lunes, 11 de abril de 2016

Semana Santa 2016 (Parte I). Carta abierta a cualquiera de mis seres queridos

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido. […] Vivir de manera tan dura y espartana como para apartar todo lo que no fuera la vida, surcar una divisoria y llevar la vida hasta un rincón y reducirla a sus elementos básicos y, si resultaba mezquina, obtener entonces toda su genuina mezquindad y hacerla pública al mundo.
Henry David Thoreau, Walden


Cuando unos días después leí este fragmento de Walden, le dí un beso al libro pues tocó la médula de la causa invisible que me llevó de nuevo a retirarme, de una forma muy modesta, a pocos kilómetros de donde vivo. Una causa que es prima hermana de la tendencia a crear espacios vacíos que me persigue desde hace tiempo. Pero yo no llegué a tanto como Thoreau y si me ciño a lo concreto, mi pretensión esta semana santa era dedicarme al no hacer o, mejor dicho, a no tener ninguna obligación. Ver qué ocurre conmigo cuando llevo mi libertad a una expresión más radical que la experimentada a diario.
Surgió todo de sopetón. Un plan A, familiar, que se torció y un pensamiento: “Si me soy sincera, me iría al campo, sola, sin hacer nada y para no hacer nada, como mucho leer, escribir, caminar…” A continuación, la duda: “Anda, pues para eso me quedo en mi casa”. Y luego la valentía: “¿Y por qué no al campo de verdad?” Y una llamada: “No, Laura, lo tengo todo ocupado, pero espera que llame a un amigo que…”. Y otra llamada: “que dice mi amigo que sí, que si quieres tienes la casa para ti sola”. Y entonces, el apuro: “Mujer, si él no suele alquilarla me da cosica”. Y por fin, la coherencia: “¿Pero no es lo que buscabas? Pues vamos allá”.
Si quería no hacer nada allí, en aquel pueblo de cien habitantes en temporada alta, antes tenía que hacerlo todo, o casi todo, incluidas las comidas. Unas lentejas para dos días, un bizcocho casero, un sofrito de champiñones y remolacha al que añadiría un arroz que cocería, eso sí, en pleno retiro, una tarta de verduras… Y también, preparar lo que podría llenar mi tiempo: la esterilla de yoga y unos manuales por si me daba por ensayar unos talleres pendientes; y si me apeteciera leer, Walden1, que siempre viene conmigo cuando me da la vena ermitaña, Un Mundo Feliz, uno de Thich Nhat Han y mis inseparables libros chinos de los que tengo en mente explicar por aquí unas cuantas cosas. Muchas letras para un lector al uso y sólo una semana santa, la dosis normal si eres, como yo, una lectora picoteadora. También vino el ordenador a cumplir dos funciones básicas: la de máquina de escribir escritos atascados y la de reproductor de música por si se me antojara bailar hasta descoyuntarme o cantar mantras de una forma muy devota.
En efecto, llevaba el maletero demasiado lleno para una intención de no hacer nada, pero es que no sabía cómo iba a ser yo en aquel contexto. Además, y por supuesto, mantenía muy presente la posibilidad de no tocar nada de lo acarreado y dedicarme a todo lo no tenido en cuenta.
¿Pero, vas sola? ¿Estás bien Laura? Podríamos ir a verte, dar un paseo, tomar un café… Parecidos a éstos me llegaron varios mensajes y, aparte de que no fueron posibles las visitas, a todos respondí que sí, sí, todo bien, porque, ¿cómo trato de explicarte que aunque viva sola yo también necesito estar sola? Y no es la soledad por la soledad: es salir de mi estructura, del camino marcado por mis horarios fijos, por mis acostumbrados ademanes, mis pensamientos recurrentes, mis coletillas al hablar… Quedarme pelada y mondada. Sin guión ni argumento. Ser y conocer a lo más parecido a mi yo absoluto y alejarme de mi yo relativo. Una completa ilusión pues siempre somos en relación a algo o a alguien y en este caso sería yo manejándome en relación a un pueblo pequeño; o yo en relación a una casa vacía con partes de ella sin amueblar y sin rematar… Pero ya te digo que esto lo pienso ahora, inspirada por las palabras de Thoreau. Insisto en que yo lo que quería era irme a no hacer nada, ni siquiera el esfuerzo por convivir con mi camada; responder sólo a mis impulsos primitivos: comer cuando tuviera hambre, dormir cuando me entrara el sueño, despertarme, esperaba, con la luz de la mañana y, eso sí, darme al lujo de uno de mis máximos placeres: volver a la cama después de desayunar temprano. Eso sí lo tenía planeado.
Sirva pues ésta mi experiencia para descargar de responsabilidad a todo aquel o aquella que comparta paredes contigo y a quien en los momentos críticos culpas de tus ataduras y desdichas. Mi experiencia es el caso vivo de que lo que perseguimos cuando fantaseamos con una isla desierta es romper nuestra habitual forma, ésa que, intuyo, hace que perdamos la brújula que nos lleva hasta nuestra esencia verdadera.
Dos semanas mas tarde, pues aparte de lectora picoteadora soy escritora pausada, aun paladeo con regocijo las consecuencias sin nombre del hecho; las de los recuerdos de un paisaje sencillo reventando de verde; las de la sensación del cansancio en mis piernas tras largas caminatas sin brújula ni reloj; las del entrenamiento en la libertad basado en la obediencia al primer impulso en cada pequeña decisión; las del avance de los trámites de divorcio entre mis pensamientos y yo después de haber escuchado en estéreo su absurdo ruido en un escenario tan mudo.
La dictadura de mis biorritmos fue desarrollándose de tal manera que cualquier actividad pensada de antemano terminó por parecerme una falta de respeto hacia mí, por eso, al no sentir allí la escritura como una necesidad, decidí que nada escribiría. La verdad de la naturaleza fue tan contagiosa que cualquier palabra usada para describirla sólo serviría para mancillarla, así que tampoco relataría nada en mis textos y la experiencia quedaría sólo para mí.
Pero ocurrió que en mi último paseo, cuando fui a despedirme de los campos de cereal tierno y en la casa ya me aguardaba el equipaje empaquetado, sentí que me acompañabas y la tranquila alegría de los días anteriores se transformó en euforia cuando me imaginé mostrándote los lugares que había descubierto: la subida a la pequeña loma desde la que se dominaban todas las encinas, el vuelo tan cercano de un sinfín de cigüeñas, el bosque de alcornoques y romero, el mesto…
Por eso me he animado a contarte algo de lo que allí viví. La alegría, ya se sabe, es más intensa cuando se comparte. En cualquier caso no será mucho pues la nada es tan humilde que no requiere protagonismo alguno, quizá un par de escritos más, no sé. Pero además es que quería aprovechar para confesarte lo que descubrí de mí ya que, aunque como te digo, no estaba entre mis planes el encontrarme a mi misma, cuando uno no busca es cuando encuentra. No es que me sienta orgullosa pero allí observé atónita, desde la distancia que otorga la sorpresa y en el transcurso de ese último paseo, cómo el éxtasis se iba traduciendo a palabras malsonantes, tacos y expresiones toscas cuando atravesaba mis cuerdas vocales. Así, entre los campos verdes, miré a los ojos de la belleza con expresiones tales como “ost*a p*ta, pero qué cosa más bonita” o “la m*dre que me p*rió, qué precioso es esto”. Incluso, acaso bajo la influencia de los santos días que transcurrieron, osé dirigirme a lo eterno en términos como: “J*der, Dios mío, cómo puedo agradecer yo todo esto” y otras que no me atrevo ni a camuflar…
Es ésta, pues, la verdadera y última razón de mi carta abierta, amiga, amigo, familiar, ser querido en general. Ni entre tantas horas de yoga y meditación, ni entre los renglones de tanta mística lectura pude nunca descubrir como aquí que quien soy verdaderamente es una choni adolescente. Estoy aprendiendo a vivir con ello pero aquí y así quería advertírtelo. Dejo pues en tus manos, y con razón, si quieres que sigamos compartiendo nuestros caminos.


