La he buscado
como objeto de consuelo y por fin la encuentro.
- Te voy a
abordar-, le saludo y ella, divertida, hace como que se resiste un poco para
después darme un fuerte abrazo acogedor como ella misma. Como sus palabras y su
sabiduría.
- Te estaba buscando-
digo, - porque me he acordado a deshora de que trabajabas con ancianos. Es que el
otro día…- las lágrimas tan facilonas últimamente ya están ahí. Ya lo estaban,
de hecho, en la garganta y ya no hay saliva para mantenerlas a raya. Con esta
mujer me desapuntalo. Ya está.
No se compadece,
me sonríe y noto que sus ojos guardan el tesoro de las palabras que sabe que me
van a servir.
Una parte de mí
quiere que nos regodeemos en el dolor y en el sentimiento de que no hay
esperanza, de qué cruel es la vida misma. Pero ella ya ha empezado a horadar esta
pantalla de congoja a fuerza de frases que se
infiltran por sus rendijas de pladur.
No soy amiga de
cuentos chinos y estos días las frases hechas que yo misma he usado para otros
en similares circunstancias, huelen a rancio y a mentira. Pero esta mujer…esta
mujer me dice que no pasa nada, que la pena es sólo humana.
SOLO humana,
como si lo humano fuera poco. Pero es que en realidad somos poco comparado con lo grande,
me dice. Somos como una versión de los chinos de lo que realmente ES.
Tampoco soy
amiga de la idea de Dios que venía impuesta en el mundo en el que he nacido
pero ella me habla de la VIDA. De la VIDA con mayúsculas, como
algo más grande y continuo que nuestras propias gotas de vidas finitas.
Esta mujer
empieza a poner orden en mi caos interno de teorías sobresaltadas por el
impacto de los hechos. Estas teorías bullen, pugnan por salir a la palestra y
después corren asustadas a las bambalinas: no esperaba yo que lo esperado
causara una conmoción así.
Mis
conocimientos y teorías más materialistas de la época universitaria se han
entremezclado con otras más recientes y espirituales y, bajo el manto de que la
sabiduría está en todo, todas me sirven estos días para tratar de explicarme la VIDA.
Ella me dice que
la vida es algo más grande y continuo que se abrió paso a través de mi abuela y
luego de mi madre para llegar a mí y que así ese ALGO seguirá su camino, su
ciclo infinito. Sale entonces a escena la teoría del Ciclo del Agua y se adorna con las
coplas de Jorge Manrique, entonando:
Nuestras vidas son
los ríos
que van a dar en la
mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos
caudales,
allí los otros
medianos
y más chicos,
y llegados, son
iguales
los que viven por sus
manos
y los ricos.
La vida…el agua,
es infinita. Siempre agua en diferentes estados. Siempre circulando y viajando a través de vapor,
líquido o hielo... Siempre agua aunque se divida en gotas y cada gota, una de las
innumerables combinaciones posibles de todas las moléculas que componen EL
AGUA. Siempre agua aunque cada gota nunca, NUNCA vuelva a ser exactamente igual
a lo que un día fue. Aunque nunca, nunca, podamos a volver a conformar esa misma gota.
Uno de los
conocimientos aprendidos en la escuela cuando en mi plan de estudios aún no se
habían separado las ciencias de las letras, pide paso. Recuerdo así los sustantivos
contables e incontables y el agua es incontable. ¿Puedes decir un agua?, qué feo, ¿no?. ¿Pero puedes
decir un río, una gota, un océano?. Lo
incontable, como el agua, necesita un contenedor para ser contado. Y así, para
que lo grande sea contado, necesita acotarse, limitarse. Si encierras el agua
en una gota para contarla, la cuentas sí, pero ella tiene la propiedad de
escurrirse de nuevo de tus manos para combinarse una y un millón de veces en sí
misma.
Me llevo todo
esto a la VIDA y
establezco el símil. La VIDA
es la VIDA y en
su eterno viaje se reordena en diferentes estados (vida: sólida, compacta,
cuerpo == muerte: expansión) y se hace contable en una y pequeña vida por un
tiempo, el que sea, hasta que ella misma decida que vuelve a expandirse, como
VIDA que es. Y entonces estalla de nuevo en uno más de sus innumerables
bigbanes: la pequeña vida que había sido pasa a impregnarlo todo y TODO queda
impregnado de ella en, eso si, una dosis homeopática de aquello que fue en su discurrir.
En ese momento
ya no existe la barrera de lo físico y puedes
acceder a ella más que nunca, me
sigue diciendo, porque
ahora la tienes en TODO. Ahora ella ha vuelto a lo que realmente es, a lo que
realmente somos, a la VIDA.
Y yo insisto, y
quiero excusarme y decirle que no entiendo por qué estoy así, que yo fui fuerte
en las primeras horas pero después… no importa, es sólo humano, y ahora golpea
fuerte: la
sociedad nos ha enseñado a que si no lloramos, no queremos. Esto no nos permite
estar en contacto con ese otro estado de la VIDA. No nos permite mirar en perspectiva y
asimilar lo que somos realmente…
Finalmente, como
si me leyera el pensamiento, me susurra al oído en su abrazo de despedida: no estás sola.
Me desmorono un poco, así que se separa y, de nuevo divertida, me dice - ala, ya tienes
trabajito-.
No sé por dónde
empezar pero este cuento chino contado por ella, por esta maestra que yo he
visto emocionarse en medio de una clase, comienza lentamente a escurrirse entre los
intersticios de mis ideas previas, creando una amalgama que hace que todo cobre
algo de sentido.
Pienso que lo
grande y verdadero a lo que no tenemos acceso, porque estamos contenidos en él, solo puede ser contado a través de cuentos.
El pez no sabe
lo que es el agua.
Nosotros no
sabemos lo que es la vida, porque nos lleva y nos contiene.
A mi me sirve.
Le sonrío
acongojada aún.
Le beso.
Me despido:
gracias Mar.
A mis personas queridas y cercanas, familiares o no, que últimamente han "perdido" a alguien. Por si os sirve. Por si nos sirve.