lunes, 21 de diciembre de 2015

Zanahorias, hormigas y el concepto Tiempo

Quizá fui un poco osada el otro día al darle categoría de teoría a esa idea extraña que me abordó por la calle: la de que las vidas son gotas que transcurren a través del tiempo. Si me ciño al método científico, debería rebajar la tal idea en el escalafón, colocarla en el peldaño de las hipótesis y mantenerla ahí hasta que supere arduas pruebas de ensayo-error-verificación. Me gusta que todas mis explicaciones vitales, ya vengan de semi-iluminaciones o no, pasen por dicho proceso. En lo que a ideas se refiere, soy ecuánime y demócrata. No admito ni privilegios ni puertas giratorias.
Mis procesos de ensayo-error-verificación suceden, al igual que los de semi-iluminación, de forma automática, espontánea y siempre durante la ejecución de actividades de índole cotidiana e insustancial, como tender la ropa o ir al supermercado.
 
 Y allá donde pareciera que estoy resolviendo las grandes cuestiones del ser, suelo estar pensando alguna tontuna

Así, durante la pela de unas zanahorias para elaborar un puré, aún afectada por el proceso semi-iluminatorio en cuestión, trataba de profundizar en el cómo, dónde y porqué de ese transcurso de las gotas de vida. Mi mente jugueteaba con una imagen en la que me mostraba que el movimiento de la vida a través del tiempo sucedía hacia arriba. ¿Hacia arriba? ¿Pero eso qué es? La mente es que es un animal de costumbres y no se aviene fácilmente a cambiar sus estructuras. Seguía ella obcecada con que el tiempo fuera algo parecido a una dirección, un camino preestablecido con principio y fin con las mismas características que el espacio. Y no, le dije con benevolencia, eso no me vale: hay que cambiar el paradigma, chica.
Una vez rehogadas las verduras y puestas a hervir, me dediqué a buscar por las redes un par de vídeos sobre dimensiones que hace unos años, sin entenderlos ni siquiera en un uno por ciento, me sulibellaron. Uno de ellos es gracioso, todo lo que puede serlo dada la temática. En él un sabio señor en dibujos animados habla con un ser plano de la segunda dimensión. Con una ficha del parchís, vamos:


Para que no te entretengas demasiado con audiovisuales, te voy a explicar a mi manera esto de los seres de la segunda dimensión. Me siento legitimada puesto que convivo todos los veranos con un sinfín de ellos. Sí, con seres que no entienden el concepto de volumen: las hormigas de mi cocina. Un día, harta de su incómoda presencia, me puse a perseguir su recorrido con el fin de encontrar el hormiguero y aniquilarlas. Fue entonces cuando me llamó la atención algo nada novedoso: en su caminar no distinguen una pared de un suelo, ni un suelo de un techo. Para ellas, todo es susceptible de ser andado. Si de repente el suelo se vuelve vertical, no hay problema y siguen caminando como si tal cosa. Si la encimera deviene en peligroso precipicio, no pasa nada: hacen un requiebro cuerpo-abajo y descienden por el mueble donde guardo los detergentes… Para mis hormigas, el mundo es una enorme planicie por recorrer. Pero, ¿por qué no se caen de las paredes ni del techo? Pues porque la naturaleza, en su infinita bondad, las ha dotado de una compleja estructura en las patitas para que su ilusión bidimensional permanezca intacta. Y es que hay que entenderlas porque, para su pequeña conciencia, sería un shock si alguien les dijera que el mundo no es como se lo imaginan, sino que también existen el volumen y espacio. Es aún muy pronto, evolutivamente hablando, para decírselo.
Mis hormigas me ayudan a entender un poco mejor el tiempo, esa dimensión a través de la cual la vida se mueve. Es por eso que, mientras apartaba del fuego el puchero y trituraba el guiso con la batidora, inferí que, del mismo modo que la providencia ha otorgado a mi hormigas bidimensionales de una estructura especial en sus extremidades para poder moverse por su mundo plano, ¿no estaremos nosotros dotados de alguna herramienta que nos sirva para caminar a través del tiempo? ¿Nuestra mente quizá? ¿No será ella la que nos ayuda a ordenar nuestras vivencias para darle una dirección con principio y fin a nuestra vida? Y por tanto, ¿no será nuestra percepción incompleta e ilusoria? ¿Es que acaso aún no estamos preparados para asimilar que el mundo en que vivimos no es como nosotros pensamos?
Complejo todo esto. De momento, pensaba mientras degustaba el tibio puré, había llegado a la conclusión de que nuestra mente es el vehículo que nos permite viajar a través del tiempo. No sé muy bien qué significa todo esto, por no hablar de su aplicación en mis asuntos cotidianos. El caso es que ya había durado demasiado la divagación, así que fui a cerrar el Youtube donde había dejado otro incomprensible video a medias y fue entonces cuando me percaté de que a la derecha de la pantalla aparecía, fastidioso, un video antiguo del programa Redes titulado “El tiempo no existe”.
Varapalo a mis reflexiones.

Menos mal que el puré había salido rico porque, lo que es la hipótesis, se acababa de caer de su incipiente carrera a través del método científico.

