martes, 28 de octubre de 2014

La Física Cuántica y la Vida. Crecimiento Personal vs Cuantificación de la Energía

Ordenador, a punto.
Mesa, despejada de posibles estímulos: adiós, libros de yoga; adiós, cuadernos con anotaciones de relatos en cuarentena que no sé si alguna vez se desarrollarán, a este paso.
Ventanas, cerradas a cal y canto para que ninguna entidad con cuerpo o sin él venga a entorpecer este escrito.
Compromiso, atrincherado entre mi silla y la puerta de la habitación. Por cierto que sigue conservando la imagen de señora mayor regordeta y con mandil que tanto me recuerda a mi abuela. Está sentada en una mecedora desde donde me mira ceñuda por encima de las gafas. Además está haciendo ganchillo y si sigo el recorrido desde su aguja inquieta hasta el final de la labor, me encuentro con que la cadeneta es en realidad un nudo que amarra mi tobillo a la pata de la mesa. Con tres vueltas.
Hoy no me escapo.
Y es que ha sido duro para las dos tomar conciencia de que fue en Julio, ¡EN JULIO!, cuando empecé esta serie. No vale de nada decir eso de que el tiempo pasa muy rápido, que estuvieron las vacaciones de por medio y que blablabla… Tres meses como tres soles.
Tampoco sirve excusarse en las resacas post-Post. Algunos me dejan un poco exhausta y más si he sido poseída por Fuerzas Pululantes de la Creación (en adelante, FPC).
A propósito de fuerzas extrañas y poseedoras, por fin pude leer lo que la del otro día escribió en mi espacio y bueno… discrepo un poco en algunas cosas.
Para ellas debe ser muy fácil explicarse el propósito de nuestra vida con esas perspectivas que tienen; me refiero a lo que decía sobre tener la conciencia de esa especie de carrera en pos del crecimiento personal. Si nosotros lo supiéramos… Si los anuncios de Lancôme o de Coca Cola o las radios a todas horas o paneles publicitarios gigantes al lado de los de Decathlon nos lo estuvieran recordando día tras día; si lo escucháramos en el hilo musical del Mercadona, si se hablara de ello en el portal de casa, en los corrillos vecinales, mientras se espera a los niños en la puerta del colegio… otro gallo nos cantaría y nos ocuparíamos, confiados, de nuestro propósito vital: nuestra evolución, al tiempo que atenderíamos el quehacer diario. O acaso transformaríamos el quehacer en excusa para la evolución.
Pero la realidad occidental es que uno no se levanta un día, se calza el pantalón, sonríe satisfecho y dice “Ala, voy a aprovechar este, mi día, en seguir desarrollando mi conciencia. Así, voy a ver si consigo darle un abrazo a mi compañero de trabajo, ese que me cae como el culo. Será el paso necesario en mi actual crecimiento personal”.
Discrepo, la verdad. Más bien uno cuando se levanta, si lo hace con buen talante, como mucho se propondrá pasar el día lo mejor que pueda, hacer las cosas lo mejor posible, no agobiarse con las ocupaciones o las no-ocupaciones, por desgracia. Y si en todo este proceso consigue crecer como persona, se dará cuenta a posteriori. Con los años.
Señoras FPC, aquí en el planeta Tierra el camino de cada cual sólo puede comprenderse al mirar hacia atrás. Y nos daremos con enormes cantos en los dientes si conseguimos aprender algo de lo que nos haya pasado en el recorrido.
Pero está bien, aprecio que nos dé su punto de vista. Y si es verdad que estamos aquí para crecer y sortear las pequeñas o grandes piedras que encontramos en nuestro caminar, no me parece mal punto de partida para trabajarse el bienestar diario.
…Pero yo he venido aquí a hablar de mi libro. Y mi Compromiso-Señora en mecedora ya está balanceándose impaciente, haciéndome saber que una vez más me estoy yendo por las ramas.
Le digo con la mano que tranquila, mujer, que toda esta introducción me sirve para hablar de lo que quiero porque sí, he de reconocer que la interrupción de la FPC el otro día me viene muy bien para lo que hoy voy a contar y que es lo siguiente:

Antes de la posesión pululante yo estaba escribiendo sobre los efectos que iba provocando el yoga en mí cuando empecé a practicarlo. No sé si a todo el mundo le pasará igual. Tampoco termino de comprender muy bien la alquimia por la cual el adoptar determinadas posturas y movimientos, respirar de tal o cual forma y cantar mantras puede ir consiguiendo que una persona se conozca mejor; que aprenda a quererse, a perdonarse cuando ha sido torpe, a no fustigarse si algo sale regular… pero así fue. Así va siendo. Y ante la evidencia de la experiencia, poco puede decir la teoría o la incredulidad. O eso, o que me pilló en época de ir madurando y al final había que hacerlo y quererse sí o sí… por seguir alimentando algún tipo de absurda duda.
Lo que más valoraba y valoro yo del yoga es que te da autonomía, es decir, que te demuestra que tu bienestar es únicamente patria potestad tuya y no depende de estímulos externos que, dicho sea de paso, si vienen son gratamente celebrados. Pero esa autonomía no es gratuita. Conlleva un trabajo constante a muchos niveles hasta el momento en que ya lo integras en tus costumbres. Investigas sobre ello y descubres, lees y experimentas que estar bien implica que tu cuerpo esté sano y que tus relaciones lo estén; que esa persona que tan mal te cae, posiblemente te esté mandando un mensaje de mejora que sólo tú puedes descifrar… y claro, eso no es bonito. Ahondar en tu mundo inevitablemente deriva en el descubrimiento de partes de ti que no aceptas o que no te gustan… Deriva en que tú también sufras una Revolución Copernicana y descubras que no eres el centro del universo…pero esto es cosa de otro post.
Cuando descubres una herramienta que te sirve para tu bienestar (y aquí si quieres, pon la tuya porque da lo mismo) sientes euforia. Una euforia muy grande y el sentimiento iluso de que nunca más vas a encontrarte mal. Es imposible… Hasta que ocurre. Y mira, aquí me viene bien recordar lo que decía la FPC en el anterior post: sería el equivalente a que te zarandeen la escalera y caigas de nuevo al suelo, adonde está aquello con lo que tienes que lidiar.
Cuando le consultábamos a Jose, nuestro profesor/gurú, este tipo de cosas, nos establecía un símil con un tornillo. Si fueras de un tamaño tal que pudieras situarte sobre la muesca de uno que está siendo apretado, a veces estarás arriba y otras, abajo. Pero en el proceso, seguro habrás avanzado.
Yo entendía el símil perfectamente pero mi química mente, a su vez, establecía su propia comparación con… EL SALTO CUÁNTICO ELECTRÓNICO DENTRO DE UN ÁTOMO.
Y para explicarlo, primero tengo que explicarte en qué consiste la CUANTIFICACIÓN DE LA ENERGÍA que es lo que le da el sentido a eso de lo que tanto se habla por las esquinas y que es la Física Cuántica.
Muy simple, de verdad.
Imagínate que estás escribiendo un post absurdo sólo destinado a eliminar carga-informativa-innecesaria de tu cabeza. Esta semana han cambiado la hora, se aproximan las seis de la tarde y ya vas necesitando la luz del flexo para no escribir más tonterías de las que la OMS recomienda como mínimo diario. Aguantas un poco por aquello del cambio climático y el ahorro energético, pero cuando caes en la cuenta de que estás tecleando encima de la merienda, enciendes el flexo susodicho.
Tal vez te preguntes cuando mires a la lámpara, si no se te ocurre nada coherente que escribir o no hay nada más productivo en lo que pensar, que qué es la luz. Como diría Manolito (sí, es mi referente), científicos de todo el mundo se hicieron la misma pregunta años ha y pusiéronse a investigar sobre el tema.
Una de las conclusiones a las que llegaron fue la siguiente. Imagínate que, sentado como estás, escribiendo con el flexo a un lado, menguas tu tamaño. No, así no. Más todavía. Ahora eres del tamaño de una hormiga justo debajo del haz de luz. Bueno, pues no es suficiente. Redúcete mucho más, pero no te muevas de debajo del flexo. Vale, así está bien. Ahora eres del tamaño de un átomo, esos pequeños ladrillitos de los que está constituida toda la materia. Si vuelves tu minúscula carita hacia la bombilla, lo que veías como un haz cuando eras grande, ahora se ha transformado en pequeños globitos de luz de diferentes tamaños. Resulta que la luz va embolsada en particulitas cuando estudiamos su contacto con la materia. Y cuanto más grande es cada bolsita de luz, más energía tiene dentro.
Esas partículas o globitos de luz, son los denominados quantums. De ahí lo del nombre de la Física Cuántica. Es la parte de la física que estudia el contacto entre la materia y la energía a esa escala tan, tan pequeñita.
Y te preguntarás que qué tienen que ver los cojones con comer trigo cuál es la bendita asociación entre este hecho físico y lo que te contaba al principio del post.
Un poco de paciencia, sé que no soy la más amena de la blogosfera. Pero todo tiene su relación, por lo menos en mi mente.
Estas bolsitas de luz son muy importantes para los electrones aventureros. ¿Que no tienes muy claro qué es un electrón? Pues aquí estoy yo para resolver esa duda.
Ya te dije en otro post que los átomos no pueden verse y sólo hay teorías para tratar de entender cómo pueden ser. Una de estas teorías dibuja al átomo de la siguiente manera:

El átomo, según un señor apellidado Bohr

Su núcleo en el centro, ejerciendo una fuerza de atracción sobre los electrones, que orbitan alrededor de él en diferentes capas. Como el mismísimo sistema solar, con la diferencia con éste en que los electrones podrían viajar en diferentes órbitas del átomo, aunque fuera por muy poquito tiempo, si se les da la energía suficiente.
¿Qué para qué van a querer los átomos viajar a otras órbitas que no son la suya? Pues porque es el primer paso para combinarse con otros átomos, por ejemplo. O, dicho de otra forma, para evolucionar a otra cosa. Y así, unión atómica tras unión atómica, ir dando lugar primero a pequeñas asociaciones o moléculas y después a construir toda la materia tal y como la ves delante de tus ojos.
Así que los electrones, para saltar hacia las órbitas que tienen por encima necesitan energía. Necesitan luz. Necesitan bolsitas o quantums de luz. Pero no les vale con cualquier bolsita. Tiene que se JUSTO la bolsita que le dé la energía suficiente para saltar. Tú ya puedes estar dándole energía/luz repleta de bolsitas, que si no son del tamaño que él quiere, no se va a mover. A lo sumo darán un saltito mínimo sólo para volver a caer donde estaban, porque no es suficiente. Pero dales la bolsita con tamaño adecuado… los tendrás presto en el siguiente escalón y dispuestos para que su átomo evolucione.
Y ahora viene la batidora de mi cerebro a mezclarlo todo.
En esos comienzos de práctica yoguil (y también ahora) yo me aplicaba el modelo atómico de Bohr en el estudio de mi persona y así, me veía orbitando alrededor de mi propio ombligo aunque con ganas de evolucionar hacia otra cosa; intuyendo posibles estados u órbitas por encima de mi cabeza a las que saltar. Eran otras capas que prometían una visión diferente, otro estado de más energía/alegría… pero necesitaba la bolsita, la chispa adecuada.
Cada bajón yo me lo explicaba así: en mi “carrera” hacia mi evolución aún no había llegado a mi siguiente nivel cuántico, a la órbita siguiente. Para saltar hacia ella, cual pantalla de videojuego, tendría que “trabajarme” los desafíos que en el actual estado cuántico se me presentaban. Y todo esto por buscarle una teoría al asunto porque realmente no había nada que me dijera qué era lo que me iba a hacer crecer pero sí que gracias a la visualización de ese modelo comencé a tratar cada dificultad como una oportunidad para saltar y hacerme cada vez más libre. Para deshacerme poco a poco de la fuerza que sobre mí ejercía mi propio núcleo atómico. U ombligo.
Mis símiles no son perfectos, ya que para dar el salto en la escala de la vida, no hay bolsita energética que valga. Es una pequeña licencia que me he tomado en espera de dar con otra teoría que se ajuste más a mi realidad. En mi propio modelo cuántico de desarrollo personal, ese trabajo en cada “órbita” me haría girar y girar cada vez más rápido, cogería carrerilla hasta que… ¡hop!... de repente me viera, habiendo resuelto mis trabajos pendientes, mucho más ligera de equipaje, con menos ataduras; tendría otra perspectiva y el firme convencimiento de que los “problemas” superados ya no iban a ser tales.
Y así hasta ahora. Por eso, cada vez que el ánimo decae, me visualizo entre dos estados posibles de mí, en algo así como una especie de transición entre dos órbitas. Y entonces me insto a tener paciencia y seguir trabajando y disfrutando de la capa o etapa vital que tenga entre manos. Para sacarle jugo y así, sin darme cuenta, tomar carrerilla y ¡voilá! aterrizar en la siguiente pantalla.

Fin del Post de hoy

He estado a punto de no poner algo de música debido a lo entretenido y ameno de este post… Es broma, soy consciente de los ladrillos con los que te voy obsequiando y mucho más si tenemos en cuenta que en estos tiempos prima la rapidez y la concreción en las exposiciones de uno.
Iba a poner un mantra pero mira tú que se ha colado una canción de Héroes del Silencio en medio del post. Aquí la tienes. Además va dedicada a los fanses del grupo que hay entre los lectores.


Por cierto que, ¿te está gustado la serie? ¿Te sirve? ¿Tú también ves la realidad cuánticamente? Si te apetece, me encantaría saber tus propias visualizaciones vitales. Me ayudaría saber que no estoy tan loca. 
Gracias por haber llegado hasta aquí.

