Si algo
he hecho este verano ha sido caminar por la Senda del TAO, y no es una metáfora:
Ahí en el cartel de la la izquierda, pone TAO
(no hacer caso a la letra pequeña: Taller de
Arquitectura y Obras)
Me dio
la risa cuando, enfrascada como estaba en la lectura de textos taoístas, caí en la cuenta
de la presencia del cartelón en el camino que casi a diario he tomado para
escapar, en las horas oportunas, del calor plomizo que ha caído sobre esta
tierra.
En
seguida me vino a la cabeza un esqueleto de relato en el que hablaría en
parábola sobre el camino físico pero refiriéndome a las enseñanzas que yo,
ilusa, he tratado de desgranar en todo este tiempo… Pero cómo es esta filosofía
que cada vez que he empezado a escribirlo mis manos se volvían cemento y
ninguna de las líneas que me mostraba la pantalla me convencían: todas me
parecían pretenciosas. Sin perder mi atrevido afán de interpretar mis realidades
podría decir que es que, para el TAO, o eres de verdad o no eres. O utilizas la
sinceridad o invocas el castigo, que no es más que el malestar que provoca la
apariencia; el desgaste que se aviene cuando uno se empeña en disfrazarse de lo
que no es, aunque sea en hechos tan irrelevantes como éste.
Por
eso permito hoy que mis manos se deslicen sobre el teclado sin más pretensión
que la de contar que efectivamente ese camino, la Senda del TAO, ha sido un
consuelo este verano. Está muy cerca de mi casa pero no la conocía. Dejé un día
que mis pies caminaran solos y me llevaron primero a lugares familiares para
enseguida aventurarse a esa otra senda paralela que comenzaba a pocos metros de
allí. Un camino más abierto, prácticamente recto, con árboles equidistantes que
lo custodian en un vano intento de provocar algo de sombra. Un camino de tierra
prensada, que es la que delimita el trayecto y alrededor, una ilusión de campo
donde, sin embargo, la naturaleza se evidencia por más que la mano del hombre
haya querido domesticarla arañándole unos surcos.
Es larga
la Senda del TAO. Yo no me he atrevido a recorrerla entera pues es demasiado,
no para mis piernas sino para mi tiempo y para mi miedo a caminar bajo las
sombras de la noche. Pero encontré el límite que a mi me servía y cada vez que
lo alcanzaba me daba la vuelta y volvía a casa. A veces canturreando, a veces
pensativa, a veces preocupada, a veces tratando de vaciar con respiración
pausada emociones encajadas en la boca del estómago, pues si hay algo allí que
he observado ha sido mi naturaleza cambiante y nada como esta rutina para
hacerla evidente. No me sorprende, pues la naturaleza también lo es y no era
difícil darse cuenta que cada día también la Senda del TAO era diferente.
No era
yo la única que la recorría, claro; en mis caminatas a veces me dedicaba a
preguntarme qué relación tendrían los otros caminantes con la Senda. Los había
que la recorrían deprisa, corriendo y midiendo sus tiempos y pulsos,
compitiendo con quienes habían sido el día anterior y con quienes serían al
siguiente día. Otros iban en bici, quizá atravesando la Senda sólo como puente hacia
otros caminos seguramente más atractivos; algunos iban acompañados y en animada
conversación; otros solos, quizá también como yo, despejándose y estirando el
músculo. Lo más raro que vi fue a una señora mayor caminando de espaldas, me
pareció muy valiente y así se lo dije cuando llegó a mi altura. Resultó que nos
conocíamos y eso le dio pie para decirme que por qué iba a ser valiente por éso. Lo hacía, según me dijo sin perder el paso, para no acostumbrar al cerebro
a actuar siempre de la misma manera. Nos separamos y yo aquel día terminé de
recorrer la Senda
con una sonrisa, constatando lo cuerda que es la locura. Y también, que cada uno es libre de transcurrir como quiera.
No
siempre he transitado la Senda
sola, qué va. Mujeres con las que voy creciendo me han acompañado. Mujeres,
amigas, con las que comparto reflexiones, risas, anécdotas, intimidades…
Mujeres que quieren serlo, siendo serlo
el ser consecuentes con sus sentires. Mujeres que afrontan sus retos con dudas,
con miedo, con valentía, con aprendizaje. Mujeres que transitan su propio camino
y con el que el mío, por suerte, confluyen.
La Senda del
TAO ha sido la excusa para ponerme en movimiento en un verano aparentemente
quieto en el que quise parar. Un verano en el que, con este afán mío de
interpretar mi realidad, más de una vez me he preguntado si no estaría tomando
fuerzas para aventurarme con otras realidades. Quién sabe si para pisar, transitar... recorrer otros caminos.