Federico llevaba
mucho tiempo dando vueltas una y otra vez a la misma manzana, porque es comprensible
que a uno le entren las dudas cuando por fin encuentra el local en el que hacer
realidad un viejo sueño. Cada día se asomaba al escaparate vacío haciendo
visera con la mano y acercando la nariz hasta tocar la cristalera. Adentro, un
espacio diáfano, paredes blancas y suelo de azulejos arabescos. Una mañana se
armó de valor y llamó al teléfono anotado en el cartel de Se Alquila. Pocas semanas y una pequeña inversión después, lo tuvo
todo dispuesto. Sólo necesitó un armario para los artículos de limpieza, una silla
en medio del establecimiento y el pequeño rótulo de Abierto/Cerrado para colgar en el interior de la puerta. Por último,
colocó en la fachada el letrero de madera que él mismo había tallado: “NADA”.
Las jornadas de
su nueva rutina transcurrían ajetreadas. Federico llegaba bien temprano, abría
la puerta, giraba el rótulo, Abierto,
y enseguida se ponía manos a la obra. Comenzaba pasando la mopa por todo el
piso para atrapar cualquier mácula que se hubiera colado por la rendija de la
puerta. A continuación limpiaba meticulosamente los zócalos y las fastidiosas
esquinas del cuarto. Después tocaba abrillantar con cuidado el ventanal, poniendo
especial cuidado en dejar impolutos los rincones de los marcos de aluminio.
Había pasado ya la mitad de la mañana y estaba exhausto pero aún le quedaban
fuerzas para untar la silla con protector para madera y para arrodillarse a fregar
y secar las baldosas hasta verse deformado en el reflejo del mosaico azul. Su
labor era encomiable. Una vez eliminado todo lo que pudiera perturbar el
espacio, se sentaba satisfecho a contemplar la nada que acababa de crear.
A pesar del
esfuerzo, sabía que su nada no era
perfecta, pues ahí quedaban la silla, el armario o incluso él mismo pero, como
en todo negocio, se trataba de riesgos que estaba dispuesto a asumir. También se
hacía cargo de que su nada era
efímera ya que enseguida se colaba alguna mota de polvo de la calle, pero hasta
que eso ocurría su dicha no podía compararse con casi nada.
Pronto el local
empezó a ser objeto de la curiosidad y comentarios de los vecinos. Primero
fueron los que se quedaban parados frente al desconcertante cartel de la entrada.
Levantaban la vista incapaces de creer lo que estaban leyendo, NADA. A continuación husmeaban en el
escaparate, que nada mostraba, y a través de él se topaban con aquel hombre a
ratos sentado, a ratos caminando en círculos o con la vista fija en el techo.
Después seguían su camino encogiéndose de hombros. Al poco, se formaron los
primeros corrillos frente a la puerta. Federico escuchaba los murmullos con una
sonrisa pues era de esperar que su nada
acabara alterándose con el ruido de afuera. -Si no vende nada, ¿para qué abre?-,
comentaban. -¡Menudo gasto idiota!-, decían otros. Pero a pesar de todo aquella
tienda que nada ofrecía actuaba como un imán donde se concentraba cada vez más
y más gente.
Era cuestión de
tiempo que alguien entrara, claro, y fue el alcalde quien, en virtud de su
cargo y bastón de mando, atravesara el primero la puerta. -Muy buenas señor… -,
-Federico-. -Señor Federico, anda todo el pueblo preguntándose qué habrá en
esta tienda, porque ya sabe como es el pueblo, ¿verdad? A este pueblo, unido y
responsable, ya se imagina, no le gusta verse alterado. Ay, no sabe usted lo
que cuesta mantener al pueblo calmado, y el pueblo ¿cómo te lo paga? Pues con
críticas, ¿sabe usted? Y con la amenaza de que no te va a votar en las próximas
elecciones, si yo le contara… Y bien, ¿qué le va a vender usted a nuestro
pueblo?-. Él asistía desde su silla al monólogo del alcalde, que iba y venía de
un lado a otro mirando de reojo a la cristalera, no ajeno a los transeúntes que
se habían agolpado frente al escaparate ante la novedad de que algo sucediera
adentro. –Nada, señor-. – ¿Nada?-. –Nada-. Ante la indiferente tranquilidad
de Federico, el alcalde levantó la barbilla, sacó pecho y salió airado de allí con
la certeza de que aquel hombre era un miembro de la oposición cuyo negocio tenía
como objetivo destituirlo.
A partir de aquel
incidente la tienda atrajo a dos tipos de individuos. Por un lado, los detractores
del alcalde. Los reconocía porque buscaban su complicidad y, con alguna
variación, todos venían a decir lo mismo. –Vaya pájaro el alcalducho, seguro que vino a tratar de sobornarlo. Hizo usted muy
bien en poner en su sitio a ese corrupto, ¿qué le dijo?-. También llegaron los partidarios,
reconocibles porque entraban envalentonados y desafiantes, con un discurso más o
menos así: - Pero ¿cómo te atreves a faltarle el respeto a nuestro alcalde? No
vamos a tolerar que vayas esparciendo bulos en su contra. Dinos, ¿qué andas
diciendo de él?-. Para unos y para otros la respuesta era la misma: nada. Así, aquellos salían convencidos
de que Federico era un humilde genio y estos habrían jurado que la desfachatez y
soberbia del tipo no tenían parangón.
Tras esta primera
oleada aparecieron los antisistema y se convencieron de que, como ellos,
Federico libraba su propia batalla contra el poder. Les siguieron los conspiranoicos,
seguros de que ese peculiar hombre secundaba sus tesis sobre la mano negra que
gobernaba el mundo. Más tarde llegaron los místicos, susurrantes y
complacientes, atribuyéndole las cualidades de un iluminado.
Ni qué decir
tiene que el trabajo se le multiplicaba tras este tipo de visitas pero lo
aceptaba como parte de sus responsabilidades así que, equipado con mopa, trapos
y abrillantador, se aplicaba de buen grado en recuperar su esquiva nada en cuanto salían por la puerta.
En esas estaba
después de la visita de los agnósticos, cuando le sobresaltó una suave voz.
–Disculpe, no quería nada. Sólo he pensado que podría venirme bien quedarme aquí
un rato en silencio, ¿puedo?-. - Claro, adelante-. Se trataba una chica joven y
menuda que sigilosamente se acomodó en la esquina del ventanal. Su presencia no
impidió que él siguiera concentrado en dar lustre a los arabescos. Al cabo de
un rato la muchacha sacó su propio paño, limpió el lugar donde había estado
sentada y dándole las gracias, salió sin apenas rozar el suelo. Poco después
volvió con un amigo y más adelante, con otros muchos que a su vez traían a más
y más gente. Todos ellos saludaban respetuosos, encontraban su lugar favorito
en NADA, permanecían un rato escuchando
el vacío y cuando querían, aseaban concienzudamente su rincón y se marchaban
agradecidos.
Federico comprobaba que el nuevo trasiego no trastornaba NADA, y su labor cada día se iba reduciendo a nada. Examinaba rincones, rejillas, ventana y, nada. Ni siquiera la cerámica de los azulejos reclamaba algo de su atención. Solo quedaba contemplar, en aquellas largas jornadas de júbilo.
Poco después cerró el local, muy satisfecho de haber conseguido todo lo que quería.
Este texto también ha salido del curso "Encierro Creativo" de Un Cuarto Propio
Hace muchos años leí un cuento de Stanislaw Lem en el que un inventor conseguía hacer una máquina que podía hacer cualquier cosa que empezase por la letra "N". Un amigo la probó pidiendo que hiciese "La Nada". Creo que siempre me dio un poco de miedo ese relato. ¡Que gilipollas la pide la Nada a una máquina que ya le había demostrado lo buena que era!
ResponderEliminarHace menos años leí la Carretera, de McCarthy. Recuerdo como la esposa del protagonista le decía: "Por lo que a mi respecta mi única esperanza es la nada eterna y la deseo con toda mi alma." Otra inconsciente que dio incluso coraje.
Tu personaje, aunque busque Nada, es imposible que lo consiga. Su silla, su cartel de abierto, cerrado, la gente que entra y sale... Bueno, quizá lo que busca es tranquilidad, silencio, evadirse, la nada... Se me hace insostenible. Para mi es un concepto con el que espero no encontrarme nunca. (Aunque nunca es otro concepto que lo veo tan amplio que es casi imposible.)
Pues yo no veo que el concepto sea tan terrible. Va más allá de la tranquilidad. Yo a este hombre lo veo experimentando con el concepto, sabiendo que no es posible conseguirlo. Lo que no tengo muy claro es si lo que quería era precisamente experimentar o corroborar alguna idea.
ResponderEliminarGracias por leer!