domingo, 24 de julio de 2016

Incoherente manifiesto radical

[…]Lo venero porque se abstiene de la acción, y abre su alma con el objetivo de poder ser. En mitad de un mundo de actores bulliciosos y superficiales, es noble hacerse a un lado y decir: “Simplemente quiero ser”. Si pudiese plantarme enseguida sobre la verdad, reduciendo al mínimo mis necesidades, me vería inmediatamente más cerca de la naturaleza, más cerca de mis compañeros… y la vida sería infinitamente más rica. Pero ¡heme aquí!, temblando en la orilla…
Primera carta que Harrison G. O. Blake escribe a H.D. Thoreau en

Hoy me he levantado muy antisistema. Mucho más que cualquier otro día. Aun así, he obedecido al despertador y he acudido puntual a mi cita con la administración pública del estado español. He proferido proclamas anticapitalistas en un suave y civilizado tono y, ya más tranquila, he ofrecido siete horas de mi vida al análisis del agua del río que nos riega… Me mata mi incoherencia. Cada vez hay más distancia entre mis pensamientos y mis actos y, estoy convencida, ésa es la principal fuente de mis tristezas cuando llegan.
Para más inri, a mi anciano coche se le ha roto el ventilador. El hecho, dadas mi manchega latitud y la concurrencia del mes de Julio, se torna terrorífico, lo suficiente como para que flojeen mis soflamas anticapitalistas y me plantee comprarme otro coche, maldita sea. Más leña al fuego para mi incoherencia y para futuros malestares, estoy segura. Al plantear la disyuntiva en el rato del café soy preguntada, precisamente, por mi vía más coherente de actuación. Y en este día en que me siento tan radical, declaro que si yo fuera coherente no sólo no me compraría otro coche sino que lo dejaría todo, viviría en una cueva y allí me dejaría morir como acto de amor hacia la Tierra (esto último, incoherentemente, no lo he dicho).
Y no es porque me haya enamorado perdidamente del pensamiento de Thoreau ni porque siga engullendo despacito sus ensayos, pues me viene de lejos el convencimiento de lo inútil que es para la Tierra la presencia del ser humano en su actual forma de vivir. Si alguna función tuviésemos para la Tierra nuestro modo de vida tendría que estar acoplado a Sus ritmos y principios, para empezar. En su defecto, hemos inventado unos modos alejados de todo eso y así, ciegos por la consecución de unos objetivos que nos marca la tradición o el propio capitalismo, nos movemos por Ella como caballos de Atila. Hemos ideado un ritmo rápido de obtención de hitos vitales, de consumo de recursos y hasta de personas que nada tiene que ver con la tranquila cadencia de los procesos naturales, como el tiempo que se toma una flor para abrir o el ocaso en agotar sus últimos rayos de sol.
Cuando me despierto así de antisistema tengo la certeza de que despojarnos de todo exceso material nos sincronizaría con el mundo y nos acercaría a nuestra esencia, a la Verdad. Aprendiendo de los animales, legítimamente sincronizados, ¿cuáles serían nuestras necesidades reales? Techo y comida. Y cuando no estemos comiendo ni durmiendo, contemplación, juego, espera confiada, alguna actividad reposada como quitarle piojos a algún compañero... Cualquier otro quehacer alimenta el mundo de corchopán que nos hemos sacado de la manga. Creo incluso, cuando me siento así de revolucionaria, que desde el preciso momento en que el hombre empezó a gestar este parque temático surgió la ciencia y la filosofía pues, en última instancia, el saber está destinado a conocer la esencia del hombre. No necesitaríamos estudiarlo si precisamente viviéramos según nuestra esencia.
Cuando se me activa el anticapitalismo radical dudo del modelo generalizado de familia y supone para mí un exceso traer más consumidores vidas a este mundo. ¿No será un acto egoísta por mi parte el no querer renunciar a experimentar el amor hacia un hijo? Estoy convencida que no habrá amor igual pero ¿se nos pasa por la cabeza el precio que ha de pagar el ser humano que llega sólo porque yo no quiera prescindir de convertirme en madre? Cuando estoy así de anticapitalista, el mayor acto de amor que se me ocurre ofrecer al mundo es el de renunciar a reproducirme y soy consciente que pronunciar tal improperio también conlleva una no pequeña dosis de egocentrismo, maldita sea otra vez la incongruencia.
