A estas alturas
estoy tan sobrecargada de estímulos que no me queda otra que dejar caer mi
cuerpo en este batiente frente al templo de Changu Narayan, el más antiguo de
Nepal, que me contempla con bastantes más cagadas de paloma que años tiene.
Estímulos, por ponerle un nombre a la
lección de generosidad recibida de una familia de campesinos que ha permitido
que seis occidentales invadan su casa, dándonos de comer sin pedir nada a
cambio, no consintiendo que les ayudáramos ni tan siquiera a fregar nuestro plato;
pidiéndonos permiso para también ellos ponerse a comer una vez que nos habían
servido. Estímulo como el de perturbar con nuestro caminar el momento del baño
de unas muchachas en esa especie de bañera-piscina cavada en el suelo delante
de sus casas, y cómo se han reído pudorosas. Cómo ese bebé que no tenía un año
observaba tranquilo y quizá un poco asustado que dos extraños le hicieran una
foto dentro de su capacho colgado en el porche.
De nuevo, una entrada editada. No me resisto a poner esa carita.
El contraste
entre lo humilde de la forma de vida de esta gente y su alegría me tiene
desconcertada y le da un manotazo a la idea de pobreza que guardaba en algún
recoveco entre mis neuronas. Me pregunto ahora qué será eso de la pobreza. Si
es que sólo tiene que ver con lo material o se trata de otra cosa. Termino por
ofrecerle a mi mente la distinción entre miseria
y pobreza, por si eso fuera el
remedio para poder encajar lo que mis ojos y mi corazón se van encontrando.
Y así me encuentro
ahora, cuestionándome qué bien le hará al mundo la actividad a la que le dedico
más tiempo a la semana y mostrándole mi impotencia a este templo de vigas
talladas. Apabullada por el grito silencioso del secreto que se esconde detrás
de todos estos animales de cuerpo de madera y ojos redondos. Y sin ápice de
voluntad para consultarlo y satisfacer esta curiosidad apagada.
Sólo puedo
contemplar rendida y sentir que el mundo no me necesita.
Así que me
abandono ante el vuelo súbito de estos cientos de palomas que, azuzadas por el
ofrecimiento de un puñado de migas, invade mi espacio vital. Su alteración me
abanica la cara. Me revuelve un poco el pelo.
Me dejo hacer
por este perro de pelaje parcheado que acerca su hocico a mis pantalones de
ropa técnica. Sólo le interesa el calor que emite mi piel. Ni siquiera me
resisto y el ruido de las advertencias que desde mi interior tamborilean prudencia,
bacterias y sarna suena tan lejano…
La pobreza. El
cariño… Éso es de lo que realmente carecemos y lo que constantemente
reclamamos. Humanos y animales. Sobre todo los primeros…
Y ahora vienes
tú con tu amiga llamándome la atención. Y poco puedo hacer con mi cuerpo de
plomo. Los grititos de tu risa y tus pies descalzos se suman a mi lista de
contrastes a digerir. La luz de tus ojos grandes y negros eclipsa tu pelo
sucio, tu ropa ajada y tus mocos. No sé cuántos años tienes porque con los
niños de aquí no acierto. Todos parecéis más pequeños.
Perdona porque a
estas alturas, como decía, tengo tantos estímulos descolocados que sólo se me
ocurre jugar a echaros en las manos este líquido desinfectante con el que los
visitantes pretendemos protegernos de vuestros virus, no vaya a ser que nos
contagiemos con vuestra alegría.
Vuelvo a
sentarme, un poco avergonzada por responder de esta forma tan tibia a tus
juegos. Alargo cansada mi mano a la mochila buscando un pañuelo para
interrumpir tu risa al limpiarte la nariz, como tratando así de hacerle una
gracia a la existencia.
Me giro para
cerrar la cremallera. Sólo son un par de segundos los que te pierdo de vista. Al
mirarte de nuevo tus manitas están partiendo en dos el pañuelo para darle la
mitad a tu amiga.
Químicamente su
molécula se describe como H2O. Dos átomos de hidrógeno enlazados con
uno de oxígeno. Y sé que eso también lo sabes tú.
Entre sus
moléculas existen otros enlaces más débiles que se llaman puentes de hidrógeno. Ellos tienen gran parte de la culpa de que el
agua sea como es. No sé si eso lo sabías.
A diario me toca
trabajar con ella, por eso sé cómo encontrarle pequeñas cantidades de metales
que lleva disueltos.
También sé que
si le añado un ácido como el clorhídrico o el sulfúrico la mezcla se calienta.
Sé que es el
disolvente universal. No hay otro líquido sobre la Tierra que disuelva más
sustancias, por eso no es bueno que te la bebas demasiado pura: te dejaría sin
sales, cuidado.
Sé que cuando se
convierte en hielo es menos densa que cuando es líquida y que precisamente eso permite
la vida bajo los lagos congelados.
…Pero es que
además, sé otras cosas.
Sé que es la
protagonista de uno de los cinco reinos con los que la tradición china se
explica el mundo.
Que en el reino
del agua se encuentran el frío, el riñón, la vejiga, los huesos, el invierno,
el norte, el color negro, el sabor salado, el miedo… Sí, suena a chino.
Sé que para la
misma tradición, el agua se representa por tres rayitas. Dos de ellas están
partidas.
Que de alguna
forma tienen que ver con el número seis, con un hijo mediano, con un ojo
cerrado, con el dolor, algo oscuro, ir al fondo de las cosas. Con el mundo
onírico… Chino, ya te lo he dicho.
Siempre tiende a
ocupar los lugares más bajos y profundos. Por esto mismo Lao Tse le dedica el
octavo poema del Tao Te King*.
Sé que su
impulso natural es el movimiento y que en movimiento el agua expresa toda su
virtud: permitir la vida.
Pero también sé que
cuando se para por un tiempo y no se renueva, la vida en ella se estanca, colapsa.
Enferma. Y los lagos se vuelven ciénagas.
Sé que cuando se
mueve no necesita más motor que el de la pendiente del terreno que horada y que
así va construyendo la senda que la guía desde su nacimiento como arroyo hasta
su destino: el mar.
Sé que el
ochenta por ciento de mi cuerpo es agua.
Que hay agua
entre mis células, en mi sangre, en mi boca… Agua en mis pulmones, en mi espina
dorsal y en mi cerebro. Agua en todos mis humores. El agua de mi orina y la de mi saliva. El agua
de mis lágrimas. El agua de mis flujos. El agua en la que floté mientras mi
madre me gestaba.
Comprendo
entonces que al ser agua también debo ser acuífero y que mi agua más profunda y
pura, la de mi pozo, será la que expresen los manantiales de mis sentidos. Que
mi agua expresada encontrará su senda saltando en arroyos que surquen mi pecho,
para después derramarse como ríos tranquilos dibujando meandros alrededor del
centro de mi ombligo. Y finalmente descansar en el hueco de mi vientre: el mar.
Si soy agua mi
impulso debe ser el movimiento.
Que entonces mi
naturaleza es nómada y si me estanco, enfermo. Que mi ciénaga es la tristeza,
la obsesión, la envidia. El miedo.
Pero cuando eso
ocurra recordaré otra vez que soy agua y que mi corazón y mis piernas obedecen
a la idea de transcurso. Que mi consigna es caminar para empaparme de vida y
fluir por los terrenos que me son propicios: los que mantienen mi agua limpia, los que me provocan la risa fácil.
Los que permiten
que mis Aguas se extiendan sin otro límite que el de su propia Senda.
Entrada editada para incluir esta maravilla
Parte de este texto se basa en los conocimientos adquiridos en Tian, Escuela Neijing.
(*) VIII
La
suprema bondad es como el agua.
El
agua todo lo favorece y a nada combate.
Se
mantiene en los lugares
Que
más desprecia el hombre
Y
así, está muy cerca del TAO.
Por eso, la suprema bondad es tal que,
Su
lugar es adecuado.
Su
corazón es profundo.
Su
espíritu es generoso.
Su
palabra es veraz.
Su
gobierno es justo.
Su
trabajo es perfecto.
Su
acción es oportuna.
Y no combatiendo con nadie,
Nada
se le reprocha.
^^^^^^^^
No es la primera
vez que saco el tema del agua.
En este caso se
trata de un homenaje y acaso una colaboración, con las dos personas que tuvieron
la idea de hacernos transcurrir en manada por el lejano Nepal. Sus puntales son
el movimiento, la sinceridad, la comunicación, la escucha, el aquí, el ahora… El
corazón.
Fruto de esa
idea nació un hermoso proyecto. Su nombre es Senda del Agua.
- Venga, a ver a quién le toca ahora, que estamos en
racha.
- ¡A mi!
- ¡¿Qué?! NO, NO, NO… Me niego. No más escritos que
mezclan ciencia con lo etéreo. ¡NO! Quiero otro que tenga más que ver con lo
paisajístico de Nepal.
- Di lo que quieras, me toca a mí. Mira qué gordo
estoy: a punto de explotar.
- Que no, que quiero otro así descriptivo que me
evoque aquellas tierras.
- Ven y asoma un poco más la cabeza. Mira tus escritos
descriptivos: ahí echados a la siesta. Sin embargo, míranos a nosotros: los escritos
absurdos y los absurdo-científicos estamos que lo tiramos, peleándonos por
salir. Además, yo tengo que ver con Nepal, no me digas que no.
- Eso es verdad… pero entonces, si concedo ¿me
dejaréis que escriba otra cosa? ¿Algo diferente? Es que no quiero ser un
coñazo.
- ¿Coñazo? A ver, ¿tú para qué estás aquí?
- ¿Aquí? ¿Aquí en la Vida? ¡¡No me digas que lo sabes!!
- Me refiero respecto al blog. Tú estás aquí para
desatascar esta sala. Para nada más. Si eres un coñazo, lo eres y punto-pelota.
Así que enciende el ordenador y sácame guapo
- Joder con los escritos en ciernes…
Primero un
flashback
Ciudad Real,
parque del Torreón. Fecha indefinida entre 1998 y 2000. Varios estudiantes de
Ingeniería Química están sentados en corro alrededor de un barreño de calimotxo
contribuyendo con ello a la distinción y estética de la ciudad.
También a la educación de los niños que a esas horas salen del colegio.
Uno de los
estudiantes, sexo femenino para más señas, se aprovecha del hermanamiento del
momento y del burbujeo con el que el exquisito cóctel cosquillea en sus sienes
para abrir su corazón y, esperando
complicidades, preguntar al resto: - ¿Pero de verdad vosotros os veis
trabajando en una planta química?-
- Si- contestan
casi al unísono la mayoría. Los que no han contestado verbalmente cabecean de
arriba abajo.
Sin más, la
conversación vira a la práctica de alguno de tantos juegos que suelen acompañar
a tal escena etílica. Quizá el Un Limón-
Medio Limón. Quizá Los Marcianitos.
Qué más da.
A continuación, el
tiempo actual
Poco imaginaba
yo en mis años de estudiante que lo aprendido en la carrera me iba a influir de
esta manera.
El caso es que
desde poco después de la apertura de este blog cuando comencé a enrollarme con la Física Cuántica y la Vida, me iba sorprendiendo de
cómo la ciencia me sirve para explicarme procesos que aparentemente nada tienen
que ver con teoremas o leyes físicas y químicas.
Y no es que esta
tendencia sólo me afecte en mi vida cotidiana, no. Es que se ha venido conmigo
a Nepal.
Como ya me he
comido mucho espacio con la dichosa introducción voy a tratar de ser breve y a
ir, sin más dilación, al desarrollo del asalto que la ciencia tuvo a bien
obsequiarme por entre las montañas del Valle de Pokhara.
El
escrito
Cuando estás en
tu rutina te apañas, crees que te conoces. Sabes que, más o menos, después de
A, toca B y luego C. Y tu cuerpo se ha hecho a eso. Y tus actos han horadado
una senda de costumbre que poco invita a la sorpresa. Existen incomodidades: hay
cosas por hacer dentro de ti pero el hábito pesa y mantiene a raya eso que te
incomoda, dejando que salga sólo de cuando en cuando. Y así vas manejándote.
Salir de la
rutina es excitante pero también tiene sus riesgos. Te imaginas pletórica en
todos los momentos que dure el periplo. Pero resulta que allá donde vayas va también
tu incomodidad latente. La piedra en el zapato. Los fantasmillas de una que,
sin rutina que los cerque, pueden descontrolarse y hacer que te sientas
confundida. De repente buscas a esa persona que estás acostumbrada a ser y no la
encuentras. Los fantasmas han tomado el poder. Y los quieres espantar pero no
sabes ni cómo.
En efecto, mi
mochila venía cargada de unos cuantos de esos fantasmillas que me hacen
tropezar y cuestionarme cosas profundas de vez en cuando. Me tocó negociar y
lidiar con ellos. Llegamos a un consenso incluso. Pero preguntándome a mi misma
el porqué de tan inoportuna visita cuando menos lo esperaba, el silencio y la
concentración del lluvioso segundo día de senderismo provocó el advenimiento de
la revelación que respondió a tal cuestión, dándole mayor empaque a la anterior
reflexión sobre la rutina y sus cercos. La respuesta venía envuelta en ciencia
y me remitía a La Ley De Los Gases Ideales.
Esta ley viene a
decir que cuando
la materia está en estado gaseoso su volumen se relaciona directamente con la
temperatura e indirectamente, con la presión. Y se acompaña de una
ecuación que mi benevolencia ha considerado innecesario transcribir.
Imaginamos un
globo, ¿recuerdas lo que te llamaba la atención en tu infancia cuando se
hinchaba si lo dejabas al sol? El gas que tiene dentro al aumentar la
temperatura, ha expandido su volumen.
El mismo globo
al apretarlo, esto es, si aumentamos la presión, no tiene otro remedio que
menguar y disminuir su volumen. De igual forma si aflojamos la presión el gas
se expande.
La Ley de los Gases Ideales está
tirada.
Volvamos a Nepal.
Y en concreto a tal día de silencio e introspección.
Mientras
caminaba a unos dos mil metros de altitud se me ocurrió que a la inmaterialidad
de mis fantasmas les podría aplicar una cualidad gaseosa ya que aunque no
pudiera ni tocarlos ni verlos, los sentía. Como le pasa al viento. Los
visualicé colándose entre mis intersticios, inmiscuyéndose en mis procesos
metabólicos, entorpeciendo mis funciones vitales. Y mis fantasmas se
reprodujeron dentro y gestaron emociones, también hechas de gas. Y fue así como
parieron un vapor de tristeza que se amarraba a mi válvula mitral; convencieron
al miedo para que se hiciera okupa en mis glándulas suprarrenales; giraron muy
fuerte para que un huracán de ira succionara la bilis directamente de mi hígado
y modelaron bocanadas de obsesiones para que se parapetaran justo en la puerta
que daba acceso a mi estómago.
Estaba llena de
burbujas.
Si estás llena
de burbujas fantasmales y subes por las montañas, ir cada vez más alto
significa que gradualmente hay menos atmósfera sobre tu cabeza. Si hay menos
cantidad de atmósfera sobre tu cabeza, hay menos presión sobre ti y al haber
menos presión sobre tí…los gases ideales y los fantasmas se expanden. Y en
concreto, según mis estudios, la expansión de los fantasmas emocionales implica
que incluso sobresalgan de tu cuerpo de tal forma que podrás verlos delante de
ti. Ahí, desnudos. O en ropa interior roja si es nochevieja.
Pero ¿sabes?
Cuando un gas se expande es aun más ligero. Lo mismo le pasa a esos
fantasmillas. Y pierden poder. Es entonces el momento en el que tienes que
aprovechar para negociar. Para atreverte con ellos. Quizá hasta es posible que
intiméis y te cuenten de dónde vienen y qué hacen dentro de ti.
Yo te aconsejo
que por más que tus fantasmas te hayan incomodado en tu vida, no seas demasiado
duro con ellos. Una vez fuera de ti, dales la mano y haz que te acompañen.
Pregúntales lo que se te ocurra. Verás que en el fondo son entidades muy
inocentes que estaban un poco confundidas.
