Desde hace dos inviernos Aldo, Cuentacuentos
cubano adoptado en Ciudad Real, reparte su tiempo entre España y Sudamérica.
Con mucha gracia nos dice que la culpa de que se vaya la tenemos nosotros, que permitimos
que Cospedal saliera presidenta. Y es que Aldo es “Marxista Pop”.
Hace poco, en su nueva despedida, recordó la
primera vez que decidió volver a su tierra por tan largo tiempo. A mi no me lo
tiene que recordar pues tengo bien
presente lo que ocurrió aquella noche. Desde entonces le tengo prometido un
relato que se ha ido cociendo a fuego lento. Tan lento como los deliciosos pucheros
que nos prepara para cenar después de sus actuaciones.
Aldo, hoy por fín emplato mi cuento. Al
final verás por qué.
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La primera vez
que Aldo volvió a Sudamérica yo pensé que sería definitivo por eso convencí a
unos amigos para que no se perdieran sus últimos cuentos en Ciudad Real.
Recuerdo que el Pachamama estaba especialmente lleno y
él especialmente emocionado, con ganas de estar con todos y todos con ganas de abrazarle
y desearle buena suerte.
Como siempre en
sus sesiones nos trajo la magia de sus relatos y esos monólogos entre cuento y
cuento que, con su gracia cubana, consiguen que muchos acabemos llorando de la
risa: que si mira este cuerpo cuando
habla de sí mismo, que si se liga más o menos en España o en Sudamérica, que si
la peineta de Cospedal…
Me gusta cómo
consigue que contengamos el aliento cuando se acerca el desenlace de sus
historias: en ese momento Aldo se sienta en el taburete que le acompaña en el
escenario, baja un poco el volumen de su voz, abre mucho los ojos y con la
frase final… se palmea resolutivo las piernas para que los que estamos absortos
viajando por los paisajes que dibuja sepamos cuándo tenemos que aplaudir.
Aunque lo sigo desde
que estaba en la universidad siempre encuentro alguna sorpresa en sus
actuaciones. A veces se pone a cantar o alguien canta con él; otras, nos reta a
que escribamos palabras al azar en papelitos que después le sirven para
hilvanar un cuento improvisado… Aquella noche que creí que sería la última, nos
sorprendió con un juego.
En el descanso, mientras
estirábamos las piernas o nos acercábamos a la barra a pedir algo él se fue
colando entre los grupos repartiendo globos. - ¿Para qué son, Aldo?–, -Luego os
lo digo-. Nos encogimos de hombros aceptando la incógnita y mantuvimos nuestros
globos entre los dedos compartiendo espacio con la cerveza. A mi me tocó uno
naranja, mi color favorito de niña.
A la vuelta del
descanso, más cuentos, más risas, más complicidades con sus amigos del público
y al final: -¿Tenéis todos un globooo?- gritó, y todos nos apresuramos a
rebuscar entre los bolsillos o en nuestros asientos mientras respondíamos
–Siiiiii-. – Bueno, seguía gritando, pues vais a soplar muy fuerte para
inflarlos con vuestros sueños-.
Esos adultos que
llenábamos la sala sonreímos con la ocurrencia. De sobra sabemos que los globos
se inflan con aire pero aquella noche nos volvimos niños por un tiempo y
dejamos que la magia no fuera sólo cosa de los cuentos así que, obedientes, hicimos
caso a las indicaciones.
Yo me llevé la
boquilla de mi globo naranja a los labios y estiré del otro extremo para que
así fuera más fácil que mi sueño entrara. No se lo he dicho a nadie pero tengo
un sueño desde hace mucho tiempo por eso confieso que me puse un poco nerviosa;
menos mal que la sala estaba algo oscura y que todo el mundo andaba ocupado con
su propio sueño, así podía ocultar más fácilmente el rubor que ya estaba
notando en las mejillas. Por fin vería mi sueño materializado y podría olerlo y
tocarlo aunque fuera bajo esa insólita apariencia ovalada y naranja.
