viernes, 28 de agosto de 2015

El zig-zag de LO CREATIVO

Así, sin paños calientes ni introducción, propongo echar una ojeada al funcionamiento del mundo. He aquí unos básicos ejemplos en diferentes escalas1:
Escala celular: Este nivel me gusta aunque debería estudiar un poco antes de seguir aventurándome con él. En lugar de eso voy a tirar de memoria para decir que existen un montón de procesos químicos interrelacionados dentro de una célula: lo que se genera en un proceso se aprovecha en otro y así sucesivamente. Se trata de reacciones químicas encadenadas que permiten que la célula sea lo que es. Es decir, que dentro de la célula, como en casa de mis padres, no se tira nada. Todo se aprovecha.
Escala orgánico-funcional humana: Para que nuestro aparato digestivo funcione como debe tenemos dentro del intestino una miríada2 de bacterias que nos ayudan a digerir algunos alimentos. También en este nivel observamos que existe interrelación, en este caso, entre dos especies: las bacterias transforman lo que no podemos asimilar en algo asimilable por nuestro organismo y ellas a su vez se nutren. Todos colaboramos, todos nos beneficiamos.
Escala animal/natural: Hay un montón de ejemplos en esta escala pero me quedo con el de la polinización: las flores producen néctar que atrae a las abejas a las que se les pega el polen en las patitas y así fecundan a otra flor que dará lugar a una semilla que dará lugar a otra planta... El néctar le sirve a la abeja como alimento y para después producir jalea real y otras sustancias con las que también fabrica la colmena. A los humanos y a otros seres como el oso Yogui cuando no comía emparedados, nos encanta la miel y nos podemos beneficiar de sus múltiples propiedades curativas y gustativas… Así pues en unas pocas líneas ha quedado resumido un proceso complejo en el que se ven involucradas directamente varias especies y, de nuevo, todo aprovechado, todo entrelazado y todos contentos.
Ya basta de ejemplos, pues queda claro que la naturaleza se compone de este tipo de procesos entrelazados en los que todas las partes se ven beneficiadas. Lo curioso es que en ninguno de los casos se observa que haya algo o alguien que se encargue de organizarlo todo: ningún jefe o, más actual, ningún emprendedor que dirija la orquesta. Más bien pareciera que todas las partes saben lo que tienen que hacer, como si albergaran dentro la información de cómo han de comportarse y cuál es su cometido dentro del entramado del que forman parte. Volviendo a la escala celular ¿acaso tienes que ir tú como dueño de tu cuerpo, célula a célula avisándoles de cuándo tienen que sintetizar las proteínas?… ¿No es más razonable considerar que quizá sea esa información, ese chip implantado en cada ser, el algo que activa y comanda todos los procesos?
A ese algo mis libros chinos lo llaman LO CREATIVO o TAO y además dicen que su movimiento es zigzagueante. Traducido significa que para ejecutar cualquier acción que tenga lugar en la naturaleza necesita involucrar o sincronizar a múltiples especies, sistemas, organismos, orgánulos, reacciones químicas... Así podríamos afirmar que todo lo que existe, para LO CREATIVO, es como el gorrino para el carnívoro: todo lo aprovecha.
¿Y el hombre? ¿También LO CREATIVO lo tendrá en cuenta para perpetrar sus sincronías? Obvio que sí, como seres de la naturaleza que somos. Lo que ocurre es que el hombre tiene otro algo, un algo en minúsculas que no tiene ninguna especie de este vasto juego: su mente y lo que su mente ha generado: una autoimagen o ego. El ego entorpece la acción de LO CREATIVO porque inocula al hombre una falsa creencia de individualidad. El ego nos pone una venda en los ojos que impide que nos demos cuenta y seamos consecuentes con el hecho de que en realidad somos los elementos de una red creativa más grande y que, también en nuestro comportamiento, estamos sometidos a sus continuos y misteriosos zig-zags.
No seré yo la que se ponga a menospreciar ni a la mente ni al ego pues es lo que nos caracteriza. La mente es una herramienta poderosísima capaz de codificar, interpretar, ingeniar, de crear cosas nuevas… Sí: la mente es como LO CREATIVO pero en minúsculas. Es un LO CREATIVO comprado en un Todo a Cien y el defectillo que trae de serie es la creencia de que nuestras acciones sólo dependen de nosotros mismos y que todo podemos moverlo a voluntad de una forma lineal (acción y reacción). Por eso cuando el hombre, comandado por su mente, tiene que acometer una acción, al contrario que en el zig-zag de LO CREATIVO, lo hace de una forma directa. Un ejemplo basicote que a todos nos ha pasado (o a algún/a amigo/a): me mola fulanito/a; voy a tramar el plan X para que caiga rendido/a a mis pies. Cuando te pones a tramar el dichoso plan X lo más probable es que te lleves un batacazo y que no salga como quieres.
Y si el plan en el que te empeñas no sale, sufres. Cuando tratas de arreglarlo por tus propios medios ingeniando de nuevo con tu mente, con tu Lo Creativo Lineal del Todo a Cien, es casi seguro que vuelva a salir todo regular tirando a mal… y así sucesivamente entrando en bucles o samsaras de los que los humanos nos quejamos amargamente con discursos que ponen de manifiesto nuestra dudosa madurez: yo es que siempre doy con tíos de talocualforma; yo es que siempre doy más de lo que se me devuelve; a mi es que los amigos siempre me dan de lado; las tías son todas iguales… y otras tantas lindezas.
Mis libros chinos insisten hasta la extenuación en que controlemos esas ganas de hacer algo y de empeñarse que tienen nuestra mente y nuestro ego, por una razón muy comprensible: porque utilizan una estrategia lineal de acción que sólo pretende beneficiar a uno mismo caiga quien caiga, mientras que en la naturaleza de la que formamos parte todo funciona de una forma zigzagueante y generosa que tiene muchísimas más cosas en cuenta que la satisfacción directa de nuestros deseos individuales. Sí, en las acciones humanas, como en la polinización, se necesitan muchos individuos y sucesos para que algo o todo ocurra.
¿Cuántos zig-zags habrán tenido que darse en diferentes escalas para que nazca este niño?


