domingo, 14 de febrero de 2021

Nosotras, Las Ungidas

Nacimos señaladas por el propósito.

Peinábamos los pelos falsos de nuestras muñecas al tiempo que las instrucciones se colaban a través de la rendija de la puerta de la habitación de los juguetes. Apenas unos susurros.

Al poco, nos dejaron participar de sus encuentros y, mientras nosotras mecíamos descuidadas nuestros calcetines calados sentadas en sus regazos, los ecos cristalizaban en la voz grave de nuestras madres. - La hermana de ésta, la tía de aquélla, la amiga de nosequién-, decían en medio de un sinfín de historias. Después, sacudían la cabeza lamentando. O sospechando. De súbito, nos advertían, - niña, a ver a quién vas a traer a casa-, y explotaban en risas. Nosotras nos juramos, porque éramos nosotras, que esos caminos nos serían ajenos y que la buena senda se abriría ante nuestros zapatos de charol.

El designio se entretejía con las estrofas de las cancioncillas del colegio mientras saltábamos y corríamos entonando como un mantra la edad de nuestros casamientos, o el ser las más bonitas, o las que esperaban en cada puerto. Y era romántico. Y sutil.

Crecimos, arremolinadas y expuestas, mostrando nuestras más espectaculares plumas sabedoras de que éramos reclamo. La respiración en suspenso ante sus acercamientos y luego, la decepción o la dicha. Muchas de nosotras, complacidas, fuimos tocadas por el capricho de ser elegidas y, aunque la fantasía se materializaba torpemente, descansábamos aliviadas pues éramos fieles cumplidoras del objetivo, libres del abismo de la soledad; del ostracismo en el que deambulaban aquéllas que no habían tenido tanta suerte.

Adquirido el estatus, celebramos los fastos envueltas en tules, satenes y brillo. Pero no era suficiente por eso abrimos las piernas ávidas de que el fruto creciera en nuestros vientres. Cuando llegaron los hijos, pudimos por fin contemplar la obra desde nuestra atalaya.

Hecha la vida, el triunfo era el nuestro; el error, de quien quedó en el camino, de quien se cuestionaba, de quien no encajaba. Por eso dimos de lado a la sospecha y cerramos los ojos para no ver resquebrajarse el suelo bajo nuestras faldas, sosteniendo a ciegas los pedazos resbaladizos del castillo que habíamos perpetuado.

Y aún hoy, desmadejado el cuento, seguimos posando para ellos sin saber muy bien por qué. Sonriendo y engolando la voz desde nuestro escaparate. Deseando que acudan a este cebo de escotes arrugados y colmar así el ansia de nuestra carne resentida. Solo, para por un instante, olvidarnos de nosotras y volver a ser Nosotras, las Ungidas.

 




domingo, 7 de febrero de 2021

Lombarda

A ver, pico primero el ajo, no sé cuánto hará falta para media lombarda.

La lombarda siempre me recuerda a Fernando y eso que nunca la compartimos en ninguna comida o cena. Pero sí fue él por quien supe que la lombarda era plato típico de la cena de fin de año. - En Nochevieja, lombardita, claro. A mi madre le sale muy bien-. Me miraba con sus ojos sombríos tras las gafas, ya me hablara de lombarda, ya de por qué no había elegido falda para la entrevista de trabajo.

El caso es que la receta es más sencilla de lo que parecía. No tiene demasiado mérito preparar una lombarda medio decente. La manzana ya pocha con el ajo y los tacos de jamón y en un momento añado la verdura y listo. El horno ya casi está también y la lámina de hojaldre, atemperada.

Me parecía tan inteligente… Cuánto hace ya de aquello… ni idea. ¿26 tenía yo? Ojalá y entonces hubiese sabido que la inteligencia no era llenarme la cabeza de sus datos, ni sentirme pequeña, una prueba para mejorar como persona.

Abro el vino mientras espero a que acabe el horno. Un tinto que probé hace poco y que ya busco siempre que, como hoy, la cena es especial. Lo especial es porque queremos que lo sea, pienso. Porque me he empeñado, rectifico deshaciendo el plural mayestático. De todas formas la nochevieja siempre gana, tanto si te dejas llevar por los fastos, como si te opones a ellos.