Pero adoro a los niños, es casi lo único que salvaría del mundo cuando lo observo desde mi radicalizada perspectiva. Me mata su inocencia, sus ojos grandes cuando me preguntan curiosos. Me encanta hacerles reír, sorprenderles, enseñarles… pero tampoco creo que una mujer se haga completa cuando pare a otro ser. Y nadie nos arenga a hacerlo, sólo faltaría, pero de una forma velada el fantasma de la anomalía se cierne sobre nosotras cuando a cierta edad no te has reproducido. A cierta edad tienes que tener una buena explicación bajo la manga para justificar que no tienes hijos y no digas que te da pereza o que no consideras que a este mundo le hagan falta más consumidores sino quieres sentirte como una paria. El hijo como hito a obtener es lo que me rebela. El hijo porque es lo que toca. ¿Tan aburridos estamos? Y después ese hijo, que no tendrá más remedio que recorrer el trillado camino de la educación-producción cuya cualidad dependerá de lo que al sistema en ese momento le convenga engendrar: ¿obreros?, pues venga una remesa de obreros iletrados. Pobre hijo, sólo libre en el mejor de los casos durante dos o tres años pues después tendrá que prepararse para competir. Y pidámosle paz luego a mi generación o a las futuras cuando desde el colegio hemos competido por ser los mejores. Oh, Dios mío, cuando me levanto antisistema me reafirmo en que el mejor favor que podemos hacerle al mundo es quedarnos en barbecho.
Cada vez más creo que nuestras enfermedades emocionales y físicas se deben a no digerir que nuestras vidas no se parezcan al modelo establecido (tomado por verdadero) y así, cuántos dramas surgen cuando, por ejemplo, nuestra pareja nos deja. En ese sufrimiento ¿qué porcentaje es desamor y qué porcentaje pérdida de estatus? ¿Qué porcentaje del dolor se debe al egoísmo por no saber qué hacer o por tener que abandonar un tipo de vida al que nos habíamos acomodado?
Pero no todo es queja cuando enarbolo la bandera anticapitalista. Cuando dejo de observarnos como a una masa, aparte de los niños, aparecen mil rayos de esperanza en la cercanía, en el tú a tú, en la vulnerabilidad del desnudarse en sentido literal y figurado delante de otra persona… ¿quién puede enmascararse ahí durante mucho tiempo? Entre las piezas de corchopán del mundo que hemos construido también existe el vacío: espacios donde late la potencialidad de otro tipo de convivencia y construcción de nuestro mundo. En esos silencios se encuentra el sentido mismo de lo verdadero, de lo esencial.
En mi estado de rebelión creo que la ideal sería la vida nómada. Ir ligeros de equipaje, despojarnos de necesidades superfluas e ir descubriendo el mundo a medida que nos descubrimos a nosotros mismos, ¿qué otra cosa puede haber más interesante? Quizá no encontraríamos muchas diferencias entre nosotros y la Tierra, estoy segura.
Pero no estoy a la altura de mis pensamientos y lo peor de despertarse antisistema es observarme y ser consciente de mis incoherencias. De no ser capaz con mis herramientas actuales de encaminarme a velocidad de crucero y sin titubeos hacia ese tipo de vida que proclamo, pues siempre encuentro argumentos para rebatir mis manifiestos. Hago amagos con los que me autoengaño pero de tanto entrenarme en el salto he olvidado para qué lo practico. Me quedo quieta pero un rato después dudo de si mi ausencia de movimientos claros se debe a una verdadera rebelión pacífica o a puro conformismo... Se llama miedo y por el miedo dejo que transcurran más y más días de incoherencia. Pero tampoco creo en el puñetazo fuerte sobre la mesa, más bien en la realización de pequeños actos coherentes. De momento, empezaré por seguir con mi viejo coche, aunque eso confronte incoherentemente con otros de mis radicalismos, los ecologistas, maldita sea.