NOTA IMPORTANTE: Aunque he dicho que seguiría contando en un par de posts cómo me fue por el pueblo, no sé si intercalaré escritos diferentes o ni siquiera si llegaré a escribirlos. Todo va a depender, concretamente, de lo que me salga del pot*rr*2.

1 Llevaba más de un año tonteando con Walden y más tiempo aún desde que lo compré. Lo volví a empezar en semana santa, al lado de la chimenea, pensado por lo bajini lo pedante que me parecía Thoreau. A día de hoy me tiene enamorada.
2 Iba incluso a escribir c*ñ*, pero dos semanas de pulido parece que van apaciguando a la choni que llevo dentro. Disculpa la insolencia y la malsonancia.

4 comentarios:

  1. Por supuesto q quiero seguir compartiendo nuestros caminos...me ha encantado el post..c*ñ* (ups) jejejeje.

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    1. Menos mal, j*der. Es que me había ac*jonao.
      Requetemuas

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  2. Por fín hemos averiguado el lazo invisible pero elástico y ultrarresistente q nos une:tú eres una choni adolescente y yo d las 600...estaba escrito en las estrellas!Chicas de barrio forever!!

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    1. Ya lo vaticinó aquel señoritingo en Málaga. Todo un visionario y nosotras sin creerle...

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