Decidida, tomé
aliento profundamente, cerré los ojos y soplé fuerte, muy fuerte. Cuando ya no
pude soplar más y los abrí no me podía creer que mi sueño, que es tan
insistente, que siempre le gusta ser el centro de atención, que me asalta
mientras cocino, justo antes de que me venza el sueño, en el trabajo en medio
de alguna que otra reunión… fuera aquel pequeño globito que se acomodaba
perfectamente en el hueco de mis manos. No sabía yo que en realidad fuese tan
tímido y frágil.
La siguiente
consigna de Aldo me sacó de mis pensamientos: - Ahora, si ya tenéis los globos
inflados, ¡echad vuestros sueños a volar!- Y de nuevo esos hombres y mujeres, ya
definitivamente rendidos a la magia, decidieron palmear sueños en vez de globos.
Yo lancé lejos el mío y en seguida lo vi perderse en medio de una nube de
colores que todos alentábamos haciendo rebotar una y otra vez los sueños
propios y ajenos.
Al cabo de un
rato de nuevo Aldo nos devolvió al presente, - Ahora vais a coger un globo
cuando yo cuente hasta tres. El que agarréis, tenéis que explotarlo para que
todos los sueños se liberen y se hagan realidad: uno, dos… y ¡TRES!- En seguida
me apoderé de un globo rosa que estaba sobrevolando mi cabeza, lo coloqué en el
asiento y me dispuse a explotarlo con el peso de… todo mi cuerpo. No fue fácil:
mientras una traca in crescente se
apoderaba del Pachamama, yo saltaba una y otra vez sobre aquel sueño que se
resistía a salir. Con cada intento fallido me sentía más responsable pues era
consciente que si no lo explotaba alguien se quedaría con su sueño sin liberar,
así que en mi último salto me levanté del todo y me dejé caer muy fuerte. Que
se lo digan si no a mis posaderas. Pero eso sí, el globo rosa había estallado.
Cuando el
estruendo terminó, entre aplausos y risas, yo me acordé de mi pequeño y frágil
sueño de color naranja. Estaba contenta. Seguramente él también sería libre por
fín.
Llegó la hora de
irse y justo cuando besaba a Aldo la que yo creía que sería la última vez, algo me rozó la pierna. Bajé
la mirada y allí había un niño. Era el único niño de verdad de toda la sala.
Andaba correteando entre las piernas de los mayores sin hacer mucho caso a las
advertencias de sus padres para que parara. Él estaba entretenido jugando con
un pequeño globo naranja. Pequeño y frágil como un sueño tímido.
Terminé de despedirme del Cuentacuentos y de desearle lo mejor en su nueva vida, dije
adiós a mis amigos y me fui sonriendo a casa. Mi sueño no se había liberado, no
había sido capaz de vencer su timidez pero yo estaba tranquila porque aquel
niño inocente me lo guardaría.
Continuará...
Imagen tomada de esta página: www.balaocultura.com.br
Si es que los cubanos son muy zalameros...
ResponderEliminarEs muy divertido ese tipo de juegos, nos devuelve a la infancia. Seguro que si hubiese estado allí la señora Cospedal también se habría divertido; aunque sospecho que el tipo de sueños con los que soplaría su globo tal vez fuesen tóxicos.
Da para un microrrelato:
EliminarCospedal sopló un sueño en un globo: vivir en un mundo mejor. Su sueño, generoso, reventó bajo otras generosas posaderas cuyo poseedor de tales, no viene al caso.
Al día siguiente, en el mundo no había políticos y Cospedal pasaba sus horas cultivando un pedacito de tierra en algún lugar de una tierra sin fronteras ni provinciales, ni regionales ni estatales.
Soñemos. Soñemos, Paseante.
a tomar por saco, matarilerilerile, a tomar por saco matarilerileron.
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