viernes, 11 de diciembre de 2015

Otra vez el Agua (o esa extraña forma de transcurrir)

El otro día estuve a puntito de iluminarme.
Caminaba por una calle concurrida del centro, adornada con las luces prematuras de la navidad. Salía de mi compromiso semanal con la lengua inglesa: una hora destinada a devanarme los sesos de una forma diferente a la habitual. Quizá fue ese el motivo por el cual mi cerebro se encontraba cardado como un antiguo colchón de lana.
De repente los ojos se me quedaron fijos mirando a la nada y en mi campo visual la gente entraba y salía creando en su conjunto un movimiento, en apariencia, caótico. La GenteSi el conjunto humano fuese un elemento de la Tierra como lo es el agua, ¿cómo se movería? ¿Cuál sería su transcurrir? Mi cerebro recién aireado estaba receptivo a la sabiduría flotante que, estoy segura, se mezcla con el aire que respiramos y, como un fogonazo tan fugaz como la millonésima parte de un suspiro, la imagen de un río fluyendo creó esta analogía:
Estoy sentada en la orilla de un río joven de aguas claras y frescas. En un momento dado me meto dentro, pero no con mi cuerpo sino con mi mente, para poder así acceder al torrente a un nivel en el que soy capaz de diferenciar sus gotas. Ante esta imagen, mi parte química se rebela: ¡pero qué ambigua división es ésta, alma de cántaro!, ¿Gotas? ¿No habrías de distinguir moléculas? Ni siquiera en visualizaciones de millonésimas de segundos mi mente analítica es capaz de asumir algo tan poco preciso como una gota de agua. Pierdo parte del microtiempo del fogonazo lúcido en apaciguar a esta porción mental y convencerla para que espere un poco más: lo de las gotas tiene su razón de ser, ya verás, le digo. Tras este micro-lapso, me entrego a la observación, decía, del sinnúmero de gotas que componen el río joven de mi visualización para darme cuenta de que todas ellas se desplazan en la dimensión espacio: vienen de un lugar y van hacia otro lugar. Pedazo de conclusión, podrá pensar cualquiera, y con razón, si no fuera porque esta simpleza me permitió comprender de una forma más profunda una cuestión como lo es la de las interacciones humanas.
Aquí, el río Gungur, a ochomil kilómetros, mezclando gotas a discreción

Mi cuestión inicial ¿Cuál es el transcurrir de la componente humana del mundo?, se respondió a medias, de ahí que la iluminación no fuese completa. Sólo llegué a esto: El transcurrir humano sucede en el tiempo. De la misma forma que el río transcurre por el espacio que son los campos y parajes, el transcurrir de la humanidad sucede en el tiempo.
Que no, que no inventaremos hoy la rueda…
Pero si lo pienso un poco, la obviedad me abre la mente y me relaja. Necesito una vez más a mis gotas para seguir estableciendo el símil y así, tras haberles concedido ánima y personalidad por gracia y obra de mi imaginación, las observo provistas de carita y manos cuando conforman la corriente de agua. Imagina una de ellas: en su transcurrir habrá situaciones en las que le toque estar al fondo; otras, aireada en la superficie o sorteando piedras y obstáculos, pero siempre moviéndose: siempre transcurriendo en el espacio. Pienso también en su contacto con otras gotas: en los tramos de saltos y de mezcla, estoy segura que contactará con multitud y habrá otras zonas de remanso en los que, favorecido el flujo laminar, le toque compartir largos trayectos con prácticamente las mismas gotas alrededor.
Qué fácil llevar así la analogía al transcurrir temporal humano. Si comparo el Agua con la Vida y a mí con una gota, qué fácil es darse cuenta que somos pequeñas gotas de vida transcurriendo en la dimensión tiempo. Qué fácil se me hace ahora comprender por qué a veces me tocan situaciones más profundas y oscuras y otras más luminosas y oxigenadas. Qué sencillo es ahora entender que hay que sortear situaciones difíciles, las piedras de mi camino…
En cuanto a las interacciones humanas… ahora ya sí veo por qué hay gente que entra y sale de mi vida o por qué algunos se quedan conmigo largos periodos de tiempo; por qué hay encuentros efímeros; por qué con otros nos ayudamos a sortear complicados obstáculos; por qué hay gotas con las que no volvemos a coincidir nunca más… Y es que todas tenemos una misión: la de transcurrir y conformar este gran río que es la Vida.
Y ahora también observo en imágenes lo perjudicial que es el empeño en tratar de aferrarnos a otras gotas y querer transcurrir con ellas en más situaciones de las que nos corresponden: si, obcecadas, nos diésemos nuestras manitas acuáticas, crearíamos tal atasco que el flujo de la vida se volvería un peligroso remolino a nuestro alrededor. Es preciso, pues, soltarnos de las manos y, en definitiva, permitir que la Vida siga transcurriendo a través de nosotros en la dimensión tiempo.

… Continuará (amenazo)

martes, 17 de noviembre de 2015

La cama elástica

En esta atracción no hay que pagar para entrar. Tampoco hay que esperar a que se enciendan las luces de colores. Aquí no huele a palomitas, ni a gofres, ni a churros. No hay perritos pilotos ahorcados en el techo del furgón de la tómbola, ni puestos de escopetas de plomillos. Por no haber, no hay ni que pedir permiso a papá y a mamá para montar. Es gratis la diversión y quienquiera que haya abandonado este amasijo de alambres no será consciente de que ha traído la feria a este lugar al que apenas llega la luz por obra y gracia del gigantismo de las montañas que lo circundan.
Yo observo desde la lejanía que me permite el zoom prodigioso de mi cámara. Amortiguados por la estridencia de las aguas del Gungur Khola me llegan los gritos y las risas de los chavales que, a pesar de la distancia, me han pillado y quieren mostrarse ante el objetivo. Saltan y miran. Se agarran del cartelón y miran. Se empujan y miran… Yo también soy para ellos un especimen digno de observar.

Me recuerdan a mí y a la pandilla de mi calle. Creo que me he visto en esa misma tesitura alguna vez, saltando como loca sobre algún colchón abandonado. Aprovechando como si fueran de oro los instantes previos a la segura reprimenda de algún adulto. En mi barrio también había pequeños vertederos incontrolados, pero eso ya pasó. Es cosa de otro tiempo. El estado de bienestar barrió casi todo vestigio de suciedad, al menos la de la superficie. Dónde se ha visto eso de mostrar las vergüenzas a estas alturas…
No se cansan, míralos. Yo tampoco: dispararía todo el rato hasta que pudiera captar como quiero este festival. Quiero atraparlos en pleno vuelo pero aún no me manejo con los ajustes y todas las fotos o están movidas o parecen estáticas. No muestran la velocidad ni altura reales de los saltos. Tampoco mi impulso de gritarles algo parecido a: ¡Niño, que te vas a hacer daño!, o ¡mira que con esas sandalias desgastadas te vas a enganchar bien con los alambres!, o ¡ten cuidado con la niña y cógela de la mano! ¿Es que no ves que es más pequeña que tú?… Pero quién soy para inocularles el miedo, esa cosa tan occidental.
Prefiero mantenerme semiescondida tras esta cámara que apenas sé usar, contemplando algo sutil que también burla mis fotos. Eso tan reconocible que tienen en común los niños de todo tiempo. Esa osadía, esas ganas de probarse y explorar. Esa obediencia al instinto de diversión. Esa libertad del que aún es ajeno a la definición que el mundo le tiene preparada.



