viernes, 8 de mayo de 2020

Una tienda de nada

Federico llevaba mucho tiempo dando vueltas una y otra vez a la misma manzana, porque es comprensible que a uno le entren las dudas cuando por fin encuentra el local en el que hacer realidad un viejo sueño. Cada día se asomaba al escaparate vacío haciendo visera con la mano y acercando la nariz hasta tocar la cristalera. Adentro, un espacio diáfano, paredes blancas y suelo de azulejos arabescos. Una mañana se armó de valor y llamó al teléfono anotado en el cartel de Se Alquila. Pocas semanas y una pequeña inversión después, lo tuvo todo dispuesto. Sólo necesitó un armario para los artículos de limpieza, una silla en medio del establecimiento y el pequeño rótulo de Abierto/Cerrado para colgar en el interior de la puerta. Por último, colocó en la fachada el letrero de madera que él mismo había tallado: “NADA”.
Las jornadas de su nueva rutina transcurrían ajetreadas. Federico llegaba bien temprano, abría la puerta, giraba el rótulo, Abierto, y enseguida se ponía manos a la obra. Comenzaba pasando la mopa por todo el piso para atrapar cualquier mácula que se hubiera colado por la rendija de la puerta. A continuación limpiaba meticulosamente los zócalos y las fastidiosas esquinas del cuarto. Después tocaba abrillantar con cuidado el ventanal, poniendo especial cuidado en dejar impolutos los rincones de los marcos de aluminio. Había pasado ya la mitad de la mañana y estaba exhausto pero aún le quedaban fuerzas para untar la silla con protector para madera y para arrodillarse a fregar y secar las baldosas hasta verse deformado en el reflejo del mosaico azul. Su labor era encomiable. Una vez eliminado todo lo que pudiera perturbar el espacio, se sentaba satisfecho a contemplar la nada que acababa de crear.
A pesar del esfuerzo, sabía que su nada no era perfecta, pues ahí quedaban la silla, el armario o incluso él mismo pero, como en todo negocio, se trataba de riesgos que estaba dispuesto a asumir. También se hacía cargo de que su nada era efímera ya que enseguida se colaba alguna mota de polvo de la calle, pero hasta que eso ocurría su dicha no podía compararse con casi nada.
Pronto el local empezó a ser objeto de la curiosidad y comentarios de los vecinos. Primero fueron los que se quedaban parados frente al desconcertante cartel de la entrada. Levantaban la vista incapaces de creer lo que estaban leyendo, NADA. A continuación husmeaban en el escaparate, que nada mostraba, y a través de él se topaban con aquel hombre a ratos sentado, a ratos caminando en círculos o con la vista fija en el techo. Después seguían su camino encogiéndose de hombros. Al poco, se formaron los primeros corrillos frente a la puerta. Federico escuchaba los murmullos con una sonrisa pues era de esperar que su nada acabara alterándose con el ruido de afuera. -Si no vende nada, ¿para qué abre?-, comentaban. -¡Menudo gasto idiota!-, decían otros. Pero a pesar de todo aquella tienda que nada ofrecía actuaba como un imán donde se concentraba cada vez más y más gente.