domingo, 10 de julio de 2016

Cumpletodo feliz

Con éste, el blog cumple cien escritos.
Fue curioso el efecto-blog nada más abrirlo. Aquella tarde de sábado noté que de repente accionaba un contador que durante un tiempo me mantuvo más pendiente de cifras que de letras. Para mi sorpresa, la nueva criatura reclamaba escritos sin más criterio que el de ir sumando. Yo trataba de negociar con él la frecuencia, ¿dos veces en semana? ¿Tres? Me preguntaba ansiosa con qué lo alimentaría pues no me veía capaz para la ficción y tampoco quería que se convirtiera en un diario. Y si pasaba más de una semana sin publicar, casi podía sentir en mi nuca el aliento de sus hambrientas fauces. El bloguero era mucho más insistente que mi perezoso reloj biológico.
Esa sensación, sin embargo, duró pocas entradas, las justas para plantearme una cuestión: ¿por qué convertir este espacio en una nueva atadura? ¿No era ya suficiente cumplir con el horario laboral y el extraescolar? De igual forma, ¿por qué preocuparme de antemano por el contenido? Lo que escribiera se regiría por el criterio de lo que me fuera dando la gana. Por aquel entonces leí un artículo sobre escritura que hablaba de que la voz de cada cual era exclusiva y necesaria, ¿por qué no, simplemente, dejarla salir? Yo además estaba convencida de que la expresión creativa del individuo ya fuera para dibujar, cocinar o ingeniárselas con las reparaciones del hogar debía ponerse de manifiesto y era germen esencial para que el mundo (y el de cada uno) cambiara a mejor.
Pero no afrontaba yo el teclado con la actitud de una Juana de Arco, en su lugar la página en blanco se convertía en un espacio ilimitado para el divertimento y la expansión. Poder hacer lo que quisiera me volvía osada y un ¿por qué no? me abría la puerta cada vez que surgía alguna duda sobre si contar o no aquello que me rondaba por la cabeza. Empecé a no temer opiniones y a sentir que la expresión sincera (siendo sincera lo más fiel posible a mis ideas, sentimientos y emociones) era una de las llaves de mi libertad.
Esa Expresión Sincera se ha convertido en casi la única regente de este blog pero también es un poco tirana y como contrapartida no me permite ni un ápice de pose. Nada sale de mis teclas si sólo tiene como impulso mi empeño; se me rebela ante los encargos, ante las prisas, ante la necesidad inventada de terminar series inconclusas… Pero sus beneficios son tan grandes que todo se lo permito. Entretanto imagino a mis escritos no-natos como personajillos que balancean sus piernas en las sillas blancas de una sala de espera aguardando su turno para materializarse. Cuando llega, el escrito en ciernes se levanta de su silla, da vueltas por toda la sala y me suelta frases a cada momento, sobre todo si no estoy provista de bolígrafo y cuaderno; su urgencia me empuja hacia el teclado hasta en las horas más intempestivas. Muchas veces he pensado que no dependen de mí sino que me utilizan para mostrarse.
Dejando a un lado las imágenes que acompañan el proceso de mi escritura, insisto en la importancia de la expresión propia independientemente del formato. Tratar de materializar con sinceridad lo que uno piensa o siente crea una alianza con uno mismo cada vez más difícil de mancillar. Así el proceso creativo deviene en curativo, estoy convencida.
Otro aspecto que ha sido clave en el desarrollo de este blog (y esto podría empezar a parecerse a un recetario antisistema) es el dedicarle tiempo con alevosía a una actividad que en términos económicos y prácticos no sirve para nada. Saber que no me reporta nada de lo que se supone que habría de perseguir excita mis neuronas y mi rebeldía, pero lejos de empujarme hacia guerras internas o externas, me guía mansamente y sin remedio hacia un rincón muy personal que había descuidado durante mucho tiempo. Cada post me sirve para descubrirlo, sacarle brillo y cuidarlo un poco más.
No es del todo cierto lo que comentaba unos párrafos más arriba acerca de no mirar mucho los números del blog pues hace unos cuantos escritos me di cuenta que se aproximaban a la centena. Pedí permiso a Expresión Sincera para escribir sobre todo esto y ella, aunque a regañadientes, empezó a salpicar mi mente con algunas ideas, cosa que interpreté como un . Aún así, la aproximación a las tres cifras era lenta y poco a poco el calendario nos acercaba a una fecha señalada. ¿No sería bonito hacerlas coincidir? Me armé de valor y volví a dirigirme a mi sincera expresión:
- Hola, Expresión Sincera, soy yo.
- ¿Qué quieres?
- Pues nada..., ¿has visto qué fecha es?
- Sí, Julio, ya estamos otra vez con el chupinazo y los sanfermines en la tele.
- Sí, je-je-je. Pero también está mi cumpleaños.
- Ya.
- ¿Qué te parece que el escrito número cien y mi cumpleaños coincidieran?
- Pues me parece una soberana gilipollez tontería y además, ¿no te ibas por ahí?
- Sí, pero te olvidas de la magia de la programación de Blogger. Y... ¿podría publicarlo a las 10:07?
- ¿…?
- Claro. El día diez de Julio a las diez y siete.
- Madre mía… ¿y eres tú la que en los últimos tiempos se ve más madura?
- Porfi…
- Anda venga, pero luego no te vayas a reír de los selfies ni de los palos de selfie, que tú tienes las mismas ganas de exposición y autobombo que cualquiera…

Olvidaba que aparte de la creciente libertad y de ir encontrando mi propia voz, este blog también había servido para tener más de una bronca con los muchos personajes que me habitan. Pero no me arrepiento: definitivamente los días en que escribo son un poquito mejores que los que no.
Así que, con la venia de mi Expresión Sincera y con orgullo y mucha satisfacción alegría por mi parte, me congratula publicar este post número cien el día de mi cumpleaños.
Al poco de empezar el blog. A punto de tomar una de estas fotos

- Oye Laura, ya metidas en faenas conmemorativas, creo que te falta algo.
- Supongo que te refieres a los lectores. A la sorpresa de que haya gente que lee lo tuyo, al calorcillo de los comentarios (más bien por facebook), a ese cariño gratuito… Sí, muchas gracias a todos lo que pasáis por este espacio. Es un regalo con el que no había contado. Y tú, ¿algo que añadir?
- No querrás que te felicite, ¿no?… Que sabes que en última instancia eres tú la que escribe y esto puede convertirse en el culmen del masajeo del ego… Bueno, vale, pero ya no me pidas nada hasta el escrito quinientos por lo menos, ¿entendido? Así pues, en contra de mis discretos principios y sin que sirva de precedente, para ti y para el blog:

¡FELIZ CUMPLETODO!
  


jueves, 30 de junio de 2016

Vivir (y III)

El más elevado de mis pensamientos no deja de parecerse a un águila que de repente entra en el campo de visión, sugiere algo inmenso y emocionante al que la contempla, pero nunca se acerca realmente, vuela en círculo a lo lejos, haciéndose al rato su figura más tenue, hasta perderse finalmente tras un acantilado o una nube”. Henry David Thoreau.

Escena 1

-Qué bien-. Inés sigue entonando su mantra mientras se incorpora a la mesa donde el resto desayunamos. Desde ayer un no me quiero ir perturba de vez en cuando su canturreo. El silencio y el suave tintineo de las campanitas colocadas en cada rincón de la casa se rompen cuando, serena, nos susurra qué bonita es la vida.
A su lado Felipe levanta la mirada del cuenco de cereales, se gira hacia ella y asiente. La vida es hermosa. A mí me encanta vivir… Con este principio inédito, iniciamos una conversación en la que Felipe cuenta que vivió varios meses en un monasterio budista y que los monjes meditaban cada mañana para desarrollar la conciencia de que cualquier día podía ser el día de su muerte. Decían los monjes que el sentido de la vida no consiste en conseguir grandes objetivos sino en poner amor y dedicación en las pequeñas obras que desempeñamos en cada momento. De esta forma si en medio de cualquier actividad llegara la muerte, el alma regresaría en paz al lugar de donde había venido y le sería más cómoda la siguiente encarnación.
Sea verdad o no, qué hermosa forma de tomarse la vida: poner el mismo énfasis en fregar los platos que en exponer la tesis doctoral.
En medio de los dos, qué puedo aportar. Les escucho en silencio, agradecida por asistir a este cruce de verdades tan difíciles de encontrar; por recordarme que la alegría de vivir es pequeña y que por eso mismo cabe en cada resquicio de nuestro tiempo.

Escena 2

Con los pies metidos en aguas escandalosamente azules observo mi sombra ondulante proyectada en el fondo. La mezcla de la brisa con el vaivén de las olas es el antídoto perfecto para barrer pensamientos que acuden cada día a mi mente como si tuvieran que fichar.
Sin motivo aparente me asalta el recuerdo de una pequeña fábula que leí hace tiempo. Contaba que Dios, en ausencia de espejo, se dividió en millones de pedazos para poder entrar en el cuerpo de los hombres a contemplar su creación y, por ende, a sí mismo. La moraleja de aquella historia era que Dios habitaba dentro de cada uno de nosotros y ahí habría que buscarlo.
Dejando a un lado mis creencias o mi propio concepto de Dios, me maravilla la idea de que nuestro único objetivo en la vida fuera observar y recabar experiencias. Ser un pequeño almacén de vivencias que a la hora de descarnar expulsara al cosmos todo lo aprendido. ¿Cuál sería mi legado para el universo? ¿Qué puntos incluiría en mi informe final? Estimado Todo: en mi etapa dentro del mundo material he observado que eres el amor, la belleza, el deseo; eres la inquietud, la bondad, la frustración; eres desternillante, también oscuro y retorcido; eres la paz, la tristeza. Eres el silencio.
¿No sería un alivio vivir con la certeza de que sólo hay que experimentar lo bueno y lo malo con ojos de científico? Dejar que las emociones nos atraviesen sin resistencia, ¿dónde quedarían en ese caso el sufrimiento o el miedo?
Las respuestas a mis silenciosas preguntas se muestran insinuantes pero son tan escurridizas como mi sombra, que ondula en el fondo de estas aguas turquesas. Por si acaso, yo concentro toda mi atención en la temperatura del agua, en la humedad del bikini, en el calor del sol.

Escena 3

Mi promoción, como íntimamente les llamaba, ya se ha marchado y tengo toda la tarde para mí. No sé ni me importa demasiado dónde iré pero siento que quiero moverme. En el mapa de la isla, un camino que no conozco me tienta. Después decidiré si continúo pedaleando o descanso en alguna playa.
La bici alquilada se parece tanto a la mía que apenas me ha costado acoplarme a ella. Avanzo despacio, confirmando de vez en cuando que el sendero que he escogido es la versión tridimensional del que está pintado en el plano. A mitad del trayecto caigo en la cuenta de que ya había pasado por aquí dos años atrás.
Llego a la playa y el viento sopla muy fuerte así que avanzo un poco más hasta otra cala más recogida. A pesar de su fama, no es mi favorita. Está llena de turistas y tiene mucha roca pero me siento tan privilegiada por estar aquí que me tumbo en la arena a descansar satisfecha como si hubiese arribado a Ítaca.
Me doy un baño y me seco contemplando desde la arena el faro que gobierna el otro lado de la isla. A unos pocos metros un bebé me observa sonriente desde su carrito… Me hace gracia pensar que si hoy mi objetivo hubiera sido encontrar grandes aventuras esta tarde sería un fracaso, pero yo sólo quería moverme así que no me he perdido, ni he perdido, nada.
A la vuelta me deslizo sin esfuerzo por el mismo camino. Todo está seco y polvoriento, la lluvia es esquiva con la isla. Atravieso escenas cotidianas: dos obreros reparan un murete, en un pequeño bar unos niños están celebrando una fiesta de cumpleaños… el bullicio del turismo queda unos kilómetros más allá. De repente una certeza me sobrepasa, la vida es esto: es transcurrir, moverse sin objetivos... La comprensión plena de lo tantas veces leído y recitado circula por delante de mis ruedas sin dejarse atrapar pero su estela me va haciendo cosquillas en el corazón mientras me digo: qué bonita es la vida.

