lunes, 9 de mayo de 2016

Semana Santa 2016 (Parte III). Debería y yo

No era la primera vez que me tocaba vérmelas con Debería pero nunca antes habíamos hablado a solas, pues acostumbra a acompañarse de personajes como su inseparable Presión Social. Suerte la mía porque juntos son unos gamberros... Sospecho que Debería es el cabecilla de una panda de entidades emocionales que lo consideran su guía, un Moisés de lo inconsciente con su tabla de Los Diez Mandatos grabadas a fuego en las paredes donde deben estar escritas mis creencias.
Mientras Debería recorría el arduo camino hacia el consciente, yo esperaba más cabreada que una mona, no sólo porque me había fastidiado las primeras horas de retiro, también porque a estas alturas seguía dejándome llevar por sus insinuaciones. Sus constantes órdenes continuaban activando la falsa creencia de que nunca hago nada bien, y cuando mis obras se desvían de sus preceptos es mucho peor pues la perorata sigue siendo tan repetitiva y el cacareo de su pandilla de acólitos tan estridente, que sólo el puño firme de la consciencia y la voz suave del corazón pueden hacerle frente.
Pero en ese lapso también me dio tiempo a reconocer que sólo se trata un ente obsoleto que trabaja en automático. Como un viejo juguete de cuerda que sólo hace una cosa. El malote de la pandilla siempre alza la voz para esconder su enorme vulnerabilidad... Así, despacito volví a enfundar las armas que había preparado para la contienda, sabedora que Debería y todos los demás también aportan a la construcción de todo esto que soy; a su manera sólo quieren protegerme. Por mi parte admito que muchas veces me valgo de ellos para refugiarme y desoír las llamadas de una libertad tan anhelada como insondable y abismal.
- Ya estoy aquí, ¿qué quieres?- Muy cerca de mi cara, una entidad de asustados ojos grandes y bracitos en jarras se mostraba con una actitud de infantil desafío.
- Hola Debería, ¿cómo estás?- Traía un tic en el ojo, estaba incómodo. Él esperaba pelea y el saludo le pilló a contrapié. Aún así, con la boca chica, activó su disco rallado:
- Yo bien… pero tú, ¿qué haces, ejem, aquí sola?
- Debería, gracias por querer ayudarme.
- Esto… ¿no crees que… mmm… deberías estar haciendo… otras cosas?
- Tranquilo que no tienes que seguir por ahí.
- ¿Qué quieres de mí entonces?
- Pues ya, nada. En este enorme silencio tu voz ha sonado más fuerte que nunca y me he dado cuenta de que tan absurdo es que no me dejes leer tranquila como que me sugieras que no vivo como tú crees que tendría que hacerlo.
Contrariado, se desencaramó de mi pecho y se sentó cabizbajo en el sofá. Puesto que no tiene como atributo el razonamiento ni la lógica sino la repetición mecánica de preceptos socioculturales, estaba confuso y, sorprendentemente, un poco avergonzado mientras relataba cual beata: date prisa si no quieres que se te pase el arroz…, adecenta tu piso de una vez…, alquilar es tirar el dinero… Pero yo ya lo miraba con ternura y aunque supe que siempre estaría dentro de mí, verlo así fue como atarle unas pesas en sus piernecitas invisibles: seguiría irremediablemente tratando de armar bulla por mi psique pero mucho más despacio que antes.
Entonces, ya sí, el día siguiente amaneció luminoso y yo me fui a pasear sin el peso de su presencia mientras él se quedaba rezagado, caminando con las manos enlazadas en su espalda y mirándome con una mezcla de pena, resignación y enfado. Aliviada, en los días que siguieron fui familiarizándome con mi instinto, y la curiosidad y el afán de aventura salieron de su letargo. No quería dejarme nada sin pisar, sin sentir, sin tocar. Quería llevarme a casa cada rincón, cada piedra, cada horizonte. Me convertí en una ávida cazadora de colores y en mis oídos ya sólo resonaba el canto de los pájaros y el crujir de mis pisadas.
A ver si encuentro una página menos choni para hacer los montajes

Empaticé con los animales y, ante el ladrido de los perros, me mostraba inofensiva; ante el voraz apetito de las ovejas, sólo les ofrecí silencio; ante el miedo de las vacas hacia mi especie, mantuve las distancias. Mi estrategia era el respeto por ese juego de equilibrios engarzados que es la naturaleza y evitar al máximo que mi presencia lo perturbara.
Cruces de miradas diez veces menos intensas han acabado en apasionados besos
Y después, ya te lo conté, la alegría se apoderó de mis huesos y ya no había música más deliciosa que la del silencio, manjares más ricos que mis lentejas ni meditación más poderosa que mantener la lumbre encendida. Tras más de un mes soy un poco más libre que antes de irme a aquel pueblo. Sin duda lo más importante que allí me ocurrió fue encontrarme Debería. Desde entonces ha vuelto varias veces pero ya no reacciono con tanta frustración ni corro deprisa para atender sus mandatos. Ahora, cuando su letanía comienza, mi recuerdo vuelve a aquel sofá frente al fuego en el que prendió una luz sobre la figura de Debería.




2 comentarios:

  1. El Debería es Satán. A mi me tiene frito y muy frustrado. Voy a bucarme ese pueblo o uno parecido.

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    1. Si quieres las señas, no tienes más que pedirlas. Pero me da que parte de la vida consiste en reconciliarse con tanto personaje interno. A por ello (oé)!

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