Por si fuera poco, Machado también rebate mi hipótesis. Maldita sea.


Continuará (la amenaza sigue vigente)

NOTA: Este escrito fue rematado durante el recuento de la noche electoral. Puede, pues, justificarse así la enajenación mental.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Otra vez el Agua (o esa extraña forma de transcurrir)

El otro día estuve a puntito de iluminarme.
Caminaba por una calle concurrida del centro, adornada con las luces prematuras de la navidad. Salía de mi compromiso semanal con la lengua inglesa: una hora destinada a devanarme los sesos de una forma diferente a la habitual. Quizá fue ese el motivo por el cual mi cerebro se encontraba cardado como un antiguo colchón de lana.
De repente los ojos se me quedaron fijos mirando a la nada y en mi campo visual la gente entraba y salía creando en su conjunto un movimiento, en apariencia, caótico. La GenteSi el conjunto humano fuese un elemento de la Tierra como lo es el agua, ¿cómo se movería? ¿Cuál sería su transcurrir? Mi cerebro recién aireado estaba receptivo a la sabiduría flotante que, estoy segura, se mezcla con el aire que respiramos y, como un fogonazo tan fugaz como la millonésima parte de un suspiro, la imagen de un río fluyendo creó esta analogía:
Estoy sentada en la orilla de un río joven de aguas claras y frescas. En un momento dado me meto dentro, pero no con mi cuerpo sino con mi mente, para poder así acceder al torrente a un nivel en el que soy capaz de diferenciar sus gotas. Ante esta imagen, mi parte química se rebela: ¡pero qué ambigua división es ésta, alma de cántaro!, ¿Gotas? ¿No habrías de distinguir moléculas? Ni siquiera en visualizaciones de millonésimas de segundos mi mente analítica es capaz de asumir algo tan poco preciso como una gota de agua. Pierdo parte del microtiempo del fogonazo lúcido en apaciguar a esta porción mental y convencerla para que espere un poco más: lo de las gotas tiene su razón de ser, ya verás, le digo. Tras este micro-lapso, me entrego a la observación, decía, del sinnúmero de gotas que componen el río joven de mi visualización para darme cuenta de que todas ellas se desplazan en la dimensión espacio: vienen de un lugar y van hacia otro lugar. Pedazo de conclusión, podrá pensar cualquiera, y con razón, si no fuera porque esta simpleza me permitió comprender de una forma más profunda una cuestión como lo es la de las interacciones humanas.
Aquí, el río Gungur, a ochomil kilómetros, mezclando gotas a discreción

Mi cuestión inicial ¿Cuál es el transcurrir de la componente humana del mundo?, se respondió a medias, de ahí que la iluminación no fuese completa. Sólo llegué a esto: El transcurrir humano sucede en el tiempo. De la misma forma que el río transcurre por el espacio que son los campos y parajes, el transcurrir de la humanidad sucede en el tiempo.
Que no, que no inventaremos hoy la rueda…
Pero si lo pienso un poco, la obviedad me abre la mente y me relaja. Necesito una vez más a mis gotas para seguir estableciendo el símil y así, tras haberles concedido ánima y personalidad por gracia y obra de mi imaginación, las observo provistas de carita y manos cuando conforman la corriente de agua. Imagina una de ellas: en su transcurrir habrá situaciones en las que le toque estar al fondo; otras, aireada en la superficie o sorteando piedras y obstáculos, pero siempre moviéndose: siempre transcurriendo en el espacio. Pienso también en su contacto con otras gotas: en los tramos de saltos y de mezcla, estoy segura que contactará con multitud y habrá otras zonas de remanso en los que, favorecido el flujo laminar, le toque compartir largos trayectos con prácticamente las mismas gotas alrededor.
Qué fácil llevar así la analogía al transcurrir temporal humano. Si comparo el Agua con la Vida y a mí con una gota, qué fácil es darse cuenta que somos pequeñas gotas de vida transcurriendo en la dimensión tiempo. Qué fácil se me hace ahora comprender por qué a veces me tocan situaciones más profundas y oscuras y otras más luminosas y oxigenadas. Qué sencillo es ahora entender que hay que sortear situaciones difíciles, las piedras de mi camino…
En cuanto a las interacciones humanas… ahora ya sí veo por qué hay gente que entra y sale de mi vida o por qué algunos se quedan conmigo largos periodos de tiempo; por qué hay encuentros efímeros; por qué con otros nos ayudamos a sortear complicados obstáculos; por qué hay gotas con las que no volvemos a coincidir nunca más… Y es que todas tenemos una misión: la de transcurrir y conformar este gran río que es la Vida.
Y ahora también observo en imágenes lo perjudicial que es el empeño en tratar de aferrarnos a otras gotas y querer transcurrir con ellas en más situaciones de las que nos corresponden: si, obcecadas, nos diésemos nuestras manitas acuáticas, crearíamos tal atasco que el flujo de la vida se volvería un peligroso remolino a nuestro alrededor. Es preciso, pues, soltarnos de las manos y, en definitiva, permitir que la Vida siga transcurriendo a través de nosotros en la dimensión tiempo.

… Continuará (amenazo)