lo que me salga del pot*rr*2.

1 Llevaba más de un año tonteando con Walden y más tiempo aún desde que lo compré. Lo volví a empezar en semana santa, al lado de la chimenea, pensado por lo bajini lo pedante que me parecía Thoreau. A día de hoy me tiene enamorada.
2 Iba incluso a escribir c*ñ*, pero dos semanas de pulido parece que van apaciguando a la choni que llevo dentro. Disculpa la insolencia y la malsonancia.