El mantel es el de siempre, que la cena es especial pero hasta que no me mude a esa casa que llevará mi nombre, no tengo espacio para mucha mantelería. La lombarda humeante va al centro. Coloco mi plato, la copa, la servilleta y el juego de cubiertos recién lavados. Reniego de poner la tele, eso sí que no: que gane la nochevieja no significa que abra la puerta a los programas deprimentes de falso brillo grabados en Agosto. Mejor el silencio.

Ensayo un brindis. Después vendrán las llamadas y las videoconferencias. Ahora quien vuelve a hablarme es Fernando, despidiéndose también al otro lado de un teléfono más antiguo. Riendo sarcástico y sentenciando que no iba a encontrar a nadie, que algo raro debía yo tener.

Levanto mi copa al silencio, me concentro en agradecer todo lo que tengo y vierto el vino en el nudo que me estrecha la garganta.  




viernes, 8 de mayo de 2020

Una tienda de nada

Federico llevaba mucho tiempo dando vueltas una y otra vez a la misma manzana, porque es comprensible que a uno le entren las dudas cuando por fin encuentra el local en el que hacer realidad un viejo sueño. Cada día se asomaba al escaparate vacío haciendo visera con la mano y acercando la nariz hasta tocar la cristalera. Adentro, un espacio diáfano, paredes blancas y suelo de azulejos arabescos. Una mañana se armó de valor y llamó al teléfono anotado en el cartel de Se Alquila. Pocas semanas y una pequeña inversión después, lo tuvo todo dispuesto. Sólo necesitó un armario para los artículos de limpieza, una silla en medio del establecimiento y el pequeño rótulo de Abierto/Cerrado para colgar en el interior de la puerta. Por último, colocó en la fachada el letrero de madera que él mismo había tallado: “NADA”.
Las jornadas de su nueva rutina transcurrían ajetreadas. Federico llegaba bien temprano, abría la puerta, giraba el rótulo, Abierto, y enseguida se ponía manos a la obra. Comenzaba pasando la mopa por todo el piso para atrapar cualquier mácula que se hubiera colado por la rendija de la puerta. A continuación limpiaba meticulosamente los zócalos y las fastidiosas esquinas del cuarto. Después tocaba abrillantar con cuidado el ventanal, poniendo especial cuidado en dejar impolutos los rincones de los marcos de aluminio. Había pasado ya la mitad de la mañana y estaba exhausto pero aún le quedaban fuerzas para untar la silla con protector para madera y para arrodillarse a fregar y secar las baldosas hasta verse deformado en el reflejo del mosaico azul. Su labor era encomiable. Una vez eliminado todo lo que pudiera perturbar el espacio, se sentaba satisfecho a contemplar la nada que acababa de crear.
A pesar del esfuerzo, sabía que su nada no era perfecta, pues ahí quedaban la silla, el armario o incluso él mismo pero, como en todo negocio, se trataba de riesgos que estaba dispuesto a asumir. También se hacía cargo de que su nada era efímera ya que enseguida se colaba alguna mota de polvo de la calle, pero hasta que eso ocurría su dicha no podía compararse con casi nada.
Pronto el local empezó a ser objeto de la curiosidad y comentarios de los vecinos. Primero fueron los que se quedaban parados frente al desconcertante cartel de la entrada. Levantaban la vista incapaces de creer lo que estaban leyendo, NADA. A continuación husmeaban en el escaparate, que nada mostraba, y a través de él se topaban con aquel hombre a ratos sentado, a ratos caminando en círculos o con la vista fija en el techo. Después seguían su camino encogiéndose de hombros. Al poco, se formaron los primeros corrillos frente a la puerta. Federico escuchaba los murmullos con una sonrisa pues era de esperar que su nada acabara alterándose con el ruido de afuera. -Si no vende nada, ¿para qué abre?-, comentaban. -¡Menudo gasto idiota!-, decían otros. Pero a pesar de todo aquella tienda que nada ofrecía actuaba como un imán donde se concentraba cada vez más y más gente.