Era cuestión de tiempo que alguien entrara, claro, y fue el alcalde quien, en virtud de su cargo y bastón de mando, atravesara el primero la puerta. -Muy buenas señor… -, -Federico-. -Señor Federico, anda todo el pueblo preguntándose qué habrá en esta tienda, porque ya sabe como es el pueblo, ¿verdad? A este pueblo, unido y responsable, ya se imagina, no le gusta verse alterado. Ay, no sabe usted lo que cuesta mantener al pueblo calmado, y el pueblo ¿cómo te lo paga? Pues con críticas, ¿sabe usted? Y con la amenaza de que no te va a votar en las próximas elecciones, si yo le contara… Y bien, ¿qué le va a vender usted a nuestro pueblo?-. Él asistía desde su silla al monólogo del alcalde, que iba y venía de un lado a otro mirando de reojo a la cristalera, no ajeno a los transeúntes que se habían agolpado frente al escaparate ante la novedad de que algo sucediera adentro. –Nada, señor-. – ¿Nada?-. –Nada-. Ante la indiferente tranquilidad de Federico, el alcalde levantó la barbilla, sacó pecho y salió airado de allí con la certeza de que aquel hombre era un miembro de la oposición cuyo negocio tenía como objetivo destituirlo.
A partir de aquel incidente la tienda atrajo a dos tipos de individuos. Por un lado, los detractores del alcalde. Los reconocía porque buscaban su complicidad y, con alguna variación, todos venían a decir lo mismo. –Vaya pájaro el alcalducho, seguro que vino a tratar de sobornarlo. Hizo usted muy bien en poner en su sitio a ese corrupto, ¿qué le dijo?-. También llegaron los partidarios, reconocibles porque entraban envalentonados y desafiantes, con un discurso más o menos así: - Pero ¿cómo te atreves a faltarle el respeto a nuestro alcalde? No vamos a tolerar que vayas esparciendo bulos en su contra. Dinos, ¿qué andas diciendo de él?-. Para unos y para otros la respuesta era la misma: nada. Así, aquellos salían convencidos de que Federico era un humilde genio y estos habrían jurado que la desfachatez y soberbia del tipo no tenían parangón.
Tras esta primera oleada aparecieron los antisistema y se convencieron de que, como ellos, Federico libraba su propia batalla contra el poder. Les siguieron los conspiranoicos, seguros de que ese peculiar hombre secundaba sus tesis sobre la mano negra que gobernaba el mundo. Más tarde llegaron los místicos, susurrantes y complacientes, atribuyéndole las cualidades de un iluminado.
Ni qué decir tiene que el trabajo se le multiplicaba tras este tipo de visitas pero lo aceptaba como parte de sus responsabilidades así que, equipado con mopa, trapos y abrillantador, se aplicaba de buen grado en recuperar su esquiva nada en cuanto salían por la puerta.
En esas estaba después de la visita de los agnósticos, cuando le sobresaltó una suave voz. –Disculpe, no quería nada. Sólo he pensado que podría venirme bien quedarme aquí un rato en silencio, ¿puedo?-. - Claro, adelante-. Se trataba una chica joven y menuda que sigilosamente se acomodó en la esquina del ventanal. Su presencia no impidió que él siguiera concentrado en dar lustre a los arabescos. Al cabo de un rato la muchacha sacó su propio paño, limpió el lugar donde había estado sentada y dándole las gracias, salió sin apenas rozar el suelo. Poco después volvió con un amigo y más adelante, con otros muchos que a su vez traían a más y más gente. Todos ellos saludaban respetuosos, encontraban su lugar favorito en NADA, permanecían un rato escuchando el vacío y cuando querían, aseaban concienzudamente su rincón y se marchaban agradecidos.
Federico comprobaba que el nuevo trasiego no trastornaba NADA, y su labor cada día se iba reduciendo a nada. Examinaba rincones, rejillas, ventana y, nada. Ni siquiera la cerámica de los azulejos reclamaba algo de su atención. Solo quedaba contemplar, en aquellas largas jornadas de júbilo.
Poco después cerró el local, muy satisfecho de haber conseguido todo lo que quería.



