viernes, 19 de agosto de 2016

Desmontando a Trescatorce. Pi

Hace tiempo que me ronda Pi (en adelante, π).
Todo comenzó aquel día en mi patio, sentada sin hacer nada. Era por la tarde. Miré a mi derecha, al rincón donde amontono la basura que no entra ni en el contenedor de vidrio ni en el de envases ni en el de papel; aquella cuyo único destino es el punto limpio. Y me vino a la cabeza que siempre hay algo inclasificable cuando nos empeñamos en ordenar. ¿Quién no tiene un hueco en la cocina en el que guarda lo que no son cubiertos ni servilletas ni cacerolas ni platos ni vasos? ¿Acaso nadie abre en su ordenador una carpeta “Varios” para almacenar lo que no entra en la de “Música”, “Fotos” o “Escritos”? O cuando tratas de archivar tus libros en una caja cual tetris, ¿no te queda siempre un espacio muerto? ¿Eres incapaz como yo de que el cajón de las bragas quede impoluto, separadas ellas por colores y formas? Por más que nos obcequemos en ordenar siempre quedará algo fuera de toda categoría. Dentro de cualquier pretendido orden siempre hay un espacio para el caos. Pero, ¿por qué surge el caos?, me pregunté…
Y fue entonces cuando irremediablemente pensé en π.
Al día siguiente fui al supermercado que tengo enfrente de casa. La compra me costó 3,14 euros. En la misma semana, un amigo me mandó esto:
 
Y supe que no tenía otra alternativa que hablar de π.
Los efluvios de mi inclasificable basura trajeron a mi mente imágenes de matemáticos de todo el mundo, años ha, buscando una fórmula para calcular la longitud de una circunferencia1,2. Los supuse frustrados tratando de encontrar una ecuación “limpia”, una relación sencillita. En su defecto, cualquier intento de cálculo les llevaba a la aparición de una constante, π, que además no era en absoluto constante. π es una constante infinita. Es la infinita evidencia de que nunca, nunca, podrían obtener la longitud exacta de esa circunferencia perfecta que habían trazado. Podrían obtener muy buenas aproximaciones, claro. Esas aproximaciones eran más que suficientes para diseñar ruedas, reactores nucleares, el contorno de un cohete espacial… por supuesto, pero si su pretensión era calcular exactamente la longitud de la circunferencia… con π habían topado. Y π es mucho π: ahí sigue pariendo decimales, restregándonos en la cara lo alejados que estamos de alcanzar el ideal.
Ay π… π, π, π…
π, como mi indefinible basura, representa lo ingobernable, lo indómito, el propio caos. Pero, insisto, ¿por qué surge π? ¿Qué ha provocado su existencia? ¿Es π lo que está fastidiando a los matemáticos más pulcros? En la ráfaga de pensamientos que emitía mi cerebro al albur de mis desechos, no era π la barrera que separaba a los científicos del conocimiento pleno de la circunferencia ideal sino que lo que estorbaba en esta ecuación era la propia representación de la circunferencia ideal. En el camino del conocimiento, las alarmas en forma de π y otras constantes surgen cuando lo que se pretende conocer, atrapar, clasificar, no existe en la naturaleza. Es sólo una idea, un ideal. No es real. Y la circunferencia perfecta que el hombre dibuja con un compás es eso, sólo un ideal.
Lo que quiero decir es que cualquier acto de simplificación, explicación y clasificación por parte del hombre lleva implícito un error, un fallito, algo que no termina de encajar con la verdad. Y la evidencia de esa maniobra de aproximación que fabrica el hombre o de esa chapucilla, es π en el caso de las circunferencias, es la basura que no se acopla a ningún contenedor, es el año bisiesto que surge para ajustar el despropósito de dividir el giro de la tierra en doce meses. Y la culpa no es del año bisiesto ni de la basura ni de las circunferencias, sino de los modelos en los que el hombre quiere encajonarlo todo.
La naturaleza, lo real, es algo mucho más perfecto por salvaje y por tanto, inasible completamente por el hombre. El planeta Tierra no es redondito por más que así lo pintemos en los mapas; la órbita terrestre no es una elipse ideal, aunque se parece; las ondas en el agua cuando tiras una piedra no se pueden dibujar con un compás; ni siquiera el rayo traza estelas puramente lineales, ni el canto que rueda queda finalmente esferoidal… Y sin embargo son perfectos en tanto que reales.
Pero la cuestión es que al final toda construcción del hombre sigue la misma pauta: generar una simplificación, una idea, un ideal, con el que tratar de explicarse el mundo; encontrar una ecuación que, aproximadamente, englobe el mayor número de casos. Y lo grave es que terminamos adoptando la simplificación como lo real. Ahora me refiero a que el hombre, en su afán, también ha diseñado una vida ideal, una ecuación de vida. Y todos los individuos, habiendo asumido el ideal como real y no como una circunstancia aproximada y aleatoria, terminamos por medirnos y juzgarnos respecto a esa idea. Así, una vez nos dijeron que las medidas ideales para la mujer eran 90-60-90, o que en la vida había que tener amigos-tener estudios-trabajo-pareja-hijos para ser felices y nosotros nos lo creímos, por eso sufrimos cuando nuestras medidas no se ajustan al canon o cuando alguno de los ítems vitales falla… pero ese sufrimiento es sólo nuestra particular manifestación de π. Si en nuestra vida no nos midiéramos según el ideal, segura estoy que el estado más común de los mortales sería la plenitud.
Hagamos caso a nuestra frustración, a nuestra rebeldía, a nuestro caos. Sirvámonos de ellos para poner en duda el modelo de vida en lugar de nuestra propia vida. Siguiendo el camino que marcan los malestares y nuestro caos personal y confiando en que albergamos más verdad que el modelo de vida que perseguimos, quizá nos topemos de bruces con el bienestar que pretendíamos cuando íbamos tras los hitos marcados por ese ideal de vida.
O como decía Luz Casal, si tienes un hondo penar, piensa en π; si tienes ganas de llorar, piensa en π… Piensa en π cuando sufras, cuando llores también piensa en π…