Era cuestión de tiempo que alguien entrara, claro, y fue el alcalde quien, en virtud de su cargo y bastón de mando, atravesara el primero la puerta. -Muy buenas señor… -, -Federico-. -Señor Federico, anda todo el pueblo preguntándose qué habrá en esta tienda, porque ya sabe como es el pueblo, ¿verdad? A este pueblo, unido y responsable, ya se imagina, no le gusta verse alterado. Ay, no sabe usted lo que cuesta mantener al pueblo calmado, y el pueblo ¿cómo te lo paga? Pues con críticas, ¿sabe usted? Y con la amenaza de que no te va a votar en las próximas elecciones, si yo le contara… Y bien, ¿qué le va a vender usted a nuestro pueblo?-. Él asistía desde su silla al monólogo del alcalde, que iba y venía de un lado a otro mirando de reojo a la cristalera, no ajeno a los transeúntes que se habían agolpado frente al escaparate ante la novedad de que algo sucediera adentro. –Nada, señor-. – ¿Nada?-. –Nada-. Ante la indiferente tranquilidad de Federico, el alcalde levantó la barbilla, sacó pecho y salió airado de allí con la certeza de que aquel hombre era un miembro de la oposición cuyo negocio tenía como objetivo destituirlo.
A partir de aquel incidente la tienda atrajo a dos tipos de individuos. Por un lado, los detractores del alcalde. Los reconocía porque buscaban su complicidad y, con alguna variación, todos venían a decir lo mismo. –Vaya pájaro el alcalducho, seguro que vino a tratar de sobornarlo. Hizo usted muy bien en poner en su sitio a ese corrupto, ¿qué le dijo?-. También llegaron los partidarios, reconocibles porque entraban envalentonados y desafiantes, con un discurso más o menos así: - Pero ¿cómo te atreves a faltarle el respeto a nuestro alcalde? No vamos a tolerar que vayas esparciendo bulos en su contra. Dinos, ¿qué andas diciendo de él?-. Para unos y para otros la respuesta era la misma: nada. Así, aquellos salían convencidos de que Federico era un humilde genio y estos habrían jurado que la desfachatez y soberbia del tipo no tenían parangón.
Tras esta primera oleada aparecieron los antisistema y se convencieron de que, como ellos, Federico libraba su propia batalla contra el poder. Les siguieron los conspiranoicos, seguros de que ese peculiar hombre secundaba sus tesis sobre la mano negra que gobernaba el mundo. Más tarde llegaron los místicos, susurrantes y complacientes, atribuyéndole las cualidades de un iluminado.
Ni qué decir tiene que el trabajo se le multiplicaba tras este tipo de visitas pero lo aceptaba como parte de sus responsabilidades así que, equipado con mopa, trapos y abrillantador, se aplicaba de buen grado en recuperar su esquiva nada en cuanto salían por la puerta.
En esas estaba después de la visita de los agnósticos, cuando le sobresaltó una suave voz. –Disculpe, no quería nada. Sólo he pensado que podría venirme bien quedarme aquí un rato en silencio, ¿puedo?-. - Claro, adelante-. Se trataba una chica joven y menuda que sigilosamente se acomodó en la esquina del ventanal. Su presencia no impidió que él siguiera concentrado en dar lustre a los arabescos. Al cabo de un rato la muchacha sacó su propio paño, limpió el lugar donde había estado sentada y dándole las gracias, salió sin apenas rozar el suelo. Poco después volvió con un amigo y más adelante, con otros muchos que a su vez traían a más y más gente. Todos ellos saludaban respetuosos, encontraban su lugar favorito en NADA, permanecían un rato escuchando el vacío y cuando querían, aseaban concienzudamente su rincón y se marchaban agradecidos.
Federico comprobaba que el nuevo trasiego no trastornaba NADA, y su labor cada día se iba reduciendo a nada. Examinaba rincones, rejillas, ventana y, nada. Ni siquiera la cerámica de los azulejos reclamaba algo de su atención. Solo quedaba contemplar, en aquellas largas jornadas de júbilo.
Poco después cerró el local, muy satisfecho de haber conseguido todo lo que quería.



Este texto también ha salido del curso "Encierro Creativo" de Un Cuarto Propio

martes, 14 de abril de 2020

La Illuminati

Yo soy una Illuminati, que creo que no os lo había contado.

Los Illuminati, por si no lo sabéis, somos una logia secreta que se dedica a controlar el mundo. La definición es algo más compleja, pero vamos que en esencia es eso, para qué liarlo más.

¿Que si es secreta para qué lo cuento? Hombre, seamos realistas, este escrito lo vais a leer mis amigos y conocidos y seguramente lo tomaréis a guasa. La Logia (también la llamamos LaLo por pura cautela) permite de vez en cuando estas licencias porque entiende que guardar un secreto de esta envergadura por mucho tiempo puede llegar a causar desequilibrios mentales entre sus miembros. Y se nos requiere lúcidos. ¿Qué digo lúcidos? Se nos requiere sagaces, rápidos. Aguilillas.

No confundir a los Illuminati con el Club Bilderberg, que nos sienta fatal. Si bien todos nos dedicamos a dominar el mundo, la planificación y ejecución corre de nuestra cuenta y los del Club nos financian. Así de simple.

Para formar parte de LaLo no se requiere de grandes dotes, en contra de lo que pueda creerse, pero sí de algo que ocurre muy pocas veces en la vida: estar en el sitio y en el momento adecuados. Según me contaron una vez ingresé, llevaban varios años detrás de mí como posible sucesora de Honorio Tapiador, el célebre delegado de mi zona (que LaLo será secreta, pero bien organizada). Al parecer, mi docilidad en aquella lejana y primera entrevista de trabajo en la oficina del registro mercantil les había convencido, y yo por fin encontré una explicación a la presencia de un inquietante y encorvado hombrecillo en gabardina y gafas de sol que por aquellos días merodeaba en los alrededores del edificio. Más adelante, también según sus explicaciones, relegaron mi candidatura en el momento en que comencé mis devaneos con el yoga, el baile y el teatro. Y es que en LaLo se requieren perfiles bajos: gente sin sustancia aparente, de costumbres y aficiones basicotas. Por eso cuando decidí prepararme las oposiciones volvieron a la carga, justo unas semanas antes de que Honorio causara baja por jubilación. Ésa fue la carambola cósmica de la que antes os hablaba, pues la cúspide de LaLo ya temblaba ante la perspectiva de que el Campo de Calatrava quedase inaccesible a sus ubicuos ojos.

Volvía de una de aquellas primeras jornadas maratonianas de trabajo y biblioteca, cuando en la entrada de mi edificio me encontré al inquietante y encorvado vecino del primero. Era chocante verlo por la noche y sin su sempiterna bolsa de (lo que yo creía que eran) migas de pan para los pájaros de todo el barrio del Perchel. - Buenas noches, señor Antonio-. - De Antonio nada, mi verdadero nombre es Honorio-. - Bueno, pues nada Honorio (normal, pensé, es que vaya nombrecito) que tenga usted buena…-. - Espera un momento, Laura-. Me sobrecogió, tengo que reconocerlo, pues su voz ya no era la de un anciano de ochenta y cinco años. - ¿No querrás entrar en la Logia de los Illuminatti?-. - Señor Ant..., digo Honorio, ¿está usted bien? ¿Se ha tomado hoy su medicación?-. Sin hacer caso a mis preguntas, espetó: - Tú quieres ser funcionaria, ¿no?-.

Sólo unos días más tarde ingresé, porque LaLo no te seduce con grandes lujos, eso sería demasiado evidente y hortera, LaLo te engancha a golpe de deseo, y a cada miembro le concede aquello que habita en sus pensamientos más lúbricos.

Los meses siguientes fueron muy ajetreados para todos. Por un lado, la maquinaria Illuminati trabajaba incombustible en la consecución de mis aspiraciones. ¿De qué si no me llegaría el paro obrero en el justo momento? ¿Cómo entonces lo de pasar in extremis el examen más complicado? ¿Qué mano atrajo hacia las mías las bolas de los temas precisos? Mientras tanto, bajo una coartada perfecta, yo pasaba las horas muertas en la biblioteca, pero ocultas entre las páginas de la Constitución o la Ley de Contratos del Sector Público, me empapaba cada día de materias mucho más atractivas: los orígenes y organización de la Logia, la interconexión encriptada de los equipos de trabajo, los códigos de comunicación segura con la NASA, lenguaje, dialectos e idiosincrasia extraterrestre… Pero vamos, que no os quiero aburrir con el amplio temario Illuminati.

