sábado, 13 de septiembre de 2014

La Física Cuántica y la Vida. La Fuerza Impulsora

Tiene un poco de traca anunciar a bombo y platillo el tema de la física cuántica y no sólo darle tantas largas a la pobre sino, encima, comenzar con un término ingenieril cuando además, si has ido siguiendo esta saga (risas enlatadas por esta palabra) ya sabrás que lo que yo sentía por la ingeniería nunca habría podido definirse bajo los términos de la pasión.
Si en algún momento he hecho algo parecido a un esquema de lo que iba a contar en esta irregular y no sé si entretenida serie, es que lo de la fuerza impulsora iba a ser un post un poco así como bonus track, sin embargo me he dado cuenta de que es fundamental y paso previo para contar la, cacareada, vida B.
Como me pongo a escribir sin pensar mucho en el resultado porque, como ya te he dicho otras veces, soy ejecutora de un algo más fuerte que yo en esto de la escritura, no sé si al final hoy me meteré de lleno en la vida B o me quedaré en la antesala, porque parece que a este algo más fuerte que me sostiene y me obliga a estar escribiendo aunque me muera de sueño, quiere que exponga mis cosas sin dejarse cabito sin atar. ¡Cómo son las fuerzas desconocidas!
Bueno, pues resulta que he estado buscando en Internet una definición del término fuerza impulsora que me dejara satisfecha, pero no ha sido tal el caso ya que yo necesito una definición orientada a lo que después quiero contarte. Con lo cual, allá va una definición muy personal:

Fuerza Impulsora: es aquello que hace que un sistema se mueva hacia un estado más estable. Cuanto mayor sea la separación entre el dicho sistema y ese estado suyo más estable, mayor va a ser la fuerza impulsora, es decir, se van a notar más los efectos de la fuerza.

Que no te den miedo las palabras sistema ni estable ni el párrafo en general. Ilustremos la definición con algunos ejemplos caseros.
Ejemplo Uno:
Imagínate en invierno con tu casa bien calentita y afuera, un frío que pela. De repente alguien abre una puerta. En este momento pasarán dos cosas: a) que indefectiblemente se escuchará la consabida frase “cierra, que se va el gato” y b) que justo en el espacio que antes ocupaba la puerta se ponen en contacto dos atmósferas: una gélida y otra calentita. La unión de esas atmósferas es, digamos, un sistema no estable porque ¿qué ocurre a continuación? Pues que rápidamente, y tanto más rápidamente cuanto más diferencia de temperatura haya entre la calle y tu casa, se va a producir una mezcla entre ambas masas de aire para igualar sus temperaturas. De hecho, será notable el “chorrode airefríoqueentradelacalle,cierrayalapuertaMaripuriydéjatedeexperimentosfísicos”. La fuerza impulsora en este primer ejemplo es la diferencia de temperaturas entre ambas estancias.
A modo de petulante insistencia, si a la calle y al interior de tu casa les separa sólo un grado centígrado, no habrá una mezcla de atmósferas tan brutal. Será algo más sosegado. La fuerza impulsora con una diferencia de un grado, no será tan grande como en el primer caso. No se notará tanto el chorro que viene de fuera.
Ejemplo Dos:
Imagina que vas de okupa al minipiso de un amigo y no tiene más remedio que ponerte un colchón Restform. Todo correcto hasta ahí. No nos importa tu dolor lumbar a la mañana siguiente. Lo que nos importa es que, cuando te vayas, y si eres un buen amigo, ayudarás a recoger la casa y, por tanto, a desinflar el colchón. El aire dentro está comprimido, os ha costado meterlo dentro, ¿no es así?, sobre todo cuando ya casi, casi estaba hinchado. Ahora quitas la válvula y ¿qué ocurre? Que el aire sale hacia fuera a modo de chorrazo, one more time. Y es que, en ese momento, existe una fuerza impulsora, la diferencia de presión entre el aire fuera y dentro de la colchoneta que provoca que el aire de adentro no tenga más remedio que salir disparado. Pero a medida que el colchón se va vaciando, la velocidad con la que sale es menor, ¿por qué? Pues porque con el paso del tiempo de vaciado ya no hay tanta diferencia entre la presión de fuera y la de dentro del colchón. La fuerza impulsora ha ido, pues, disminuyendo a medida que las dos presiones se igualan.
La naturaleza, como ves, está tendiendo todo el rato al mantenimiento de los equilibrios perdidos. A suavizar diferencias. A, ya de una forma más científica, llevarlo todo hacia un estado de menor energía, mayor reposo. Menor tensión.
¡RECOMPENSA YA!, parece que resuena en mis oídos. Esto ha sido un poco duro, así que aquí va el regalo antes de terminar la entrada. Hoy juego a caballo ganador. Quédate un rato con Elvis que ahora volvemos.