miércoles, 15 de octubre de 2014

La Física Cuántica y la Vida. De posesiones, laberintos y conciencia

Me percato de que extraños fenómenos acaecen cuando a uno le da por escribir y publicar lo escrito.
Resulta que me senté yo muy ufana el otro día a comenzar un nuevo post en el cual, por fin, iba a desarrollar a mi manera el fenómeno de la cuantificación de la energía. En esto que de repente se interpone entre mis teclas una Fuerza Suprema que impide la transmisión de mis pensamientos a mis dedos.
Me muerdo la lengua sobresaliente por un lado de la boca representando con ello el tesón que le pongo al encauzamiento de la idea original. Una gotita de sudor me cae por la frente apoyando la imagen anterior. Con tremendo esfuerzo consigo escribir “cuantificación de la energ…” pero hasta ahí. Ya no puedo continuar más. Me separo del ordenador y me apoyo contra el respaldo de la silla… Ya estamos… Al volver a fijar la vista en la pantalla, esta Fuerza Suprema ha borrado todo lo anterior y está escribiendo nosequé de un laberinto.
Me restriego los ojos… no puede ser. ¡Otra vez! ¡Pero no eran las ideas de la Física Cuántica y la Vida las más cabezonas que yo poseía!
Un poco avergonzada por la amenaza de volver a traicionar a mi propio Compromiso, que ya me mira cabeceando y con los brazos en jarras, trato de reconducir la situación. Como disimulando, reescribo el título: La Física Cuántica y la vida. La cuantificación de la energía. Yoga y Desarrollo Personal. Laberintos. Pero no cuela. No cuela en absoluto. Demasiado título y demasiado sé que de física cuántica aquí no se va a hablar…
Mi compromiso me da la espalda. Tiene la imagen de una señora mayor, regordeta y con mandil. Ni idea de por qué. Se va despacio. Se aleja más… Y yo me quedo con esta Fuerza Suprema a la que no soy capaz de ponerle cara pero que ya se ha enfundado mis manos como si de unos guantes se tratara. Me dejo hacer. ¿Qué me queda? Me abandono, me recuesto. Miro al techo. Ojos en blanco…
Cuando vuelvo a mi ser y miro la pantalla, observo que la Fuerza Suprema se ha preciado de cambiar el color de la letra y todo, la tía.
Aquí está lo que dejó escrito. No me hagas responsable:
Hola, ¿qué tal? Me presento. Soy una Fuerza de la Creación que pulula por el ambiente y se dedica a susurrarte ideas luminosas por detrás de la oreja cuando menos te lo esperas. Por ejemplo, vas andando por la calle y yo soy la que te digo Has venido a este mundo para amar. Sé libre. Sonríe. Abre tu mente. Explora nuevas formas de actuar… y cosas así. Vamos, que me dedico a que abras los ojos para que veas más allá de tu propio ombligo. Lo que pasa es que tengo que convivir con demasiada cháchara que tienes en tu cabeza y mis sabios consejos se ven amortiguados por pensamientos del tipo: Cuando vaya para la frutería voy a pasarme primero a sacar dinero, que luego quiero ir al Carrefour a por los Dodotis; o esto otro: Hay que ver qué gorda se ha puesto la Mari desde que la vi por última vez… Hándicaps a los que nos exponemos las entidades supra-terrenales en los momentos de transmisión del Saber Universal.
Resulta que estaba haciendo la ronda por Ciudad Real cuando me he encontrado con esta mujer y he echado un ojillo por encima de su hombro para ver qué estaba escribiendo. Aparte de alguna que otra tontería, trataba de contar algo sobre el crecimiento personal y el yoga pero a mi entender, no estaba quedando demasiado claro. Y mira, había poco que hacer por ahí afuera… y es que la gente anda muy dispersa estos días ocupando sus mentes con nosequé tarjetas negras, nosequé señora Pantoja, algo de una enfermedad contagiosa… y con este panorama es que no se puede trabajar. Así que he decidido aprovecharme de ella, para que así por lo menos a alguien le llegue mi Sabiduría.
Normalmente soy más discreta en mis impulsos, que conste. Ya te digo que me dedico a susurrar pensamientos sabios por doquier que, dicho sea de paso, en la mayoría de los casos sólo son captados por esquizofrénicos, borrachos y enajenados mentales… Nos dimos cuenta a posteriori, las Fuerzas Pululantes de la Creación (en adelante FPC), de que no eran las fuentes de propagación de Saber Universal con más credibilidad pero oye, por algún sitio había que empezar.
Total, que quiero aprovechar la ocasión antes de que esta muchacha se despegue del ordenador. Por suerte tengo la capacidad de comprimir el tiempo cuando poseo cuerpos y así, a ella le parecerán quince segundos de enajenación pero en realidad, y haciendo la equivalencia con el tiempo terrestre,  vendrá a ser una horita y media la que me dedique realmente a contarte lo que quiero, teniendo en cuenta borradores y correcciones… que yo seré FPC, pero no soy perfecta cuando materializo por escrito mi Sabiduría.
Bueno, basta de preámbulos y al lío.
El ser humano no deja nunca de crecer y desarrollarse.
Cuando es pequeño es obvio que el protagonismo de su desarrollo se lo llevan su cuerpo y su mente. Así, en muy poco tiempo y de forma casi mágica para los que le rodean, es capaz de descifrar variopintos códigos de sonido y sus significados, imitar gestos y comportamientos; doblar, triplicar, cuadriplicar su tamaño; cambiar, cambiar y cambiar casi cada día.
Y así hasta los veinte años terrestres, por poner una edad redonda de crecimiento de vuestros cuerpos físicos.
Después esa persona con cuerpo desarrollado y con todas sus capacidades físicas recién estrenadas tiene que, lo que vosotros llamáis, madurar. O asentarse. O tiene que entrar Dios en él… Expresiones  terrestres que me he ido anotando y con las que luego otras FPC y yo nos partimos la caja en las reuniones de Control Periódico del Desarrollo de los Humanos.
Todas esas expresiones, si sois sinceros, para vosotros significan que las personas sigan el cauce establecido por los sistemas de convivencia que convencionalmente habéis creado. Vamos, que no queréis que la gente haga demasiado ruido ni se haga notar. Eso es madurar según vosotros.
Para nosotros madurar es otra cosa. Es aprovechar y ser consecuente con los recursos que uno tiene: tanto los físicos, los intelectuales, los artísticos... Es la única manera de que una persona se sienta plena. Esto, sin más remedio, deriva en el Desarrollo de la Conciencia Humana. Ése es el verdadero crecimiento a lo largo de toda tu vida. Ése es el crecimiento que debe suceder en la edad adulta. El crecimiento personal te lleva a un desarrollo de tu conciencia. Y puedes resistirte a él pero ¡ay de ti si lo haces!
¿Pero qué es esto del Desarrollo de la Conciencia Humana?
Hace muchísimos años terrestres mi maestro se lo explicó a un tal Platón que cogió muy bien la idea y que luego creo que escribió un libro que se llamaba “El mito de la Caverna” o algo así. Los tiempos han cambiado y en nuestros planes de estudio actuales, a las FPC nos lo explican mediante la imagen del Laberinto.
Desarrollar la conciencia es como encontrar la salida de un laberinto desde dentro.