Este texto también ha salido del curso "Encierro Creativo" de Un Cuarto Propio

martes, 14 de abril de 2020

La Illuminati

Yo soy una Illuminati, que creo que no os lo había contado.

Los Illuminati, por si no lo sabéis, somos una logia secreta que se dedica a controlar el mundo. La definición es algo más compleja, pero vamos que en esencia es eso, para qué liarlo más.

¿Que si es secreta para qué lo cuento? Hombre, seamos realistas, este escrito lo vais a leer mis amigos y conocidos y seguramente lo tomaréis a guasa. La Logia (también la llamamos LaLo por pura cautela) permite de vez en cuando estas licencias porque entiende que guardar un secreto de esta envergadura por mucho tiempo puede llegar a causar desequilibrios mentales entre sus miembros. Y se nos requiere lúcidos. ¿Qué digo lúcidos? Se nos requiere sagaces, rápidos. Aguilillas.

No confundir a los Illuminati con el Club Bilderberg, que nos sienta fatal. Si bien todos nos dedicamos a dominar el mundo, la planificación y ejecución corre de nuestra cuenta y los del Club nos financian. Así de simple.

Para formar parte de LaLo no se requiere de grandes dotes, en contra de lo que pueda creerse, pero sí de algo que ocurre muy pocas veces en la vida: estar en el sitio y en el momento adecuados. Según me contaron una vez ingresé, llevaban varios años detrás de mí como posible sucesora de Honorio Tapiador, el célebre delegado de mi zona (que LaLo será secreta, pero bien organizada). Al parecer, mi docilidad en aquella lejana y primera entrevista de trabajo en la oficina del registro mercantil les había convencido, y yo por fin encontré una explicación a la presencia de un inquietante y encorvado hombrecillo en gabardina y gafas de sol que por aquellos días merodeaba en los alrededores del edificio. Más adelante, también según sus explicaciones, relegaron mi candidatura en el momento en que comencé mis devaneos con el yoga, el baile y el teatro. Y es que en LaLo se requieren perfiles bajos: gente sin sustancia aparente, de costumbres y aficiones basicotas. Por eso cuando decidí prepararme las oposiciones volvieron a la carga, justo unas semanas antes de que Honorio causara baja por jubilación. Ésa fue la carambola cósmica de la que antes os hablaba, pues la cúspide de LaLo ya temblaba ante la perspectiva de que el Campo de Calatrava quedase inaccesible a sus ubicuos ojos.

Volvía de una de aquellas primeras jornadas maratonianas de trabajo y biblioteca, cuando en la entrada de mi edificio me encontré al inquietante y encorvado vecino del primero. Era chocante verlo por la noche y sin su sempiterna bolsa de (lo que yo creía que eran) migas de pan para los pájaros de todo el barrio del Perchel. - Buenas noches, señor Antonio-. - De Antonio nada, mi verdadero nombre es Honorio-. - Bueno, pues nada Honorio (normal, pensé, es que vaya nombrecito) que tenga usted buena…-. - Espera un momento, Laura-. Me sobrecogió, tengo que reconocerlo, pues su voz ya no era la de un anciano de ochenta y cinco años. - ¿No querrás entrar en la Logia de los Illuminatti?-. - Señor Ant..., digo Honorio, ¿está usted bien? ¿Se ha tomado hoy su medicación?-. Sin hacer caso a mis preguntas, espetó: - Tú quieres ser funcionaria, ¿no?-.

Sólo unos días más tarde ingresé, porque LaLo no te seduce con grandes lujos, eso sería demasiado evidente y hortera, LaLo te engancha a golpe de deseo, y a cada miembro le concede aquello que habita en sus pensamientos más lúbricos.

Los meses siguientes fueron muy ajetreados para todos. Por un lado, la maquinaria Illuminati trabajaba incombustible en la consecución de mis aspiraciones. ¿De qué si no me llegaría el paro obrero en el justo momento? ¿Cómo entonces lo de pasar in extremis el examen más complicado? ¿Qué mano atrajo hacia las mías las bolas de los temas precisos? Mientras tanto, bajo una coartada perfecta, yo pasaba las horas muertas en la biblioteca, pero ocultas entre las páginas de la Constitución o la Ley de Contratos del Sector Público, me empapaba cada día de materias mucho más atractivas: los orígenes y organización de la Logia, la interconexión encriptada de los equipos de trabajo, los códigos de comunicación segura con la NASA, lenguaje, dialectos e idiosincrasia extraterrestre… Pero vamos, que no os quiero aburrir con el amplio temario Illuminati.