lunes, 20 de junio de 2016

Vivir (II). Barriendo se alcanza el TAO


De entre todas las labores posibles decido que hoy barreré hojitas otra vez. Aun así, antes de empezar doy un repaso a mis apetencias, no vaya a ser que subrepticiamente sólo lo haga por agradar cuando en realidad quisiera dedicarme a otras actividades más lucidas y lúdicas que ofrece la casa. Tras breve autoanálisis admito que no: todo mi ser se inclina hacia la retirada de las hojas secas, flores y semillas que se desprenden incansables de este árbol que aún tiene mucho trabajo que dar, según indica su copa. Así que me dirijo como cada día al rincón donde se amontonan las escobas y busco mi cepillo favorito de exteriores y otro de cerdas más suaves. Hoy me voy a atrever con una zona complicada en la que la tierra del suelo está más suelta.
Hace unos años, cuando vine aquí por vez primera me ofendió un comentario de la dueña que aseguraba que nadie sabía barrer. Y me lo decía a , que llevaba barriendo casi desde que tenía uso de razón. Al preguntarle, molesta, cómo habría de hacerlo, ella, de una forma muy pedagógica, me contó que durante muchos años se dedicó a limpiar colegios para ganarse el sustento suyo y de sus hijos cuando la vida se le volvió un poco más difícil. Ahí comprendió el arte del cepillo. Me desveló que lejos de la costumbre generalizada de extender la basura y pasearla por todo el suelo para hacer un único montón, era mucho más eficaz ir acumulando pequeños montones y retirarlos poco a poco. De esta manera, un verdadero experto del barrido, y mucho más si hablamos de exteriores, debe saber que tendrá que hacerlo sin soltar el recogedor, avanzando pasito a pasito mientras va dedicándole prácticamente un exclusivo golpe de escoba y recolección a cada cosa que perturbe la integridad higiénica del suelo…
… Y así me hallo yo ahora, imitando al experto, con la cabeza gacha concentrada en cada hoja, en cada florecilla y en cada roce del cepillo con la tierra cuando comienzan a sonar en mi cabeza los primeros versos de uno de los poemas que más me gustan del Tao Te King:
La suprema bondad es como el agua.
El agua todo lo favorece y a nada combate.
Se mantiene en los lugares
que más desprecia el hombre
y así está más cerca del TAO…
Sonrío para mis adentros reconociendo a aquel que vierte los versos en mi mente y es que uno de los principales efectos secundarios de estar en armonía es que mi Ego no solo se conforma con subirse al carro donde, como romeros, nos balanceamos con gracia mi Bienestar y yo, sino que además lanza flores a nuestro paso y se deshace en vítores, alharacas y olés. Hoy, en su sencillez, me coloca en el pedestal de la Virtud dedicándome el poema por haber elegido este trabajo tan poco atractivo e insinuándome que gracias a eso terminaré, esta vez sí, por alcanzar el nirvana y la plena realización personal.
Pero bueno, tampoco quiero hacerle mucho caso pues qué vano es luchar contra un ente tan complejo como el Ego. Le dejo hacer mientras mi atención se centra en darle vida al suelo, como me dijo también mi maestra, en una distinción bastante gráfica entre las labores que se realizan con amor de las que no.
… Se mantiene en los lugares
que más desprecia el hombre…
Trabajar con el TAO de banda sonora tampoco es desagradable, me admito mientras la actividad comienza a transformarse en una cuasi-meditación: no mirar más allá de la siguiente hojita y fijar la vista sólo en medio metro cuadrado me ordena la mente ¿Qué extraños misterios se esconden detrás de la dedicación, del abandono de la prisa, del vivir ajeno a metas ni recompensas?
… y así está más cerca del TAO…
Bueno, por supuesto que mi ego tiene la respuesta. A estas alturas ya me ha alzado al nivel de Mesías en la escala evolutiva humana... Como siga así voy a tener que atarle en corto.
En medio de la incipiente pugna por mi control emocional observo que barrer este lugar es lo más parecido a barrer directamente el campo y eso me hermana con una vecina que vivía en mi barrio cuando yo era niña y que en sus últimos años perdió la cabeza. En esa época era fácil verla enfrascada con su escoba en el cauce seco del río que atravesábamos para ir al colegio. Los niños y no tan niños, crueles, nos reíamos de ella por lo bajini pero hoy, bajo este sol que ya empieza a picar, me pregunto si acaso su independencia emocional no sería tan grande que poco le importaban las burlas y mucho el hacer lo que su confuso corazón le dictara…
…Se mantiene en los lugares
que más desprecia el hombre
y así está más cerca del TAO…
Pues por hoy ya está. Levanto por fin la vista y no sé si estaré más cerca del TAO, pero al menos el patio se ve más bonito. Recojo mis herramientas y al ir a colocarlas en su sitio me sobresalta una voz a mi espalda. -Perdona, has sido tú quien ha barrido allí debajo del árbol-. Era la jefa. Maldita sea, me digo esperando bronca, ya he vuelto a esparcir demasiado la tierra - Sí, contesto con voz trémula - Es que está muy bien. Cuando lo he visto he pensado que por fin hay alguien que barre como yo. - Gracias-, respondo aliviada. -Sólo apliqué lo que un día me enseñaste…
…Y mientras la conversación se desarrollaba, en un universo paralelo un ego desbordado restregaba en los morros de su habitáculo manchego, y de carrerilla, un poema enterito del Tao Te King...
La suprema bondad es como el agua.
El agua todo lo favorece y a nada combate.
Se mantiene en los lugares
que más desprecia el hombre
y así está más cerca del TAO.
Por esto, la suprema bondad es tal que,
su lugar es adecuado
Su corazón es profundo
Su espíritu es generoso
Su palabra es veraz
Su gobierno es justo
Su trabajo es perfecto.
Su acción es oportuna.
Y no combatiendo con nadie,
nada se le reprocha.

