De nuevo ocupo el asiento de copiloto en
este trayecto que tan bien conocemos. Mi coche pasará unos días en el taller y,
cómo no, te has ofrecido a llevarme. Así
me entretengo un rato, me has dicho. Yo me he dejado querer.
No sé ni cómo iniciamos una conversación
que te lleva a hacerme una pregunta que nunca antes te has atrevido a formular,
de tan discreto. Ni ésta ni cualquiera que cuestione la forma en la que vivo. ¿Y tú, con lo de tener hijos, qué piensas?
Te contesto descuidada, con un discurso
que no es la primera vez que utilizo, que me
encantan los niños desde siempre, bien lo sabes. Incluso cuando yo era niña
ya me gustaban. Me sentí afortunada por tener una hermana a tanta distancia y
poder ocuparme de ella como lo hice en la parte que me tocaba, pero ahora... Si alguna vez me veo en la situación real de
tenerlos imagino que me lo plantearía de verdad, continúo, sin
embargo, en mi situación, desde luego que no los tendría. Además, añado, a veces me da por pensar que se tienen los
hijos de una forma muy inconsciente, como el que tiene un coche o se compra una
casa: sólo porque ya va tocando… Cuando digo esto siento un clic interno como si me avisaran de haber violado con mis palabras algo muy
puro. Como si hubiera franqueado un portón en el que pone Prohibido el Paso.
Y eso es sólo porque te lo estoy diciendo
a ti, que ya andas respondiendo que sí, que es verdad, que así también vosotros teníais antes los
hijos: en cuanto os casabais y porque era lo que tocaba hacer. Con esa
humildad, sin haberme llevado tampoco en esto la contraria, llega tu respuesta al
desangelado recibidor que había tras esa puerta que me he atrevido a cruzar.
Ahí me encuentro: estática, sin argumentos, avergonzada… porque cuando hablas
de hijos estás hablando, entre otros, de mí.
Y porque hago un repaso somero y ya he
contado mil ocasiones en las que siempre has estado cada vez que cualquiera de
tus hijos te lo ha pedido. Esos mismos hijos que, según tú, tuviste de una
forma tan inconsciente. Nunca ha sido ni es inconsciente tu papel ni tu
responsabilidad. No lo es. Con toda esa inconsciencia no recuerdo ni un solo
momento en que te hubieras puesto el primero en tu lista de prioridades. Tus
prioridades siempre han sido las nuestras.
Por eso me callo. Porque mis palabras
iban rematadas de la soberbia del que ve siempre los toros desde la barrera, y
mi pose se perfumaba con la arrogancia del que cree que sabe. No tengo ni idea
de lo que hablo y tú, encima, vas y me das la razón.
Dicen mis libros chinos que la máxima
virtud es la humildad. Cuando aquel que no es humilde lee estas palabras, suele
relamerse de gusto vislumbrando que en próximas ediciones ilustrarán ese
párrafo con su foto. También dicen que no hay que irse muy lejos nunca para
aprender lo que es la humildad porque cada día la vida te regala situaciones de
sobra en las que te podrás topar con ella. Pero hay que estar alerta porque es
tan pura que se te escurre de las manos con facilidad.
Sólo puedo darles la razón a mis libros
chinos. Estos días casualmente ha surgido más de una ocasión para hablar de
humildad propia o ajena y yo en todos los casos me he acordado de ti, que me
das el ejemplo en cada momento que compartimos.
A mi padre
La suprema bondad es como
el agua.
El agua todo lo favorece y
a nada combate.
Se mantiene en los lugares
Que más desprecia el hombre
Y así, está muy cerca del
TAO.
Por eso, la suprema bondad
es tal que,
Su lugar es adecuado.
Su corazón es profundo.
Su espíritu es generoso.
Su palabra es veraz.
Su gobierno es justo.
Su trabajo es perfecto.
Su acción es oportuna.
Y no combatiendo con nadie,
Nada se le reprocha.
(Poema VIII del Tao Te King. Lo pondré en este blog tantas veces como haga falta)
Y esto es por tu gusto por el flamenco
Cada vez que escucho esta cancion me acuerdo de una gran boda en Almeria! Gracias por las excusas que buscais para vernos! Desde el Duero besos!
ResponderEliminarCasarse: buena excusa para que se vean los amigos, jajaja. Besos al Duero!
EliminarA Msol le gusta esto.
ResponderEliminarBesos