Lo mejor fueron las prácticas. Tras la publicación de los aprobados en el BOE tenía vía libre para el ocio y el reposo durante varios meses. O eso creísteis todos. - ¿A qué te dedicas ahora, Laura?-. Y yo, - pues a no hacer nada-. Todos os reíais, -qué suertuda-, me decíais muchos. Pero ahí estaba yo, compaginado las inofensivas sesiones de Swing Nocturno en la fuente de la Talaverana con una intensa formación que cubría un extenso abanico de actividades, desde larguísimas jornadas de vuelo en las que aprendíamos cómo fabricar chemtrails (es muy fácil, coges un saco de pesticida, un fuelle y con una buena técnica patentada por LaLo, te lías a follar y a follar hasta que el polvo sale en su punto justo de espesura), hasta sesiones de jardinería y poda ultrarrápida, con y sin maquinaria pesada, para elaborar figuras geométricas en los maizales de Inglaterra y Centroeuropa. Para esos seminarios necesitábamos de la ayuda de los extraterrestres que nos iban dando indicaciones desde arriba para que el dibujo quedara decente. Qué bien lo pasábamos con las cervecitas de después, tumbados sobre los tallos de maíz segado. Menudo verano bueno. Y qué gente más maja, terrícola o no, la que conocí allí.

Este día nos pusimos creativos

Y así, a lo tonto, ya han pasado casi dos años desde que sustituí a Honorio. En este tiempo he seguido con mi paripé de funcionaria, claro, de ahí lo de incorporarme tres días antes de que se decretara el estado de alarma. Estaba todo calculado porque así podría seguir desde casa con mi curro en La Logia sin levantar sospechas. De vez en cuando envío fotos de pan casero y bizcochos a mis parientes para que crean que me dedico a cocinar y a otras actividades anodinas, pero en realidad estoy más liada que la pata de un romano. Con lo del Control Obligatorio para la Vigilancia Illuminati y Dominación de 19 semanas (COVID-19), no damos abasto.

Porque debéis saber que todo esto del confinamiento es una fanfarronería. A veces nuestro jefe se pone chulo, normalmente tras largas reuniones regadas con brandy Soberano, y quiere demostrarse cómo domina el mundo de bien. Y en esas estamos. Se le puso entre las cejas que iba a meter en su casa a toda la humanidad y al final lo va a conseguir. El virus es una excusa, una orden dada a los medios de comunicación y a los gobiernos que incluyen miedo y desinformación, todo dirigido por nosotros, claro. Es verdad que la delegación Illuminati en Wuham tuvo que ejecutar una pequeña intervención biológica en un mercado de animales con tres pangolines y un murciélago, pero nada que no pueda hacer cualquier niño con una cuerda y un palo. Para mi gusto se le ha ido un poco de las manos pero qué le puedo decir yo si no soy más que una recién llegada a La Logia.

Y ya os dejo. Me quedo más a gusto habiéndoos contado este secreto pero ahora tengo que seguir trabajando, que los hilos que mueven el mundo no se manejan solos.


Y aquí, algo tan absurdo como lo que acabas de leer


Este delirio es un ejercicio del taller de escritura "Encierro Creativo" que maneja magistralmente Un Cuarto Propio.

