miércoles, 22 de julio de 2015

¡¡ASÍ NO, DE SOSLAYO!!

Mi padre siempre cuenta que, en lo que a ir de aceituna se refiere, le sentaba fatal que mi abuelo le gritara la frase que titula el post.
Pongámonos en la situación de mi padre: ir de aceituna significaba que no le quedaba más remedio que levantarse muy temprano los fines de semana de enero para ir a recolectar el susodicho fruto de los olivos de mi abuelo, su suegro. En ese entorno hostil, el yerno ha de ser sumiso y acatar lo que el más longevo y experimentado de los dos tenga a bien indicarle, máxime si es el padre de su joven y flamante mujer. Máxime si es el dueño de los olivos.
Obsérvese a ese padre mío, antes de que yo fuera, tratando de agradar al suegro yendo, vara en mano, a atacar al primer olivo. Atiza el primer golpe, supongo que consciente de la mirada en su cogote de mi abuelo y, lejos de obtener aplauso, escucha desde dos direcciones, la trasera y la del eco que le devuelve la sierra, la sentencia antedicha:
¡¡¡¡ASI NO, DE SOSLAYO!!!!
Por más que la víscera me empuje a defender a mi padre que entonces no era, no tengo más remedio que darle la razón a mi abuelo.
Se entiende fácilmente: mi padre iba directo al olivo, empuñando la vara y soltándola en lo que podría definirse, una trayectoria perpendicular a la copa. Los más experimentados, como mi abuelo, bien sabían de la poca eficacia recolectora de la tal maniobra que además conllevaba un efecto dañino sobre el árbol. Por otro lado, impactando de soslayo, en una trayectoria que podría definirse como tangencial a la copa del olivo, el rendimiento en aceituna se aproximaba al cien por cien repercutiendo mínimamente en la integridad del frutal.
Sé que no hacía falta explicarlo pero me he visto obligada, pues no es la pretensión de este texto el instruir a la próxima cuadrilla de aceituneros, altivos o no, en la colecta de olivas sino la de explicarme un concepto taoísta que asocio a esta vieja y pequeña historia familiar*.
Al contrario de lo contado dos post antes acerca del Wu Wei o el arte de la no-acción, en este caso el concepto se refiere al modo correcto en que debe producirse la acción: nunca de forma directa.
Pero hay que matizar: si el asunto que nos ocupa es el de ir a por el pan, la acción ha de ser directa, es decir, voy a la panadería a comprar el pan y punto-pelota; no me voy indirectamente a la frutería de al lado porque por más que me empeñe, el chorizo lo quiero metido entre panes y no entre las dos mitades de un boniato. Cuando los textos orientales hablan de la forma indirecta en que hay que ocuparse de los asuntos, no se refieren a asuntos así de tangibles y cotidianos, sino a aquellos en los que al sujeto se le presentan deseos, anhelos, miedos y otras cuestiones más internas, universales e intangibles.
Imagina entonces ese asunto que hace que se despierten todos tus miedos y anhelos; ese asunto en el que siempre te atrancas; ese asunto que te vuelve torpe y asustadizo; ese asunto que no eres capaz de resolver.
Pongamos por caso que ese asunto es una relación tormentosa con un miembro de tu familia. Esta relación pone a prueba tu ego, te hace sentir ira, frustración, te lleva la contraria… Seguramente habrás intentado resolverlo muchas veces, esperando un resultado y obteniendo otro bien diferente; es probable que después de estos intentos el asunto se haya enrevesado aún más. ¿Cuál es la razón? Pues según el taoísmo, lo que te ha movido al atacar el asunto directamente y si eres sincero, ha sido la satisfacción que imaginabas al pretender que tu movimiento iba a obtener el resultado que querías. Seguramente tu deseo oculto era que tu familiar te diera la razón, traértelo a tu terreno… así el asunto estaría resuelto para ti de una forma directa. Acción y reacción.
Mis libros chinos, sin embargo, instan una y otra vez a la paciencia y no hablan de soluciones rápidas y directas. Invitan a que tengas en cuenta que en este tablero hay muchos más jugadores y a que ese asunto es la excusa que ha de servirte para que aprendas cuáles son tus carencias: todas ellas, dicho sea de paso, relacionadas con el mantenimiento de la autoimagen y con la satisfacción de nuestro ansioso e impaciente ego. Las resoluciones que propone el taoísmo indican que hay que avanzar con sutileza pero sin perder de vista tu objetivo, haciéndole comprender al ego que el único que sufre es él. Implican la corrección y el pulido de uno mismo lo que, indirectamente, repercutirá en el bien de todos los implicados y, por ende, en la resolución indirecta de ese asunto.
En resumen, que el asunto es la excusa para desarrollar la paciencia, el desapego, para ablandar los efectos del ego…y tu atención tiene que centrarse más en esa excusa que en el asunto en sí. Dicho de otro modo: lo que hay que hacer es abordar ese asunto de soslayo.
Volviendo a mis ancestros, mi padre pasó de varear los olivos de mala gana y de frente sólo por contentar a la familia política, cosa  que sólo provocaba daños en el árbol y en sí mismo -véase la bronca mi abuelo-, a abordar al olivo de forma indirecta, a darse cuenta que quizá tenía que modificar la forma en que agarraba la vara, a observar que su atención comenzaba a dirigirse al cuidado del árbol, a aprender a golpear de forma más eficaz, no brusca y sin importarle lo que dijera el suegro que, dicho sea de paso, comenzó a respetar de esta forma el trabajo de mi padre.
Y es así que, unas décadas más tarde, comprendo que mi abuelo, sin ser chino, nos dio a mi padre y a mí una buena lección de taoísmo aplicado.

Con un matiz: nosotros somos manchegos

En recuerdo de mi abuelo Heliodoro.

 *Es lo que ocurre si no tienes vacaciones y te pasas las siestas de este inhóspito verano leyendo las enseñanzas de la sabiduría oriental.

lunes, 20 de julio de 2015

Esa sensación a verano

Sabes a lo que me refiero, ¿verdad?
Seguro que sí y mucho más si dejas que las imágenes de lo que para ti es el verano se coloquen en la primera fila de tus recuerdos.
En los míos, podría decirte que esa sensación que quiero describir nació en las noches de verano de mi niñez. En la tregua que en los días de calor seco y siestas eternas, el sol nos otorga a los que habitamos en el interior. Surgió a mi lado, sentada conmigo en la acera aún caliente, quemándome las piernas por debajo de mi falda azul; mirando las estrellas bajo el run-run de la conversación de las vecinas del corrillo; en el sonido de los saltamontes al chocar contra las paredes donde las farolas nos daban luz y mosquitos: qué miedo me daban… En esas horas tardías que, por aquel entonces y sólo porque era verano, mis padres me dejaban estrenar.
Ahora sí que sabes de lo que te hablo aunque quizá tú lo asocies con una playa o un río, o con las risas de tu pandilla, o con las fiestas del pueblo, o con algún amor de verano… con cosas así. Y también sabrás que esa sensación te asalta de forma súbita en otros momentos de otros veranos aunque no estés en la playa o ya no te quemes las piernas por debajo de ninguna falda; de repente la notas, con su toque de inocencia, de frescura, de parsimonia, de no hacer, de disfrutar porque sí…
La otra noche me pasó y ni siquiera estaba en la calle respirando el único aire fresco de todo el día. Estaba dentro de una tetería en una ciudad sin alardes: la mía. Habíamos llegado sin saber muy bien qué íbamos a ver, sólo que Mariana, nuestra amiga, recitaba poemas entre las canciones de Luis, amigo suyo. Un concierto interrumpido, según ella. En el local había muy poca gente pero me doy cuenta que a la mayoría los conozco. Este tipo de detalles son los que, de un tiempo a esta parte, me van susurrando despacito que soy de aquí, a mí que, sin haber salido de la provincia, no me identifico con ninguno de los lugares en los que duermo.

Comenzó el concierto y la voz argentina de Mariana se columpiaba entre las notas de la guitarra de la que Fabián, amigo de Luis, arrancaba suavemente estándares de jazz. Sin darme cuenta fui recostándome en la silla; al cabo de un rato descubrí que sonreía mientras escuchaba… Entonces, en medio de esa parsimonia, la reconocí: era esa sensación, otra vez, asaltándome en esa noche de verano.
Los poemas de Mariana, el jazz de Fabián, la voz ondulante de Luis saltando entre graves y agudos, yendo y viniendo como olas del mar, trayendo a mi orilla los recuerdos de los que antes te hablaba: el camión de mi vecino aparcado en la puerta, los juegos de los niños del barrio hasta altas horas de la noche; el golpeteo de los saltamontes en las paredes, el sonido de los grillos, el tomate con sal que alguna de mis vecinas cenaba en el corrillo. .. Silvia, sentada a mi lado, me saca de mi pasado y me cuenta que se siente la protagonista de un anuncio de KAS* de los noventa, ¿te acuerdas?, me pregunta. Sí, parece que a ella también le envuelve esa sensación a la que no puedo ponerle nombre.
Terminaron el concierto, los poemas y los estándares de jazz pero seguía oliendo a verano y no nos entraban ganas de volver a casa por más que apremiara el madrugón que nos esperaba en unas pocas horas. Pedimos otra ronda a ritmo de rumba y ya no estábamos en la tetería sino en la verbena de las fiestas de mi pueblo. Así no había manera de despegarse el verano de la piel…
Pero la alarma de la responsabilidad nos empujó a regañadientes a casa, recordándonos que el sueño de esa noche no pasaría de una siesta larga.
El camino de vuelta lo hice acompañada de los artistas, que pararon a tomar la última en un local cerca de mi casa. Yo seguí mi camino aún envuelta en esa sensación a verano a pesar de no ser ya esa niña que se asustaba con los saltamontes o que el mar rompiera a muchos kilómetros de la calle por la que caminaba, y es que debe haber algo de imperecedero en esa sensación que me contenía, algo así como la certeza de nuevos comienzos…
En fin, sigo sin poder definirlo pero ya da igual porque sé que sabes de lo que hablo. Y además, en este caso, las palabras son lo de menos: me quedo con la frescura indescriptible que la otra noche me trajo esta ciudad sin alardes que cada vez es más mía. En esta misma ciudad que, dándole a Silvia la razón, me sentí por un rato la protagonista de un anuncio de KAS de los noventa.