¿Que qué diantre quiero contarte? ¿Qué a qué viene este coñazo de post?
Pues que pasados unos años desde entonces, hoy puedo explicar una parte de mi vida como poseída por la existencia de una fuerza impulsora.
Como en los ejemplos que te he contado antes, si uno ve el fenómeno desde afuera sólo aprecia el movimiento. Movimiento de gases en ambos ejemplos, pero ¿habrá sentido algo el aire que estaba dentro del colchón en el momento de la apertura de la válvula? Él estaba tan a gustito, presionado pero a gusto. Su medio era así. Pero ¿no habrá sentido vértigo, siguiendo con la fantasía de un aire animado? ¿No habrá sentido cierta angustia, cierta inquietud o regomello que sin saber ni como, le empujaba a abandonar el estado en el que estaba para acceder a otro completamente desconocido (el minipiso de tu amigo)?
Trasladando estos fenómenos físicos a las personas humanas, podríamos decir que quien sea presa de una fuerza impulsora, lo es porque no está en su lugar o situación más estable. No está, digamos, donde le corresponde estar o ser. Además, conscientemente, esa persona no sabe qué pasa, sólo sabe que algo pasa. La naturaleza, o vete tu a saber Quién, se encarga de hacérselo saber de las formas más variopintas y generalmente, no demasiado agradables.
Oh cielos, sí. Durante muchos años fui presa de una fuerza impulsora.
Y no sabía qué pasaba.
La forma en que la naturaleza me lo decía era a través de la tristeza. Eso era lo único que yo sabía: que estaba triste, más que triste, a veces. Y, bueno, eso no me impidió salir (mucho), ni divertirme, ni estudiar, ni encontrar trabajo, ni conocer más gente, ni querer a gente, ni encontrar muchas amistades… ni nada de eso. Pero todo, todo, quedaba impregnado por ese poso marrón de tristeza. Por ese “si, pero…”
Lo que la naturaleza, en mi caso, trataba de compensar, suavizar, equilibrar, era también una diferencia. La que existía entre lo que yo creía que era, manifestado por mis actos, mis ideas, mis propias creencias de entonces… que implicaba un estado poco estable, y lo que yo era o soy en realidad, el estado estable hacia el que tiendo.
Siguiendo con el desarrollo, se podría inferir que a mayor tristeza, mayor es la distancia que te separa de tu estado más estable, pleno. Del ser tú mismo.
A mayor satisfacción, alegría, plenitud, más cerca estás de ser tu mismo. Si has vivido siempre ahí, supongo que este post te parecerá escrito en chino.
Con la tristeza, la fuerza impulsora trataba de empujarme hacia mí. Trataba de decirme que por ahí no iba bien, con esa forma de pensar, esa forma de actuar, esa forma de creer.
Y, ¿no te parece que de aquí se desprende una idea de determinismo, de algo parecido al destino de cada cual? Mientras escribo, se me ha ocurrido que quizá eso sea lo que te cuente a modo de bonus track de toda esta historia.
¿Me dejas que me ponga consejera? Haz caso a tu tristeza o a cualquier estado de ánimo que no sea el pleno, el alegre, la risa fácil, pues probablemente ese estado te esté animando al movimiento, a la búsqueda. A ti.
Como ves, y según estás teorías mías basadas en nada, las fuerzas impulsoras provocan movimiento y ese movimiento en lo que derivó en mi es en lo que ahora llamo, vida B. Pero eso te lo cuento en el próximo post.

PD.: ¿Te has aburrido? Esta entrada ha sido escrita en varios días y al final no sé si ha quedado medio clara. Lo siento mucho. Espero, al menos, que hayas disfrutado con Elvis.
PD2.: El dibujito de los imanes lo he cogido prestado de aquí: http://profesoranelitavenegas.blogspot.com.es/