lunes, 30 de marzo de 2020

La revolución de los Cachos de Carne

En esta interrupción temporal de lo que fuera que hiciésemos antes de una manera determinada y rutinaria, donde hay héroes y villanos, opinadores y pastores de almas, a mi me ha tocado el honorable papel de Cacho de Carne. Me explico:
Soy el único ser con el que convivo. No tengo hijos a mi cargo, ni familiares que precisen de mi auxilio más allá de lo que concierne a emitir dosis periódicas de cariño y conversación. Tampoco tengo mascotas aparte de las hormigas que me visitan cada primavera. No soy personal sanitario ni docente, ni estaba recibiendo ningún tipo de docencia. No canto ni toco instrumento alguno. Mi principal acceso al aire libre es un patio (grande y luminoso, lo confieso) que no me permite participar de actividades que impliquen hermanamiento con mis congéneres. No soy bombera, ni limpiadora, ni formo parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. No soy política (gracias a Dior). No regento ningún establecimiento que dispense bienes de primera necesidad. No conduzco camiones ni soy cajera de supermercado. Por no hacer, ni siquiera teletrabajo porque sólo llevaba tres días, tres, incorporada en mi nuevo puesto. Para rematar, no tengo máquina de coser, por lo que no contéis conmigo para fabricar mascarillas. Y en mi bloque tampoco hay personas mayores para llevarles la compra.
En esta crisis soy un ser irrelevante. Soy, ya te he dicho, un cacho de carne. Pero, permíteme el orgullo, y perdona si suena pretencioso, ¡qué Cacho de Carne soy! Tierna, magra…, me he propuesto ser la mejor chicha de todo el confinamiento. Cada día cultivo mi inadvertencia y hago de mi prescindibilidad, mi oficio.
Ser Cacho de Carne no es nada fácil, conste. La primera de nuestras misiones es darnos cuenta de que lo somos y de que el mundo no nos necesita. Supone un esfuerzo ímprobo porque somos conscientes de que la sociedad camina ciega sin nuestras opiniones y buen hacer. Para esta tarea, nuestro código deontológico exige replegamiento y silencio. Difícil empresa porque te recuerdo que aún conservamos ojos, redes sociales y ego.
Pero los Cachos de Carne no estamos exentos de discernimiento, claro. Nuestro angosto caparazón no es impermeable a la prensa ni al acceso general de información. Es por ello que no requerimos de las mentes preclaras que tratan de abrirnos los ojos a su aguda sapiencia. Cuando esa terrible amenaza oprime, cuando nuestra pantalla al mundo se reboza en reproches y lecciones de unos a otros, una implacable autocrítica se abre paso y nos recuerda que no somos inmunes al sesgo ideológico en cada una de las decisiones que tomamos, incluidos los medios que elegimos para estar al día. Para no ser arrastrados por ese torbellino de discusión ni perder el privilegio de la posición que ocupamos, nuestro código de comportamiento recomienda, además del replegamiento y silencio anteriores, paciencia, pues ya llegará el momento de actuar, votar o manifestarnos.
No agitar las aguas de por sí ya revueltas, comprender que cada uno hace lo que puede… ¿entiendes ahora lo importante de mi cometido? Pues aún no te he contado lo más importante, aquello que nos hace entidades fundamentales de este presente y del inminente futuro. 
La razón de ser de un Cacho de Carne, su leitmotiv es estar bien: no contaminar ni contaminarse en lo vírico ni en lo anímico. Para ello, un buen Cacho de Carne toma sus propias medidas de higiene, lo que implica el uso semipornográfico de todo aquello que le nutre el alma. Algunos dibujamos o leemos, otros bailamos, hacemos deporte, yoga o meditamos. Hablamos con nuestros amores, compartimos risas y acompañamos su desánimo. Pero sin horarios, cuando y si apetece, que es la única manera de hacerlo todo sin hacer nada. De lo demás, practicamos un ayuno cuasi total.
¿Egoísta? ¡¿Un Cacho de Carne, egoísta?! Quien así lo crea es porque no tiene ni idea de nuestra naturaleza proteica, estructural... Entrenamos cada día para convertirnos en los cimientos sanos de la especie venidera, en los alegres pilares que sustenten la siguiente generación, en el tejido conectivo y amoroso que ligue a esta nueva humanidad en ciernes.
No exagero ni sobredimensiono. Lo nuestro no es desidia, es un avance certero al estilo Ghandi. Una revolución silenciosa. ¡La revolución de los Cachos de Carne!


(Bueno, igual me he pasado un poco pero ¿qué quieres? Soy un cacho de carne que pasa sola la cuarentena. Si no me animo yo…)





martes, 12 de noviembre de 2019

Morirse un amigo

Abre la ventana cuando muera. Si no, ¿cómo voy a salir?
M.B.


Sería a finales de Septiembre del año pasado o quizá ya había empezado Octubre. Caminaba por una calle que me lleva de camino a todos lados. Un día cualquiera, una ráfaga de pensamientos cualquiera y uno que atrapa mi atención: ¿cómo debe ser que se muera un amigo? Deseché rápidamente las respuestas que a la velocidad de la luz comenzaban a dibujarse en mi mente. Demasiado doloroso.
Algo después, de vuelta de la biblioteca, me encontré con la madre de Mariana. Caminaba como si su cuerpo fuera de plomo. No tenía buen aspecto y a mi pregunta, acertó a decirme entre lágrimas que los resultados de los análisis no eran buenos.
Echo la vista atrás, ahora que los días son copia de aquéllos, y nos imagino entes que navegan suspendidos en la malla del tiempo y el tiempo, como océano, nos mece y arrastra de unas situaciones a otras, y da bandazos que crean y destruyen a la vez. Marejadas que resultan en rupturas e idilios, pérdidas y encuentros, en que fantasees con la muerte de un amigo y que en tu amiga se esté fraguando un cáncer. Hechos aparentemente inconexos cabalgando en la misma cresta. Sumas y restas con resultante cero. 
Tal vez aquel día del pasado otoño empezaba ya a sentirse la resaca de la ola que vendría y yo sólo pude olfatear como un cachorro recién nacido, ciego todavía.
Los meses anteriores fueron raros. Me pasaba el día estudiando y coincidíamos menos. Además Mariana rehuía casi todas las propuestas para quedar pero a mí no terminaba de extrañarme, mujer independiente y necesitada de temporadas casi exclusivas para sus amados Schopenhauer, Zizek o Macedonio Fernández. Estoy cansada, no me encuentro bien, era la excusa recurrente. Yo creía, en mis momentos más acomplejados, que igual se había cansado de mí y del resto, con todas las de perder frente al calor de su casa, sus gatos y sus plantas; otros, pensaba que estaría preocupada por el trabajo, aunque tampoco tenía mucho tiempo para todo esto: el ansia por rascar horas de estudio se llevaba casi toda mi energía.
Sabía que había pedido una analítica. Me lo dijo en uno de los últimos días normales de camino a la casa donde habíamos quedado a cenar. No creo en los médicos pero sí en la bioquímica. Y después su madre, con su caminar de plomo dándome la primera de una larga ristra de noticias que nunca terminé de aceptar del todo.
Mariana se fue y mientras lo hacía no paró de darme las gracias en todas y cada una de mis visitas al hospital. ¿En qué habitación estás ahora? Yo acudía a su lado como hasta entonces, con la justa reticencia de quien sabe que se encuentra con un sabio pues eso mismo era ella para mí. Mi amiga menguante, irónica, aguda… Bienvenidos a mi velorio, nos recibió entre risas en su casa, en una fiesta de despedida disfrazada de Navidad. Joder, Mariana… Quiso que estuviéramos alegres. Casi lo conseguimos.
Se fue, lo supo desde el primer momento, por eso nos miraba como el que mira a un niño cuando nos empeñábamos en rascar esperanzas. Se tomaba las malas noticias como pequeñas victorias y entre sollozos me confesaba que así le creerían de una vez. Yo callaba pero tampoco podía creérmelo e íntimamente estaba convencida de que todo era una argucia suya capaz de deshacerse en cualquier momento.
A ratos niña desvalida, otros, adolescente contestona y poco a poco más vencida y resignada. Echo de menos mi soledad, aquí es imposible. Se sentía afortunada porque desde su habitación veía campo y cielo, y aprovechaba el sol de invierno para escapar a los jardines a tomar mate, ella, pesimista convencida. Sensible, de mirada y conciencia anchas, confrontaba mis opiniones con las suyas y las sentía más sólidas si me las validaba. También la temía a veces, tan cruda, tan certera.
Se iba y era mágico también, era íntimo, era sagrado el silencio de sus últimos días. Estaba allí aunque ya casi no estaba. Y yo me estaba perdiendo que me explicara cómo era eso de morirse uno.
Que se haya muerto Mariana es raro, es increíble, es triste, irreemplazable. Me molesta que no esté. Me molestó que se fuera sólo unos días antes de que florecieran los árboles de su calle, que se haya perdido tantos atardeceres, que ya no cuente con su punto de vista. Me fastidia no verla venir apresurada hasta la esquina donde quedábamos o caer en la cuenta de que no es ella cuando la confundo por la calle.
Presente pero inalcanzable, habita en el libro del Principito, en la bufanda gris, en la mantita blanca, en mi forma de pensar. En una copa de vino tinto que me susurra con acento porteño Tú no eres pobre, Laura, no te confundas. Está en la vía verde, donde volví a partirme de risa este verano con su vehemente argumentario sobre los corredores ¿Pero es que no se dan cuenta de que no corren bien? Y entre los árboles de la Tabla de la Yedra resonará siempre aquel ¿Y no es evidente?, que soltó mirando al río cuando yo le contaba mi idea de dios.
¿Qué harás este fin de semana?, me dijo desde esa cama que no era suya, sonriendo. Yo había quedado para ir al teatro. Pásala bien. Vendré a verte la semana que viene.


Hasta siempre, amiga mía. Gracias por tanto.


  

martes, 13 de agosto de 2019

Conversaciones Internas. El retorno

Para que este nuevo despropósito tenga sentido, quizá antes haya que leer ésto


- Laura

- Ññññ

- Lauraaaaa

- …

- ¡LAURA, QUE VENGAS AHORA MISMO, COÑOYÁ!

- ¿Qué quieeeresssss?

- Que te pongas delante del ordenador, que escribas, que te muevas, que respires, joder.

- Estás un poco malhablada, señorita Indómita.

- ¿Y no te parece lógico? Que nos tienes al grupúsculo de entidades creativas de lo más abandonadas. Y NO ME VALE LA EXCUSA DE QUE ESTÁS CON INO*, QUE YA HACE MÁS DE UN MES QUE LO HABÉIS DEJADO.

- Pues no te lo vas a creer, Domi, pero no me acostumbro a estar sin él. Es como si nada tuviera sent…

- ¡ES QUE LO SABÍA! Mira que te dije que no te acercaras y tú nada, erre que erre con tu INO, que si a pasear…

- Íbamos a la biblioteca.

- …que si venga a hacer viajes.

- Era a Madrid, a hacer los exámenes.

- … que si las horas muertas colgada al teléfono.

- Estaba consultando dudas con otros secuestr… digo… compañeros opositores.

- … ¿y todo para qué?, ¿me lo dices? Para volver con ese par de criaturas que te hizo la bestia.

- Eyeyeyyy, un poquito de respeto.

- Oye, oye, no te pases, tía.

- Pereza, Desgana, calláos, no entréis al trapo. A ver Domi, lo primero es que además de a ellos INO me trajo a Plaza en la Administración, y lo segundo es que Pereza y Desgana no se van a quedar aquí toda la vida. La relación con INO ha sido muy intensa, sí, y ahora mismo los necesito. Necesito este periodo para poder poner un punto y aparte y comenzar de nuevo.

- Mira Laura, yo sé que cuando INO se marchó fue una alegría para todos. Trajiste de la mano a Euforia y a Plaza, una criatura estupenda, que además ha encajado a la perfección con Circunstancia Laboral y Situación Económica, que estaban francamente alteradas. Pero es que no te diste cuenta de que Pereza y Desgana venían enganchadas a tus faldas. Por aquel entonces no les di importancia porque eran minúsculas, ¡pero es que ahora están hechas un par de ceporras de tanto alimentarlas a base de Youtube y HBO!

- Buuuuuuuu, vete por ahí, petarda, que te pareces al científico de Chernobyl.

- Déjate de rollos y dame mi ración de El Cuento de la Criada.

- Bueno, Domi, tal vez tengas un poco de razón pero es que…

- ¿Qué?

- Pues que también me da un poco de respeto volver… no sé si estaré a la altura.

- ¿Altura de qué?

- Pues no sé, de lo que escribía antes.

- ¿Pero quién te has creído que eras? ¿Séneca?

- ¿Y merece la pena? ¿Para qué escribir?

- ¡Desgana, deja de soplarle a Laura en el oído! Mira Laura, tú lo que tienes que hacer es arrimarte a nosotras. Ya sé que has tonteado un poquito con Danzarina y Teatro y está muy bien, pero es hora de despertar del todo a Creatividad, de darle una buena sacudida a Apetencia por Viajar, de sacar definitivamente de su escondrijo a Escritura

- Domi pero es que he olvidado muchas palabras y expresiones que sabía.

- Tranquila, sólo se trata de escribir para ir engrasando la máquina sin importarte demasiado el resultado. Ya verás como pronto irán volviendo.

- Pero es que tampoco sé muy bien de qué escribir.

- No pasa nada, tú escribe de lo que sepas, de lo que más te apetezca.

- ¡Ya sé!, ¡podría escribir sobre cosas nuevas que he aprendido!, mira: Tribunal Constitucional, Ley de Transparencia, Recurso Contencioso-Administrativo, ¡el Convenio OSPAR!...

- Ejem, ésto va a ser complicadillo…



Soleá Morente, o la BSO del último examen (una canción que no se come neuronas ni nada)


(*) INO = Imperiosa Necesidad de Opositar