sábado, 24 de enero de 2015

Nepal y la Ley de los Gases Ideales

UBICACIÓN: Sala de Espera de Escritos en Ciernes.
- Venga, a ver a quién le toca ahora, que estamos en racha.
- ¡A mi!
- ¡¿Qué?! NO, NO, NO… Me niego. No más escritos que mezclan ciencia con lo etéreo. ¡NO! Quiero otro que tenga más que ver con lo paisajístico de Nepal.
- Di lo que quieras, me toca a mí. Mira qué gordo estoy: a punto de explotar.
- Que no, que quiero otro así descriptivo que me evoque aquellas tierras.
- Ven y asoma un poco más la cabeza. Mira tus escritos descriptivos: ahí echados a la siesta. Sin embargo, míranos a nosotros: los escritos absurdos y los absurdo-científicos estamos que lo tiramos, peleándonos por salir. Además, yo tengo que ver con Nepal, no me digas que no.
- Eso es verdad… pero entonces, si concedo ¿me dejaréis que escriba otra cosa? ¿Algo diferente? Es que no quiero ser un coñazo.
- ¿Coñazo? A ver, ¿tú para qué estás aquí?
- ¿Aquí? ¿Aquí en la Vida? ¡¡No me digas que lo sabes!!
- Me refiero respecto al blog. Tú estás aquí para desatascar esta sala. Para nada más. Si eres un coñazo, lo eres y punto-pelota. Así que enciende el ordenador y sácame guapo
- Joder con los escritos en ciernes…

Primero un flashback
Ciudad Real, parque del Torreón. Fecha indefinida entre 1998 y 2000. Varios estudiantes de Ingeniería Química están sentados en corro alrededor de un barreño de calimotxo contribuyendo con ello a la distinción y estética de la ciudad. También a la educación de los niños que a esas horas salen del colegio.
Uno de los estudiantes, sexo femenino para más señas, se aprovecha del hermanamiento del momento y del burbujeo con el que el exquisito cóctel cosquillea en sus sienes para  abrir su corazón y, esperando complicidades, preguntar al resto: - ¿Pero de verdad vosotros os veis trabajando en una planta química?-
- Si- contestan casi al unísono la mayoría. Los que no han contestado verbalmente cabecean de arriba abajo.
Sin más, la conversación vira a la práctica de alguno de tantos juegos que suelen acompañar a tal escena etílica. Quizá el Un Limón- Medio Limón. Quizá Los Marcianitos. Qué más da.

A continuación, el tiempo actual
Poco imaginaba yo en mis años de estudiante que lo aprendido en la carrera me iba a influir de esta manera.
El caso es que desde poco después de la apertura de este blog cuando comencé a enrollarme con la Física Cuántica y la Vida, me iba sorprendiendo de cómo la ciencia me sirve para explicarme procesos que aparentemente nada tienen que ver con teoremas o leyes físicas y químicas.
Y no es que esta tendencia sólo me afecte en mi vida cotidiana, no. Es que se ha venido conmigo a Nepal.
Como ya me he comido mucho espacio con la dichosa introducción voy a tratar de ser breve y a ir, sin más dilación, al desarrollo del asalto que la ciencia tuvo a bien obsequiarme por entre las montañas del Valle de Pokhara.

El escrito
Cuando estás en tu rutina te apañas, crees que te conoces. Sabes que, más o menos, después de A, toca B y luego C. Y tu cuerpo se ha hecho a eso. Y tus actos han horadado una senda de costumbre que poco invita a la sorpresa. Existen incomodidades: hay cosas por hacer dentro de ti pero el hábito pesa y mantiene a raya eso que te incomoda, dejando que salga sólo de cuando en cuando. Y así vas manejándote.
Salir de la rutina es excitante pero también tiene sus riesgos. Te imaginas pletórica en todos los momentos que dure el periplo. Pero resulta que allá donde vayas va también tu incomodidad latente. La piedra en el zapato. Los fantasmillas de una que, sin rutina que los cerque, pueden descontrolarse y hacer que te sientas confundida. De repente buscas a esa persona que estás acostumbrada a ser y no la encuentras. Los fantasmas han tomado el poder. Y los quieres espantar pero no sabes ni cómo.
En efecto, mi mochila venía cargada de unos cuantos de esos fantasmillas que me hacen tropezar y cuestionarme cosas profundas de vez en cuando. Me tocó negociar y lidiar con ellos. Llegamos a un consenso incluso. Pero preguntándome a mi misma el porqué de tan inoportuna visita cuando menos lo esperaba, el silencio y la concentración del lluvioso segundo día de senderismo provocó el advenimiento de la revelación que respondió a tal cuestión, dándole mayor empaque a la anterior reflexión sobre la rutina y sus cercos. La respuesta venía envuelta en ciencia y me remitía a La Ley De Los Gases Ideales.
Esta ley viene a decir que cuando la materia está en estado gaseoso su volumen se relaciona directamente con la temperatura e indirectamente, con la presión. Y se acompaña de una ecuación que mi benevolencia ha considerado innecesario transcribir.
Imaginamos un globo, ¿recuerdas lo que te llamaba la atención en tu infancia cuando se hinchaba si lo dejabas al sol? El gas que tiene dentro al aumentar la temperatura, ha expandido su volumen.
El mismo globo al apretarlo, esto es, si aumentamos la presión, no tiene otro remedio que menguar y disminuir su volumen. De igual forma si aflojamos la presión el gas se expande.
La Ley de los Gases Ideales está tirada.
Volvamos a Nepal. Y en concreto a tal día de silencio e introspección.
Mientras caminaba a unos dos mil metros de altitud se me ocurrió que a la inmaterialidad de mis fantasmas les podría aplicar una cualidad gaseosa ya que aunque no pudiera ni tocarlos ni verlos, los sentía. Como le pasa al viento. Los visualicé colándose entre mis intersticios, inmiscuyéndose en mis procesos metabólicos, entorpeciendo mis funciones vitales. Y mis fantasmas se reprodujeron dentro y gestaron emociones, también hechas de gas. Y fue así como parieron un vapor de tristeza que se amarraba a mi válvula mitral; convencieron al miedo para que se hiciera okupa en mis glándulas suprarrenales; giraron muy fuerte para que un huracán de ira succionara la bilis directamente de mi hígado y modelaron bocanadas de obsesiones para que se parapetaran justo en la puerta que daba acceso a mi estómago.
Estaba llena de burbujas.
Si estás llena de burbujas fantasmales y subes por las montañas, ir cada vez más alto significa que gradualmente hay menos atmósfera sobre tu cabeza. Si hay menos cantidad de atmósfera sobre tu cabeza, hay menos presión sobre ti y al haber menos presión sobre tí…los gases ideales y los fantasmas se expanden. Y en concreto, según mis estudios, la expansión de los fantasmas emocionales implica que incluso sobresalgan de tu cuerpo de tal forma que podrás verlos delante de ti. Ahí, desnudos. O en ropa interior roja si es nochevieja.
Pero ¿sabes? Cuando un gas se expande es aun más ligero. Lo mismo le pasa a esos fantasmillas. Y pierden poder. Es entonces el momento en el que tienes que aprovechar para negociar. Para atreverte con ellos. Quizá hasta es posible que intiméis y te cuenten de dónde vienen y qué hacen dentro de ti.
Yo te aconsejo que por más que tus fantasmas te hayan incomodado en tu vida, no seas demasiado duro con ellos. Una vez fuera de ti, dales la mano y haz que te acompañen. Pregúntales lo que se te ocurra. Verás que en el fondo son entidades muy inocentes que estaban un poco confundidas.
Una vez descubierto, ¿qué ocurre con el fantasma? ¿Se va totalmente? No, no se va del todo. Pero dentro de ti, y cuando hayas vuelto a tu estado habitual, se habrá vuelto pudoroso. Quizá hasta un aliado. Y te dará toquecitos suaves cuando vea que lo necesitas para que no te descuides y recuerdes lo que te enseñó.
Pero, un momento, que no hace falta irse a Nepal para ver a tus fantasmas si es que quieres hacerlo. Lo mío ya te digo que fue algo completamente inesperado. Pero aprendí allí que lo que hay que hacer para mirarlos a la cara y dejarlos libres poco a poco es ir disminuyendo la presión que ejercen los prejuicios, las ideas preconcebidas, la autoimagen, el qué dirán. El miedo. Esa será la única manera para que tus fantasmas, igual que los gases ideales en plena expansión, se abran paso y te vayan dejando cada vez más ligero de equipaje.