Lo mejor fueron las prácticas. Tras la publicación de los aprobados en el BOE tenía vía libre para el ocio y el reposo durante varios meses. O eso creísteis todos. - ¿A qué te dedicas ahora, Laura?-. Y yo, - pues a no hacer nada-. Todos os reíais, -qué suertuda-, me decíais muchos. Pero ahí estaba yo, compaginado las inofensivas sesiones de Swing Nocturno en la fuente de la Talaverana con una intensa formación que cubría un extenso abanico de actividades, desde larguísimas jornadas de vuelo en las que aprendíamos cómo fabricar chemtrails (es muy fácil, coges un saco de pesticida, un fuelle y con una buena técnica patentada por LaLo, te lías a follar y a follar hasta que el polvo sale en su punto justo de espesura), hasta sesiones de jardinería y poda ultrarrápida, con y sin maquinaria pesada, para elaborar figuras geométricas en los maizales de Inglaterra y Centroeuropa. Para esos seminarios necesitábamos de la ayuda de los extraterrestres que nos iban dando indicaciones desde arriba para que el dibujo quedara decente. Qué bien lo pasábamos con las cervecitas de después, tumbados sobre los tallos de maíz segado. Menudo verano bueno. Y qué gente más maja, terrícola o no, la que conocí allí.

Este día nos pusimos creativos

Y así, a lo tonto, ya han pasado casi dos años desde que sustituí a Honorio. En este tiempo he seguido con mi paripé de funcionaria, claro, de ahí lo de incorporarme tres días antes de que se decretara el estado de alarma. Estaba todo calculado porque así podría seguir desde casa con mi curro en La Logia sin levantar sospechas. De vez en cuando envío fotos de pan casero y bizcochos a mis parientes para que crean que me dedico a cocinar y a otras actividades anodinas, pero en realidad estoy más liada que la pata de un romano. Con lo del Control Obligatorio para la Vigilancia Illuminati y Dominación de 19 semanas (COVID-19), no damos abasto.

Porque debéis saber que todo esto del confinamiento es una fanfarronería. A veces nuestro jefe se pone chulo, normalmente tras largas reuniones regadas con brandy Soberano, y quiere demostrarse cómo domina el mundo de bien. Y en esas estamos. Se le puso entre las cejas que iba a meter en su casa a toda la humanidad y al final lo va a conseguir. El virus es una excusa, una orden dada a los medios de comunicación y a los gobiernos que incluyen miedo y desinformación, todo dirigido por nosotros, claro. Es verdad que la delegación Illuminati en Wuham tuvo que ejecutar una pequeña intervención biológica en un mercado de animales con tres pangolines y un murciélago, pero nada que no pueda hacer cualquier niño con una cuerda y un palo. Para mi gusto se le ha ido un poco de las manos pero qué le puedo decir yo si no soy más que una recién llegada a La Logia.

Y ya os dejo. Me quedo más a gusto habiéndoos contado este secreto pero ahora tengo que seguir trabajando, que los hilos que mueven el mundo no se manejan solos.


Y aquí, algo tan absurdo como lo que acabas de leer


Este delirio es un ejercicio del taller de escritura "Encierro Creativo" que maneja magistralmente Un Cuarto Propio.

