Lo de la vida B
fue una broma tonta con un amigo al que en un momento dado me hubiera gustado
llamar de otra manera. En realidad, autoasignarse una vida B es casi tan
absurdo como autodefinirse metrosexual pues se trata de una definición o
explicación que provendría de ojos ajenos, de ahí lo de la broma.
Está claro que
vida, como madre, no hay más que una y los pasos que uno da en ella los da por
interés, afinidad, gusto o vete tú a saber qué razón. Pero sí que es cierto que
la vida B se aleja lo suficiente de la vida A como para que en algún momento
cause extrañeza o sorpresa cuando se le explica a otros y sobre todo a los
Otros que conoces y te conocen de toda la vida, pues no hay un lazo rápido y
aparente entre las actividades a las que dedicas a partes iguales tu tiempo y
así, puedes ser abogado y campeón de kick boxing, o médico y reinona de la
noche, o química y profesora de yoga.
Por supuesto, no
todo el mundo tiene y/o necesita una vida B. Rozando lo cansino en mis
exposiciones, probablemente aquel que viva pleno en su quehacer diario haga de
su vida una vida con todo el abecedario como coletilla. El que no, el
insatisfecho, el permanente buscador de algo que no alcanza a poner nombre,
puede que desarrolle una vida con denominación B o C o D, inclusive.
¿Pero es el
buscador de ALGO más hábil, más sagaz que el que no, como parece destilarse de
la anterior sentencia? En absoluto. Ha sido un torpe. No ha sabido escucharse y
por eso comienza a hacer, digamos, cosas raras a ojos de los demás, aunque quizá
para él sea el momento del advenimiento de cierta coherencia entre lo que piensa,
lo que siente y lo que hace.
En mi caso cuando
hablo de vida B hablo, aunque no completamente, de yoga.
Pero no
adelantemos conclusiones ni acontecimientos y, como diría Manolito Gafotas,
comencemos a explicar el surgimiento de esta vida desde el principio de los
tiempos.
En una determinada
época yo soñaba con ser Yola Berrocal... Soy consciente
de que esta afirmación requiere una explicación y, como relatante de esta
historia que soy, te la voy a dar.
Harta de ir con la lanza a cargar contra
molinos invisibles, harta de no poder ponerle nombre al fantasma que me encogía
el corazón, yo imploraba el tener un “problema” concretito, tangible… y resulta
que en aquellos días, la inquietud que para sí ella se preciaba de extender por
platós televisivos y otros medios a su alcance era la de tener las tetas más
grandes. Así de simple. Si A, entonces B. Dos más dos, cuatro. Sencillo. Quiero
tetas, me pongo tetas.
En mi caso no
era así. Mi cosa más bien era como ese juego de niños en el que alguien viene
por atrás, te tapa los ojos y te dice ¿Quién soy? Y no valía desprenderme de
las manos inoportunas que me cegaban y limitaban mis movimientos para resolver
el enigma. (Esto me ha dado la idea de que más
pronto que tarde, voy a tener que conversar internamente con esta entidad
emocional).
Ya sabes por otros
capítulos de esta serie que comencé para hablar de física y espiritualidad pero
que se está convirtiendo en una exposición de mi persona, que esa ceguera provocaba
una sensación cansina de tristeza que, llegado el día, me puse a querer
erradicar de mi ser, por más que voces cercanas me invitaran a la resignación
apelando a mi perfeccionismo, a que a todo el mundo le pasa parecido y a que la
vida era así.
Para iniciar la
vida B la tristeza cansina de serie no basta. También hace falta, o al menos así
fue mi caso, tropezar bien fuerte debido a la falta de visión para comenzar a
darme cuenta que algo estaba pasando. Además, y permítaseme sentenciar, te diré
que para tener una vida B tienes que seguir a tu instinto. Pero no te
preocupes, que mientras eso esté pasando no vas a saber qué narices es lo que
persigues.
Como los ríos en
su indeterminado inicio, varios hechos podría considerar como principios de mi
actual vida paralela y no sabría decirte cual de ellos fue el primero porque en
mi recuerdo se amalgaman. Arroyos de vida B fueron una pseudo-relación que dejó
mi estima propia viviendo en el segundo sótano de un rascacielos ocupado en el
piso cincuenta por el betún, y otro fue la muerte de una persona conocida de
casi mi edad con la que me vincula alguien muy especial. No sé por qué me
afectó tanto aquella muerte. El caso es que esperando al tren que me devolvía a
mi casa desde el lugar del velatorio, necesité una lectura que me alegrara el
alma y buscando la revista El Jueves en la librería de la estación, un libro que
había visto hace unos meses se tiró en plancha hacia mí, dando sentido a la
típica frase esa de que hay libros que te eligen. ¿Se trataba de El Ensayo sobre la Lucidez ? ¿Acaso de La Insoportable Levedad del Ser? Frío.
Era Ya no sufro por Amor, de Lucía
Etxebarría. (¿Qué pasa?)