jueves, 21 de agosto de 2014

Conversaciones Internas. Palique Mental

- Mente-
- Hey, ¿qué pasa?-

El cerebro: la chicha soporte de la mente

- Nada, que quería decirte algo-
- ¿No tienes bastante con el palique que nos traemos constantemente, que ahora también tienes que sacar a la luz nuestras cosas?-
- Ya bueno, pero oye, ¿quién ha decidido hacer esto, tú o yo?, es que me pierdo, no sé quienes somos cada cual-
- Pues si quieres me pongo a indagar y te lo aclaro aunque ejercicios de este tipo hacen que me quintuplique o sextuplique y acabamos saturándonos… o saturándome-
- Saturándote, saturándote. Que yo siempre estoy ahí observando…-
- Venga, dime qué quieres -
- Nada, es que me han dicho que funcionas demasiado, y que tienes que dejar que se oiga mejor la voz de… de… del Otro. Ya sabes-
- ¿Del Otro?, ¿te refieres a Corazón?... ¡Ya estamos otra vez! ¡Pero si le he hecho hueco miles de veces! Mira, le he dejado ese altavoz de ahí… vale, no funciona demasiado bien, no es de los más modernos que tenemos, pero para él vale… Y también le he puesto una silla bien blandita para que se siente mientras habla, y una mesa, y unos folios para apuntar, y un boli de tinta de gel… joder, ¿qué más quiere?-
- Hombre, pues, que le dejes más libertad. A lo mejor a él lo que le gusta es estar sentado en el suelo, que digo yo, o no usar ese altavoz. ¿Te has parado a pensar que quizá no necesita folios, ni organizar tanto lo que me tiene que decir?-
- Pensar, ¡cómo no lo voy a pensar si es lo mío! Cada vez que te pones así yo trato de organizar la manera de darle más vía libre, pero es que ninguna de las opciones que te doy te parecen bien!-
- Porque no puedes organizar la libertad de nadie y menos la de Corazón. Libertad y Organizar, créeme que no concuerdan muy bien-
- ¡Pues ya me dirás tú cómo lo hacemos!-
- ¡Ya estás otra vez! ¡Que no tienes que hacer nada!-
- ¿Nada? ¿Eso que es?... ¡Aaaaahhhhh, que voy a petar!, ¿qué es nada? ¿Está en el pasado? ¿Está en el futuro? No entiendo la palabra nada! ¡¡¡¡Quítamela, quítamela!!!!-
- Vale, vale, vaaaaleeee… olvida eso. Vamos a hacer un trato. Olvida la palabra, quizá le podamos hacer un hueco a Corazón si trabajas más despacio…-
- ¿Te recuerdo todo lo que tienes pendiente?-
- No déjalo, que si no viene Estrés y ya me conozco sus tretas… déjame pensar… ¡Sí! De acuerdo: sabes todo lo que está pendiente, ¿no?-
- ¿Cómo no voy a saberlo?-
- Pues mira, vas a hacer una clasificación de lo que es más urgente y lo que menos. Tú me vas recordando cada vez que haga algo lo que viene a continuación, pero sólo LO que viene a continuación, ¿vale?-
- Venga, vale, ¡biiiennnn! ¡Me gusta este juego! Me gusta clasificar. ¡Todo ordenadito! ¿Y dices que te vaya recordando sólo una tarea cada vez? ¿No te valen dos? Es que no sé si voy a poder.
- Si puedes, ya verás, el truco está en decírmelas muuuuuyyyyyy despacito-
- ¡Muy bien! ¿Y cuándo empezamos a jugar?-
- Pues mañana, que está en el futuro. Así lo entiendes, ¿verdad?-
- Si si, entendido. Oye, por cierto, ¿estás mejor? Ayer te vi más cabreada que una mona-
- Si, ya mejor. Y si estaba cabreada, ¿por qué te empeñabas en repetirme una y otra vez las mismas cosas?-
- A mi no me eches la culpa… yo sólo respondía a la emoción del estómago-
- Ya me estoy liando. Ya no sé quién empezó, ni quién soy…-
- Cómo no te vas a liar, ¡si escribes gracias a mí! Y hablando de escribir, ¿cuándo nos ponemos con la serie que empezaste? ¡No te ha valido ninguno de los borradores que hemos escrito!-
- Es que para hablar de la Vida B hay que dejarle más hueco a Corazón-
- ¡Ay madre, otra vez! Necesito vacaciones de ti, de verdad-
- Yo de ti también, no creas-
- Nos podíamos dar un descanso. ¿Me dejas volar unos días?
- Te dejo volar, claro. Yo creo que me dedicaré a caminar-
- Bien lo veo-
- Mente, hablar contigo… escribir lo que hablamos… ¿no es un poco esquizofrénico?-
- No, mientras no pongas todo lo que se me pasa-
- Vale. Bueno pues, ¡QUE VUELES ALTO!-
- Gracias, y tu, ¡QUE LLEGUES LEJOS!-

Canción que me recuerda a mucha gente buena que me rodea. Suerte la mía.