Imagínate que vives en una de esas películas victorianas que se desarrollan en amplios y rancios palacetes. Todo rancio palacete de película victoriana cuenta con un laberinto en el jardín donde sucede el flirteo entre los jóvenes mancebos del filme… Cinéfila que es una.
Ahora vamos a centrarnos en el laberinto. Imagínate que has nacido dentro de él. Toda la vida has estado allí, tanto tú como tu familia, como tus amigos… todo lo que necesitas, lo tienes. Ni siquiera te has dado cuenta de que estás dentro de un laberinto y que tus movimientos son limitados. Sin tratar de ponerme a clasificar, ni mucho menos y sólo para que ordenemos el escrito, le vamos a llamar a la conciencia de esta situación, Conciencia A.
Vuelve a poner en marcha tu imaginación. Ahora resulta que te ha dado por caminar un poco más allá del lugar en el que siempre has estado. Te alejas de tu hogar. Exploras. Miras hacia los lados y te das cuenta de que hay unas paredes verdes que te rodean. El camino no es recto sino que hay recovecos. Te mosqueas un poco. La realidad que conocías en tu pueblo, con los tuyos, no es como tú la habías imaginado. Hay algo más y estás descubriendo lo que es. Pero no tienes ni idea. Sólo caminas perdido y con miedo pero ya no puedes volver a tu pueblo y ser quien antes eras porque hay algo que quieres resolver. En este caso, estamos hablando de una Conciencia B.
En un tercer caso ya te has dado cuenta de que las paredes no son infinitas y con la mano puedes alcanzar el tope de su altura. Quieres saltar y ver qué hay más allá. Conciencia C. Ya no puedes parar. Buscas espacios más abiertos.
De repente encuentras una escalera. Corres hacia ella. Desde el último peldaño sobresales de cintura para arriba. Euforia. Respiras profundamente. ¡Lo sabías! Sabías que algo pasaba y ahora lo tienes delante de tus narices. Tienes perspectiva. Desde donde estás localizas algo allí a lo lejos. Algo ausente de setos. Un espacio más abierto. Quieres alcanzarlo pero no puedes volar. Para llegar a él tienes que volver abajo donde no se ve bien y encontrar la salida. Abajo está todo más oscuro pero tú sabes que son las consecuencias de estar dentro del laberinto porque de hecho, todo afuera es claridad. Conciencia D.

