No me va a dar la vida para descubrir todos los secretos que albergo.
Éste apareció ante mí hace unas semanas, no sabría precisar el momento
exacto. Surgió tímidamente dando señales que en principio no supe que lo eran.
¿Cómo iba a saber que la indignación y el enfado eran síntomas de su presencia?
Pero sucedía, y mis emociones se disparaban ante ciertas concatenaciones de
sonidos emitidos por individuos cercanos o lejanos, eso es lo de menos, de mi
círculo afectivo.
Después fue lo de los brazos y los ojos. Las secuencias fonéticas que hasta
entonces sólo me indignaran, activaban ahora un resorte conectado a mis manos
que automáticamente provocaban su elevación y posicionamiento sobre el cráneo.
Yo observaba patidifusa el proceso indignación-resorte que en ocasiones tornaba
a una variante en la que las manos en forma de puños sobre las cuencas de mis
ojos comenzaban compulsivos episodios de frote, acaso para eliminar algún
inmaterial velo.
Por último pude verbalizar y tras una nueva exposición a aquellas
enigmáticas sucesiones orales, llevándome las manos a la cabeza y restregando
mis ojos después, exclamé: -¡Pero dónde está el sentido común!-. Por gracia del
verbo, en ese instante una entidad hasta entonces ignorada, se me desprendió de
los hombros con untuoso movimiento arrastrando tras de sí una suerte de
tentáculos ubicados sobre mis sentidos, dejándome paradójicamente sumergida en
una ceguera y un silencio difíciles de explicar.
El sofá donde hasta hace un instante me recostaba mirando el Facebook, mis
plantas, la ventana hacia la calle, la tele, el florero con flores de ajo
secas…, habían sido engullidos por una nada saturada de intensísima luz blanca.
Aislada de todo estímulo no pude escuchar el grito que me desgarró la garganta.
Angustiada, quise volver a frotarme los ojos pero ya nada sentía, tampoco el
roce de mi piel. Pero entonces ahí, a mi izquierda, descubrí que flotando y
perturbando la ausencia de contexto se retorcía una extraña entidad de
incontables matices. Aunque espantosa, fue para mí un consuelo hallar una
referencia y comprobar que no había perdido del todo la vista.
Reduje como pude el espacio relativo que nos separaba. Era el ente más
inquietante de todos con los que hasta entonces me había topado. No era ni
sólido ni líquido ni gaseoso pero contenía todos los estados a la vez. Era
dúctil y maleable; era ligero y denso al mismo tiempo. Se movía despacio en
hipnóticos giros sobre sí mismo pero no era esférico sino irregular. Era una
irregularidad constante flotando ante mis limitados ojos. Eso era.
Me acerqué más todavía al amasijo y para mi sorpresa, bajo de su piel translúcida
comenzaron a definirse formas y escenas familiares. Imágenes de mi vida alejadas
y recientes en el tiempo, desde mi primer y traumático encontronazo con los
reyes magos hasta la profusión de banderas de los últimos días, como si aquel
ente fuera una bola blanda de cristal y yo una gitana adivina asomándome a sus
entresijos.
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta algo si te apetece: