martes, 17 de noviembre de 2015

La cama elástica

En esta atracción no hay que pagar para entrar. Tampoco hay que esperar a que se enciendan las luces de colores. Aquí no huele a palomitas, ni a gofres, ni a churros. No hay perritos pilotos ahorcados en el techo del furgón de la tómbola, ni puestos de escopetas de plomillos. Por no haber, no hay ni que pedir permiso a papá y a mamá para montar. Es gratis la diversión y quienquiera que haya abandonado este amasijo de alambres no será consciente de que ha traído la feria a este lugar al que apenas llega la luz por obra y gracia del gigantismo de las montañas que lo circundan.
Yo observo desde la lejanía que me permite el zoom prodigioso de mi cámara. Amortiguados por la estridencia de las aguas del Gungur Khola me llegan los gritos y las risas de los chavales que, a pesar de la distancia, me han pillado y quieren mostrarse ante el objetivo. Saltan y miran. Se agarran del cartelón y miran. Se empujan y miran… Yo también soy para ellos un especimen digno de observar.

Me recuerdan a mí y a la pandilla de mi calle. Creo que me he visto en esa misma tesitura alguna vez, saltando como loca sobre algún colchón abandonado. Aprovechando como si fueran de oro los instantes previos a la segura reprimenda de algún adulto. En mi barrio también había pequeños vertederos incontrolados, pero eso ya pasó. Es cosa de otro tiempo. El estado de bienestar barrió casi todo vestigio de suciedad, al menos la de la superficie. Dónde se ha visto eso de mostrar las vergüenzas a estas alturas…
No se cansan, míralos. Yo tampoco: dispararía todo el rato hasta que pudiera captar como quiero este festival. Quiero atraparlos en pleno vuelo pero aún no me manejo con los ajustes y todas las fotos o están movidas o parecen estáticas. No muestran la velocidad ni altura reales de los saltos. Tampoco mi impulso de gritarles algo parecido a: ¡Niño, que te vas a hacer daño!, o ¡mira que con esas sandalias desgastadas te vas a enganchar bien con los alambres!, o ¡ten cuidado con la niña y cógela de la mano! ¿Es que no ves que es más pequeña que tú?… Pero quién soy para inocularles el miedo, esa cosa tan occidental.
Prefiero mantenerme semiescondida tras esta cámara que apenas sé usar, contemplando algo sutil que también burla mis fotos. Eso tan reconocible que tienen en común los niños de todo tiempo. Esa osadía, esas ganas de probarse y explorar. Esa obediencia al instinto de diversión. Esa libertad del que aún es ajeno a la definición que el mundo le tiene preparada.



2 comentarios:

  1. "Instinto de diversión", ese es el término exacto. La prueba, la exploración, es una parte del asunto, pero por encima de todo está aquel "Niño, deja ya de joder con la pelota", que decía Serrat. La diversión, por cierto, puede seguir presente en el humano hata su muerte. Otra cosa es que la mayoría del personal se vuelve muy aburrido con los años, pero de eso solo tienen la culpa ellos.

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    1. Quizá sea porque pensamos que hay cosas más importantes que ese instinto... No estaría mal recuperarlo hoy mismo, por ejemplo.
      Qué bonita esa canción de Serrat.

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