Stop. Inciso. ¿Lo vas entendiendo? Aumentar la conciencia es tomar perspectiva sobre tu propia vida. Indagar. Explorar. Enredarte. Salir de donde sueles estar… para ver mejor. Desarrollar la conciencia, crecer como adulto, significa ver desde arriba, como si fueras un pájaro planeando sobre el jardín victoriano. Sobrevolando el laberinto. Así:
 
Así sí que se ve bien la entrada, la salida, los obstáculos… ¿verdad?
Para salir del laberinto, para aumentar la conciencia, no sólo vale con tomar perspectiva. Desarrollar la conciencia consiste en utilizar las vistas privilegiadas que has experimentado para resolver los obstáculos que te separan de la salida del laberinto. Nadie escapa de él sin haberlo dejado bien limpio de impedimentos.
Obstáculos son esa relación tan tormentosa con tu padre, por ejemplo. O cuando dices que siempre das con el mismo tipo de persona en tus relaciones amorosas… casos con los que me topo a diario. Y yo tratando de decirte que mires desde arriba para verlo mejor y que resuelvas. Que eso es lo que te va a hacer crecer. No evites el obstáculo. Resuélvelo… Pero nada. Casi siempre los esquivas porque duele enfrentarse a ellos. O implica reconocer que tú también te equivocas. Y no sabes que evitándolos pierdes la oportunidad de acercarte a la salida del laberinto.
Al principio te he dicho que me ha llamado la atención que esta mujer, a la que ya mismo voy a tener que devolverle su cuerpo, hablara de yoga y crecimiento personal. Mira, el yoga o el Tai Chi o el Chi Kung y, en general, todas estas disciplinas que sirven para que uno esté con uno mismo, son las escaleras que te decía en el caso de la Conciencia D. Se trata de herramientas que ayudan a tomar perspectiva. Pero con ellas no resuelves el problema del laberinto. 
Es que me tengo que reír porque me he encontrado con tanta gente obnubilada por las vistas que observa desde su escalera que con eso creen que ya lo tienen todo hecho. Son mis preferidos, porque a las otras FPC y a mi nos encanta menearles un poco desde los peldaños inferiores para que se peguen un buen porrazo. Hay que escarmentarlos bien porque amigo mío, hay que bajar al laberinto y currar. Súbete de vez en cuando a la escalera para saber por dónde andas, pero baja de nuevo y ponte a amar a tu padre, por ejemplo. O ponte a amarte a ti y deja esas relaciones tan perniciosas.
También los hay que por el hecho de estar subidos a la escalera piensan que son mejores que los que están abajo trabajándose el laberinto por otras vías que no implican subir por escaleras. Ego espiritual, he oído que lo llaman por la Tierra. Ilusos.
Uff, se me está haciendo tardísimo y no quiero que la muchacha empiece a convulsionar. Otro día si quieres, y ella se deja, te cuento más historias sobre el laberinto y las escaleras. Ya sabes: yogas, taichises, chikunes…y la risa que nos da a las FPC cuando vemos que hay gente que compite con ellas. Sois la monda.
También te hablaré, si puedo, de lo que pasa cuando sales del laberinto… ¿crees que habrías terminado de crecer? Ja.
Un abrazo cósmico, intrigante y pululante.
 
Nada, que cerré los ojos unos segundos y la bendita Fuerza me ocupó todo el post.
Aún no me ha dado tiempo a leerlo entero pero me temo que te soltó un buen rollazo. También vi que había puesto fotos y todo. Qué jodía.
Bueno pues yo ya seguiré otro día con lo mío. Espero poder hacerlo con La Física Cuántica y la Vida pero no prometo nada.
Por si acaso te has aburrido mucho te voy a contar algo jacarandoso que sí que me posee de verdad. Se trata de una canción. Lleva años conmigo. No me la puedo despegar. Aparece en los momentos más insospechados. Pone en evidencia mi gusto musical. No sé ni como justificarlo. Tampoco quiero hacerlo. Es parte de mí.

Adelante, Enrique Iglesias:



Imágenes, de aquí http://ltcinemaoficial.blogspot.com.es/2011/04/la-saga-el-laberinto-humano-estara.html y de aquí http://yofuiungato.blogspot.com.es/2013/08/el-laberinto.html

