lunes, 9 de marzo de 2015

El cuento que quise contarle al Cuentacuentos. Parte I

Desde hace dos inviernos Aldo, Cuentacuentos cubano adoptado en Ciudad Real, reparte su tiempo entre España y Sudamérica. Con mucha gracia nos dice que la culpa de que se vaya la tenemos nosotros, que permitimos que Cospedal saliera presidenta. Y es que Aldo es “Marxista Pop”.
Hace poco, en su nueva despedida, recordó la primera vez que decidió volver a su tierra por tan largo tiempo. A mi no me lo tiene que recordar pues tengo bien presente lo que ocurrió aquella noche. Desde entonces le tengo prometido un relato que se ha ido cociendo a fuego lento. Tan lento como los deliciosos pucheros que nos prepara para cenar después de sus actuaciones.
Aldo, hoy por fín emplato mi cuento. Al final verás por qué.

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La primera vez que Aldo volvió a Sudamérica yo pensé que sería definitivo por eso convencí a unos amigos para que no se perdieran sus últimos cuentos en Ciudad Real.
Recuerdo que el Pachamama estaba especialmente lleno y él especialmente emocionado, con ganas de estar con todos y todos con ganas de abrazarle y desearle buena suerte.
Como siempre en sus sesiones nos trajo la magia de sus relatos y esos monólogos entre cuento y cuento que, con su gracia cubana, consiguen que muchos acabemos llorando de la risa: que si mira este cuerpo cuando habla de sí mismo, que si se liga más o menos en España o en Sudamérica, que si la peineta de Cospedal…
Me gusta cómo consigue que contengamos el aliento cuando se acerca el desenlace de sus historias: en ese momento Aldo se sienta en el taburete que le acompaña en el escenario, baja un poco el volumen de su voz, abre mucho los ojos y con la frase final… se palmea resolutivo las piernas para que los que estamos absortos viajando por los paisajes que dibuja sepamos cuándo tenemos que aplaudir.
Aunque lo sigo desde que estaba en la universidad siempre encuentro alguna sorpresa en sus actuaciones. A veces se pone a cantar o alguien canta con él; otras, nos reta a que escribamos palabras al azar en papelitos que después le sirven para hilvanar un cuento improvisado… Aquella noche que creí que sería la última, nos sorprendió con un juego.
En el descanso, mientras estirábamos las piernas o nos acercábamos a la barra a pedir algo él se fue colando entre los grupos repartiendo globos. - ¿Para qué son, Aldo?–, -Luego os lo digo-. Nos encogimos de hombros aceptando la incógnita y mantuvimos nuestros globos entre los dedos compartiendo espacio con la cerveza. A mi me tocó uno naranja, mi color favorito de niña.
A la vuelta del descanso, más cuentos, más risas, más complicidades con sus amigos del público y al final: -¿Tenéis todos un globooo?- gritó, y todos nos apresuramos a rebuscar entre los bolsillos o en nuestros asientos mientras respondíamos –Siiiiii-. – Bueno, seguía gritando, pues vais a soplar muy fuerte para inflarlos con vuestros sueños-.
Esos adultos que llenábamos la sala sonreímos con la ocurrencia. De sobra sabemos que los globos se inflan con aire pero aquella noche nos volvimos niños por un tiempo y dejamos que la magia no fuera sólo cosa de los cuentos así que, obedientes, hicimos caso a las indicaciones.
Yo me llevé la boquilla de mi globo naranja a los labios y estiré del otro extremo para que así fuera más fácil que mi sueño entrara. No se lo he dicho a nadie pero tengo un sueño desde hace mucho tiempo por eso confieso que me puse un poco nerviosa; menos mal que la sala estaba algo oscura y que todo el mundo andaba ocupado con su propio sueño, así podía ocultar más fácilmente el rubor que ya estaba notando en las mejillas. Por fin vería mi sueño materializado y podría olerlo y tocarlo aunque fuera bajo esa insólita apariencia ovalada y naranja.
Decidida, tomé aliento profundamente, cerré los ojos y soplé fuerte, muy fuerte. Cuando ya no pude soplar más y los abrí no me podía creer que mi sueño, que es tan insistente, que siempre le gusta ser el centro de atención, que me asalta mientras cocino, justo antes de que me venza el sueño, en el trabajo en medio de alguna que otra reunión… fuera aquel pequeño globito que se acomodaba perfectamente en el hueco de mis manos. No sabía yo que en realidad fuese tan tímido y frágil.
La siguiente consigna de Aldo me sacó de mis pensamientos: - Ahora, si ya tenéis los globos inflados, ¡echad vuestros sueños a volar!- Y de nuevo esos hombres y mujeres, ya definitivamente rendidos a la magia, decidieron palmear sueños en vez de globos. Yo lancé lejos el mío y en seguida lo vi perderse en medio de una nube de colores que todos alentábamos haciendo rebotar una y otra vez los sueños propios y ajenos.
Al cabo de un rato de nuevo Aldo nos devolvió al presente, - Ahora vais a coger un globo cuando yo cuente hasta tres. El que agarréis, tenéis que explotarlo para que todos los sueños se liberen y se hagan realidad: uno, dos… y ¡TRES!- En seguida me apoderé de un globo rosa que estaba sobrevolando mi cabeza, lo coloqué en el asiento y me dispuse a explotarlo con el peso de… todo mi cuerpo. No fue fácil: mientras una traca in crescente se apoderaba del Pachamama, yo saltaba una y otra vez sobre aquel sueño que se resistía a salir. Con cada intento fallido me sentía más responsable pues era consciente que si no lo explotaba alguien se quedaría con su sueño sin liberar, así que en mi último salto me levanté del todo y me dejé caer muy fuerte. Que se lo digan si no a mis posaderas. Pero eso sí, el globo rosa había estallado.
Cuando el estruendo terminó, entre aplausos y risas, yo me acordé de mi pequeño y frágil sueño de color naranja. Estaba contenta. Seguramente él también sería libre por fín.
Llegó la hora de irse y justo cuando besaba a Aldo la que yo creía que sería la última vez, algo me rozó la pierna. Bajé la mirada y allí había un niño. Era el único niño de verdad de toda la sala. Andaba correteando entre las piernas de los mayores sin hacer mucho caso a las advertencias de sus padres para que parara. Él estaba entretenido jugando con un pequeño globo naranja. Pequeño y frágil como un sueño tímido.
Terminé de despedirme del Cuentacuentos y de desearle lo mejor en su nueva vida, dije adiós a mis amigos y me fui sonriendo a casa. Mi sueño no se había liberado, no había sido capaz de vencer su timidez pero yo estaba tranquila porque aquel niño inocente me lo guardaría.


Continuará...

Imagen tomada de esta página: www.balaocultura.com.br


3 comentarios:

  1. Si es que los cubanos son muy zalameros...

    Es muy divertido ese tipo de juegos, nos devuelve a la infancia. Seguro que si hubiese estado allí la señora Cospedal también se habría divertido; aunque sospecho que el tipo de sueños con los que soplaría su globo tal vez fuesen tóxicos.

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    1. Da para un microrrelato:

      Cospedal sopló un sueño en un globo: vivir en un mundo mejor. Su sueño, generoso, reventó bajo otras generosas posaderas cuyo poseedor de tales, no viene al caso.
      Al día siguiente, en el mundo no había políticos y Cospedal pasaba sus horas cultivando un pedacito de tierra en algún lugar de una tierra sin fronteras ni provinciales, ni regionales ni estatales.

      Soñemos. Soñemos, Paseante.

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  2. a tomar por saco, matarilerilerile, a tomar por saco matarilerileron.

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