Resultó que ese
libro era justo lo que yo necesitaba leer en ese momento para que ocurriera una
de las epifanías más importantes de mi vida, sólo a la altura de aquella otra
en la que varios años antes, en un delirio de hiperrealidad, me levanté de un
brinco de la cama exclamando en silencio: “¡Dios mío, que YA voy a COU!”. Pues
bien, en este caso, no fue tan reveladora la epifanía, pero de nuevo en la
cama, otro brinco y mi mente comprendió: “¡Pero si yo no tengo culpa de nada!”
Es curioso lo de
los libros en esta etapa. Con ellos tuve la sensación de ir avanzando como una Tarzana
atravesando mi inhóspita selva mental no de liana en liana, sino de libro en
libro. Este libro me llevó a otro recomendado por una amiga y después vino otro
y otro más… En las librerías ya me iba directa a la sección de Autoayuda
/Espiritualidad en la que los títulos, ahora sin cortarse un pelo, se me
tiraban a degüello. Y ya sé que todos podrían ubicarse bajo la etiqueta de Dudosa Calidad Literaria pero para mi
alma maltrecha estaban plagados de alimento. Mi mente iba comprendiendo. Mi
alma iba reconociendo. Y yo sentía que allí estaban escritas cosas que pensaba.
Que podrían ser leídas con mi propia voz.
También se
combinó esta etapa con sesiones de psicología, ya que me pongo a contártelo
todo de pe a pa. Me vino bien para desahogarme, pero la mujer me decía que yo
estaba bien. De aquí, me acuerdo de una pregunta suya: “Si este lápiz fuera lo
que te falta, ¿en qué lo convertirías?” Mi respuesta: “Yo no quiero nada. Yo lo
que quiero es tener paz interior”. Así de difuso era todo.
Como ves, varios
arroyitos iniciales, todos ellos orientados a la resolución de una inquietud. A
la búsqueda de esa anhelada paz.
Cuando ya lo de
los libros flojeaba y pasó el efecto de la psicología, un nuevo nubarrón volvía
a llegar a mi cabeza. Ahora no tenía ningún arma conocida. Y fue entonces cuando
llegó Él (o Ella):
"Hola, me llamo yoga y te voy a cambiar la vida", dice la sombra
Bueno, no es que
apareciera de la nada. Llegó de la mano de María a la que algo después le
dije en broma varias veces que había creado un monstruo conmigo.
María ha estado
en mi vida desde la época de la universidad, aunque nuestro contacto haya ido
cambiando a lo largo de todos estos años. También estuvimos trabajando juntas
durante un tiempo y, en muchas ocasiones coincidiendo con la etapa que te
cuento, de camino al trabajo tras mis habituales cinco minutos de retraso
respecto a la hora en la que habíamos quedado, María me decía que me vendría
bien practicar yoga. Ella se había apuntado en algún Centro de la Mujer o
similar. De forma automática yo siempre le respondía que no sin pensar ni nada. No me
atraía. Además, mi cuerpo estaba diseñado para no poder sentarme con las
piernas cruzadas, tal y como lo demostraba un esguince de rodilla que me hice
poco tiempo antes por tomar esa postura mientras hablaba por teléfono. Así que,
de eso nada. Y además me preciaba de hacer el gestito de burla de juntar los
dedos, modo meditación, y emitir el OOOOOOMMMMM que tantas veces me han hecho
después.
Un día en el que
María ya no trabajaba conmigo y nos juntamos a tomar un café para ponernos al
día y contarnos las penas, me dijo una frase parecida a esta: “Laura, me he
apuntado a un yoga nuevo. Lo da una pareja que acaba de venir a Ciudad Real. Yo
voy esta tarde a las siete. Te dejan probar gratis una clase”.
Poco más me
dijo. La diferencia es que en esa ocasión dije que sí sin pensármelo. De camino
a casa me pasé por el centro de yoga a preguntar si podía ir esa misma tarde a
la clase de María para probar. Conocí a Nuria y a Jose, los profesores,
personas cruciales en toda esta vida B. La conversación inicial con Nuria se
alargó tanto que sólo me quedó tiempo para comprarme unos calcetines blancos,
el color corporativo de este yoga, combinándolo así a la perfección con la única
ropa de deporte que tenía, toda de color negro.
Y así, con este
look Michaeljacksonesco tuve mi
primer contacto con el Yoga Kundalini, palabro con el que me familiaricé
enseguida.
De aquella
primera clase me llamó la atención la ausencia de competición, los mensajes que
hacían que, en medio del esfuerzo, en lugar de fustigarte te comprendieras; la
atmósfera inigualable que conseguía la música de fondo... Ni siquiera me
resultaron chirriantes los cánticos de mantras y pude soportar estoicamente,
con apoyo de cojines eso sí, la temida posición de piernas cruzadas.
No
alcancé el nirvana ni la comprensión de mis males. Pero se había plantado una
semilla de curiosidad.
No
sabía lo que era eso del Kundalini Yoga pero yo iba a averiguarlo.
Continuará (irremediablemente)...
Vaya chapa, ¿no?
Pido perdón por evadirme tanto del tema inicial pero me parece que se ha
abierto un buen melón cargado de confesiones y exposición propia. Precisamente
me encontraba acabando este post cuando he asistido a una charla de Almudena
Grandes que, preguntada por si tenía interés en escribir su autobiografía ha
dicho que no está interesada en eso. Que no le sale a cuenta ser tan sincera.
Me he tenido que reír para mis adentros.
Mientras escribía todo esto se me ha venido a la mente todo el tiempo la
música que escuchaba justo antes de empezar con el yoga y que los mantras
fueran casi mi única banda sonora. En esos momentos en que rayitos de luz
comenzaban a romper mis sombras mentales yo iba de camino al trabajo escuchando
las canciones buenrrollistas de Facto Delafé y las Flores Azules. Ahí te lo
dejo:
La Bida que lleBas es la Vuena...Bamos la A...o era la W...jodelll ya me he liado, jajaja. BiBa el yoga!!! y los Votellines!!! Un BESICO tipo A, jaja.
ResponderEliminarCreo que sólo escribo para ver qué pones de comentario... jajaja. Me parto! Besicos for you!
EliminarCada vez q te leo me emociono y cada vez más, me alegro de haberte conocido.....muchas gracias x tus palabras...
ResponderEliminarSusana.
Tú si que me has emocionado, Su. Muchísimas gracias por todo. Por esta amistad que empezó... filtrandillo, jajaja.
EliminarBesos grandes
Sabes qué? Yo casi he conseguido convencerme de que no tener una vocación clara no te convierte en un paria del crecimiento personal. Quizás sea más sencillo estar enfocado y no andar dándole vueltas al abecedario, pero ¿ eso es asequible para todos? Todo ese rollo de encontrar tu pasión y seguirla a toda costa, ¿ no suena ya a estribillo de Georgie Damm?
ResponderEliminarA algunos la vocación los atraviesa como si fuera una luz blanca. Otros la descomponemos en varios colores como si fuéramos prismas, y de ahí la vida A, B, C...Amos, por seguir dándole vueltas a lo de la Física.
Si en ese momento hubiera sido un asunto de vocación, la cosa estaba más cerca de haber sido solucionable a lo Yola Berrocal, pero no. La etapa a la que me remito tenía una oscuridad difusa. Algo así como no estar a gusto en mi propia piel y eso, llegado el momento, me puso a buscar, a buscar y a buscar como pollo sin cabeza.
EliminarTienes mucha razón con lo de enfocarse, centrarse. Son conceptos que se entienden pero a veces un regomello mucho más potente te impide llevarlo a cabo. Mi tendencia cabezona y torpe se centra más en desmadejar el regomello. Y por más que comprenda mentalmente que el nirvana no es meditar y ascender sino ESTAR mientras que pelas patatas o friegas los platos, hay un trecho hasta conseguirlo... de ahí que yo te haga la broma de la iluminación.
Besis!
Cada vez te conozco más Lauri y eso me encanta. Además creo que todos necesitamos una vida B. Ojala yo encuentre la mía...
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Anónimo, ojalá y yo pudiera decir lo mismo porque, aunque tengo fundadas sospechas de tu identidad, siempre me queda una inquietante duda.
EliminarUn besazo!!
Seguro que la vas a encontrar anonima.
Eliminar¡¡¡QUE FUERTE!! ¡QUE CASUALIDAD TAN GRANDE! Yo empecé a escribir mi blog poco después de leer el libro de la Echevarría, fue una inspiración... ese libro y un empacho grave de "sexo en Nueva York".
ResponderEliminarEl yoga en mi caso son clases de relajación dos veces a la semana y las sesiones de psicología terminaron en 2007 pero siempre las recordaré.
¡Que gracia me hace leerte! de verdad.
Un abrazo.
Madre mía con las casualidades... Ya sabes lo que me pasó con la primera entrada tuya que vi ¿verdad?
EliminarY bueno, algo hubo entonces en el ambiente de aquellos años pues, aunque no he datado el post, nos movemos en una franja que va de 2006 a 2009.
Viva la gurú Etxebarría!!!!
Muchísimas gracias por tu comentario.
Besazos!
Dudar, temer, sufrir, reflexionarlo y buscar tu camino (vida B) y compartirlo de una forma tan tan inigualable y maravillosa te hacer ser tan grande como eres,Laura. Suerte haber compartido contigo algunos de aquellos maravillosos años, que me permiten leerte sabiendo a lo que te refieres, y reconociendo fácilmente los beneficios de tu vida B. Eres valiente, honesta y mejor imposible persona. no cambies....que digo:cambia si eso te hace sentir mejor!!!!un gran abrazo.
ResponderEliminarNo puedo decirte más que GRACIAS por este mensaje tan bonito. Me ha emocionado mucho.
EliminarUn abrazo