miércoles, 1 de octubre de 2014

La Física Cuántica y la Vida. Los inicios de la Vida B

Lo de la vida B fue una broma tonta con un amigo al que en un momento dado me hubiera gustado llamar de otra manera. En realidad, autoasignarse una vida B es casi tan absurdo como autodefinirse metrosexual pues se trata de una definición o explicación que provendría de ojos ajenos, de ahí lo de la broma.
Está claro que vida, como madre, no hay más que una y los pasos que uno da en ella los da por interés, afinidad, gusto o vete tú a saber qué razón. Pero sí que es cierto que la vida B se aleja lo suficiente de la vida A como para que en algún momento cause extrañeza o sorpresa cuando se le explica a otros y sobre todo a los Otros que conoces y te conocen de toda la vida, pues no hay un lazo rápido y aparente entre las actividades a las que dedicas a partes iguales tu tiempo y así, puedes ser abogado y campeón de kick boxing, o médico y reinona de la noche, o química y profesora de yoga.
Por supuesto, no todo el mundo tiene y/o necesita una vida B. Rozando lo cansino en mis exposiciones, probablemente aquel que viva pleno en su quehacer diario haga de su vida una vida con todo el abecedario como coletilla. El que no, el insatisfecho, el permanente buscador de algo que no alcanza a poner nombre, puede que desarrolle una vida con denominación B o C o D, inclusive.
¿Pero es el buscador de ALGO más hábil, más sagaz que el que no, como parece destilarse de la anterior sentencia? En absoluto. Ha sido un torpe. No ha sabido escucharse y por eso comienza a hacer, digamos, cosas raras a ojos de los demás, aunque quizá para él sea el momento del advenimiento de cierta coherencia entre lo que piensa, lo que siente y lo que hace.
En mi caso cuando hablo de vida B hablo, aunque no completamente, de yoga.
Pero no adelantemos conclusiones ni acontecimientos y, como diría Manolito Gafotas, comencemos a explicar el surgimiento de esta vida desde el principio de los tiempos.
En una determinada época yo soñaba con ser Yola Berrocal... Soy consciente de que esta afirmación requiere una explicación y, como relatante de esta historia que soy, te la voy a dar. 
Harta de ir con la lanza a cargar contra molinos invisibles, harta de no poder ponerle nombre al fantasma que me encogía el corazón, yo imploraba el tener un “problema” concretito, tangible… y resulta que en aquellos días, la inquietud que para sí ella se preciaba de extender por platós televisivos y otros medios a su alcance era la de tener las tetas más grandes. Así de simple. Si A, entonces B. Dos más dos, cuatro. Sencillo. Quiero tetas, me pongo tetas.
En mi caso no era así. Mi cosa más bien era como ese juego de niños en el que alguien viene por atrás, te tapa los ojos y te dice ¿Quién soy? Y no valía desprenderme de las manos inoportunas que me cegaban y limitaban mis movimientos para resolver el enigma. (Esto me ha dado la idea de que más pronto que tarde, voy a tener que conversar internamente con esta entidad emocional).
Ya sabes por otros capítulos de esta serie que comencé para hablar de física y espiritualidad pero que se está convirtiendo en una exposición de mi persona, que esa ceguera provocaba una sensación cansina de tristeza que, llegado el día, me puse a querer erradicar de mi ser, por más que voces cercanas me invitaran a la resignación apelando a mi perfeccionismo, a que a todo el mundo le pasa parecido y a que la vida era así.
Para iniciar la vida B la tristeza cansina de serie no basta. También hace falta, o al menos así fue mi caso, tropezar bien fuerte debido a la falta de visión para comenzar a darme cuenta que algo estaba pasando. Además, y permítaseme sentenciar, te diré que para tener una vida B tienes que seguir a tu instinto. Pero no te preocupes, que mientras eso esté pasando no vas a saber qué narices es lo que persigues.
Como los ríos en su indeterminado inicio, varios hechos podría considerar como principios de mi actual vida paralela y no sabría decirte cual de ellos fue el primero porque en mi recuerdo se amalgaman. Arroyos de vida B fueron una pseudo-relación que dejó mi estima propia viviendo en el segundo sótano de un rascacielos ocupado en el piso cincuenta por el betún, y otro fue la muerte de una persona conocida de casi mi edad con la que me vincula alguien muy especial. No sé por qué me afectó tanto aquella muerte. El caso es que esperando al tren que me devolvía a mi casa desde el lugar del velatorio, necesité una lectura que me alegrara el alma y buscando la revista El Jueves en la librería de la estación, un libro que había visto hace unos meses se tiró en plancha hacia mí, dando sentido a la típica frase esa de que hay libros que te eligen. ¿Se trataba de El Ensayo sobre la Lucidez? ¿Acaso de La Insoportable Levedad del Ser? Frío. Era Ya no sufro por Amor, de Lucía Etxebarría. (¿Qué pasa?)
Resultó que ese libro era justo lo que yo necesitaba leer en ese momento para que ocurriera una de las epifanías más importantes de mi vida, sólo a la altura de aquella otra en la que varios años antes, en un delirio de hiperrealidad, me levanté de un brinco de la cama exclamando en silencio: “¡Dios mío, que YA voy a COU!”. Pues bien, en este caso, no fue tan reveladora la epifanía, pero de nuevo en la cama, otro brinco y mi mente comprendió: “¡Pero si yo no tengo culpa de nada!”
Es curioso lo de los libros en esta etapa. Con ellos tuve la sensación de ir avanzando como una Tarzana atravesando mi inhóspita selva mental no de liana en liana, sino de libro en libro. Este libro me llevó a otro recomendado por una amiga y después vino otro y otro más… En las librerías ya me iba directa a la sección de Autoayuda /Espiritualidad en la que los títulos, ahora sin cortarse un pelo, se me tiraban a degüello. Y ya sé que todos podrían ubicarse bajo la etiqueta de Dudosa Calidad Literaria pero para mi alma maltrecha estaban plagados de alimento. Mi mente iba comprendiendo. Mi alma iba reconociendo. Y yo sentía que allí estaban escritas cosas que pensaba. Que podrían ser leídas con mi propia voz.
También se combinó esta etapa con sesiones de psicología, ya que me pongo a contártelo todo de pe a pa. Me vino bien para desahogarme, pero la mujer me decía que yo estaba bien. De aquí, me acuerdo de una pregunta suya: “Si este lápiz fuera lo que te falta, ¿en qué lo convertirías?” Mi respuesta: “Yo no quiero nada. Yo lo que quiero es tener paz interior”. Así de difuso era todo.
Como ves, varios arroyitos iniciales, todos ellos orientados a la resolución de una inquietud. A la búsqueda de esa anhelada paz.
Cuando ya lo de los libros flojeaba y pasó el efecto de la psicología, un nuevo nubarrón volvía a llegar a mi cabeza. Ahora no tenía ningún arma conocida. Y fue entonces cuando llegó Él (o Ella):
"Hola, me llamo yoga y te voy a cambiar la vida", dice la sombra

Bueno, no es que apareciera de la nada. Llegó de la mano de María a la que algo después le dije en broma varias veces que había creado un monstruo conmigo.
María ha estado en mi vida desde la época de la universidad, aunque nuestro contacto haya ido cambiando a lo largo de todos estos años. También estuvimos trabajando juntas durante un tiempo y, en muchas ocasiones coincidiendo con la etapa que te cuento, de camino al trabajo tras mis habituales cinco minutos de retraso respecto a la hora en la que habíamos quedado, María me decía que me vendría bien practicar yoga. Ella se había apuntado en algún Centro de la Mujer o similar. De forma automática yo siempre le respondía que no sin pensar ni nada. No me atraía. Además, mi cuerpo estaba diseñado para no poder sentarme con las piernas cruzadas, tal y como lo demostraba un esguince de rodilla que me hice poco tiempo antes por tomar esa postura mientras hablaba por teléfono. Así que, de eso nada. Y además me preciaba de hacer el gestito de burla de juntar los dedos, modo meditación, y emitir el OOOOOOMMMMM que tantas veces me han hecho después.
Un día en el que María ya no trabajaba conmigo y nos juntamos a tomar un café para ponernos al día y contarnos las penas, me dijo una frase parecida a esta: “Laura, me he apuntado a un yoga nuevo. Lo da una pareja que acaba de venir a Ciudad Real. Yo voy esta tarde a las siete. Te dejan probar gratis una clase”.
Poco más me dijo. La diferencia es que en esa ocasión dije que sí sin pensármelo. De camino a casa me pasé por el centro de yoga a preguntar si podía ir esa misma tarde a la clase de María para probar. Conocí a Nuria y a Jose, los profesores, personas cruciales en toda esta vida B. La conversación inicial con Nuria se alargó tanto que sólo me quedó tiempo para comprarme unos calcetines blancos, el color corporativo de este yoga, combinándolo así a la perfección con la única ropa de deporte que tenía, toda de color negro.
Y así, con este look Michaeljacksonesco tuve mi primer contacto con el Yoga Kundalini, palabro con el que me familiaricé enseguida.
De aquella primera clase me llamó la atención la ausencia de competición, los mensajes que hacían que, en medio del esfuerzo, en lugar de fustigarte te comprendieras; la atmósfera inigualable que conseguía la música de fondo... Ni siquiera me resultaron chirriantes los cánticos de mantras y pude soportar estoicamente, con apoyo de cojines eso sí, la temida posición de piernas cruzadas.
No alcancé el nirvana ni la comprensión de mis males. Pero se había plantado una semilla de curiosidad.
No sabía lo que era eso del Kundalini Yoga pero yo iba a averiguarlo.

Continuará (irremediablemente)...

Vaya chapa, ¿no? Pido perdón por evadirme tanto del tema inicial pero me parece que se ha abierto un buen melón cargado de confesiones y exposición propia. Precisamente me encontraba acabando este post cuando he asistido a una charla de Almudena Grandes que, preguntada por si tenía interés en escribir su autobiografía ha dicho que no está interesada en eso. Que no le sale a cuenta ser tan sincera. Me he tenido que reír para mis adentros.
Mientras escribía todo esto se me ha venido a la mente todo el tiempo la música que escuchaba justo antes de empezar con el yoga y que los mantras fueran casi mi única banda sonora. En esos momentos en que rayitos de luz comenzaban a romper mis sombras mentales yo iba de camino al trabajo escuchando las canciones buenrrollistas de Facto Delafé y las Flores Azules. Ahí te lo dejo: