domingo, 21 de junio de 2015

Ermitaña en el pueblo. Día Dos

Primera vez que amanezco en mi piso. He dormido muy bien. Me levanto temprano y hago un poco de yoga. Desayuno, friego con cuidado para no gastar mucha agua. El truco está en echar primero el agua en la taza e ir mojando ahí el estropajo. Además es conveniente no utilizar mucho lavaplatos para que después el aclarado sea más liviano. Ingeniería del fregoteo. Me aplicaré estos principios cuando vuelva a la civilización.
Mientras ordeno el dormitorio recibo llamada paterna. Están de limpieza en las cocheras y se me requiere para ver qué hacer con el ingente número de cajas con libros que allí almacenamos mis hermanos y yo. Recibo de mala gana la noticia pues soy una ermitaña que ya está saliendo demasiado de su ermita, pero rápidamente cambio el talante y me decanto por la flexibilidad. Al fin y al cabo retirarse no es empecinarse, sino adaptarse a las cosas tal cual vengan1.
Cuando me planto delante de la primera caja de apuntes que guarda cientos de folios con mi letra de hace quince años (o más), el primer impulso es el de posponer la masacre. Pero sólo tardo dos respiraciones en darme cuenta de que se trata de un nuevo reto que me plantea mi ansia de Nada. Si aspiro a Ella, esta es una oportunidad más para crear espacios vacíos, en este caso, físicos. Es el reconocimiento de que hay cosas que ya no tiene sentido conservar. Es así como de nuevo pongo en práctica en el mundo material aquello para lo que me entreno en lo intangible y sin ápice de misericordia voy volcando en el maletero del coche kilos y kilos de sabiduría ingenieril; horas y más horas de culo sentado en la silla de mi habitación, en la de la residencia, las de las salas de estudio, las de las aulas de la facultad… y no me tiembla el pulso. Sólo salvo el proyecto fin de carrera y poco más.
Descargamos la mercancía en el punto limpio. Allí se encuentran los bomberos sofocando un pequeño incendio en uno de los contenedores. No siendo esto el colmo de lo raro, observo con divertimento la situación con algo de perspectiva: yo llevando a la práctica un experimento poco común y viviendo igualmente situaciones nada rutinarias como ésta. Debido al humo no podemos acceder al contenedor que nos toca y yo no puedo controlar la risa ante el cabreo momentáneo de mi padre.
A la vuelta, más ligeros, más ligera, me vuelvo a mi retiro donde me doy a la escritura sin miramientos.
Paro para comerme la ensalada de lombarda y un poco de tabuleh. Pongo de nuevo en práctica la ingeniería del fregoteo que va perfeccionándose en cada nueva tentativa y me tumbo a sestear con Walden bajo el brazo.

No leo: picoteo

Confieso que me da pudor publicar sobre mí por eso prefiero referirme a mis pensamientos o reflexiones pero Thoureau, en la primera página de Walden, escribe lo siguiente: […] empezaré disculpándome con los lectores que no estén particularmente interesados en mí […] en la mayoría de los libros el Yo o la primera persona se omite; en éste se conservará […] en general olvidamos que, al fin y al cabo, es siempre la primera persona la que habla. No hablaría tanto sobre mi mismo si hubiera otra persona a quien conociera tan bien.
Me siento, pues, legitimada en la distancia física y temporal por este pensador acerca de la redacción de mi experimento y de sacar a la luz estas cosas que yo considero tan íntimas. Es en este momento cuando decido que voy a publicar en el blog esta serie, aunque sea en diferido.
Me descabezo un poco tras la friolera de dos o tres páginas de Walden, haciendo así gala de mi poca avidez lectora. Al levantarme persisten mis ganas de escribir así que me doy a las teclas. Por la noche he quedado a cenar con mi hermana. Definitivamente la adaptación a los hechos que me rodean ha vencido al empecinamiento del encierro. No soy yo, son las circunstancias las que comienzan a marcar la diferencia entre este retiro y su concepción inicial como semi-enclaustramiento.
Ya que nuevamente tengo que salir del piso, me dirijo, empanada bajo el brazo, a darme una ducha a casa de mis padres. De ahí, la empanada y yo emprendemos rumbo a casa de mi hermana. Cena agradable y opípara pero sin carne esta vez.
Al regreso entro en mi casa, cual ladrona, con una linterna que me ha dejado mi padre. Me da por pensar que quizá los vecinos del bloque de enfrente se mosqueen al ver la luz móvil a través de las ventanas por eso trato de ser discreta. Lo mismo me pasa, lo que son las cosas, cada vez que voy al baño con la garrafa de agua. ¿Se asustarán mis vecinos? ¿Me llamaría mi vecina en plan: Oye Laura, algo pasa en tu piso, se oyen ruidos? Yo, claro está, contestaría bajito para no delatarme a través de las paredes… Qué poco dicen estos gestos de mi libertad interior. Qué lejos estoy aun de haber salvado la opinión de los otros, reflexiono antes de irme a la cama.
Leo un rato bajo la luz de la linterna, que apoyo en mi hombro como si estuviera fisgando entre mis páginas. Pero observo que ser ermitaña es agotador y me vence el sueño enseguida.

1 Adaptación no es sumisión, pero no estamos aquí para hablar de eso.


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