martes, 11 de octubre de 2016

La foto de La Masa

Siempre me causó extrañeza el resultado de aquella foto que me hizo nuestro padre. Incluso ahora. Una foto que es ejemplo de la diferencia que existe entre lo que se ve desde fuera y lo que se vive desde dentro.
Debía ser otoño, lo digo por mi vestido rojo de punto finito que tanto me gustaba. Y por tus pantalones de pana tan de moda en los ochenta. También por la luz rosada, típica de nuestros Octubres. Aunque puede que ese color sólo venga del revelado de la vieja cámara de papa… Cuando se colocó delante de nosotros y nos invitó a posar, los niños más guapos del mundo nos levantamos del batiente donde estábamos sentados, supongo que jugando o chinchándonos. Tú, decidido, estiraste los brazos, apretaste los puños y soltaste un rugido. Eras La Masa, lo de Hulk llegaría lustros más tarde. Aquellos días La Masa y Diego el Pelusa eran los protagonistas indiscutibles de tus dibujos.
A un lado, me fijaba muy atenta en tu pose, pendiente como siempre de lo que hacías, aprendiendo de tus pasos más experimentados que los míos. Sabías tantas cosas… Pero yo también hacía mis progresos: cada día me salía mejor mi propio dibujo de La Masa y la imitación de vuestros gestos, vuestra forma de hablar, de correr o incluso de dirigiros a nuestros padres ya me iba pareciendo pan comido. Por cierto, ¿dónde estaba Ana el día de esta foto? Es raro que no apareciera porque siempre andábamos juntos los tres, compartiendo aquellas tardes en las que podían transcurrir cien vidas antes de que se pusiera el sol. Vaya pandilla... Os recuerdo siempre enfurruñados, provocándoos quizá para conquistar el territorio que el otro había ganado. Yo observaba desde la segura distancia que da la retaguardia, temerosa porque en cualquier momento se podía producir una explosión, cuidadosa para no activar ninguna mina enterrada. Me gustaban las treguas porque así aprovechaba para jugar con los dos. A veces con uno, a veces con el otro. A veces canicas, a veces muñecas. A veces futbolista o tenista, a veces peluquera o actriz… Lo mejor era cuando jugábamos los tres al escondite por toda la casa, así nos convertíamos en cómplices ante el verdadero enemigo, ellos, nuestros padres. Lo peor era cuando os poníais los dos en mi contra, cuando vuestro enemigo era yo. ¿De qué os reíais aquel día debajo de la mesa? No podía soportarlo, no lo entendía. Y ¿qué podía hacer sin armas ni aliados? Imagino que correr a llorar bajo las faldas de nuestra madre tras haber probado una vez más el gusto amargo del rechazo. Nadie se cree ya que la infancia sea la época más feliz.
- Venga Laura, que ahora te toca a ti- me dijo papa. Era mi turno para la foto. Podría haber elegido una sonrisa, o apoyar la pierna doblada en la pared como también hacían los mayores. Pero en esos pocos pasitos que me separaban del tiro de la cámara decidí demostrarte lo grande que ya era. Así que, tal y como te había visto hacer, estiré mis brazos, apreté los puños y solté un rugido terrible, muy, muy feroz… ¿Ves? No era tan difícil. Tu respeto estaba asegurado.
Pero papa debió haber enfocado mal, o quizá fue que la luz rosada de nuestros otoños aportaba matices extraños a mi personaje porque en esa foto mis garras sólo eran unos pequeños puños hacia arriba, mi cuerpo verde y musculoso iba cubierto con un vestidito rojo y zapatos con hebilla, mi terrorífica mirada sólo era una sonrisa inocente buscando aprobación… Y por ningún lado aparecía la brutalidad de La Masa ni el ímpetu de esa niña de dos o tres años que quería sentirse una igual ante su hermano mayor. 


Este escrito es el resultado de un ejercicio propuesto por Un Cuarto Propio en su Laboratorio de Escritura. Sesión I: La memoria y la Experiencia. No me resisto a ir colgando mis experimentos por aquí.