Una vez
descubierto, ¿qué ocurre con el fantasma? ¿Se va totalmente? No, no se va del
todo. Pero dentro de ti, y cuando hayas vuelto a tu estado habitual, se habrá vuelto pudoroso. Quizá hasta un aliado. Y te
dará toquecitos suaves cuando vea que lo necesitas para que no te descuides y recuerdes lo que te enseñó.
Pero, un momento, que no
hace falta irse a Nepal para ver a tus fantasmas si es que quieres hacerlo. Lo
mío ya te digo que fue algo completamente inesperado. Pero aprendí allí que lo
que hay que hacer para mirarlos a la cara y dejarlos libres poco a poco es ir
disminuyendo la presión que ejercen los prejuicios, las ideas preconcebidas, la
autoimagen, el qué dirán. El miedo. Esa será la única manera para que tus
fantasmas, igual que los gases ideales en plena expansión, se abran paso y te
vayan dejando cada vez más ligero de equipaje.
^^^^^^^^
También aquel día tuvo banda sonora y, aunque el tam-tam de la lluvia sobre mi capucha podría haberme remitido a ritmos africanos, en mi cabeza resonaba esta canción. Conforme ascendía mi mochila seguía manteniendo su peso pero mi equipaje se iba volviendo más y más ligero.
Según el Google
Maps, Ciudad Real y Nepal están separados por 8028 kilómetros.
Mantén ese valor
en tu mente a lo largo de todo el texto. Al final sabrás por qué.
Nepal. Allí entre
China e India.
Pongamos que
vamos a iniciar un desplazamiento a pie desde una pequeña ciudad nepalí llamada
Dhulikel hasta un monasterio llamado Namo Buddha.
Pero antes
abrimos paréntesis para indicar que en Dhulikel, y en concreto en la Guest House del señor Purna,
hemos celebrado la
Nochebuena cantando en corro un villancico en el rellano de las
habitaciones; que he dormido poco y mal sobre una tarima; que cuando entraba en el baño me venía
a la cabeza la mítica frase de Blade Runner he
visto cosas que vosotras no creeríais con la que empezaré la crónica que les tengo preparada a
mis amigas acerca de los lugares en los que…esto… he depuesto y miccionado, me he duchado.
Pero que, además, desde su terraza se ven los Annapurnas; que allí he tomado el mejor desayuno de mi vida;
que por la noche cené una sopa de setas que no voy a olvidar y que éso, junto a
la amabilidad del señor Purna, han hecho que le declare abiertamente mis ganas
de pasar una temporadita en su casa para que me enseñe las artes de la cocina
nepalí. Se ha reído y ha dicho que bueno. Pero yo me guardo una tarjeta de
aquel lugar por si las moscas.
Volvamos al motivo
del texto, que la persistente gula post-viaje hace que me pierda…
Para salir de
Dhulikel hay que subir un montón de escaleras que llevan a un claro en el que hay
un buda dorado y gigantesco. Después el paseante atravesará aldeas unidas por
caminos de tierra. Será fácil ver que la vida de la gente está perfectamente
integrada con la naturaleza. Será fácil ver cómo se ocupan de sus pequeños
huertos, o cómo grupos de mujeres están preparando las raíces de cúrcuma, o cómo
el tiempo transcurre lento mientras una muchacha se seca el pelo al sol… y es
que el viajero puede observar la vida porque la vida transcurre fuera de las casas.
En algunos puntos
del recorrido se puede distinguir el pico del Everest y en casi todo el
trayecto, como suspendidos en el cielo, varios ochomiles vigilarán tus pasos.
Es posible que confundas la realidad ante tus ojos con un bucólico fondo de estudio fotográfico apto para reportajes de primera comunión. Es
normal. Las montañas apabullan. Y parecerá que las tengas encima cuando en
realidad se encuentran a muchos kilómetros de distancia.
Pero volvamos al
texto, que me pierdo de nuevo. Estaba hablando de cómo llegar a Namo Buddha.
Aparte de los
caminos, existe otro acceso al monasterio. Se trata de una … ¿carreterilla? de
piedras. Pero piedras-piedras, por donde sólo autobuses aguerridos y no occidentales
se atreverían a circular. Y se atreven.
Quizá al
aproximarte más al monasterio te percates de que hay algo asimilable a una romería
pero en nepalí: con sus banderillas, su jolgorio, sus jóvenes bolingas a
tempranas horas de la mañana… y con la diferencia de que en vez de Camela está
sonando… el Camela Nepalí. Y que los jóvenes bolingas, aparte de bolingas, son más
educados que los bolingas españoles. Todo hay que reconocerlo.
Ya me he
desviado de nuevo. Perdona, que no es esto lo que quería decirte…
Pues eso, que cuando
por fin llegas a Namo Buddha observarás que su silueta gobierna la zona
desde un altozano*. Y que las ondas del paisaje dibujan valles cada vez más profundos.
Esta cosa la puedes ver desde el altozano*
El monasterio es grande. Muy bonito. A su lado, en otro altozano*, hay un
lugar sagrado de peregrinaje para los tibetanos del que se dice que una
reencarnación anterior del Buda se dejó comer por una tigresa y sus cinco
cachorros. Tal era el desapego que el hombre tenía hacia su cuerpo.
Pero tampoco es éste el objetivo de esta entrada.
No sé si lo habré conseguido con tanto irme por las ramas pero al final, todo el texto anterior es una vana excusa para transmitirte
que por aquellos parajes me sentí recóndita. Y también exploradora. Y aderezaban mi mente frases como ¿qué hace una Manchega en este lugar? Y mi vanidad se sintió pionera. Y mi vez allí era la primera vez allí de toda Castilla-La Mancha. Así de épico todo.
Pues bien ahora procedo, de verdad, a contarte lo que allí acaeció.
Nos alojamos en Namo Buddha, ya sabes. Templo budista, lo sabes también. Y una vez asignadas las habitaciones y habiendo liberado nuestros hombros de las mochilas nos dispusimos a salir a dar una vuelta. Probablemente a
comer o a cenar. O quizá a lavarnos la ropa. O a tomar el sol a la terraza. No
recuerdo bien porque lo que ocurrió después hizo que se nublaran los instantes
anteriores al hecho. Como si de un accidente se tratara.
Salimos de la habitación, momento en el cual un nepalí atraído por nuestro
cotorreo se dirigió a nosotros en PERFECTO español, desarrollándose la conversación que a continuación trataré de transcribir con la máxima fidelidad:
- Es que soy guía
de viajes para gente de habla hispana. He venido acompañando a una uruguaya y a
un argentino-.
- ¿Pero eres de
aquí de Nepal? (estupefacción persistente)-.
- Si, si… (risas)-.
- (Susurrando: Qué fuerte, Mari. No me lo puedo creer: aquí en Namo Buddha hablando español
con un nepalí). ¿Y cómo habéis
venido?
- En bici-.
- ¿¿Si?? ¿Por la
carreterilla de piedras?
- Si… jajaja (risas one more time. El
sujeto es particularmente risueño). Claro, ellos querían hacer la ruta en bici-.
- Ostras, hablas español perfectamente, ¿eh?-. (Catetismo en grado sumo).
- Si bueno,
jajaja. Es que he estado varias veces en España... ¿De qué parte
de España sois?-.
- Nosotras de
Barcelona-.
- Ah-.
- Y yo de Ciudad
Real… quizá ni te sue…-
- ¡Anda, de ahí es
mi mujer!-
...Y fue así como
en ese recóndito lugar de ese recóndito y lejano país yo, que disfruto
muchísimo jugando al juego de darle a todo una explicación trascendente y
universal, comprendí que esa era la señal que el cielo me mandaba para indicarme que me hallaba en el lugar que me correspondía. Que estaba en el
camino de encontrar mi propósito vital...
...Pero, vamos... que
me quedé loca.
*Comando de recuperación de palabras. Ésta me gusta y pienso usarla todo lo posible. Si te entra la curiosidad, aquí tienes la página web del guía: http://www.rutasnepal.com/
Que encuentres lo que
buscas, me dices al despedirnos. Y lo he tenido presente todo el tiempo que
ha durado esta aventura.
Vuestras ganas de que quedemos antes de irme. Para nada en especial.
Para desearme buen viaje. Y además, por si me quedaban dudas, para que yo sepa
que estáis a mi lado.
Tu sonrisa. Y la tuya. Y también la tuya. Pásalo bien. Disfruta mucho. ¿No te irás a
quedar? Pues mira, no lo sé. Es tanta la gente que me dice lo mismo que ya
sospecho si no estaré emitiendo señales de huída a las que yo no tengo acceso.
DURANTE
¿Qué tal llevas los
ochomiles? ¿En ese sitio hay Nochebuena? Ya te avisaré yo para Año Nuevo que allí lo mismo tampoco cambian el año.
¿Va todo bien?¡Que lo
aproveches! Sí, aquí estamos bien. Nos acordamos de ti. ¿Tienes ganas de
volver? No. Obviamente, no.
El que tropieza y no
cae, adelanta terreno, dijiste en el momento oportuno.
Abrazos. Risas. Ojos que hablan. Manos que aprietan en el
momento y con la intensidad justa.
DESPUÉS
¿Sabes? Sí que encontré cosas. Algo en mí intuía que el
camino de baldosas amarillas me llevaría a rincones fangosos de mi ser. Pero me
pilló valiente. Me reencontré con mi obstáculo pero torpemente, lo reconozco,
esta vez me enfrenté con él. Gracias porque tu frase fue mi aliento.
Tenemos que quedar y
que nos cuentes. Claro, además os he traído una cosita. Pequeña, que en la mochila
el espacio es limitado.
Tu alegría cuando nos vemos de nuevo. Pero la de tus ojos.
Tus ganas de que te cuente. Y yo sin saber por dónde empezar.
Uf, esta gula. ¿Será normal? ¿Será fruto del jet lag? ¿No
tendría que haber pasado ya? Ni idea pero tengo necesidad de comer mal a todas
horas. De comer dulce. Sí, sí, me he alimentado bien. Mejor que bien. La comida
nepalí me ha encantado. Todo allí, la verdad.
Laura, éste es el último
mantecado de limón que tenía en casa. Como dijiste que eran tus preferidos, te
lo traigo para que acompañes el café.
Y de nuevo tus ojos, y los tuyos y los tuyos, devolviéndome
sonrisas. También por escrito.
^^^^^^
Dar algo, lo que sea, en Nepal implica recibir elevado a una alta potencia.
Pero también aquí. Cada mensaje, cada gesto nimio es transformado y devuelto
multiplicado por mil. La generosidad, el cariño y el amor son universales, gracias
a Dios.
No todos los días anda una lo suficientemente lúcida como para
darse cuenta del amor que le rodea.
Me
pregunta cómo se dice "I like you" en español. -Me gustas-, le digo.
Ella lo apunta en su libreta y me sigue contando que por la zona en la que
ahora paseamos estuvo hace poco de picnic con sus amigas del colegio.
Unos metros más
adelante ella, su prima y su hermano se paran. Ya no les dejan alejarse más.
Nos despedimos. Adiós Unishma, le digo. Y ella, mientras agita su mano y la
distancia nos va separando, me grita: ME GUSTAS, LAURA.
Si nos tenemos en el facebook seguro que ya conoces esta pequeña historia. También quiero que se guarde aquí. Además, es posible que pronto te cuente más cosas que pasaron aquel día.
Una vez dentro
de mi casa sólo pienso lo normal: que me gustaría ser Juanjo Millás para poder
describir como él hace, la extrañeza de sentirme tan ajena al lugar que dejé
hace más de dos semanas.
De pequeña
también me gustaba esa sensación cuando volvíamos de las vacaciones de verano y
de repente me parecía que éramos intrusos explorando los rincones en los que se
desarrollaba nuestra vida.
Hoy, de nuevo,
invado mi territorio y me aprovecho de este punto de vista efímero para
comprobar que me gusta el tono fucsia que le dan a mi cuarto los mandalas y la
persiana que colgué no hace tanto. Me valgo de esta mirada de visitante y siento
mi casa acogedora.
La cocina resplandece
con esta luz de mañana fría y despejada que se cuela por el cristal de la
puerta que la separa del patio. Llegar hasta aquí bajo esta luz también ha sido
extraño. Normalmente a estas horas en un día laborable como lo es hoy, ando
enfrascada con el Excel o preparando disoluciones rodeada de matraces y
pipetas. Pero hoy no. Hoy he caminado con paso lento desde la estación de tren.
Recreándome en los colores de la mañana y teniendo cuidado de no resbalar en los
tramos congelados de la umbría. Aplicando la manera de caminar que he
desarrollado en las montañas: dejando caer todo mi peso en cada paso.
El trayecto
también ha tenido un punto inaudito: unos niños montados en los patinetes que
seguro ayer les dejaron los Reyes me preguntan que por qué voy así. Qué raro,
pienso. En las latitudes de las que vengo sí es normal que los niños se dirijan
a ti, que te agarren de la mano y quieran jugar. Que les llame la atención el
color de tu piel. Que te pregunten cuál era tu asignatura favorita o te pidan chocolates
pero ¿aquí? Quizá es que debo seguir desprendiendo algún tipo de halo atractivo
para ellos, pienso con vanidad propia del flautista de Hamelín. -¿Así cómo?- Le pregunto, una vez fuera de
mi reflexión, a la niña que me ha dirigido la palabra. - Pues así, con
pantalones de verano-.
Miro hacia abajo
y sonrío. Le cuento que llevo unas mallas debajo de tanto estampado vaporoso y
que por eso no tengo frío. No me pongo a explicarle que he dejado casi toda la
ropa que llevaba en ese país lejano del que vengo porque había que elegir entre
lo que llevé y lo que compré. Entre lo viejo y lo nuevo. Y que elegí darle paso
a lo nuevo en sentido literal y figurado.
En cualquier
caso, su apreciación me hace darme cuenta de que de esta guisa, mezclando lo
oriental con zapatillas de senderismo en una combinación que jamás llevaría en
mi vida habitual, me he paseado sin recato por dos continentes. Tres aviones se
han encargado de transportar mis huesos por escenarios de lujo cambiante. He
viajado en la burbuja espacio-temporal de un trasbordo de siete horas ocupando
con ello el tiempo más improductivo y legítimamente ocioso que recuerdo. Ni por
leer me ha dado. Si acaso un poco de escritura para seguir trazando el relato
de los días anteriores. Siquiera un esquema de los hechos. Siquiera un
esqueleto de índice sobre el que más tarde, me digo, seguir añadiendo
vivencias, pensamientos y emociones. Me he limitado a dejar pasar el tiempo y
el tiempo ha corrido rápido, compadeciéndose de mí.
Tan, tan raro
todo.
Me he caído de
sueño en el lujo de un asiento de cuero en el aeropuerto de Qatar, mecida por
el mantra recitado por la señorita de la megafonía. ¿Qué estaría diciendo con
aquella frase que para mí siempre terminaba en Qataría? Qataría, Qataría,
Qataría… Y mi cabeza oscilando de izquierda a derecha deseando que, tras
esta niebla, azafatos irreales nos indicaran amablemente el lugar de la puerta
de embarque, permitiendo que mi estómago desacompasado engullera sin criterio
horario el contenido de una sucesión de bandejitas que se colocaban por orden
incierto en el soporte de mi asiento.
Mis biorritmos andan locos y yo sólo
manifiesto gula y sueño.
Y ahora pienso
que no sé cuánto durará esta burbuja, pero siento que aquí dentro es donde debo
recomponerme. Mientras una realidad difuminada sigue su curso ahí afuera me
dedicaré a asimilar experiencias en mi imaginario. Como un feto en
autodesarrollo seleccionaré las enseñanzas que quiero que me acompañen de aquí
en adelante; incorporaré las emociones y vivencias descolocadas con las que
ahora comparto este raro líquido amniótico. Y desecharé por mi nuevo conducto
umbilical aquello que ya no quiero ser. Aquello que se quedó allí, lejos. Exorcizado
por la luz de diez velas a la orilla del lago Phewa, en Nepal.