1: Todo el párrafo que sigue es inventado. El escrito en su conjunto está lleno de absurdo y vacío de datos contrastados.
2: Longitud de una circunferencia = 2 · π · radio.
NOTA: A día de hoy la basura (no perecedera, conste) no ha sido transportada aún al punto limpio. Que la rebeldía de π tampoco te lleve a la dejadez.



sábado, 6 de agosto de 2016

Crear el vacío. Escribir nada

Me pregunto qué ocurriría si me olvidara de escribir sobre el hecho de que no escribo. No merece la pena hablar de ello. Es como si hubiera escrito cada día. Como si no hubiera escrito hasta ahora. Me sorprende que piense tanto en ello, pues en mi caso no escribir es lo más parecido a escribir sobre todo aquello que conozco.
H.D. Thoreau a Blake en
Cartas a un buscador de sí mismo

De vez en cuando Silvia nos atemoriza a sus lectores con algún escrito en el que nos confiesa lo difícil que le resulta encontrar algún tema de lo que escribir. Nadie lo diría: su prosa fluye entre los resquicios de lo cotidiano con una facilidad lúbrica. El mismo día Bubo hablaba de algo parecido.
Aunque suene redundante, es así, cuando uno se pone a escribir necesita hablar sobre algo. Estamos acostumbrados a algos, a las cosas, a llenarnos de emociones, a acumular experiencias, a almacenar anécdotas… Parece que sólo le diéramos valor a la suma. En el caso del binomio escritura-lectura ocurre igual: hace falta algo para que nazca un escrito y qué poco nos atraería un escrito que no hablara de nada.
Precisamente me hallaba yo estos días reflexionando sobre eso: ¿cómo hablar de la nada? O mejor dicho, ¿podría expresarse la nada a través de la escritura? El vacío me obsesiona de un tiempo a esta parte y ya es paradójico que la nada me provoque una emoción que llena tanto.
¿De qué forma expresar el vacío? Para qué especular si el Tao Te King habla de ello*:

Treinta radios convergen
En el centro de la rueda,
Pero es su vacío
El que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
Pero de su vacío
Depende el uso de la vasija.
Se abren puertas y ventanas
En los muros de una casa,
Y es el vacío
Lo que permite habitarla.
En el ser centramos nuestro interés,
Pero del no-ser depende la utilidad.
Haciendo caso al sabio, para expresar la nada con la escritura o con cualquier otro medio sólo podemos limitarnos a crear el contexto que la permita.
¿Podría mi escrito expresar la nada si cuento dónde la encuentro? Probemos. Siento que el vacío está en la ausencia de intervención, en el ahorro de estrategias; en un agradecido dejarse llevar; en el no pretender nada para uno mismo –nada más y nada menos que lo que le corresponda legítimamente-. La nada la imagino en el agua que fluye sin descanso, inagotable. Sólo para físicos o químicos: en el estado estacionario (me apetecería hablar de esto algún día aunque pierda un alto porcentaje de lectores y el cariño de parte de mi familia, o toda). También en el imperfecto silencio de las noches de verano. En el oscuro abismo de ese mismo cielo. En el instante siguiente al paso de una estrella fugaz.
Siento que manifiesto nada cuando me alío con el silencio y camino sigilosa en mi propia casa, como si fuera a despertar a alguien aunque sea de día; al adaptarme al hueco que exista y no empeñarme en abrir a codazos para mí un espacio inexistente. Cuando me doy cuenta de mi propio cuerpo, incluso si estoy hablando contigo. Cuando, desafiando el ansia por rellenar mi tiempo, decido parar. Al imprimir deliberada parsimonia a cualquier actividad que desarrollo. En los movimientos intencionadamente lentos, casi quietos, incluidas las caricias.
La nada, tal y como yo la entiendo, es permitir, no querer. No confundir con consentir.
La nada es rebelde, entonces. Anticapitalista, también. La nada se opone al discurrir del ego, que sólo quiere para sí. Se escapa de la sobrevalorada persecución de los sueños, como dice mi amiga Mariana. La nada es orientarse hacia algo, pero no perseguirlo, sólo esperarlo. Es deshacer lo que uno cree que es. Se acerca cuando nos atrevemos a romper nuestra forma. Es potencial, es creatividad latente.
Pero por más que trate de explicármela, sigo sin quedarme satisfecha, ¿ves?: pretender la nada crea un efecto llamada sobre el todo que no la sacia. Eso es lo que significa: si lo quieres todo pon tu empeño en deshacerte de lo que tienes. Coloca la intención en lo contrario de los deseos. Haz el vacío el la pajita para beberte el zumo. Fabrica muros para ubicarte en el espacio que creas. Es delirante.
Volviendo al motivo de mis reflexiones, no es competencia del que escribe o del que crea escribir sobre la nada, sino provocarla y dejar después que todo ocurra. A un nivel práctico, actuar –escribir- con aplastante sinceridad si quieres que llegue algo y si no llega nada, no es el momento. No es buscar, es, como escuché hace poco, convertirse en canal. Dejar que nos desborde lo que pugna por salir a través de nosotros ya seamos escritores, cocineros, saltimbanquis, herreros, amos de nuestra casa…
Y de esta forma, al crear vacíos, creamos y nos vaciamos. El vacío, paradójicamente, lo crea para sí el que crea mientras crea. Y lo gestado en ese vacío, crea en el que recibe lo creado.
Un delirio.
El secarral provoca agradecidos oasis y éstos, aguas que crean tramas


* Poema XI