lunes, 30 de marzo de 2020

La revolución de los Cachos de Carne

En esta interrupción temporal de lo que fuera que hiciésemos antes de una manera determinada y rutinaria, donde hay héroes y villanos, opinadores y pastores de almas, a mi me ha tocado el honorable papel de Cacho de Carne. Me explico:
Soy el único ser con el que convivo. No tengo hijos a mi cargo, ni familiares que precisen de mi auxilio más allá de lo que concierne a emitir dosis periódicas de cariño y conversación. Tampoco tengo mascotas aparte de las hormigas que me visitan cada primavera. No soy personal sanitario ni docente, ni estaba recibiendo ningún tipo de docencia. No canto ni toco instrumento alguno. Mi principal acceso al aire libre es un patio (grande y luminoso, lo confieso) que no me permite participar de actividades que impliquen hermanamiento con mis congéneres. No soy bombera, ni limpiadora, ni formo parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. No soy política (gracias a Dior). No regento ningún establecimiento que dispense bienes de primera necesidad. No conduzco camiones ni soy cajera de supermercado. Por no hacer, ni siquiera teletrabajo porque sólo llevaba tres días, tres, incorporada en mi nuevo puesto. Para rematar, no tengo máquina de coser, por lo que no contéis conmigo para fabricar mascarillas. Y en mi bloque tampoco hay personas mayores para llevarles la compra.
En esta crisis soy un ser irrelevante. Soy, ya te he dicho, un cacho de carne. Pero, permíteme el orgullo, y perdona si suena pretencioso, ¡qué Cacho de Carne soy! Tierna, magra…, me he propuesto ser la mejor chicha de todo el confinamiento. Cada día cultivo mi inadvertencia y hago de mi prescindibilidad, mi oficio.
Ser Cacho de Carne no es nada fácil, conste. La primera de nuestras misiones es darnos cuenta de que lo somos y de que el mundo no nos necesita. Supone un esfuerzo ímprobo porque somos conscientes de que la sociedad camina ciega sin nuestras opiniones y buen hacer. Para esta tarea, nuestro código deontológico exige replegamiento y silencio. Difícil empresa porque te recuerdo que aún conservamos ojos, redes sociales y ego.
Pero los Cachos de Carne no estamos exentos de discernimiento, claro. Nuestro angosto caparazón no es impermeable a la prensa ni al acceso general de información. Es por ello que no requerimos de las mentes preclaras que tratan de abrirnos los ojos a su aguda sapiencia. Cuando esa terrible amenaza oprime, cuando nuestra pantalla al mundo se reboza en reproches y lecciones de unos a otros, una implacable autocrítica se abre paso y nos recuerda que no somos inmunes al sesgo ideológico en cada una de las decisiones que tomamos, incluidos los medios que elegimos para estar al día. Para no ser arrastrados por ese torbellino de discusión ni perder el privilegio de la posición que ocupamos, nuestro código de comportamiento recomienda, además del replegamiento y silencio anteriores, paciencia, pues ya llegará el momento de actuar, votar o manifestarnos.
No agitar las aguas de por sí ya revueltas, comprender que cada uno hace lo que puede… ¿entiendes ahora lo importante de mi cometido? Pues aún no te he contado lo más importante, aquello que nos hace entidades fundamentales de este presente y del inminente futuro. 
La razón de ser de un Cacho de Carne, su leitmotiv es estar bien: no contaminar ni contaminarse en lo vírico ni en lo anímico. Para ello, un buen Cacho de Carne toma sus propias medidas de higiene, lo que implica el uso semipornográfico de todo aquello que le nutre el alma. Algunos dibujamos o leemos, otros bailamos, hacemos deporte, yoga o meditamos. Hablamos con nuestros amores, compartimos risas y acompañamos su desánimo. Pero sin horarios, cuando y si apetece, que es la única manera de hacerlo todo sin hacer nada. De lo demás, practicamos un ayuno cuasi total.
¿Egoísta? ¡¿Un Cacho de Carne, egoísta?! Quien así lo crea es porque no tiene ni idea de nuestra naturaleza proteica, estructural... Entrenamos cada día para convertirnos en los cimientos sanos de la especie venidera, en los alegres pilares que sustenten la siguiente generación, en el tejido conectivo y amoroso que ligue a esta nueva humanidad en ciernes.
No exagero ni sobredimensiono. Lo nuestro no es desidia, es un avance certero al estilo Ghandi. Una revolución silenciosa. ¡La revolución de los Cachos de Carne!


(Bueno, igual me he pasado un poco pero ¿qué quieres? Soy un cacho de carne que pasa sola la cuarentena. Si no me animo yo…)