domingo, 3 de agosto de 2014

La Física Cuántica y la Vida. La Física Cuántica

No creo que este escrito esté tampoco plagado de ecuaciones ni de teoremas, para disgusto de los físicos nucleares que me leen con un cuchillo entre los dientes.
Más bien lo que me apetece es contar el cómo accedí a este tipo de conocimientos, que es lo mismo que explicar cómo llegué a elegir los estudios que elegí y que posteriormente se convertirían en, lo que de broma denomino, mi vida A.
Pues la cosa fue más o menos así: ¿Qué carreras de ciencias hay en Ciudad Real? Mmmm ésta, ésta, esta otra… Pfff, ésta parece poca cosa, ésta no me apetece, ésta no me convence…¿Y Químicas? Total, he acabado el instituto con más moral que el Alcoyano y química ha sido una de las asignaturas que más me ha costado. Voy a demostrarme a mi misma que puedo con ella. Venga pues ala, hago Químicas, mismo.
Unas semanas después, un amigo de mi padre:
- Laura, ¿qué vas a estudiar?-, - Químicas-. -¿Y cómo no haces la ingeniería, que tiene más salidas?-
- Papa, un ingeniero, ¿qué es exactamente?- Pues es el que más sabe de su área- . -¿A ver las asignaturas de Ingeniería Química? ¿Qué será esto? Me suena a chino aunque digo yo que con los cursos ya me iré familiarizando con estos temas. Bueno, pues si tiene más salidas… hago Ingeniería Química-.
Por aquella época, Madurez aún era un pequeño embrión bicelular e Instinto, apenas una entidad acorpórea que vagaba por el limbo neuronal no consciente. Con lo que Mente Práctica y Orgullo, en todo su apogeo, fueron los artífices de que una chica sin clara vocación y con buen expediente forjara de esa manera su futuro. O su vida A.
¿Sería esta y otras decisiones tomadas de la misma manera las que influyeran en el desarrollo de otra, en ese momento inimaginable, vida? ¿La vida B?
Ni idea. El caso es que acceder a Ingeniería Química, suponía en los dos primeros años, compartir el currículo con licenciatura y, por tanto, estudiar química teórica sin aplicación ingenieril… un bálsamo para mi ser, del que yo no era consciente en ese momento.
Voy a centrarme en la física cuántica antes de que los mensajes entre líneas que están ahí como martillo pilón queriendo que confiese que soy una ingeniera sin gusto por la ingeniería, tomen posesión de este post y se pongan a ocupar directamente las líneas.
Segundo año de carrera. Ya he estudiado Química Física, Química Física II y ahora toca Ampliación de Química Física. Las dos primeras fueron una tortura y con la Ampliación no sabía lo que me esperaba. Lo que me encontré fue a un profesor mayor que se limitaba a ponernos diapositivas que teníamos que copiar sin más. Y, como ya estarás suponiendo, bajo ese título tan sin sal, de lo que realmente se trataba era de física cuántica. 
Obviamente, el hecho de “enseñar” de esa manera no daba lugar a preguntas porque, entre otras cosas, lo que copiábamos así de forma general era simbología griega combinada para tratar de dar alguna explicación a fenómenos sólo intuidos por el ser humano hasta ese momento. Tratar de encontrar una fórmula para predecir el comportamiento de cosas que no se ven.
Pero en este caso no fue una tortura. Tenía la asignatura la suficiente o toda abstracción como para que se activaran partes de mi cerebro que disfrutan con la visión espacial o con la visualización de lo abstracto. Ni idea. Es la primera vez que llamo así a todo esto. Visualización de lo abstracto, de ideas ajenas. Qué cosas.
Más que por el rollazo de las clases o por los apuntes limpísimos encuadernados por mi padre que se generaron, esta asignatura la tengo asociada a noches de verano.
Ya no recuerdo si la suspendí en Junio o si me la dejé para Septiembre, pero el caso es que el verano de segundo a tercero me lo pasé a la luz de la terraza, estudiando de noche porque La Mancha, Verano y Estudiar a plena Luz del Día son términos que jamás el ser humano ha podido unir en oración alguna.
Sin buscarle más poesía de la que tiene y como la gran mayoría de los mortales, me gustan las noches de verano. Me gustan mucho. Desde que tengo uso de razón. ¿Para ir de terracitas? Si. ¿Para quedarte hasta altas horas escuchando a las vecinas en el corrillo de la calle si eres una niña de pueblo? Por supuesto. ¿Para no hacer nada más que mirar el cielo y las estrellas en el silencio del respiro que el horno manchego te da a esas horas? Para lo que más.
Y así, con ese entorno tan evocador, tan de silencio, y con la mesa de camping apoyada en la pila de la terraza, aquel verano me dediqué a hacer girar electrones en mi cabeza; a colocarlos en sus respectivas cajitas energéticas; a romper con la idea de pequeñas particulitas y transformarlo en nubes de probabilidad… A subrayar de colores teorías que me hablaban de que nunca, nunca, llegaríamos a conocer con total seguridad lo que ocurre en esos pequeños universos que no vemos… Porque, por si no lo sabes, el átomo aún no se ha “visto”.
Y todo eso, en mi imaginación, se dibujaba sobre el fondo oscuro de lo misterioso. Y sobre mi cabeza, otro fondo igual de oscuro e igual de misterioso, me alumbraba con constelaciones y planetas. Sin tener aún plena conciencia de que yo y el espacio que ocupaba, éramos el eje de simetría sobre el que se desdoblaban el universo infinito y el universo infinitesimal.

¿Soy átomo o Planeta? 
De la forma más absurda me enteré que en Septiembre había vuelto a suspender la asignatura. Estaba claro que el profesor no había percibido el toque de poesía que yo le había encontrado al asunto y se empeñaba en los exámenes en ponernos complejos problemas en los que yo no era capaz de establecer la conexión entre ese arte que se escondía entre partículas y los endiablados experimentos que ese hombre quería que reprodujéramos en papel. 
Al final reclamé, aprobé y no volví a tocar nada de física cuántica. Pero esos apuntes limpísimos ocupan en mis estanterías actuales un hueco no compartido por otros apuntes más útiles que esperan en cajas su particular noche de San Juan.
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Tiras del hilo y se cuela tu vida en cada tema que quieres tocar… Al releer lo anterior, a mi me viene un sentimiento revestido de algo de nostalgia. Pero no de querer volver a ese época sino más bien de miedos e incertidumbres, de angustia y presión por los exámenes…No fue una época mala, pero tampoco fue la mejor. Revisando recuerdos, suena en mi cabeza una canción de R.E.M. que me tocaba la fibra en la época de la universidad. Escucharla, me trae sentimientos parecidos a los que te cuento. Aquí la tienes:


lunes, 28 de julio de 2014

La Física Cuántica y la Vida. El Porqué

Lo peor de comprometerse a hacer algo y más aún si lo publicas, es que tienes que cumplir lo prometido, maldita sea.
Cuando, como ya te conté en el post anterior, existe un impulso de contar algo que te ronda, puede ocurrir que te dejes llevar por ese impulso, que caigas en su red y, en efecto, empieces a contar ese algo, aunque sea poquito. El impulso, como impulso que es, totalmente visceral, totalmente paja que prende, se conforma con poco y si le has hecho un caso mínimo, él se consume hasta que se transforma en unas pequeñas cenizas que se depositan en el lugar donde se acomoda la morralla mental, con la décima parte de la fuerza del impulso original que, a su vez, se ubicaba más o menos en la parte central del pecho. En medio del corazón. O en las propias vísceras.
En el área reservada a la morralla, las cenizas del impulso primero sólo son capaces de lanzar tímidos grititos que se pierden en una marabunta de recuerdos, nuevas emociones, canciones que suenan en bucle dentro de ti, ideas, proyectos, recetas con las que quieres experimentar…
Circulando al lado de la autovía de la visceralidad del impulso, pero por una carretera comarcal mucho más lenta, se encuentra el sentido de la obligación que mansamente te dice que te sientes y cumplas con lo prometido. Que el impulso se apagó, pero hasta que no escribas no vas a poder terminar de recoger esas cenizas. De limpiar algo de morralla.
Protestas un poco y te haces la chulita porque ¿qué pasa?, este es mi blog y hago lo que quiero, y si no me apetece ahora escribir sobre esto pues no lo hago, que esto no quiero que sea una obliga…blablabla… pero por la carretera comarcal circula un coche de caballos y a las riendas un señor de campo muy sabio cabecea con una sonrisa de medio lado y una paja en la boca… Me cabrea porque sé que tiene razón. Esa pequeña ramita en su boca me trae al presente el impulso primero de escribir y ordenar y, al mismo tiempo, me pregunto qué hago yo poniéndole esta imagen tan de Tom Sawyer a mi propio compromiso conmigo.
No estoy cabreada, le digo sin palabras, es que creo que sin ese impulso visceral voy a ser incapaz de escribir lo prometido.
El sólo camina, manso y lento y comprendo que sólo se avanza con trabajo. De vez en cuando aceleraremos, presos de nuevo de alguna intensa emoción, pero mientras tanto hay que seguir caminando…o escribiendo. Lo que sea.
Y toda esta visualización sólo para contarte que se apagó la pasión de escribir sobre la química cuántica y la vida. Que no las ganas de hacerlo. Que los quehaceres del día a día y otros que van saliendo, sumado al acomodamiento tras el primer post, hacen que la cosa se dilate más de lo que yo esperaba.
Y quizá todo esto te parezca innecesario, pero habértelo contado me ha hecho recuperar un poco el uso de los párrafos. Al parecer ha sido un buen cebo para que vuelva la musa. ¡Ole!
Recuperado, pues, un poco el hábito, me toca contarte cómo contacté con la química cuántica y cómo a mi mente le dio por ir uniendo temas físicos con vivencias. Pero no será hoy, que si no me alargo demasiado. Hoy sólo quiero justificar esta mezcolanza.
Si lo piensas un poco la cosa tiene toda lógica porque cada ser humano trata de acomodar nuevos conocimientos a lo ya vivido o estudiado y así vamos construyendo nuestro mundo sobre lo anterior. Por ejemplo: si a un churrero le pones a estudiar astronomía, ¿acaso no comenzará a ver galaxias surgiendo en el aceite?, ¿acaso las roscas no serán nebulosas y se sentirá casi hipnotizado a medida que les da la vuelta? ¿No se puede ver acaso en la porra, el origen del universo?
Siguiendo esta línea, llego a otra que me deja en peor situación: la de mi paisano Don Quijote que, tras haberse leído los libros de caballerías terminó viendo gigantes donde había molinos… es pues fina la línea entre el ir construyendo mundos y la locura. Obviemos pues, este ejemplo presuponiendo que la locura (aún) no se ha apoderado de mi persona.
Otros ejemplos. ¿Recuerdas el guiñol de Jesulín de Ubrique? ¿No empezaba a filosofar sobre cualquier tema comparándolo con un toro?
Y si me he comparado con Don Quijote y con el muñeco de Jesulín, ¿será malo que me compare con Salvador Dalí? En los años cincuenta quedó fascinado por las teorías sobre física nuclear y pintó este cuadro, Galatea de las Esferas:


Entonces, si somos honestos todos estamos igual de locos, todos construimos nuestra vida sobre lo anterior y al respecto, y aunque no viene al caso, no está de más de vez en cuando que revisemos nuestros cimientos, no vaya a ser que algún día se colara alguna idea errónea y tenemos, sin saberlo, el edificio un poco torcido… pero esto es otra historia. 
Por cierto, gracias por llegar hasta aquí. Y ya que hemos estado hablando de universos, hoy tampoco te vas sin recompensa:




miércoles, 16 de julio de 2014

La Física Cuántica y la Vida. Preámbulo

A ver por donde empiezo… siempre el mismo dilema.
Una vez más se agolpa todo en la batidora de la mente y de vez en cuando me salpican ideas al consciente, si es que el consciente es esa parte de la mente en donde puedo analizar, diseccionar o simplemente presenciar lo que se cuece un poco más al fondo de mi cerebro.
Quiero hablar de física, ahí es . Pero de física aplicada a la vida. O, más heavy-metal aun: de física cuántica aplicada a la vida. Toma ya.
Amenazo con mezclar conceptos que aprendí hace más de quince años, cuando aun contaba los años por cursos, con otros conceptos ¿cómo llamarlos?, más… espirituales.
Teorías de mi vida A y teorías de mi vida B mezcladas y cribadas por el filtro de mí. Con lo que esto no será más que una interpretación y, como tal, absolutamente subjetiva pero útil para el sujeto o sea, yo, que gracias a ponerse a ordenar sus recovecos, va aprendiendo a vivir.
Resumiendo, voy a revisar dos teorías que en su día estudié de la forma en que se estudia en la carrera: metiendo con embudo conocimientos en la mente con el fin de que nos dure hasta, al menos, la hora final del examen.
Dos teorías: El Principio de Incertidumbre y la Dualidad Onda Corpúsculo, arriesgándome con ello a que ni Perry Mason quiera atender a estas letras que, por lo que me voy extendiendo en el preámbulo, calculo que se alargarán en varios posts. ¿Que podría despacharlo en un solo escrito?, tal vez sí, pero si estoy dispuesta a dar rodeos en forma de preámbulo y, probablemente, de introducción a lo susodicho, esto no tiene más explicación que la responsabilidad que el berenjenal me proporciona.
¿Que podría pasar del tema y escribir otras cosas?... de esto ya dudo un poco más porque pasados unos meses de la apertura de este blog, he observado que en el mecanismo de elección de temas a exponer, yo ni pincho ni corto: soy una simple ejecutora de algo más poderoso. Ese algo es una idea que se pone a parasitar en mi cerebro durante días, o semanas, o meses. Y me dice: escribe sobre estoooooo. Y en cada cosa que hago me suelta una frasecilla del hipotético escrito… sea o no publicado.
Así que ya puedes imaginarte que las ideas que se plasmarán en esta serie venidera son de las que tienen ocho tentáculos con ventosas. Y aparte de que lleven rondándome ya muchas semanas, también son muy protestonas y se alteran muchísimo si escribo de otra cosa o de otra idea que haya entrado con más ímpetu; generalmente esto es así si la idea intrusa viene envuelta en una emoción intensa.
Los días siguientes al escarceo bloguil por mi parte, las ideas parásitas abandonan su apariencia pulpística y se ponen a saltar a mi alrededor como niñas pequeñas, ansiosas porque les conceda un tiempo y un cuerpo en forma de letras virtuales.
Así que ha llegado el momento, y yo ya llevo un rato escribiendo sin decir nada… miedito me da. Tengo que ordenar un ovillo desmadejado con varios cabos: electrones, ondas, incertidumbres, vida, crecimiento personal, cuerpo, mente, espíritu… y no tengo ni la más remota idea de qué significan exactamente todos esos conceptos si los abordo por separado.
Me permito escribir entre medias sobre cosas más livianas.
Te permito que pases de todo esto, que bosteces a cada párrafo si es que al final se te ocurre seguir este despropósito en ciernes.
Agradezco a regañadientes, pero con amor, que Silvia me diera un empuje en uno de los comentarios de su blog.
Me veo como una parturienta que ya vislumbra al fondo la sala de partos, propiamente dicha.
Me veo, además, dándole a esto una importancia y un boato que no tiene…
Pero tengo que parirlo. Sin más preámbulo. Es la única manera de exorcizar ideas. De despegarse pulpos del cerebro.
En eso consiste, a mi entender, la escritura curativa.


PD.: Si crees que te vas a animar a seguir esta sarta de paridas; si has llegado hasta aquí con buen talante y fuerza neuronal; si crees que este y otros posts no serán óbice para que continuemos nuestra relación de amistad / parentesco que tenemos…te obsequio unos minutos de disfrute: una de las canciones que más (si no la que más) me gustan de Antonio Vega. Dale al PLAY, please:


martes, 8 de julio de 2014

Excusas perfectas

Dos asientos por estudiante. Nuestros padres ya están sentados, imagino que observando divertidos nuestras peripecias, como si fuésemos niños en el parque. Creo que es la primera vez que jugamos los cuatro juntos como iguales.
Estoy en Alcalá, a punto de ver cómo te gradúas. Son casi las siete de la tarde. Llevo, por tanto, casi doce horas con esta falda y esta blusa. Me he presentado en el trabajo más arreglada que de costumbre y con un bocadillo en el bolso para no tener que pasar por casa antes de coger el tren.
He salido pintando a las tres. Me he cambiado de zapatos en el coche. Me he cambiado las medias rotas en el baño de la estación. Mi jefe, que venía en el mismo vagón, me ha ayudado a coger a tiempo el primer cercanías que me traía aquí. He llegado al restaurante donde ya estabais pagando. En el piso me has confesado que no te gustan estos convencionalismos. Estoy de acuerdo contigo, pero son la excusa perfecta para reunirnos, para disfrutarnos…pienso después y durante.
Y ahora, mientras nuestros padres nos miran, nos hacemos fotos en este patio empedrado del siglo nosecuantos, cuyos cipreses y cigüeñas atrevidas nos recuerdan que hay algo más allá del protocolo. Ni la emoción ni el orgullo que siento los tengo a flor de piel. Sólo estoy contenta. Mucho. Y con muchas ganas de estar aquí.
A punto de que todo comience, me acerco hasta donde ya estás sentada con el resto de tus compañeros con afán de estirar un poco los riñones, que llevamos ya un buen rato de pie… y para ubicarte. Los soportales del lugar permiten colarse así por los entresijos del momento y captar los detalles que ocurren entre bambalinas. No me pasa desapercibido el comentario de tu compañera cuando me acerco. Dice que nos parecemos. Me vuelvo a donde estaba, pero un poco más ancha que hace unos momentos: ya es la segunda vez en la tarde que oigo algo parecido. Y me encanta.
Zascandileamos ahora todos por el por el patio, buscando un buen ángulo para no perdernos el momento en que te llaman, con la cámara preparada desde que empieza el orden alfabético, aunque bien sabemos que serás de las últimas.
Estoy lo suficientemente cerca del escenario como para que me conmueva hasta la médula la chaqueta mal cortada del chico simpático que os lee un discurso que no alcanzo a entender muy bien por la orientación de la megafonía; o algunos zapatos que no pegan del todo con el vestido o el traje de turno…Chaqueta y zapatos cuentan historias de humildad y esfuerzo de muchas familias, de muchos padres que están ahora como los nuestros: sonrientes, con las cabezas juntas y el cuello estirado para no perderse detalle.
Ya te has puesto de pie, ya te llaman, me pongo nerviosa, la cámara reacciona lentamente, me aturullo con las ganas de aplaudir y disparar y decirte guapa al mismo tiempo.
Ya bajas del escenario, con tu beca puesta, con tu vestido verde, te veo llegar tan sonriente, tan guapa, tan contenta y… me emociono. Por nada, por todo. No ha hecho falta que me venga a la cabeza ningún recuerdo concreto. Ni siquiera cuando me enteré que nuestra madre estaba embarazada de ti; ni que contaras, no hasta tres, sino hasta los años que yo tuviera para lanzarte al agua del mar cuando tenías ocho o nueve; ni tus carreras cuando veníais a verme a la residencia, ni cuando me interrumpías para jugar mientras yo estudiaba. O las veces en que me preguntabas el significado de las palabras de El Pirata Garrapata; ni cuando nos confundían con madre e hija. Tampoco el momento en que entendiste un chiste que llevabas contando meses. Ni que me contaras tus inquietudes cuando tenías que decidir tu propia carrera…
Te prometo que no estaba pensando en nada. Tampoco en gatitos muertos para forzar la lágrima. Pero sucedió. En este acto tan protocolario. Cumpliendo a la perfección un papel que, a las que no nos gustan los convencionalismos, nos aberran por previsibles. Pero qué más me da.
Anda, que ya se me ha pasado, dame un beso.
Volvemos a las fotos a la salida: con nuestros padres, con nosotros, con Arantza, con Quique…
A la vuelta, mientras comentamos lo bien que hemos estado, lo que nos ha gustado esta tarde, me lamento por dentro por no haber tenido tiempo para escribirte. Ahora, hacerlo, me parece un convencionalismo más. Una exposición innecesaria.
Pero sonrío y pienso que lo haré. Volveré a ser previsible...
Porque es la excusa perfecta para decirte que te quiero.

Objetivamente, la más guapa de todos

jueves, 19 de junio de 2014

Reflexiones con las uñas pintadas

Soy espectadora perpetua de su trajín, pero hoy más que nunca, decoradas como están con ese rojo oscuro que arrastran desde la boda del sábado, mis ojos van hacia ellas como los mosquitos a la piel descubierta del verano. Ñam.
Así, a una distancia de un brazo no se aprecian las irregularidades del color ni las huellas del barrido de la brocha cuando el esmalte se iba secando. Otra cosa ocurre si me las acerco a los ojos: ahora sí se nota el efecto de los guantes de látex y el fregoteo de los platos de dos desayunos, dos comidas y una cena.
Y es que me encanta mirarlas así porque parece que sus movimientos son más definidos. Como si los dedos fueran dejando una estela cuando saltan de tecla en tecla.
Pero decía que, hoy más que nunca me fijo en ellas porque no parecen mías. Me siento… más mujer, qué tontería. Aunque, ahora que lo pienso, quizá es más correcto decir que así me siento más cerca de la imagen de mujer que yo tenía cuando era una niña. Quizá de la imagen de la mujer que yo creía que sería.
Que por otro lado, qué cosas, de niños nos hacemos una idea de cómo es la vida que a veces sospecho que se convierte en el patrón de vida que de adultos nos va atando en corto. Con lo bonito que sería ir día a día modificando ese patrón según nuestra experiencia o simplemente, reírnos de nuestra inocencia de entonces y sentirnos sorprendidos de lo que la vida nos va desvelando, tan rara ella.
De adultos observo que podrían tomarse dos caminos, en este estudio sin fundamento ni documentación que me atrevo a publicar porque, en este espacio, mi palabra es la Ley.
Pues eso, que según lo vivido en carnes propias y al respecto del patrón de vida que de niños marcamos que es la vida, se podrían adoptar dos comportamientos al respecto del susodicho patrón: 1) O luchas muchísimo contra él, te rebelas, lo maldices, maldices tu suerte y todo el rato intentas oponerte a él, lo cual es lo mismo que vivir el patrón mismo, o 2) tratas todo el rato de acercarte a ese patrón, lamentándote en mayor o menor medida de lo que la vida te depara en tanto que te aproximes menos o más a lo que fijaste de niño y que ni te paras a cuestionar.
Sigo con la reflexión y me lleva a que si seguimos el canon impuesto por nuestro niño-yo, me imagino la vida un tanto vertiginosa. No rápida: vertiginosa, de vértigo. Porque vamos pasando indefectiblemente por esos estadios de estudios, trabajo, pareja, matrimonio, hijo, otro hijo, ¿acaso otro hijo?...y esa linealidad nos lleva a un fin que, si eres como yo, de niño habrás pensado mucho en que el final de esa línea es la eternidad y la eternidad es tan inabarcable que eso sí que representa el verdadero vértigo. Pero también es vértigo lo que se siente cuando sabes que tu vida no va a tener sorpresas.
En caso que te alejes del hilo conductor que marcaste como ley en tu tierna infancia, es posible que sientas desamparo porque no hay hilo al que agarrarse, no hay patrón que te sustente, o al menos, a la sociedad en la que vives (o a tu niño-juez) no le dio por inventarse diferentes vidas… con lo que no encajas muy bien en aquello que pensante. La vida no es lineal en este caso y más allá de dos pasos por delante no se ve nada…y el miedo llega.
Y ¿por qué no en este caso dos y también en el uno, volverse creativo?.
Y es que, ya sea en el caso uno o en el dos, la vida al final te sorprende por igual. Y dan ganas de preguntarle a Algo, "¿así que, esto es la vida?". Y probablemente te levantes un día y te sorprenda muchísimo que ese bebé que hay en la cuna sea tuyo, o que esa persona que por un instante ni reconoces ha mecanizado el gesto de pasarte la mano por la cintura. O que abras los ojos por la mañana y esa cama de matrimonio sea sólo para ti…
Y nada es definitivo en el patrón de la vida que se desvela. Qué bueno sería ser niño cada día y reírse del patrón que dibujamos ayer, porque ves que la vida se empeña en jugar con los planes: hace añicos ese patrón que iba a ser un pantalón y te monta una falda con los trozos. Y no hay manera de anticiparse a la sorpresa, porque, qué tontería, no habría tal sorpresa con anticipación.
Pero sí podríamos abrir los ojos mucho cada día y saber que todo eso que el día nos ofrece es la vida y acogerlo tanto si es bueno o malo, que esos adjetivos los ponemos nosotros.
...Y ponernos a bailar con esa falda que nosotros creímos que iba a ser un pantalón...
Ahora que hablo de sorpresas, también me sorprende la transición de este post a perorata. Que no sabía yo que me iba a poner a reflexionar tanto...

...Que yo sólo quería deleitarme un rato con el movimiento de estas manos de mujer que, con las uñas pintadas, están saltando sobre el teclado de mi ordenador.

¡¡Hay una señora invadiendo mi teclado!!