* Ya me gustaría que esta entrada estuviese patrocinada, pero no.
** Foto y vídeo, de Cristina.

lunes, 13 de julio de 2015

La enseñanza que escondía mi pirindola

Pirindola es una palabra viejuna, tan viejuna como el objeto al que representa. Sencilla hasta la vergüencita si la comparamos con las tablets con las que se entretienen los niños hoy en día.

La mía era roja y blanca pero no aparece en google

De muy pequeña yo tenía una pirindola. Creo que aún no sabía ni leer. Era roja y blanca con dibujos en negro por todo el canto. Me acuerdo de su tacto, me encantaban sus bordes redondeados y suaves y aparte de la alegría por hacerla bailar, me gustaba precisamente pasar las horas muertas explorando sus contornos.
Pero mi pirindola era un poco traviesa y se me perdía con mucha facilidad. Recuerdo de forma muy viva una imagen de mi misma, arrodillada delante del cajón donde solía guardarla, poniendo patas arriba el metro de costurera de mi madre, el papel blanco y fino con el que recortaba los patrones, las tijeras, una regla grande de madera donde a mis hermanos y a mí nos gustaba dibujar… pero la pirindola caprichosa, cuando estaba por esconderse, no había manera de encontrarla. Ante mi impaciencia mi madre me propuso que dijera “ya saldrá” cada vez que se perdiera y ese ya saldrá se convirtió así en mi particular manera de invocar a la pirindola ausente.
Pronto descubrí que esas palabras eran mágicas pues funcionaban de dos maneras diferentes: si decía ya saldrá y me olvidaba de verdad de la pirindola poniéndome a jugar a otra cosa, de repente aparecía en el lugar más insospechado y cuando menos lo esperaba. La sorpresa y alegría eran mayúsculas en ese caso. Si por el contrario pronunciaba el ya saldrá con fervor, con pasión, con angustia ante la posibilidad de que no apareciera, mi pirindola, efectivamente, no aparecía. Ya saldrá me repetía revolviendo una y otra vez en el cajón; ya saldrá; mirando debajo del mueble de la salita; ya saldrá, si seguía buscando en la mesilla de mi habitación… Pero nada. Cuando en este caso volvía a recuperar la pirindola no me hacía tanta ilusión como en la situación primera, por el contrario surgía el miedo ante una nueva pérdida y la codicia me impedía prestársela a mis hermanos.
Esa historia y ese ya saldrá, ha sido una de esas anécdotas vitales que siempre he recordado con cariño e indulgencia de parte de la adulta que soy ahora a la niña que entonces era.
Pero hete aquí que últimamente leo mucho en chino y cada vez estoy más convencida de que los antiguos sabios orientales eran conocedores del arte de vivir. El Wu Wei del Taoísmo es el arte de la no acción, entendido no como quedarte tipo ameba a verlas venir, sino como el ahorro del empeño, el prescindir de la obcecación por la búsqueda de la consecución de los deseos; la práctica de la aceptación de cada acontecimiento que llega a tu vida; la humildad al reconocer que todo lo que nos pasa es necesario para el desarrollo de nuestro potencial. No caer en la tentación de recorrer el camino directo y de rápida resolución hacia el que siempre nos quiere llevar nuestra mente y permitir, como dicen mis libros en chino, que tenga lugar el movimiento zigzagueante del que Lo Creativo se sirve para resolver cada cosa que sucede. Desapegarse de esa resolución que queremos que ocurra y confiar en que lo que venga por sí mismo será lo mejor para nosotros. Todo un arte. Nada fácil para seres cuyo ego es fundamental, por definición, para la vida.
Leyendo esos pasajes yo me acuerdo de mi pirindola y de las dos posibilidades de afrontar su pérdida. La primera de ellas, confiada, desprendida, humilde… aceptando sinceramente los hechos sin permitir que el resto de mis actos y juegos estuviesen condicionados por la pérdida y el afán de búsqueda. Puro Wu Wei.
La otra posibilidad, cargada del anhelo por encontrarla, me llevaba al sufrimiento y al llanto, a revolver por revolver en los cajones, desesperada por hacer algo para que apareciera. En definitiva, a no desprenderme de su ausencia, a no disfrutar de otros juegos mientras tanto. Actitud anti Wu Wei.
Es ésta una enseñanza que me ronda desde hace un tiempo y me doy cuenta que algunas de las últimas entradas de este blog están relacionadas con ella. Debe ser que es algo que tengo que aprender ahora pero que necesito abordarlo desde múltiples perspectivas para que lo asimile cada una de mis células. Quién sabe.
Mientras la enseñanza me cala de verdad o no, yo intento jugar con lo que tengo delante y saborear las situaciones que me llegan. Y si algún anhelo entra en mi mente, si me invade el ansia por llegar pronto a una meta inexistente, respiro, confío, llamo a la paciencia y muy bajito me digo: ya saldrá.

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