Ocurrió en una Feria de Libro Viejo de
una distinguida ciudad del norte.
Yo merodeaba entre las casetas por una
cuestión de mero postureo; también porque iba acompañando a mi madre y porque, qué
demonios, aún mantengo la esperanza de que llegue el día en que los libros
vuelvan a abalanzarse sobre mí. Me entremezclo entre ellos como el que persigue
el nirvana… pero nada: los libros pasan tanto de mí como yo de ellos. Quizá se
deba a que el llanto silencioso de mis libros comprados y no leídos pesa sobre
mi conciencia cual menhir sobre la espalda de Obélix1,2. Quizá entre
la información aún no desvelada de nuestro ADN exista, al igual que ocurre con
el color de los ojos, un cupo de libros por leer y yo ya haya sobrepasado el
mío. Quizá todo esto no sean más que excusas para justificar mi involución
lectora.
Pero, decía, echaba yo el ojo a los
puestos de la feria y ante ésa mi frustrante actual vida lectora, me imaginaba
a mi misma en el mismo escenario, olisqueando curiosa como perro sabueso entre millones
de páginas mohosas la presencia de libros sobre… Ortografía Hebrea, por
ejemplo, que fue el título con el que se toparon mis ojos. ¡Santo cielo, sí!
Ser una friki de Ortografía Hebrea, morir por encontrar un texto nuevo, soltar
grititos de satisfacción cuando encontrara algún ejemplar de algún autor sólo
conocido por mí… Sin embargo allí estábamos mi parsimonia, mi
cuasi-indiferencia y yo esquivando la mirada de todos y cada uno de los
libreros, adoptando una pose de interés cuando por dentro bostezaba con todo lo
que me abarcaban las fauces, y canturreando alguna canción simplona que,
básicamente, es a lo que se dedica mi mente cuando está distraída.
Bien poco me duró el lamento por mi falta
de entusiasmo ante ningún tema; bastante menos que escribir la anterior
parrafada, pues un impulso interno que lleva un tiempo cobrando enorme fuerza
propinó tremendo puñetazo sobre la mesa de mi control mental exclamando que hombreyá, pero qué es esto, pero que si siempre
vamos a estar así, queriendo ser otra cosa distinta de la que somos.
Talmente como en la película Del Revés,
lo que pasa que los de Pixar se quedaron cortos de personajillos internos.
No le hizo falta insistir demasiado al
tal impulso, la verdad, pues la pretensión de ser otra cosa, acaso una Laura
2.0 más dinámica, dicharachera, más a la moda, más deportista, más friki de
temas poco populares en librerías de viejo…, es una tendencia que va quedando
obsoleta en mi interior, pero claro, se ve que quiere morir matando.
Un día antes, precisamente, hablaba con
mi hermano de lo que admiro a la gente que aplica la coherencia entre sus
pensamientos y sus actos; aquella a la que no le distorsiona en lo más mínimo
el hecho de que sus gustos e ideas vayan en un sentido diferente al de su
entorno. Mucha gente lo verá fácil, yo no, quizá porque la presencia en mi vida
de esa pretensión de ser otra cosa diferente a la que era ha hecho que siguiera
mis impulsos a regañadientes. La coherencia con uno mismo es la puerta hacia la
verdadera felicidad: una felicidad sin fuegos artificiales, una felicidad pachorrona que se contenta con lo que le
rodea y que si no le gusta lo que le rodea, cambia el rumbo con esa misma
parsimonia y sin dramas.
Y pienso que ésa es la Laura 2.0 a la que verdaderamente
quisiera encaminarme si es que no me estoy encaminando ya. Una Laura 2.0 que,
como reclamó ante las casetas mi impulso interno, se reivindique a sí misma;
que cada vez que vea un libro de Ortografía Hebrea o sucedáneos, cada vez que
se coréen las últimas tendencias en moda, cada vez que se descuide y se deje
llevar por aquello que se supone que hay que hacer…, recuerde que nada de eso
es comparable a las mieles que ha de saborear cuando, al alcanzar la
coherencia, experimente una buena dosis de felicidad pachorra3.
1: Es que lo de “pesar como una losa”
está muy visto.
2: Aunque, ahora que lo pienso a Obélix
no le pesaba nada el menhir… quizá a mi me pase lo mismo, no sé.
3: Se trata de una adaptación personal de
lo que mis libros chinos distinguen como felicidad
amarilla: sosegada, sin grandes alardes, ligada al alma, duradera y real
frente a la felicidad blanca: la
entusiasta, ligada a las emociones y a la satisfacción del ego; explosiva pero puntual y efímera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta algo si te apetece: