sábado, 13 de septiembre de 2014

La Física Cuántica y la Vida. La Fuerza Impulsora

Tiene un poco de traca anunciar a bombo y platillo el tema de la física cuántica y no sólo darle tantas largas a la pobre sino, encima, comenzar con un término ingenieril cuando además, si has ido siguiendo esta saga (risas enlatadas por esta palabra) ya sabrás que lo que yo sentía por la ingeniería nunca habría podido definirse bajo los términos de la pasión.
Si en algún momento he hecho algo parecido a un esquema de lo que iba a contar en esta irregular y no sé si entretenida serie, es que lo de la fuerza impulsora iba a ser un post un poco así como bonus track, sin embargo me he dado cuenta de que es fundamental y paso previo para contar la, cacareada, vida B.
Como me pongo a escribir sin pensar mucho en el resultado porque, como ya te he dicho otras veces, soy ejecutora de un algo más fuerte que yo en esto de la escritura, no sé si al final hoy me meteré de lleno en la vida B o me quedaré en la antesala, porque parece que a este algo más fuerte que me sostiene y me obliga a estar escribiendo aunque me muera de sueño, quiere que exponga mis cosas sin dejarse cabito sin atar. ¡Cómo son las fuerzas desconocidas!
Bueno, pues resulta que he estado buscando en Internet una definición del término fuerza impulsora que me dejara satisfecha, pero no ha sido tal el caso ya que yo necesito una definición orientada a lo que después quiero contarte. Con lo cual, allá va una definición muy personal:

Fuerza Impulsora: es aquello que hace que un sistema se mueva hacia un estado más estable. Cuanto mayor sea la separación entre el dicho sistema y ese estado suyo más estable, mayor va a ser la fuerza impulsora, es decir, se van a notar más los efectos de la fuerza.

Que no te den miedo las palabras sistema ni estable ni el párrafo en general. Ilustremos la definición con algunos ejemplos caseros.
Ejemplo Uno:
Imagínate en invierno con tu casa bien calentita y afuera, un frío que pela. De repente alguien abre una puerta. En este momento pasarán dos cosas: a) que indefectiblemente se escuchará la consabida frase “cierra, que se va el gato” y b) que justo en el espacio que antes ocupaba la puerta se ponen en contacto dos atmósferas: una gélida y otra calentita. La unión de esas atmósferas es, digamos, un sistema no estable porque ¿qué ocurre a continuación? Pues que rápidamente, y tanto más rápidamente cuanto más diferencia de temperatura haya entre la calle y tu casa, se va a producir una mezcla entre ambas masas de aire para igualar sus temperaturas. De hecho, será notable el “chorrode airefríoqueentradelacalle,cierrayalapuertaMaripuriydéjatedeexperimentosfísicos”. La fuerza impulsora en este primer ejemplo es la diferencia de temperaturas entre ambas estancias.
A modo de petulante insistencia, si a la calle y al interior de tu casa les separa sólo un grado centígrado, no habrá una mezcla de atmósferas tan brutal. Será algo más sosegado. La fuerza impulsora con una diferencia de un grado, no será tan grande como en el primer caso. No se notará tanto el chorro que viene de fuera.
Ejemplo Dos:
Imagina que vas de okupa al minipiso de un amigo y no tiene más remedio que ponerte un colchón Restform. Todo correcto hasta ahí. No nos importa tu dolor lumbar a la mañana siguiente. Lo que nos importa es que, cuando te vayas, y si eres un buen amigo, ayudarás a recoger la casa y, por tanto, a desinflar el colchón. El aire dentro está comprimido, os ha costado meterlo dentro, ¿no es así?, sobre todo cuando ya casi, casi estaba hinchado. Ahora quitas la válvula y ¿qué ocurre? Que el aire sale hacia fuera a modo de chorrazo, one more time. Y es que, en ese momento, existe una fuerza impulsora, la diferencia de presión entre el aire fuera y dentro de la colchoneta que provoca que el aire de adentro no tenga más remedio que salir disparado. Pero a medida que el colchón se va vaciando, la velocidad con la que sale es menor, ¿por qué? Pues porque con el paso del tiempo de vaciado ya no hay tanta diferencia entre la presión de fuera y la de dentro del colchón. La fuerza impulsora ha ido, pues, disminuyendo a medida que las dos presiones se igualan.
La naturaleza, como ves, está tendiendo todo el rato al mantenimiento de los equilibrios perdidos. A suavizar diferencias. A, ya de una forma más científica, llevarlo todo hacia un estado de menor energía, mayor reposo. Menor tensión.
¡RECOMPENSA YA!, parece que resuena en mis oídos. Esto ha sido un poco duro, así que aquí va el regalo antes de terminar la entrada. Hoy juego a caballo ganador. Quédate un rato con Elvis que ahora volvemos.


¿Que qué diantre quiero contarte? ¿Qué a qué viene este coñazo de post?
Pues que pasados unos años desde entonces, hoy puedo explicar una parte de mi vida como poseída por la existencia de una fuerza impulsora.
Como en los ejemplos que te he contado antes, si uno ve el fenómeno desde afuera sólo aprecia el movimiento. Movimiento de gases en ambos ejemplos, pero ¿habrá sentido algo el aire que estaba dentro del colchón en el momento de la apertura de la válvula? Él estaba tan a gustito, presionado pero a gusto. Su medio era así. Pero ¿no habrá sentido vértigo, siguiendo con la fantasía de un aire animado? ¿No habrá sentido cierta angustia, cierta inquietud o regomello que sin saber ni como, le empujaba a abandonar el estado en el que estaba para acceder a otro completamente desconocido (el minipiso de tu amigo)?
Trasladando estos fenómenos físicos a las personas humanas, podríamos decir que quien sea presa de una fuerza impulsora, lo es porque no está en su lugar o situación más estable. No está, digamos, donde le corresponde estar o ser. Además, conscientemente, esa persona no sabe qué pasa, sólo sabe que algo pasa. La naturaleza, o vete tu a saber Quién, se encarga de hacérselo saber de las formas más variopintas y generalmente, no demasiado agradables.
Oh cielos, sí. Durante muchos años fui presa de una fuerza impulsora.
Y no sabía qué pasaba.
La forma en que la naturaleza me lo decía era a través de la tristeza. Eso era lo único que yo sabía: que estaba triste, más que triste, a veces. Y, bueno, eso no me impidió salir (mucho), ni divertirme, ni estudiar, ni encontrar trabajo, ni conocer más gente, ni querer a gente, ni encontrar muchas amistades… ni nada de eso. Pero todo, todo, quedaba impregnado por ese poso marrón de tristeza. Por ese “si, pero…”
Lo que la naturaleza, en mi caso, trataba de compensar, suavizar, equilibrar, era también una diferencia. La que existía entre lo que yo creía que era, manifestado por mis actos, mis ideas, mis propias creencias de entonces… que implicaba un estado poco estable, y lo que yo era o soy en realidad, el estado estable hacia el que tiendo.
Siguiendo con el desarrollo, se podría inferir que a mayor tristeza, mayor es la distancia que te separa de tu estado más estable, pleno. Del ser tú mismo.
A mayor satisfacción, alegría, plenitud, más cerca estás de ser tu mismo. Si has vivido siempre ahí, supongo que este post te parecerá escrito en chino.
Con la tristeza, la fuerza impulsora trataba de empujarme hacia mí. Trataba de decirme que por ahí no iba bien, con esa forma de pensar, esa forma de actuar, esa forma de creer.
Y, ¿no te parece que de aquí se desprende una idea de determinismo, de algo parecido al destino de cada cual? Mientras escribo, se me ha ocurrido que quizá eso sea lo que te cuente a modo de bonus track de toda esta historia.
¿Me dejas que me ponga consejera? Haz caso a tu tristeza o a cualquier estado de ánimo que no sea el pleno, el alegre, la risa fácil, pues probablemente ese estado te esté animando al movimiento, a la búsqueda. A ti.
Como ves, y según estás teorías mías basadas en nada, las fuerzas impulsoras provocan movimiento y ese movimiento en lo que derivó en mi es en lo que ahora llamo, vida B. Pero eso te lo cuento en el próximo post.

PD.: ¿Te has aburrido? Esta entrada ha sido escrita en varios días y al final no sé si ha quedado medio clara. Lo siento mucho. Espero, al menos, que hayas disfrutado con Elvis.
PD2.: El dibujito de los imanes lo he cogido prestado de aquí: http://profesoranelitavenegas.blogspot.com.es/