domingo, 27 de noviembre de 2016

La escritura y yo. Autocarta

Querida Laura,
Un poco raro, esto de escribirte una carta. Aunque, no mientas, lo llevas haciendo tanto tiempo… Desde tu primera escritura original en el diario que te regalaron el día de la comunión de tus hermanos o cuando ese mismo diario, con letra ya diestra, empezó a recibir tus historias de adolescente. Eran simples relatos de tus días cargados con la emoción de las primeras veces; si ahora lo abrieras seguro que se escucharían risitas incontenibles en esas páginas teñidas con el color de nuestro rubor.
La transición a tu otro diario, el que tu hermana no llegó a utilizar, fue más oscura: párrafos en los que comenzaron a aparecer los primeros porqués. No recuerdo si terminaste ese segundo diario, pero sí sé que ya no hubo un tercero. Ya no tenías tanto tiempo y sí mucho que estudiar. Además, lo del diario era algo tan infantil… A nuestra escritura nunca le dimos demasiada importancia pero tampoco en esa época faltaban hojas sueltas que rellenar ni márgenes de apuntes en los que dejar que el bolígrafo trazara curvas con despecho frente a la rigidez de tantas ecuaciones, teoremas y gráficos. Los tiraste todos no hace tanto, solo se salvó la bolsa en la que guardabas las hojas sueltas en donde tu bolígrafo voló, diferenciando, ahora sí, lo que era realmente importante de lo que no.
Las hojas sueltas dieron paso a cuadernos que, destinados a los cursos que apoyaban los primeros compases laborales, terminaban siendo testigos de aquello que sentías, de aquello que atenazaba y frustraba. Encontrar hoy el orden cronológico de tantos escritos ocultos sería tarea propia de arqueólogos.
Poco después te volviste ordenada y la escritura medicinal comenzó a rellenar archivos de word con fecha incrustada. Todavía se trataba de escritura clandestina que atesorabas con celo, centinela de tus desdichas. Inocente o soberbia, decídelo tú, te creías única depositaria de tanta negrura, y había días en los que corrías a casa con el único objetivo de desahogarte sobre el ordenador. Comer, dormir y escribir eran tus funciones vitales.
Un día te descubriste con sorpresa poniendo flores a una de aquellas reflexiones. Al cabo te provocó una risotada la ocurrencia que había salido de tus propias teclas… Lo que antes atenazaba, ahora se transformaba en risa tras traducirse a letras… Y decidiste compartirlo y llamarlo Escritura Curativa. Muchos se sorprendieron de que escribieras, tú misma te excusabas y hasta creías tus propios sonidos al afirmar que llevabas practicando poco tiempo, que eso no era escribir… escribir era una palabra muy seria de la que sólo eran dignos unos cuantos.
Poco tardaste en sentir que tu escritura expuesta se había transformado en tu revolución. Mostrarte te hacía más fuerte a la vez que se llevaba por delante caparazones de supuesta perfección y exigencia. Te sentías a gusto en medio de la vulnerabilidad de juicios que nunca llegaron.
Y así hasta hoy. Ya no niegas la importancia que tienen las palabras para ti. Ni la eternidad que acompaña al momento en que ruedan sin obstáculo desde algún lugar incomprensible hasta la pantalla en la que las vas leyendo. Ahora simplemente escribes porque es inevitable. Porque, haciéndolo, sabes que eres libre.
Me despido ya hasta la próxima historia. No sé si será un cuento, una reflexión u otra carta. En cualquier caso, directa o indirectamente hablaremos de nosotras. La escritura siempre ha sido la vía en la que tú y yo nos encontramos.
Con infinito amor,
Laura

Este escrito es el resultado de un nuevo ejercicio propuesto por Un Cuarto Propio en su Laboratorio Clandestino.

lunes, 21 de noviembre de 2016

La singular destreza de Facundo

Imagino que él habría empezado a hacer sus cábalas mucho antes de que yo ni tan siquiera sospechara, pero para mí la historia comenzó en el momento en que le compré aquellas galletitas de colores que prometían resultados deslumbrantes en el pelaje de mi Facundo. Las coloqué en su comedero, expectante ante la sorpresa que se llevaría cuando volviera de su ruta libre por los tejados vecinos y encontrara el primer cambio de menú en meses, pero me perdí ese momento, entretenida como estaba en labores hogareñas acumuladas. Un rato más tarde, colada bajo el brazo, a la hora en que Facu disfrutaba de su segunda excursión diaria, crucé hacia la terraza por delante del rincón que representaba sus dominios y entonces fui yo la sorprendida al encontrarme las galletitas dispuestas de forma desigual en cinco hileras perfectas. ¿Aquello no se parecía un poco a un ábaco? Poco recordaba del uso de tal chisme pero juraría que la disposición de las galletas daba como resultado… ¡ciento setenta y tres! En un instante pasaron por mi cabeza imágenes de mi misma ataviada en pieles, deslumbrada por cientos de flashes al paso de Don Facundo y mío… - Pero ¿qué estoy pensando?- me dije sacudiendo la cabeza. Aunque no podía negar ni dejar de enorgullecerme del desarrollo de la psicomotricidad fina de mi gato, tampoco aquella destreza prometía réditos del calibre que infería mi imaginación.
Olvidado aquel episodio y viendo que a Facundo le gustó mucho su nueva comida, por no hablar de lo brillante que lucía su lomo, seguí visitando en el súper la estantería de mascotas gourmet, casi el único lujo que nos permitíamos. Pero las rarezas continuaban y, aunque aún no había encontrado el hilo invisible que las unía, no me pasaba desapercibido que a Facundo algunos días le daba por comerse sólo las galletas rojas, otros, las azules, algunas veces sólo dejaba en el cuenco las amarillas o de repente aparecían todas las verdes esparcidas por el suelo de la cocina… hoy sé que aquellas eran sus prácticas con la Teoría de Conjuntos y yo, pobre de mí, me movía en la incertidumbre del conjunto vacío.
Lo más extraño es que nunca le pillaba perpetrando sus peculiares fechorías. Cuando estábamos los dos en casa le miraba de reojo pero su comportamiento siempre me parecía el de un gato basicote: de repente se lavaba sus patitas, o levantaba la cabeza con algún ruido súbito, al cabo se entretenía jugando con una mosca o ronroneaba como una moto vieja cuando recibía su dosis diaria de caricias… un gato de perfil normal, vaya. Pero cada vez que salía, a la vuelta me topaba con el resultado de sus extraños juegos con la comida: a veces las galletas se amontonaban en grupos de diez, de cinco, de siete… otras, aparecían conformando secuencias de progresión ascendente e incluso exponencial. El día en que no entendí el jeroglífico que Facundo había planteado decidí que tenía que desentrañar el misterio así que preparé un plan, nada del otro mundo, por cierto.
Facundo pretendía dormir en su cesto y digo pretendía porque un rato antes le había escuchado caminando por el pasillo. Yo me coloqué el uniforme como de costumbre, abrí la puerta de casa y cerré de golpe sin salir. Me quité los zapatos y, todo lo sigilosamente que pude, me aproximé a la puerta de la cocina. A través del cristal translúcido pude observar la silueta distorsionada de mi gato saliendo de su cesta y acercándose al cacharro de las galletas. Esperé un poco, el corazón latiendo en mis sienes, y abrí con cuidado, muy, muy despacio, rezando para que los goznes no chillaran esta vez. Cuando entré encontré a Facu delante de un montoncito de galletas azules señalándose con la uña de la patita derecha cada una de las almohadillas de la patita izquierda mientras movía la boca como una beata. No podía creerlo, ¡las estaba contando! Al descubrirme paró en seco pero lejos de amedrentarse me miró muy serio sin que le temblaran los bigotes y, desafiante, continuó contando con las zarpas sin romper nuestro contacto visual. Lo más impactante de todo no fue descubrir que Facundo aprendía matemáticas por su cuenta sino el sonido de aquella voz inclasificable y metálica que por primera vez escuchaba salir de su boquita, reprochándome: -¿Qué quieres, Laura? Es que eres un desastre con las cuentas-. No pude rebatirle, pues razón no le faltaba.
Hoy es él quien lleva la contabilidad de la casa.
Y nos va mucho mejor.
Hipotético Facundo a la caza de hipótesis

Este escrito es el resultado de un nuevo ejercicio propuesto por Un Cuarto Propio en su Laboratorio Clandestino.