Por eso mis libros chinos hablan de humildad: para reconocer que hay algo poderoso instalado en nosotros que comanda con mucha más eficacia y sentido todos nuestros actos. Por eso lo de la perseverancia: porque en lugar de planear estrategias de cara al futuro orientadas a satisfacer nuestros deseos individuales, realmente sólo podemos dedicarnos a hacer aquello que tenemos delante con intención de mejorarnos y pulirnos. Por eso lo de la paciencia: para esperar el momento en que LO CREATIVO necesite echar mano de nosotros, si es que no lo está haciendo ya para asuntos que no comprendemos. Por eso lo de tratar nuestros “problemas” de forma indirecta, de soslayo: porque hacerlo directamente supone de nuevo sucumbir a la consecución lineal de nuestros deseos, violando con nuestra voluntad la ley zigzagueante del movimiento que todo lo comanda.
Y por eso, en definitiva, lo del Wu Wei: el no empeñarnos, el no-hacer. Porque, como dice la canción, “no soy yo el que navega, el que me lleva es el mar”.



1: Que el lector quede advertido del sesgo de los ejemplos, elegidos y acotados para lo que después tratará de explicarse. La naturaleza es más vasta, más compleja, más ingobernable y menos comprensible por la mente humana que lo que los ejemplos reflejan.
2: Año y pico de blog esperando poner esta palabra. El post es sólo la excusa.