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También aquel día tuvo banda sonora y, aunque el tam-tam de la lluvia sobre mi capucha podría haberme remitido a ritmos africanos, en mi cabeza resonaba esta canción. Conforme ascendía mi mochila seguía manteniendo su peso pero mi equipaje se iba volviendo más y más ligero.



lunes, 19 de enero de 2015

Ciudad Real rima con Nepal

Según el Google Maps, Ciudad Real y Nepal están separados por 8028 kilómetros.
Mantén ese valor en tu mente a lo largo de todo el texto. Al final sabrás por qué.
Nepal. Allí entre China e India.
Pongamos que vamos a iniciar un desplazamiento a pie desde una pequeña ciudad nepalí llamada Dhulikel hasta un monasterio llamado Namo Buddha.
Pero antes abrimos paréntesis para indicar que en Dhulikel, y en concreto en la Guest House del señor Purna, hemos celebrado la Nochebuena cantando en corro un villancico en el rellano de las habitaciones; que he dormido poco y mal sobre una tarima; que cuando entraba en el baño me venía a la cabeza la mítica frase de Blade Runner he visto cosas que vosotras no creeríais con la que empezaré la crónica que les tengo preparada a mis amigas acerca de los lugares en los que…esto… he depuesto y miccionado, me he duchado. Pero que, además, desde su terraza se ven los Annapurnas; que allí he tomado el mejor desayuno de mi vida; que por la noche cené una sopa de setas que no voy a olvidar y que éso, junto a la amabilidad del señor Purna, han hecho que le declare abiertamente mis ganas de pasar una temporadita en su casa para que me enseñe las artes de la cocina nepalí. Se ha reído y ha dicho que bueno. Pero yo me guardo una tarjeta de aquel lugar por si las moscas.
Volvamos al motivo del texto, que la persistente gula post-viaje hace que me pierda…
Para salir de Dhulikel hay que subir un montón de escaleras que llevan a un claro en el que hay un buda dorado y gigantesco. Después el paseante atravesará aldeas unidas por caminos de tierra. Será fácil ver que la vida de la gente está perfectamente integrada con la naturaleza. Será fácil ver cómo se ocupan de sus pequeños huertos, o cómo grupos de mujeres están preparando las raíces de cúrcuma, o cómo el tiempo transcurre lento mientras una muchacha se seca el pelo al sol… y es que el viajero puede observar la vida porque la vida transcurre fuera de las casas.
En algunos puntos del recorrido se puede distinguir el pico del Everest y en casi todo el trayecto, como suspendidos en el cielo, varios ochomiles vigilarán tus pasos. Es posible que confundas la realidad ante tus ojos con un bucólico fondo de estudio fotográfico apto para reportajes de primera comunión. Es normal. Las montañas apabullan. Y parecerá que las tengas encima cuando en realidad se encuentran a muchos kilómetros de distancia.
Pero volvamos al texto, que me pierdo de nuevo. Estaba hablando de cómo llegar a Namo Buddha.
Aparte de los caminos, existe otro acceso al monasterio. Se trata de una … ¿carreterilla? de piedras. Pero piedras-piedras, por donde sólo autobuses aguerridos y no occidentales se atreverían a circular. Y se atreven.
Quizá al aproximarte más al monasterio te percates de que hay algo asimilable a una romería pero en nepalí: con sus banderillas, su jolgorio, sus jóvenes bolingas a tempranas horas de la mañana… y con la diferencia de que en vez de Camela está sonando… el Camela Nepalí. Y que los jóvenes bolingas, aparte de bolingas, son más educados que los bolingas españoles. Todo hay que reconocerlo.
Ya me he desviado de nuevo. Perdona, que no es esto lo que quería decirte…
Pues eso, que cuando por fin llegas a Namo Buddha observarás que su silueta gobierna la zona desde un altozano*. Y que las ondas del paisaje dibujan valles cada vez más profundos.
Esta cosa la puedes ver desde el altozano*

El monasterio es grande. Muy bonito. A su lado, en otro altozano*, hay un lugar sagrado de peregrinaje para los tibetanos del que se dice que una reencarnación anterior del Buda se dejó comer por una tigresa y sus cinco cachorros. Tal era el desapego que el hombre tenía hacia su cuerpo.
Pero tampoco es éste el objetivo de esta entrada. 
No sé si lo habré conseguido con tanto irme por las ramas pero al final, todo el texto anterior es una vana excusa para transmitirte que por aquellos parajes me sentí recóndita. Y también exploradora. Y aderezaban mi mente frases como ¿qué hace una Manchega en este lugar? Y mi vanidad se sintió pionera. Y mi vez allí era la primera vez allí de toda Castilla-La Mancha. Así de épico todo.
Pues bien ahora procedo, de verdad, a contarte lo que allí acaeció.
Nos alojamos en Namo Buddha, ya sabes. Templo budista, lo sabes también. Y una vez asignadas las habitaciones y habiendo liberado nuestros hombros de las mochilas nos dispusimos a salir a dar una vuelta. Probablemente a comer o a cenar. O quizá a lavarnos la ropa. O a tomar el sol a la terraza. No recuerdo bien porque lo que ocurrió después hizo que se nublaran los instantes anteriores al hecho. Como si de un accidente se tratara.
Salimos de la habitación, momento en el cual un nepalí atraído por nuestro cotorreo se dirigió a nosotros en PERFECTO español, desarrollándose la conversación que a continuación trataré de transcribir con la máxima fidelidad:
- ¿Españolas?-
- ¡Si! (con estupefacción). Anda, hablas español-.
- Es que soy guía de viajes para gente de habla hispana. He venido acompañando a una uruguaya y a un argentino-.
- ¿Pero eres de aquí de Nepal? (estupefacción persistente)-.
- Si, si… (risas)-.
- (Susurrando: Qué fuerte, Mari. No me lo puedo creer: aquí en Namo Buddha hablando español con un nepalí). ¿Y cómo habéis venido?
- En bici-.
- ¿¿Si?? ¿Por la carreterilla de piedras?
- Si… jajaja (risas one more time. El sujeto es particularmente risueño). Claro, ellos querían hacer la ruta en bici-.
- Ostras, hablas español perfectamente, ¿eh?-. (Catetismo en grado sumo).
- Si bueno, jajaja. Es que he estado varias veces en España... ¿De qué parte de España sois?-.
- Nosotras de Barcelona-.
- Ah-.
- Y yo de Ciudad Real… quizá ni te sue…-
- ¡Anda, de ahí es mi mujer!-

...Y fue así como en ese recóndito lugar de ese recóndito y lejano país yo, que disfruto muchísimo jugando al juego de darle a todo una explicación trascendente y universal, comprendí que esa era la señal que el cielo me mandaba para indicarme que me hallaba en el lugar que me correspondía. Que estaba en el camino de encontrar mi propósito vital...

...Pero, vamos... que me quedé loca.



*Comando de recuperación de palabras. Ésta me gusta y pienso usarla todo lo posible.
Si te entra la curiosidad, aquí tienes la página web del guía: http://www.rutasnepal.com/


jueves, 15 de enero de 2015

Cariño antes, durante y después

ANTES

Que encuentres lo que buscas, me dices al despedirnos. Y lo he tenido presente todo el tiempo que ha durado esta aventura.

Vuestras ganas de que quedemos antes de irme. Para nada en especial. Para desearme buen viaje. Y además, por si me quedaban dudas, para que yo sepa que estáis a mi lado.

Tu sonrisa. Y la tuya. Y también la tuya. Pásalo bien. Disfruta mucho. ¿No te irás a quedar? Pues mira, no lo sé. Es tanta la gente que me dice lo mismo que ya sospecho si no estaré emitiendo señales de huída a las que yo no tengo acceso.

DURANTE

¿Qué tal llevas los ochomiles? ¿En ese sitio hay Nochebuena? Ya te avisaré yo para Año Nuevo que allí lo mismo tampoco cambian el año.

¿Va todo bien?¡Que lo aproveches! Sí, aquí estamos bien. Nos acordamos de ti. ¿Tienes ganas de volver? No. Obviamente, no.

El que tropieza y no cae, adelanta terreno, dijiste en el momento oportuno.

Abrazos. Risas. Ojos que hablan. Manos que aprietan en el momento y con la intensidad justa.

DESPUÉS

¿Sabes? Sí que encontré cosas. Algo en mí intuía que el camino de baldosas amarillas me llevaría a rincones fangosos de mi ser. Pero me pilló valiente. Me reencontré con mi obstáculo pero torpemente, lo reconozco, esta vez me enfrenté con él. Gracias porque tu frase fue mi aliento.

Tenemos que quedar y que nos cuentes. Claro, además os he traído una cosita. Pequeña, que en la mochila el espacio es limitado.

Tu alegría cuando nos vemos de nuevo. Pero la de tus ojos. Tus ganas de que te cuente. Y yo sin saber por dónde empezar.

Uf, esta gula. ¿Será normal? ¿Será fruto del jet lag? ¿No tendría que haber pasado ya? Ni idea pero tengo necesidad de comer mal a todas horas. De comer dulce. Sí, sí, me he alimentado bien. Mejor que bien. La comida nepalí me ha encantado. Todo allí, la verdad.
Laura, éste es el último mantecado de limón que tenía en casa. Como dijiste que eran tus preferidos, te lo traigo para que acompañes el café.

Y de nuevo tus ojos, y los tuyos y los tuyos, devolviéndome sonrisas. También por escrito.

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Dar algo, lo que sea, en Nepal implica recibir elevado a una alta potencia. Pero también aquí. Cada mensaje, cada gesto nimio es transformado y devuelto multiplicado por mil. La generosidad, el cariño y el amor son universales, gracias a Dios.

No todos los días anda una lo suficientemente lúcida como para darse cuenta del amor que le rodea.

GRACIAS

Bucólica representación del AMOR. En rojo nepalí 



miércoles, 14 de enero de 2015

Unishma Dahal


Unishma Dahal es una niña muy aplicada. 
Me pregunta cómo se dice "I like you" en español. -Me gustas-, le digo. Ella lo apunta en su libreta y me sigue contando que por la zona en la que ahora paseamos estuvo hace poco de picnic con sus amigas del colegio.
Unos metros más adelante ella, su prima y su hermano se paran. Ya no les dejan alejarse más. Nos despedimos. Adiós Unishma, le digo. Y ella, mientras agita su mano y la distancia nos va separando, me grita: ME GUSTAS, LAURA.


Si nos tenemos en el facebook seguro que ya conoces esta pequeña historia. También quiero que se guarde aquí. Además, es posible que pronto te cuente más cosas que pasaron aquel día.

domingo, 11 de enero de 2015

Raro

Una vez dentro de mi casa sólo pienso lo normal: que me gustaría ser Juanjo Millás para poder describir como él hace, la extrañeza de sentirme tan ajena al lugar que dejé hace más de dos semanas.
De pequeña también me gustaba esa sensación cuando volvíamos de las vacaciones de verano y de repente me parecía que éramos intrusos explorando los rincones en los que se desarrollaba nuestra vida.
Hoy, de nuevo, invado mi territorio y me aprovecho de este punto de vista efímero para comprobar que me gusta el tono fucsia que le dan a mi cuarto los mandalas y la persiana que colgué no hace tanto. Me valgo de esta mirada de visitante y siento mi casa acogedora.
La cocina resplandece con esta luz de mañana fría y despejada que se cuela por el cristal de la puerta que la separa del patio. Llegar hasta aquí bajo esta luz también ha sido extraño. Normalmente a estas horas en un día laborable como lo es hoy, ando enfrascada con el Excel o preparando disoluciones rodeada de matraces y pipetas. Pero hoy no. Hoy he caminado con paso lento desde la estación de tren. Recreándome en los colores de la mañana y teniendo cuidado de no resbalar en los tramos congelados de la umbría. Aplicando la manera de caminar que he desarrollado en las montañas: dejando caer todo mi peso en cada paso.
El trayecto también ha tenido un punto inaudito: unos niños montados en los patinetes que seguro ayer les dejaron los Reyes me preguntan que por qué voy así. Qué raro, pienso. En las latitudes de las que vengo sí es normal que los niños se dirijan a ti, que te agarren de la mano y quieran jugar. Que les llame la atención el color de tu piel. Que te pregunten cuál era tu asignatura favorita o te pidan chocolates pero ¿aquí? Quizá es que debo seguir desprendiendo algún tipo de halo atractivo para ellos, pienso con vanidad propia del flautista de Hamelín. -¿Así cómo?- Le pregunto, una vez fuera de mi reflexión, a la niña que me ha dirigido la palabra. - Pues así, con pantalones de verano-.
Miro hacia abajo y sonrío. Le cuento que llevo unas mallas debajo de tanto estampado vaporoso y que por eso no tengo frío. No me pongo a explicarle que he dejado casi toda la ropa que llevaba en ese país lejano del que vengo porque había que elegir entre lo que llevé y lo que compré. Entre lo viejo y lo nuevo. Y que elegí darle paso a lo nuevo en sentido literal y figurado.
En cualquier caso, su apreciación me hace darme cuenta de que de esta guisa, mezclando lo oriental con zapatillas de senderismo en una combinación que jamás llevaría en mi vida habitual, me he paseado sin recato por dos continentes. Tres aviones se han encargado de transportar mis huesos por escenarios de lujo cambiante. He viajado en la burbuja espacio-temporal de un trasbordo de siete horas ocupando con ello el tiempo más improductivo y legítimamente ocioso que recuerdo. Ni por leer me ha dado. Si acaso un poco de escritura para seguir trazando el relato de los días anteriores. Siquiera un esquema de los hechos. Siquiera un esqueleto de índice sobre el que más tarde, me digo, seguir añadiendo vivencias, pensamientos y emociones. Me he limitado a dejar pasar el tiempo y el tiempo ha corrido rápido, compadeciéndose de mí.
Tan, tan raro todo.
Me he caído de sueño en el lujo de un asiento de cuero en el aeropuerto de Qatar, mecida por el mantra recitado por la señorita de la megafonía. ¿Qué estaría diciendo con aquella frase que para mí siempre terminaba en Qataría? Qataría, Qataría, Qataría… Y mi cabeza oscilando de izquierda a derecha deseando que, tras esta niebla, azafatos irreales nos indicaran amablemente el lugar de la puerta de embarque, permitiendo que mi estómago desacompasado engullera sin criterio horario el contenido de una sucesión de bandejitas que se colocaban por orden incierto en el soporte de mi asiento. 
Mis biorritmos andan locos y yo sólo manifiesto gula y sueño.

Y ahora pienso que no sé cuánto durará esta burbuja, pero siento que aquí dentro es donde debo recomponerme. Mientras una realidad difuminada sigue su curso ahí afuera me dedicaré a asimilar experiencias en mi imaginario. Como un feto en autodesarrollo seleccionaré las enseñanzas que quiero que me acompañen de aquí en adelante; incorporaré las emociones y vivencias descolocadas con las que ahora comparto este raro líquido amniótico. Y desecharé por mi nuevo conducto umbilical aquello que ya no quiero ser. Aquello que se quedó allí, lejos. Exorcizado por la luz de diez velas a la orilla del lago Phewa, en Nepal.

El susodicho