lunes, 16 de noviembre de 2015

El parto

Me retuerzo entre mis cuatro paredes con dolores de parturienta. En ningún sitio encuentro el consuelo que busco.
Refreno una y otra vez las ganas de estirar el brazo y alcanzar un analgésico. Me quiero quedar así. Tantas veces he huido... Y ahora mira, otra vez en este lugar tan familiar. ¿De qué ha servido correr? Con ganas de que todo cambie, aprovecharé que he vuelto para utilizar otras estrategias. Así que decido que no me voy a mover. Já.
Pero duele, vaya si lo hace. ¿Qué saldrá de todo esto?
Un nuevo calambre. Las lágrimas vuelven a brotar. Estos días casi todos mis actos están aderezados con la sal de mis ojos. Y no sabe mal el bizcocho salado. Ni tampoco es tan arduo fregar platos con sal, hacer camas con sal, ir a trabajar con sal… A veces cuesta ver bien tras este velo mojado pero, me digo, es temporal. Sólo hasta que se produzca la eclosión.
Como buen parto, requiere su tiempo. ¿Por qué acelerarlo? Me he vuelto muy poco intervencionista en mis procesos naturales y dejo que ocurra solo. Me hago asistir bien, eso sí, y ellos, como buenos matronos, me dicen que lo estoy haciendo muy bien. Luego me dejan con mi silencio.
Otra contracción. Me entran ganas de asirme a una nueva fantasía, como una niña que halla la calma abrazada a su oso de mentira. Clamo en silencio hacia mi trozo de cielo por un buen aguijonazo de epidural pero cuando la divina jeringa amenaza mi espalda desisto y entro presurosa al abrigo de la soledad. Me he vuelto muy bestia, ya digo: no quiero dejar de sentir cualquiera de mis asuntos. Quiero, aplicando el método científico, conocer el umbral de mi dolor.
Pero a veces me da miedo, no creas. ¿Y si este estado fuera perpetuo? ¿Y si abajo no hay colchonetas que me ayuden a subir? ¿No sería conveniente resistirme un poco más…? Ay, río maquiavélicamente, soy tan adorable cuando me imploro… QUE NO. Esta vez, NO.
Así que me pongo mis gafas de intelectual y me siento frente a la tele apagada. Palpo la zona afectada y me digo que ya casi está. Es entonces cuando miro incrédula a la cara de mi parte miedosa. - ¿Cómo no te puede gustar esto?- Le abronco. ¿Es que no sientes la curiosidad que yo siento? Aunque te entiendo, claro. De un parto normal nace un niño. Pero así, sin esfínter de salida, ninguna de las dos sabemos cómo ni qué nace cuando duele tanto un corazón.

  
Imagen tomada de psicologiaparamamas.com

domingo, 25 de octubre de 2015

Rechazo y Abandono


Fue hermoso ver cómo surgió el cuadro.
Lo digo sin vanidad pues, aunque detrás está escrito mi nombre al lado de una fecha que remite a otro septiembre, te aseguro que sólo fui una espectadora del baile que mis manos, ataviadas de pinturas pastel, representaron sobre aquel papel en blanco.
No estaba sola, había una voz suave que me guiaba y una melodía que acompañaba la danza. Primero fueron los carboncillos. Cuatro en cada mano, entre los dedos. - Agárralos todos y déjate llevar por la música- me dijo la voz, y la cartulina fue virando al negro porque mis manos se encapricharon de rellenarla con garabatos. Yo, respetando el ritmo, anhelaba que se cubriera entera pero no pudo ser pues fuimos invitadas a tiempo, mis manos y yo, a apartarnos de la pared y contemplar la maraña. Me encontraba exhausta, como habiendo salido de un trance.
Nunca había utilizado las pinturas pastel aunque todos los veranos de mi infancia me moría de envidia cuando observaba a los dibujantes de la playa retratando con esas barritas al turista de turno que se sentaba enfrente. Pero no era el motivo de mi envidia el saber dibujar: era el placer de tener entre mis dedos esa tiza y sentir cómo se agotaba sobre el papel rugoso. Un placer pequeño, tipo Amélie. Yo, con este cuadro, me estaba dando el gusto de experimentarlo.
La voz continuaba, -ahora vas a volver al papel, ¿qué puedes hacer con lo que has dibujado?- Miré incrédula mi amasijo de curvas y me quedé parada unos instantes sin saber por dónde empezar. Menos mal que mis manos enseguida tomaron la iniciativa: primero se dedicaron a repasar las líneas del contorno, y después, más resueltas, se atrevieron con el interior. Con esa misma técnica, repasando líneas al azar, me iba dando cuenta que me descubrían imágenes escondidas. Así, vi surgir al patito desvalido; después al otro, más gordo, separándose desdeñoso. A su lado, algo parecido a una bellota. Lo siguiente fue la extraña flor con su pétalo caído en forma de corazón. Los últimos, el astronauta y el río… Al final ya estaba cansada y aunque la voz me animaba a seguir difuminando y coloreando, sólo pude repasar en verde las ramas enredadas sobre las que camina el pato orgulloso.
Satisfecha y curiosa, pues seguro que el cuadro escondía más imágenes, me fui a casa con el papel enrollado bajo el brazo y con la sensación de haber vuelto de una ensoñación. De hecho, siempre me pareció que el dibujo tenía tintes oníricos. ¿Sería éste, como los sueños, un cuadro revelador? En cualquier caso, me gustó cómo había quedado la combinación de colores así que lo clavé en la pared para que me acompañara durante mis comidas y mis cenas.
Hace unos días me topé con él, justo en el lugar donde siempre se encuentra. Distraída, recogía la mesa y al levantar la mirada lo vi. No era la primera vez que el cuadro me hablaba: siempre, de una forma extraña, me he sentido identifica con el pequeño pato desvalido. Cuando me lo encontré esta vez, nos vi a ti y a mi con nuestras patitas flotando sobre ese río que mana del astronauta; con la amargura de sentirnos rechazados y abandonados por ese otro pato más grande y poderoso que se lleva nuestra alegría en forma de bellota; arrastrando tras de sí un corazón, el nuestro, que se desprende lánguido de una flor rara.
Pero, ¿sabes? No era eso lo que el cuatro quería decirme esta vez. Esta vez me dijo que tú y yo pisamos sobre agua y que el agua representa las emociones, pero también la vida. Yo me acordé de los dos, con los pies sumergidos en el agua fresca de una cascada auspiciosa. Sobre nuestras cabezas, millones de abejas salvajes transformaban el néctar en miel. ¿Representarían mis garabatos su revoloteo? Si hoy miro la flor extraña puedo ver ahí panales muy raros de encontrar.
El cuadro me sigue contando que mis desdichas, y acaso también las tuyas, tienen la poca solidez de los sueños. ¿O no ves que el pato grande, el que abandona, el que rechaza… no es real? Sólo tienes que fijarte en que su ala no es un ala: está al revés. Si eso no te vale, observa que frente a la fuente de vida que a ti y a mí nos sustenta, él pisa un suelo muy poco consistente. Ni siquiera es suelo: sus patas se enredan en la maraña de un matorral estéril. En la trayectoria invisible que pintan millones de abejas en el aire…
Todo eso es lo que esta vez, tras un par de años, muchas experiencias y crecimiento, me ha revelado mi cuadro. Aún no me lo ha contado todo, estoy segura. Sé que harán falta más años, más crecimiento, más experiencias…, dar quizá una nueva vuelta en mi samsara para poder llegar a entender qué pinta un astronauta en todo esto.

domingo, 11 de octubre de 2015

Al lado de Itaca

Si vas a emprender el viaje hacia Itaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencia, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones ni a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
...
Ten siempre a Itaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Itaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca.
Rico en saber y vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Itacas.

(Constantino Kavafis, 1863-1933, Poesías completas, XXXII)


Poco después de haber organizado el periplo del que hace unos días aterricé, alguien querido me hizo llegar este fragmento del poema que, aunque conocido, supuso para mí algo parecido a una oración en aquellos momentos en los que Lestrigones, Cíclopes y el fiero Poseidón se apoderaban de mis pensamientos.
Y sí, sé que haber ido tras de ella me ha traído un viaje hermoso. He atravesado caminos que por mi misma no hubiera transitado jamás; he llegado rica en experiencias nunca antes vividas; mis ojos se han llenado de paisajes inabarcables, de contrastes insostenibles, de belleza inaudita… Pero cuando llego aquí y camino por la calle sin alardes en la que se encuentra mi casa, descubro, porque no lo había hecho hasta ahora, que vivo al lado de Itaca.




lunes, 21 de septiembre de 2015

Infidelidad bloguera

Querido blog, 

Te estoy siendo infiel desde hace varios días. Es más, mi infidelidad es reiterada: escribo en otro como tú con mucha más intensidad que en tí. Incluso me fuerzo a hacerlo: infidelidad con premeditación y alevosía.

Pero será temporal, creo. No te me enfades mucho.

Con amor.

Laura

PD.: Ah, y para que veas que no me escondo te cuento por dónde bailotean mis letras estos días. Justo, justo, aquí.



jueves, 3 de septiembre de 2015

Caminando por la Senda del TAO

Si algo he hecho este verano ha sido caminar por la Senda del TAO, y no es una metáfora:
 
 Ahí en el cartel de la la izquierda, pone TAO 
(no hacer caso a la letra pequeña: Taller de Arquitectura y Obras)

Me dio la risa cuando, enfrascada como estaba en la lectura de textos taoístas, caí en la cuenta de la presencia del cartelón en el camino que casi a diario he tomado para escapar, en las horas oportunas, del calor plomizo que ha caído sobre esta tierra.
En seguida me vino a la cabeza un esqueleto de relato en el que hablaría en parábola sobre el camino físico pero refiriéndome a las enseñanzas que yo, ilusa, he tratado de desgranar en todo este tiempo… Pero cómo es esta filosofía que cada vez que he empezado a escribirlo mis manos se volvían cemento y ninguna de las líneas que me mostraba la pantalla me convencían: todas me parecían pretenciosas. Sin perder mi atrevido afán de interpretar mis realidades podría decir que es que, para el TAO, o eres de verdad o no eres. O utilizas la sinceridad o invocas el castigo, que no es más que el malestar que provoca la apariencia; el desgaste que se aviene cuando uno se empeña en disfrazarse de lo que no es, aunque sea en hechos tan irrelevantes como éste.
Por eso permito hoy que mis manos se deslicen sobre el teclado sin más pretensión que la de contar que efectivamente ese camino, la Senda del TAO, ha sido un consuelo este verano. Está muy cerca de mi casa pero no la conocía. Dejé un día que mis pies caminaran solos y me llevaron primero a lugares familiares para enseguida aventurarse a esa otra senda paralela que comenzaba a pocos metros de allí. Un camino más abierto, prácticamente recto, con árboles equidistantes que lo custodian en un vano intento de provocar algo de sombra. Un camino de tierra prensada, que es la que delimita el trayecto y alrededor, una ilusión de campo donde, sin embargo, la naturaleza se evidencia por más que la mano del hombre haya querido domesticarla arañándole unos surcos.
Es larga la Senda del TAO. Yo no me he atrevido a recorrerla entera pues es demasiado, no para mis piernas sino para mi tiempo y para mi miedo a caminar bajo las sombras de la noche. Pero encontré el límite que a mi me servía y cada vez que lo alcanzaba me daba la vuelta y volvía a casa. A veces canturreando, a veces pensativa, a veces preocupada, a veces tratando de vaciar con respiración pausada emociones encajadas en la boca del estómago, pues si hay algo allí que he observado ha sido mi naturaleza cambiante y nada como esta rutina para hacerla evidente. No me sorprende, pues la naturaleza también lo es y no era difícil darse cuenta que cada día también la Senda del TAO era diferente.
No era yo la única que la recorría, claro; en mis caminatas a veces me dedicaba a preguntarme qué relación tendrían los otros caminantes con la Senda. Los había que la recorrían deprisa, corriendo y midiendo sus tiempos y pulsos, compitiendo con quienes habían sido el día anterior y con quienes serían al siguiente día. Otros iban en bici, quizá atravesando la Senda sólo como puente hacia otros caminos seguramente más atractivos; algunos iban acompañados y en animada conversación; otros solos, quizá también como yo, despejándose y estirando el músculo. Lo más raro que vi fue a una señora mayor caminando de espaldas, me pareció muy valiente y así se lo dije cuando llegó a mi altura. Resultó que nos conocíamos y eso le dio pie para decirme que por qué iba a ser valiente por éso. Lo hacía, según me dijo sin perder el paso, para no acostumbrar al cerebro a actuar siempre de la misma manera. Nos separamos y yo aquel día terminé de recorrer la Senda con una sonrisa, constatando lo cuerda que es la locura. Y también, que cada uno es libre de transcurrir como quiera.
No siempre he transitado la Senda sola, qué va. Mujeres con las que voy creciendo me han acompañado. Mujeres, amigas, con las que comparto reflexiones, risas, anécdotas, intimidades… Mujeres que quieren serlo, siendo serlo el ser consecuentes con sus sentires. Mujeres que afrontan sus retos con dudas, con miedo, con valentía, con aprendizaje. Mujeres que transitan su propio camino y con el que el mío, por suerte, confluyen.
La Senda del TAO ha sido la excusa para ponerme en movimiento en un verano aparentemente quieto en el que quise parar. Un verano en el que, con este afán mío de interpretar mi realidad, más de una vez me he preguntado si no estaría tomando fuerzas para aventurarme con otras realidades. Quién sabe si para pisar, transitar... recorrer otros caminos.