sábado, 22 de agosto de 2015

Surfistas Taoístas

Cuando una mete en su maleta un bikini al lado de una chaqueta, unas sandalias al lado de calzado cerrado y el protector solar junto a un pañuelo para el cuello, sabe que se encamina hacia un mar de cielo caprichoso y que, por tanto, ha de incluir también una buena dosis de resignación o de aceptación, en su acepción más positiva.
Pero bendito sea el frío para estas carnes que han sudado este verano lo que su memoria no recuerda. Y bendita sea mi suerte y la alternativa al baño playero si consiste en disfrutar de este balcón desde donde, cual halcón, se precian mis ojos de recibir estampas como esta:
La estampa, el balancín en el que me siento, el movimiento de las olas, el estómago satisfecho, el viento que amaina, mis pensamientos en suspenso, mis ojos que se cierran y el ruido del mar distorsionando las escenas que me trae el sueño… Me encantan las siestas ligeras porque estás pero no; sabes que duermes pero te abandonas conscientemente a la inconsciencia. Eres espectadora de tus sueños pero, aún así, los vives con intensidad fugaz…
Despierto un rato después con pena por haber abandonado mis paisajes oníricos. El ruido y la presencia del mar persisten, para mi regocijo. Sin haberse activado aún todas mis funciones vitales me quedo observando a los surfistas desde mi atalaya. ¿Cuánto tiempo llevarán sobre la tabla? El vaivén de mi balancín se acopla con el vaivén de las olas. Todo a mi alrededor encaja en perfecta comunión. También mis pensamientos comulgan y se entretejen en estos momentos de almíbar y así concluyo que esa gente debe saber de taoísmo cosa mala. Sigo enganchada a la no-lectura de mis fieles libros chinos1 de este verano que tanto me están enseñando, por eso su sapiencia actúa sobre mi realidad como el filtro de unas gafas con cristales coloreados.
En mis libros se dice que la perseverancia y la paciencia son dos de las cualidades virtuosas que caracterizan al noble. Bajo esa definición, no puedo más que calificar ahora mismo de perseverantes y pacientes a estos nobles personajes de neopreno que tengo delante.
La perseverancia requiere la presencia de un objetivo: La Ola. Pero recuerde el lector que no debe incumplir la ley del soslayo de hace algunos posts: no nos imaginaremos a un surfista yendo como loco a la captura de una ola, obcecado con su objetivo, no; deberá permanecer en su sitio, esperando, preparándose y sabiendo disfrutar y aprovechar todos los pasos que componen el proceso: la espera, el entrenamiento sobre la arena, las tentativas fallidas sobre las olas que no eran las adecuadas, compartir la experiencia con el resto… Ésa es la perseverancia. Si no es así, si desdeñamos los momentos que no son aquellos en los que estamos en la cresta de la ola, dejamos la puerta abierta a la frustración, al desaliento y al desgaste.
¿Y la paciencia? ¿Te imaginas a un surfista subiéndose a la tabla antes de que llegue la ola y arreando a ésta como si su voluntad fuera suficiente para acelerar el movimiento de todo un océano? La paciencia implica la humildad de asumir que cualquier asunto, por más que te prepares, requiere su justo momento.
Pero yo estoy en una latitud distinta a la mía y la presión atmosférica sobre mi cabeza es mayor de lo normal; mi balancín no se ha dejado de mover y los ojos vuelven a pesarme. Antes de perder la consciencia de nuevo me asalta otra cualidad que debe adornar al noble surfista: la retirada. Y es que bueno es prepararse y esperar el momento adecuado para alcanzar el objetivo pero también es importante echarle un ojo al entorno y reconocer si las condiciones van a ser propicias para ello. Así, un mar demasiado calmo o demasiado bravo puede hacerle perder a un surfista una tarde preciosa que podría invertir en cualquier otra cosa. Acaso en darse cuenta que el surf no es lo suyo, quien sabe. La retirada también implica la humildad de reconocer que hay cosas que no te corresponden.
Me lo debería aplicar porque ¿qué hago yo aquí divagando sobre surf y taoísmo si no tengo ni idea ni de lo uno ni de lo otro? Me retiro, por tanto, pensando que ojalá y todas las retiradas fueran tan dulces como la que perpetro. Que abandonar una idea que te obsesiona y que no te corresponde fuera igual de fácil como abandonarse a los brazos de Morfeo sobre este balancín y ante este escenario al que tengo la suerte de acudir cada año.

1.: Publicaré la bibliografía próximamente por si a alguien que por aquí pase le interesa.


lunes, 17 de agosto de 2015

De lo que pasó cuando me topé con aquel libro de Ortografía Hebrea

Ocurrió en una Feria de Libro Viejo de una distinguida ciudad del norte.
Yo merodeaba entre las casetas por una cuestión de mero postureo; también porque iba acompañando a mi madre y porque, qué demonios, aún mantengo la esperanza de que llegue el día en que los libros vuelvan a abalanzarse sobre mí. Me entremezclo entre ellos como el que persigue el nirvana… pero nada: los libros pasan tanto de mí como yo de ellos. Quizá se deba a que el llanto silencioso de mis libros comprados y no leídos pesa sobre mi conciencia cual menhir sobre la espalda de Obélix1,2. Quizá entre la información aún no desvelada de nuestro ADN exista, al igual que ocurre con el color de los ojos, un cupo de libros por leer y yo ya haya sobrepasado el mío. Quizá todo esto no sean más que excusas para justificar mi involución lectora.
Pero, decía, echaba yo el ojo a los puestos de la feria y ante ésa mi frustrante actual vida lectora, me imaginaba a mi misma en el mismo escenario, olisqueando curiosa como perro sabueso entre millones de páginas mohosas la presencia de libros sobre… Ortografía Hebrea, por ejemplo, que fue el título con el que se toparon mis ojos. ¡Santo cielo, sí! Ser una friki de Ortografía Hebrea, morir por encontrar un texto nuevo, soltar grititos de satisfacción cuando encontrara algún ejemplar de algún autor sólo conocido por mí… Sin embargo allí estábamos mi parsimonia, mi cuasi-indiferencia y yo esquivando la mirada de todos y cada uno de los libreros, adoptando una pose de interés cuando por dentro bostezaba con todo lo que me abarcaban las fauces, y canturreando alguna canción simplona que, básicamente, es a lo que se dedica mi mente cuando está distraída.
Bien poco me duró el lamento por mi falta de entusiasmo ante ningún tema; bastante menos que escribir la anterior parrafada, pues un impulso interno que lleva un tiempo cobrando enorme fuerza propinó tremendo puñetazo sobre la mesa de mi control mental exclamando que hombreyá, pero qué es esto, pero que si siempre vamos a estar así, queriendo ser otra cosa distinta de la que somos.

Talmente como en la película Del Revés, lo que pasa que los de Pixar se quedaron cortos de personajillos internos.

No le hizo falta insistir demasiado al tal impulso, la verdad, pues la pretensión de ser otra cosa, acaso una Laura 2.0 más dinámica, dicharachera, más a la moda, más deportista, más friki de temas poco populares en librerías de viejo…, es una tendencia que va quedando obsoleta en mi interior, pero claro, se ve que quiere morir matando.
Un día antes, precisamente, hablaba con mi hermano de lo que admiro a la gente que aplica la coherencia entre sus pensamientos y sus actos; aquella a la que no le distorsiona en lo más mínimo el hecho de que sus gustos e ideas vayan en un sentido diferente al de su entorno. Mucha gente lo verá fácil, yo no, quizá porque la presencia en mi vida de esa pretensión de ser otra cosa diferente a la que era ha hecho que siguiera mis impulsos a regañadientes. La coherencia con uno mismo es la puerta hacia la verdadera felicidad: una felicidad sin fuegos artificiales, una felicidad pachorrona que se contenta con lo que le rodea y que si no le gusta lo que le rodea, cambia el rumbo con esa misma parsimonia y sin dramas.
Y pienso que ésa es la Laura 2.0 a la que verdaderamente quisiera encaminarme si es que no me estoy encaminando ya. Una Laura 2.0 que, como reclamó ante las casetas mi impulso interno, se reivindique a sí misma; que cada vez que vea un libro de Ortografía Hebrea o sucedáneos, cada vez que se coréen las últimas tendencias en moda, cada vez que se descuide y se deje llevar por aquello que se supone que hay que hacer…, recuerde que nada de eso es comparable a las mieles que ha de saborear cuando, al alcanzar la coherencia, experimente una buena dosis de felicidad pachorra3.



1: Es que lo de “pesar como una losa” está muy visto.
2: Aunque, ahora que lo pienso a Obélix no le pesaba nada el menhir… quizá a mi me pase lo mismo, no sé.
3: Se trata de una adaptación personal de lo que mis libros chinos distinguen como felicidad amarilla: sosegada, sin grandes alardes, ligada al alma, duradera y real frente a la felicidad blanca: la entusiasta, ligada a las emociones y a la satisfacción del ego; explosiva pero puntual y efímera.



martes, 4 de agosto de 2015

La humildad me la enseñas tú

De nuevo ocupo el asiento de copiloto en este trayecto que tan bien conocemos. Mi coche pasará unos días en el taller y, cómo no, te has ofrecido a llevarme. Así me entretengo un rato, me has dicho. Yo me he dejado querer.
No sé ni cómo iniciamos una conversación que te lleva a hacerme una pregunta que nunca antes te has atrevido a formular, de tan discreto. Ni ésta ni cualquiera que cuestione la forma en la que vivo. ¿Y tú, con lo de tener hijos, qué piensas?
Te contesto descuidada, con un discurso que no es la primera vez que utilizo, que me encantan los niños desde siempre, bien lo sabes. Incluso cuando yo era niña ya me gustaban. Me sentí afortunada por tener una hermana a tanta distancia y poder ocuparme de ella como lo hice en la parte que me tocaba, pero ahora... Si alguna vez me veo en la situación real de tenerlos imagino que me lo plantearía de verdad, continúo,  sin embargo, en mi situación, desde luego que no los tendría. Además, añado, a veces me da por pensar que se tienen los hijos de una forma muy inconsciente, como el que tiene un coche o se compra una casa: sólo porque ya va tocando… Cuando digo esto siento un clic interno como si me avisaran de haber violado con mis palabras algo muy puro. Como si hubiera franqueado un portón en el que pone Prohibido el Paso.
Y eso es sólo porque te lo estoy diciendo a ti, que ya andas respondiendo que sí, que es verdad,  que así también vosotros teníais antes los hijos: en cuanto os casabais y porque era lo que tocaba hacer. Con esa humildad, sin haberme llevado tampoco en esto la contraria, llega tu respuesta al desangelado recibidor que había tras esa puerta que me he atrevido a cruzar. Ahí me encuentro: estática, sin argumentos, avergonzada… porque cuando hablas de hijos estás hablando, entre otros, de mí.
Y porque hago un repaso somero y ya he contado mil ocasiones en las que siempre has estado cada vez que cualquiera de tus hijos te lo ha pedido. Esos mismos hijos que, según tú, tuviste de una forma tan inconsciente. Nunca ha sido ni es inconsciente tu papel ni tu responsabilidad. No lo es. Con toda esa inconsciencia no recuerdo ni un solo momento en que te hubieras puesto el primero en tu lista de prioridades. Tus prioridades siempre han sido las nuestras.
Por eso me callo. Porque mis palabras iban rematadas de la soberbia del que ve siempre los toros desde la barrera, y mi pose se perfumaba con la arrogancia del que cree que sabe. No tengo ni idea de lo que hablo y tú, encima, vas y me das la razón.
Dicen mis libros chinos que la máxima virtud es la humildad. Cuando aquel que no es humilde lee estas palabras, suele relamerse de gusto vislumbrando que en próximas ediciones ilustrarán ese párrafo con su foto. También dicen que no hay que irse muy lejos nunca para aprender lo que es la humildad porque cada día la vida te regala situaciones de sobra en las que te podrás topar con ella. Pero hay que estar alerta porque es tan pura que se te escurre de las manos con facilidad.
Sólo puedo darles la razón a mis libros chinos. Estos días casualmente ha surgido más de una ocasión para hablar de humildad propia o ajena y yo en todos los casos me he acordado de ti, que me das el ejemplo en cada momento que compartimos.

A mi padre


La suprema bondad es como el agua.
El agua todo lo favorece y a nada combate.
Se mantiene en los lugares
Que más desprecia el hombre
Y así, está muy cerca del TAO.
Por eso, la suprema bondad es tal que,
Su lugar es adecuado.
Su corazón es profundo.
Su espíritu es generoso.
Su palabra es veraz.
Su gobierno es justo.
Su trabajo es perfecto.
Su acción es oportuna.
Y no combatiendo con nadie,
Nada se le reprocha.
(Poema VIII del Tao Te King. Lo pondré en este blog tantas veces como haga falta)


Y esto es por tu gusto por el flamenco