Algo me dice que hoy no hay hojitas suficientes en todo el planeta Tierra para que ese ego llegue a comprender lo que de verdad significa este poema.

jueves, 16 de junio de 2016

Vivir (I)

Me despierto cuando entra la luz a través de las cañas con que está construida mi cabaña y como aún queda un buen rato para la hora de la meditación, decido que me voy a caminar. Así que me cambio mínimamente pues cuando viajo en este plan hago apenas distinción entre la ropa con la que duermo y con la que salgo… y me gusta.
Me muevo con sigilo, en el resto de las habitaciones de la cabaña la gente duerme, y salgo al exterior procurando no descargar del todo mi peso sobre la grava. No quiero que la mañana se asuste. Al llegar al lavabo el espejo me devuelve una cara sonriente y salvaje, quizá ayuda que mi pelo se vuelve rebelde cuando me acerco a playa alguna. El chorro de agua del grifo se une a la explosión latente de ruidos que trae consigo el amanecer. Sólo los pájaros y mis pisadas pondrán la banda sonora a mi paseo.
Qué bueno no saber hacia dónde ir. Me dejo llevar por mis piernas que deciden ignorar el desvío que me llevaría al pie del lago salado. Parece que hoy toca ir hasta los acantilados. Un poco más adelante el camino se bifurca y soy guiada hacia el lado de la derecha. Aunque en un principio pensaba que no llegaría muy lejos, me sorprende que no sea así y que finalmente haya encontrado el sendero por el que puedo bordear completamente el lago. Desemboco en un lugar en el que los acantilados no son más que playa rocosa. Me siento un rato, agradecida porque no pase nada, y contemplo la avidez de las pequeñas olas que como buitres carroñeros muerden incansables la base de una roca. Cuando levanto la vista me cuesta creer que este mar sea al mismo tiempo escenario de vida y motor de destrucción pero eso me pasa por seguir sosteniendo interpretaciones que asocian bondad con creación y maldad con destrucción. Qué sabré yo de mecanismos universales.
Vuelvo sobre mis pasos persiguiendo con curiosidad las huellas de mis zapatillas de semi-trekking, sintiendo absurda ternura por la que fui hace unos minutos y por su ápice de inexperiencia respecto a quien soy ahora. Poco después llego al punto donde de nuevo mi camino confluye con ese otro que me va acercando a la casa donde vivo por unos días. A pocos metros de la entrada, en la parcela colindante, la vecina octogenaria hoy está arrancando unas malas hierbas. Hace unos días la saludé mientras preparaba un surco con su azada, ayer barría el porche. Me pregunto qué pensará esta mujer cuando llegue la noche, si se lamentará por una vida atada al ingrato trabajo del campo o si por el contrario vivirá su quehacer con alegría… Si, a fuerza de escuchar día tras día el susurro de la tierra que labra, hace tiempo que comprendió todos los secretos del universo.
Cuando la pierdo de vista acude a mis pensamientos Paris Hilton en un giro al que mis mecanismos cerebrales ya me tienen acostumbrada. Me contaron que es habitante ocasional de la isla así que el requiebro mental tampoco es tan dramático. Pero no me viene a la cabeza por eso sino como antítesis de la vecina octogenaria pues en su caso, con una vida dedicada a experimentar el catálogo de actividades que el hombre ha dado por llamar placenteras, la imagino torciendo el gesto cada vez que se viera obligada a llevar a cabo labores que supongan algún tipo de esfuerzo, trabajo o incomodidad.
Casi a punto de alcanzar mi destino, infiero de mi ensalada mental que de la misma forma que no hay vida sin muerte ni creación sin destrucción, es importante mantener el equilibrio entre trabajo y ocio, entre dedicación y placer pues la inclinación de nuestras vidas en uno u otro sentido nos puede volver desgraciados o mezquinos.
Al final de mi andadura vuelvo a la imagen de la anciana, ¿se dará también sus pequeños homenajes? ¿Cómo serán? Y mientras la imagino cada noche destinando el rato antes de dormir al visionado de películas de Sarita Montiel, me aplico el ejemplo. Ojalá y yo nunca me olvide de bailar.




lunes, 23 de mayo de 2016

Mapa físico, mapa político

- Cádiz, Cádiz, que no me quiten Cádiz-, murmuraba temblorosa tratando de disimular el pánico escénico. Desde mi pupitre, la lista de niños que me precedía se me hacía interminable mientras observaba atenta cómo, con una resolución digna de admirar, se iban levantando según el orden indicado por la señorita e iban cantando provincias antes de señalar su ubicación en el mapa político.
Por cuestiones rocambolescas cursé parte de primaria con los niños justo un año mayores que yo, y el recuerdo de mi primer día en aquel aula llena de extraños lo tengo presente como si fuera hoy. Ellos quizá llevaban ya días manejándose con el mapa pues salían a la pizarra con una seguridad envidiable ante un ejercicio que a mi se me antojaba reto jeroglífico. Así que, para resolver el asunto, eché mano de mi recién estrenada capacidad lectora y de la agudeza visual que Dios me dio para localizar a la altura de mis ojos ese trocito de tierra bautizado como “Cádiz”. Algún otro que también distinguí ya había sido escogido, por eso cuando llegó mi turno y Cádiz seguía intacta canté con fuerza y alivio su nombre y me levanté muy ufana para, con manita temblorosa, enseñárselo a mis nuevos compañeros. Desde entonces nunca he olvidado dónde queda Cádiz.
La presencia del mapa físico o del político sobre la pizarra de la clase era una constante en mis primeros años de escuela. Y yo iba aprendiendo de ambos como si se tratara de dos entes distintos sin más puntos en común que la silueta de aquella cabeza de mujer con cara portuguesa. Mi preferido era el mapa político por la posibilidad de pintar de colores diferentes las distintas comunidades autónomas. En mi inocencia, la importancia de cada región radicaba en su tamaño por eso me sentía especialmente orgullosa de que Castilla-La Mancha fuera de las más grandes y que Ciudad Real fuera la tercera, sí, la ter-ce-ra provincia más grande de todas las de España. Con el tiempo me fui dando cuenta de que el otro mapa, aquel en el que venían representados ríos y cordilleras que después había que memorizar, era el que más se ajustaba a lo que la realidad es. Muchos años después caí en la cuenta de cómo unas líneas ficticias y aleatorias colocadas por el capricho del hombre para parir un mapa político separan a los pueblos con mucha más eficacia que la cordillera más alta de cualquier mapa físico. Así que cambié de preferencia.
Si lo pienso un poco, esa tendencia mía a cambiar mis afectos desde lo establecido por convenio a lo natural-esencial se ha convertido en pauta a medida que me voy desarrollando como adulta. Se da el caso, además, que tanto lo establecido como lo natural-esencial siguen conviviendo en el mismo soporte de una forma casi inevitable. Y no sólo me refiero a territorios. Yo misma soy el compendio entre un mapa político y uno físico. En el primer caso, sujeto a convenios inventados por el hombre y atendiendo a mi contexto sociocultural, mi silueta sobre el plano representaría regiones de nombres tales como clase trabajadora, edad productiva, raza blanca, manchega, química... En el otro caso, esa misma silueta pero carente de fronteras daría lugar al mapa de un ser completo y sin limitaciones que vive gracias a la relación con sus semejantes, con otras especies y con, en definitiva, el planeta y el universo que ocupa*. De nuevo, el mapa personal político es más proclive a la separación, segregación, diferenciación, distinción… mientras que el físico, natural o esencial aúna, congrega y nos permite ser testigos de que nuestra presencia encaja perfectamente en el engranaje del propósito universal, cualquiera que éste sea. Queda así justificado que también en este sentido mis afinidades se inclinaran con los años hacia la búsqueda de la parte esencial de mí misma más que a incidir en mis definiciones convencionales-sociales.
Pero ambos aspectos son necesarios mientras vivamos como lo hacemos y mientras que a nivel global se le dé más importancia a nuestra definición según nivel económico, raza, etnia u origen. Creo que, además de ser bueno para saber a quién votar, ser consciente de tal definición y del estrato social que ocupamos en nuestro mapa político nos va a permitir primero relativizar sobre ello y, a continuación, poder dedicarnos a estudiar y desarrollar con tranquilidad nuestro mapa o yo esencial.
Conceptos, ya ves, cuajados de dualidades inseparables y complementarias contenidas en el mío y en el resto de cuerpos humanos. La virtud por todos conocida será encontrar el término medio y sacar buen partido de ambos mapas. Pero ojalá y yo pudiera hallar tal punto medio pues últimamente vivo en el rechazo de lo ficticio de una manera tal que a veces temo que alcanzaré mi plena coherencia el día que sobreviva de los frutos que me ofrezcan las plantas silvestres, del momento en que observe el cielo como mi único techo y de que mi vestimenta sea la que yo misma me proporcione sin intermediarios. Una loca, ya me lo han dicho.
Pero cómo son las cosas... hace pocos días la naturaleza misma me mostró de una forma muy evidente una puerta abierta al término medio, a la convivencia y equidistancia entre lo natural y lo acordado por el hombre. Rumiando mis inclinaciones radicales hacia lo verdadero, paseaba acompañada de mi padre por las inmediaciones del pueblo observando la siembra de cereales que en pocas semanas virará sin remedio hacia el amarillo, convirtiendo así esta tierra en un verdadero secarral. En esos momentos reflexionaba yo acerca del empeño del hombre en hacer suya cualquier parcela y manipularla a su antojo: ¿cómo sería mi tierra sin tanta intervención humana? ¿Estaría también esta llanura cuajada de jaras, tomillo y romero como en el monte?... Y de repente ahí, entre los tallos de avena, una pequeña muestra de la verdad asomaba atrevida en las zonas donde no arraigó grano dando lugar a ramilletes salteados de gramíneas, amapolas y cardos con flor morada en una secuencia casi programada. Un poco más adelante los cardos eran sustituidos en la secuencia por otras flores, moradas también. Amapolas, gramíneas y cardos; flores moradas, gramíneas y amapolas; rojo, amarillo y morado; morado, amarillo y rojo… y entonces, la epifanía. El campo que me vio crecer me estaba mostrando un ejemplo de mi tan buscada confluencia entre los sistemas políticos adoptados por el hombre y lo esencial de la vida; entre el mapa físico y el mapa político de este país. La naturaleza me hablaba y me decía claramente que ¡era republicana! Y yo, a partir de ese momento, ya no sé si me gustan más los mapas físicos o los políticos, pero lo que sí sé es que a la naturaleza siempre hay que tenerla en cuenta.
Y aquí, la prueba

(*) Me lo acabo de inventar.

PD.: Cuando se estaba gestando este escrito, los Reyes que no son ni Melchor ni Gaspar ni Baltasar hicieron una visita a Ciudad Real. Mientras la gente agitaba banderitas rojigualdas a su paso, ¿se percatarían de lo que clamaba el campo unos metros más allá?

lunes, 9 de mayo de 2016

Semana Santa 2016 (Parte III). Debería y yo

No era la primera vez que me tocaba vérmelas con Debería pero nunca antes habíamos hablado a solas, pues acostumbra a acompañarse de personajes como su inseparable Presión Social. Suerte la mía porque juntos son unos gamberros... Sospecho que Debería es el cabecilla de una panda de entidades emocionales que lo consideran su guía, un Moisés de lo inconsciente con su tabla de Los Diez Mandatos grabadas a fuego en las paredes donde deben estar escritas mis creencias.
Mientras Debería recorría el arduo camino hacia el consciente, yo esperaba más cabreada que una mona, no sólo porque me había fastidiado las primeras horas de retiro, también porque a estas alturas seguía dejándome llevar por sus insinuaciones. Sus constantes órdenes continuaban activando la falsa creencia de que nunca hago nada bien, y cuando mis obras se desvían de sus preceptos es mucho peor pues la perorata sigue siendo tan repetitiva y el cacareo de su pandilla de acólitos tan estridente, que sólo el puño firme de la consciencia y la voz suave del corazón pueden hacerle frente.
Pero en ese lapso también me dio tiempo a reconocer que sólo se trata un ente obsoleto que trabaja en automático. Como un viejo juguete de cuerda que sólo hace una cosa. El malote de la pandilla siempre alza la voz para esconder su enorme vulnerabilidad... Así, despacito volví a enfundar las armas que había preparado para la contienda, sabedora que Debería y todos los demás también aportan a la construcción de todo esto que soy; a su manera sólo quieren protegerme. Por mi parte admito que muchas veces me valgo de ellos para refugiarme y desoír las llamadas de una libertad tan anhelada como insondable y abismal.
- Ya estoy aquí, ¿qué quieres?- Muy cerca de mi cara, una entidad de asustados ojos grandes y bracitos en jarras se mostraba con una actitud de infantil desafío.
- Hola Debería, ¿cómo estás?- Traía un tic en el ojo, estaba incómodo. Él esperaba pelea y el saludo le pilló a contrapié. Aún así, con la boca chica, activó su disco rallado:
- Yo bien… pero tú, ¿qué haces, ejem, aquí sola?
- Debería, gracias por querer ayudarme.
- Esto… ¿no crees que… mmm… deberías estar haciendo… otras cosas?
- Tranquilo que no tienes que seguir por ahí.
- ¿Qué quieres de mí entonces?
- Pues ya, nada. En este enorme silencio tu voz ha sonado más fuerte que nunca y me he dado cuenta de que tan absurdo es que no me dejes leer tranquila como que me sugieras que no vivo como tú crees que tendría que hacerlo.
Contrariado, se desencaramó de mi pecho y se sentó cabizbajo en el sofá. Puesto que no tiene como atributo el razonamiento ni la lógica sino la repetición mecánica de preceptos socioculturales, estaba confuso y, sorprendentemente, un poco avergonzado mientras relataba cual beata: date prisa si no quieres que se te pase el arroz…, adecenta tu piso de una vez…, alquilar es tirar el dinero… Pero yo ya lo miraba con ternura y aunque supe que siempre estaría dentro de mí, verlo así fue como atarle unas pesas en sus piernecitas invisibles: seguiría irremediablemente tratando de armar bulla por mi psique pero mucho más despacio que antes.
Entonces, ya sí, el día siguiente amaneció luminoso y yo me fui a pasear sin el peso de su presencia mientras él se quedaba rezagado, caminando con las manos enlazadas en su espalda y mirándome con una mezcla de pena, resignación y enfado. Aliviada, en los días que siguieron fui familiarizándome con mi instinto, y la curiosidad y el afán de aventura salieron de su letargo. No quería dejarme nada sin pisar, sin sentir, sin tocar. Quería llevarme a casa cada rincón, cada piedra, cada horizonte. Me convertí en una ávida cazadora de colores y en mis oídos ya sólo resonaba el canto de los pájaros y el crujir de mis pisadas.
A ver si encuentro una página menos choni para hacer los montajes

Empaticé con los animales y, ante el ladrido de los perros, me mostraba inofensiva; ante el voraz apetito de las ovejas, sólo les ofrecí silencio; ante el miedo de las vacas hacia mi especie, mantuve las distancias. Mi estrategia era el respeto por ese juego de equilibrios engarzados que es la naturaleza y evitar al máximo que mi presencia lo perturbara.
Cruces de miradas diez veces menos intensas han acabado en apasionados besos
Y después, ya te lo conté, la alegría se apoderó de mis huesos y ya no había música más deliciosa que la del silencio, manjares más ricos que mis lentejas ni meditación más poderosa que mantener la lumbre encendida. Tras más de un mes soy un poco más libre que antes de irme a aquel pueblo. Sin duda lo más importante que allí me ocurrió fue encontrarme Debería. Desde entonces ha vuelto varias veces pero ya no reacciono con tanta frustración ni corro deprisa para atender sus mandatos. Ahora, cuando su letanía comienza, mi recuerdo vuelve a aquel sofá frente al fuego en el que prendió una luz sobre la figura de Debería.